•Título del fanfic: Waiting for Super Man.
•Parejas: Steve & Tony. Clark & Tony.
•Dedicado a: Ti
•Género:Romance, Drama, Fantasía.
•Clasificación:{+16}
•Disclaimer: Marvel Comics. DC Comics.
Advertencias:
— Palabras malsonantes.
— Lemmon.
— Uso del multiverso.
— Muerte de personajes.
— Línea temporal del Universo Extendido de DC alterada.
— Línea temporal del Universo Cinematográfico de Marvel alterada.
— Personajes originales.
— Trama ghei.
• Waiting for Super Man •
Capítulo I: Crónicas de una Leyenda.
« No toda la ira debe ser castigada »
Action Comics #44, Super Man.
I
Clark Kent.
Clark Kent tiene veinticinco años, dos días sin dormir, el fantasma de una futura barba sobre las mejillas y un trapeador húmedo en las manos cuando ve por primera vez a Anthony Edward Stark.
Es tarde. El Instituto Universitario donde funge como intendente ya ha cerrado sus puertas al público. Daniel Dempsey, el más joven de los interinos, yace en rectoría; con el televisor encendido y un tazón de crispetas recién horneadas sobre su regazo. Una película en blanco y negro está a punto de dar comienzo cuando el Kent hace acto de presencia; con su material de trabajo en brazos y una sonrisa amigable en el rostro. Clark no logra reconocer el filme, por lo cual, lo obvia. Solo se dedica a fruncir el ceño cuando las noticias son seleccionadas alternativamente por su acompañante y una ola de sonidos mixtos golpea sus oídos. Un bullicio intolerable que — pese a ello — logra llamar su atención.
Anthony Edward Stark logra leerse al pie de la pantalla — al igual que « Dueño de Stark Industries »y la premisa del noticiero —. Un hombre joven de piel canela, pestañas tupidas, nariz respingada y labios color sangre, responde a ese nombre. Y Clark — ¡oh! — mentiría si dijera que aquel par de perlas color chocolate que tiene por ojos no lograron captar su atención desde un principio.
Su corazón late con fuerza — desbocado, hiperactivo — sin explicación alguna. Abandona su labor por un momento y enfoca su mirada sobre el televisor. Un indeterminado número de reporteros y camarógrafos yace frente a un podio predestinado a ser ocupado por el multimillonario empresario. Quien, con elegancia y porte, aborda la pequeña cátedra preparada con anterioridad exclusivamente para él. Una vez allí, sacude las solapas de su traje; galante. Procede a saludar a todos los presentes, audiencia televisiva incluida. Pestañea con sobriedad ante las cámaras y sonríe de lado. Seguridad vibrando desde el interior de su pecho. Clark, mudo ante sus acciones, es ignorante ante la situación, cierto; pero ansía escuchar su voz. Por ello, inhala. Expectante. Su boca y garganta, inexplicablemente secas.
Poco después — tras un silencio exasperante y prolongado —, da comienzo a un improvisado discurso de presentación. Su voz es pastosa pero melódica; el sarcasmo y la arrogancia impregnados a lo largo de su lengua. La audiencia ríe en respuesta. El Kent ni se inmuta. La suave danza de sus labios ha logrado hipnotizarlo. Es embriagante, al igual que adictivo; podría verle sin pestañear por horas y jamás se cansaría. Sin embargo, no pueden culparlo. Los cerezos ajenos presumen el brillo característico de las fresas frescas y la tonalidad exacta de la sangre que corre por sus venas. Sin hacer mención de los rizos pardos que llueven con rebeldía sobre su sienes. Un perfecto contraste de colores, piensa Clark con un suspiro deslizándose desde el fondo de su pecho.
Un peculiar intercambio de palabras entre Anthony Stark y Christine Everhart — una de los reporteros ahí presentes —, logra extraerlo de sus pensamientos. Dirige su mirar, nuevamente, hacia la pantalla; Stark tiene la nariz fruncida adorablemente hacia un costado y los ojos entrecerrados. Busca cómo responder a una interrogante que le ha sido planteada con anterioridad, pero la joven periodista es astuta. Juega con las palabras de una forma muy singular y logra confundir al dueño de Stark Industries con facilidad. El castaño balbucea incoherencias al respecto, suspirando. Luce cansado. Pasea sus orbes por sobre la superficie de un trozo de papel entre sus manos y alza una ceja. La línea recta que son sus labios se curva hacia arriba, traviesa. Traviesa y provocativa.
— La verdad es… — En eso alza la mirada. Pestañea ante la cámara, y agrega. — Yo soy Iron Man.
Las cejas del Kent se enarcan con curiosidad y confusión. Clark no comprende el significado exacto de aquellas palabras; o no ha prestado la debida atención a la noticia, mejor dicho. La audiencia — Dempsey incluido — reacciona escandalizada ante la declaración, ajenos a su estado actual. Los parpadeos de las cámaras fotográficas componen una sinfonía especial para acompañar la escena, alineados a la perfección con las interrogantes proporcionadas por los reporteros. El bullicio aumenta desmesuradamente el volumen de su actuar, aturdiéndolo momentáneamente. Clark logra capturar un puñado de palabras específicas que podrían guiarlo a través de su ignorancia, pero una pregunta — una sola pregunta —sigue embalsamada en su mente. Una pregunta que puede ser respondida, solo si concentra toda su atención de ahora en adelante.
Pero la nota continúa y él sigue sin comprender muchas cosas.
Esa noche Clark llega a su departamento azotando la puerta. Tiene el cabello revuelto y el corazón en un puño. Su superior, el decano Benson, lo ha acusado por agresión física en contra de un maestro. La explicación es una historia retorcida que falla en su contra. Con un testigo poco confiable, una victima inexistente y un criminal sorpresivamente inocente. Todo comenzó cuando guardaba su material de trabajo en el lugar correspondiente; el almacén principal a espaldas del auditorio. Un pequeño grupo de jovencitas salía desde el interior. Eran las integrantes del equipo de baloncesto, quienes entrenaban hasta altas horas de la tarde en compañía de su entrenador. Tres de ellas se separaron del grupo poco después, alegando la desaparición de Cloe; la armadora.
Un mal presentimiento nació en su pecho en consecuencia. Pronto, acudió en su ayuda. Hizo preguntas al respecto después de un pequeño saludo y esperó paciente un testimonio. Una de ellas aseguraba haberla visto hacia solo unos minutos, en los vestidores. Que dijo no tardaría demasiado y que pronto se reuniría con el equipo en el umbral del instituto. Lo demás fue historia. Clark les recomendó esperar ahí mientras él investigaba. Pero, ¿Desde cuándo hacer lo correcto le resultaba, a él, favorable?
Hasta el día de hoy, el Kent había perdido cinco empleos. Eh. Seis, mejor dicho. Siempre a costa de su seguridad económica. Primero. Su trabajo como bar—man en una cantina al norte del país, fue sacrificado por la integridad física de una jovencita constantemente acosada por los clientes. Segundo. Su inculpación por robo en una panadería no muy lejos de ahí, tras una persecución finalmente innecesaria. El revelar información privada de un banco corrupto. El apoyar una manifestación en contra de su jefe; el director de una obra en construcción, que explotaba a sus trabajadores. Y finalmente, su primera renuncia. La administración de una farmacia en Kansas, su ciudad natal. Ahí, se enteró de que un pequeño grupo de enfermeros aceptaba recetas falsas de personas con problemas relacionados con cierta clase de estupefacientes. Clark jamás comentó algo al respecto; pero al final, decidió presentar una carta de renuncia ante el dueño.
Y ahora esto.
Defender a una estudiante próxima a ser violada.
Agh. Clark suspira con resignación y bebe un poco de cerveza helada. No cena. Se da una ducha rápida con agua fría y enciende el televisor. Masculla al darse cuenta de que no transmiten más que infomerciales y la repetición del horario tanto matutino como vespertino. Menea la cabeza con cansancio y dormita sobre el sofá por un momento. No ha dormido en dos días consecutivos, después de todo.
Cuando despierta, el Kent ya ha tomado una decisión. No dejará de moverse. Empaca sus pertenencias más preciadas, cinco cambios de ropa limpia; almuerza un emparedado y abandona el departamento antes del medio día. No es la primera vez que desaparece sin justificación alguna, piensa Clark con ligereza; y tampoco será la última. Es un alma libre y un viajero en busca de respuestas.
Tres días después, yace en San Francisco. Una librería en el centro de la ciudad le ha ofrecido un trabajo de medio tiempo como administrador de caja. Él acepta inmediatamente — claro —, bajo el nombre de Jonathan Clark. El nombre de su padre, el apellido de su madre. Ordena sus prioridades y renta la mitad de un departamento en compañía de Larry Heck; un estudiante de ingeniería próximo a egresar. Es buena compañía, piensa el Kent dos semanas después. Respeta su espacio personal, procura incorporarse a su rutina diaria, pese a no tener que hacerlo. Es inteligente, comprometido, responsable. Pasa su tiempo libre encerrado en la biblioteca de su alma—mater e intenta forjar una buena relación con él día con día.
Todo transcurre con normalidad hasta cierta tarde de un lunes, dos meses antes de su graduación. Larry lee en la sala. Él busca el número telefónico de la pizzería más cercana. Ambos tienen el resto del día libre, pero ese ha sido un fin de semana agotador. Permanecer en casa no solo suena tentador, sino también necesario. El Kent está a punto de finalizar su llamada telefónica, cuando el seudónimo Iron Man emana con sigilo de la boca ajena.
— Oh, — Murmura Larry tras un par de preguntas. — Iron Man es un exoesqueleto multifuncional…
Iron Man es un exoesqueleto multifuncional y muchas otras cosas — más — que el oji—azul no comprende. Sin embargo, pese a ello, escucha la explicación hasta el final y, claro, agradece al menor su tiempo. Por ahora — con la lección de Física Avanzada ya finalizada — menguará su dolor de cabeza con un poco de pizza y refresco de cola.
{.oOo.}
Iron Man es considerado una amenaza.
Anthony Edward Stark también.
Por ello, no es novedad el hecho de que el gobierno de los Estados Unidos de América reclame su tecnología. Es una herramienta demasiado peligrosa como para estar bajo la manipulación de un solo hombre. Un hombre inestable e impulsivo. Un hombre con problemas, un hombre problemático. Un hombre catalogado como alcohólico, voluble, soberbio, auto—destructivo, y narcisista. Pero, oh, los meses pasan; seis en total, y una serie de juicios desfilan frente a los noticieros. Anthony jamás declina, sin embargo. Se mantiene firme, afronta las consecuencias de sus actos. Pelea por lo que sabe suyo. Es nada ortodoxo y un poco exasperante al momento de actuar, cierto. Pero, al final del día, lo logra. Y Clark Kent — ¡oh, Clark Kent! — lo admira más y más conforme el tiempo pasa.
No sabe a ciencia cierta el por qué, — se sincera —. Anthony Edward Stark es todo un personaje, sin lugar a dudas. Y uno muy criticado, a decir verdad; no solo por la prensa, sino también por el público en general. ¿Por qué?, se preguntarán. Ha sido el propietario de una empresa armamentista dieciocho años; empresa que, de la noche a la mañana, muta. Ahora trabajan la producción de energía limpia y patrocinan ideas independientes. Vaya cambio. En serio.
El Kent piensa en ello mientras hala de una cuerda que yace entre sus manos. Un barco pesquero al suroeste del país le ha ofrecido empleo a cambio de cincuenta dólares diarios y la inclusión de hospedaje gratuito. Es, ciertamente, un estilo de vida complicado; el clima es traicionero, la recolección del producto varía, los días sin tocar tierra resultan cuantiosos; los accidentes, hasta cierto punto, son normales. Pero nada de esto importa, al menos no realmente. Clark no planea quedarse allí por mucho tiempo, después de todo. Porque su propósito está enfocado — solo — en la recolección de información y ahorrar dinero. Nuevo México — su nuevo destino — es territorio desconocido para él. Ser prevenido ha sido su única arma ante lo inminente desde que comenzó este viaje, y planea seguir usándola.
Dos horas después, su jornada ha finalizado. Pequeñas lágrimas de lluvia fría golpean el vello en sus mejillas. Por consiguiente, lo más apropiado sería resguardarse en el pequeño departamento con vista al mar que le ha sido asignado con anterioridad, sí. Pero no lo hace. En cambio, acude a un bar. Hace mucho que no bebe; hace calor, sin mencionar su falta de sueño en el último par de días. Así pues, se despide escuetamente de sus compañeros de trabajo y emprende paso al local más cercano. Una cantina próxima al muelle. Clark la considera relativamente tranquila, además, conoce al dueño; Michael Muller. Un joven hombre de tez obscura que, con gusto y desde el principio, le ha guiado a través de su estadía allí.
Cuando finalmente entra al lugar antes mencionado, solo tres hombres rondan por los alrededores. Se despide de su gabardina, toma asiento frente a la barra principal y espera paciente una respuesta. Michael yace al otro lado del mostrador limpiando la bajilla y reacomodando el inventario. No planea interrumpirlo.
— ¿Te enteraste? — Escucha a lo lejos poco después. — Dicen que algún tipo de, eh… satélite se estrelló en el desierto de Puente Antiguo.
Y ahí estaba otra vez.
La noticia del siglo.
Una supuesta cortina de humo que — bajo el criterio de muchas personas — el gobierno estadounidense pautaba para enfocar su atención en algo más que no fuera Anthony Edward Stark, Iron Man, y la posible reformación del ejército norte—americano. Una novedad que fluía con constancia gracias a las redes sociales y lo inusual que resultaba ser por sí sola. Sin mencionar la falta de discreción frente a los hechos por parte de las autoridades relacionadas. Porque, por favor. ¿Un objeto no identificado con runas antiguas grabadas a lo largo de toda su existencia, imposible de empuñar?, ¿Mitología y magia, usadas como herramientas en un caso imposible de explicar?, ¿Fenómenos naturales emparentados con la historia? Dios. Clark cree en lo sobrenatural, enserio. Él mismo se siente — y es — ajeno a esta realidad. Pero aquello era simplemente ridículo.
Por ello Nuevo México era su nuevo destino. Comprobar la autenticidad de la información no solo es, para él, necesario; sino también importante. Aquello podría otorgarle al Kent las respuestas a las preguntas que se ha estado planteado durante años. Preguntas existenciales respecto a sus orígenes.
Aunque muchas de ellas ya han sido contestadas, por su puesto.
A una edad muy temprana, Clark supo que era adoptado. Jonathan y Martha siempre serán sus padres, eso jamás cambiará. Ellos fueron, son y serán las personas más importantes a lo largo de toda su vida, sí. Sin embargo, la sangre no los emparenta. Es cuando las interrogantes — y el dolor, y las dudas, y la ira, y la tristeza — emergen y la necesidad de información invade su ser; sin nadie quien pueda culparlo. Clark quiere saber de dónde viene y a dónde va; es natural. Punto. Viaja con ese propósito, vive de él; y no descansará hasta saberse satisfecho. Pero el camino es largo y poco prometedor. Por ello, aguarda. Es paciente. Utiliza las herramientas a su disposición e indaga en las posibilidades. Nuevo México es un foco de oportunidades, quizá la fuente de muchas respuestas; y arriesgarse, sin lugar a dudas, la única opción a su disposición. Porque, al final del día, Clark no tiene nada qué perder, pero sí mucho qué ganar.
No sabe si la mitología, la magia, o lo sobrenatural sean capaces de brindarle lo que busca. No sabe — incluso — si, después de tanto tiempo, todo habrá valido la pena. Tampoco sabe si continuar con el viaje sea lo correcto. Lo único que Clark Kent sabe es que la palabra rendición y sus derivados, no entran en su vocabulario.
Esa noche, por otra parte; tras una amena charla con Michael y cinco cervezas frías, el oji—azul regresa a su departamento con un penetrante dolor de cabeza jodiéndole todo. Entra azotando la puerta y deshaciéndose de su calzado. Se despide de su vestimenta, exceptuando su ropa interior; se desploma contra el sofá más cercano y cierra los ojos con pesadez. La lluvia continúa su danza contra el pavimento allá afuera, arrullándolo. Cantándole al oído una canción de cuna que lo envuelve con delicadeza entre los brazos de Morfeo. Y colaborando, de cierta forma, con la disipación de su repentina migraña.
Mierda; piensa Clark, cabreado. Que no ha sufrido un dolor tal cual desde los ocho años. Un dolor punzante que nubla sus sentidos y le impide pensar con claridad. Un dolor que, desgraciadamente, recuerda y que, sin lugar a dudas, no añora. Cómo hacerlo, mejor dicho. Cómo, si, en realidad, está catalogado como una de sus peores experiencias jamás vividas. Aquel dolor confuso acompañado por risas infantiles e interrogantes proporcionadas por su maestra en turno; sin mencionar la inesperada presencia de su madre en el colegio — tras una llamada de los directivos — y las palabras de aliento que ella misma le brindaba.
Fue allí cuando — ¡en efecto! — el indicio de su singularidad emergió. Una peculiar colección de habilidades que ningún otro humano poseía; entre las cuales desfilaban, el desarrollo desmesurado de sus sentidos, fuerza sobre—humana, regeneración inmediata e inmunidad al dolor. Fue allí cuando las preguntas se apoderaron de su vida y lo condujeron a ese viaje de autodescubrimiento. Encadenándolo a la confusión.
A la mañana siguiente, sin embargo; el dolor ha desaparecido.
En su lugar, yace una melancolía infinita apretujándole el corazón.
— Oh, madre.
{.oOo.}
Clark conoce a los Vengadores cinco meses después.
La ciudad de New York colapsa frente a sus ojos mientras un puñado de soldados escolta a los civiles fuera de la cafetería donde él trabaja. El Kent intenta ser de ayuda, por supuesto; rastreando heridos y personas en peligro con el uso de su subdesarrollada audición. Está escarbando en una pila de escombros cuando Clint Barton llega y colabora con la acción, ordenándole el huir al norte tras las líneas enemigas.
— ¡No es hora de hacerse el héroe! — Grita, exasperado. — Ve y reúnete con los demás civiles en el subterráneo. Reporta tu condición y espera instrucciones, ¡rápido! Serás de más ayuda si no me causas problemas.
Clark está a punto de comentar algo al respecto, sin embargo, no lo hace. En su lugar, recibe a un pequeño en brazos con la nariz pringada de hollín y el cabello desordenado. Asiente con la cabeza y acata órdenes; diciéndose mentalmente que no es momento de. El oji—azul sabe que debe ser difícil el tener entre tus manos las vidas de tantas personas, sacrificarse en el campo de batalla y pelear contra seres desconocidos. Lo sabe porque lo ha visto en los ojos del joven soldado; quien dispara flechas trucadas a diestra y siniestra hacia todas direcciones y defiende las calles de Manhattan con fervor. Es tan singular como poco común, piensa el Kent. Que un grupo de personas tal cual emerjan de la nada, se muestren ante los reflectores y usen sus habilidades para combatir lo inexplicable.
Está por adentrarse al subterráneo cuando una ola de explosiones pequeñas derrumba la fachada de un edificio cercano, impidiéndole el paso. Frunce el ceño en consecuencia, sintiéndose impotente. Reacomoda al infante entre sus brazos y, mordiéndose el labio inferior con vehemencia, busca ayuda con la mirada. Al final, no encuentra más que destrucción y el llanto de la desolación. Niega un par de veces con la cabeza, reprendiéndose internamente; y emprende paso hacia la 39. Renuente a rendirse. Pero es más sencillo decirlo que hacerlo, piensa. Edificaciones completas y vehículos abandonados inundan la acera principal. Sin mencionar la presencia de aquellas extrañas creaturas; dominando tanto cielo como tierra por igual.
Los minutos pasan con pesadez. Está por llegar a su destino cuando, no muy lejos de su posición, un relámpago arremete — furioso — contra el pavimento. Es Thor, Dios del Trueno; admira Clark, impresionado; escondido tras una cabina telefónica semi—derrumbada. Luce exhausto y enojado. Sostiene a Mjölnir firmemente con un puño y hace gala de su gallarda figura sin siquiera esforzarse; derribando a una docena de enemigos en el proceso.
El Capitán América hace acto de presencia poco después. Tiene su emblemático escudo tricolor sobre uno de los antebrazos y hollín en la mandíbula. Se aproxima a su compañero de equipo y discuten la situación con calma; pero no están solos. Hawkeye y Black Widow — de quienes sabría sus seudónimos y nombres pocos meses después — yacen en el cuadro, calibrando sus respectivas armas con recelo. Planean una estrategia entre ellos cuando un quinto se aproxima. Un hombre pequeño con la ropa desordena manejando una motocicleta.
Clark no sabe a ciencia cierta por qué permanece allí, sin hacer absolutamente nada. El pequeño entre sus brazos depende de él ahora; quien está semi—inconsciente debido al llanto, mientras una pequeña herida sobre su mejilla izquierda cicatriza con lentitud. Sabe que lo más apropiado es buscar refugio, encontrar ayuda y atender su estado actual; pero no lo hace. El lugar está jodido. Literalmente abandonado. No tiene muchas opciones a su disposición, sin mencionar los peligros que lo esperan allá afuera. El Kent está por enviar todo al carajo, preguntándose internamente qué se supone debería hacer, cuando un brutal sonido rompe la serenidad de la escena.
Iron Man, con su felina elegancia visible aún a través su armadura, roba la atención de todos. La suya incluida. Y no es para menos. Una monstruosa creatura de tamaño descomunal lo sigue con esmero, impulsado por ocho bizarras garras que emergen de su cuerpo. Que, entre Hulk — aquella bestia dormida en el interior del Doctor Bruce Banner; famoso por sus estudios relacionados con los rayos gama y, ah sí, destruir gran parte de New York dos años atrás — y Iron Man, derriban con todo su esfuerzo.
La bestia cae, derrumbando los restos de un edificio dañado.
Llamando la atención de los militares que rondan por los alrededores.
A partir de allí, el caos finaliza. O al menos para él. El Kent está tomando un breve descanso en el pequeño campamento que han improvisado los federales en medio de la ciudad, cuando una serie de explosiones se escuchan a lo lejos. Su curiosidad es más grande que el cansancio sembrado en su pecho, ese es un hecho; y al parecer no es el único. Una decena de personas allí presentes — él incluido — se viran hacia el firmamento, donde un espectáculo fuera de lo ordinario se está llevando a cabo. Con Anthony Edward Stark portando su famosa armadura rojo—oro, mejor conocida como Iron Man; y un misil nuclear de corto alcance sobre los hombros, volando directamente hacia el portar bidimensional que se extiende sobre la Torre Stark. Adentrándose a él sin siquiera dudarlo.
El oji—azul contiene la respiración, impresionado. Escéptico.
Esperando. Aguardando.
Contando los minutos antes de formular teorías falsas al respecto.
{.oOo.}
Lo primero que Clark recibe al llegar a Kansas — a casa — es, como siempre, un fuerte abrazo por parte de su madre. Tiene un par de maletas sobre la espalda y una sonrisa genuina adornándole el rostro. Espera paciente a que Martha finalice su monólogo acerca de cuánto lo ha extrañado y contesta ferviente ante sus muestras de afecto; meciéndola entre sus brazos con dulzura y amor.
— ¡Oh, Clark! — Solloza ella, emocionada. Cogiéndole del rostro para contemplarle mejor. — Mi amor, te he extrañado tanto—tanto.
El aludido sonríe ante la enfatización de la castaña.
Comparten un abrazo más y entran a casa, dejando atrás las labores domésticas de su madre momentáneamente. Todo está como antes, piensa el oji—azul justo después de cruzar el umbral de la puerta principal. La sala, el comedor, la cocina y el jardín delantero permanecen igual; sin mencionar los pequeños detalles, como lo son los libreros viejos, las lámparas y la ubicación de los marcos con sus fotografías familiares. Hecho que le arrebata, inconscientemente, sonrisas melancólicas que el Kent no se preocupa siquiera en ocultar. Está en ello mientras deposita sus pertenencias sobre el sofá más cercano y se despide de su chaqueta Otto Kern de cuero—coñac; cuando Martha llega desde la cocina y le ofrece una taza de café negro sin crema ni azúcar. Su favorito.
Agradece el gesto, toman asiento en los sillones disponibles e intercambian novedades. Nada importante qué informar, nada realmente relevante qué discutir. La plática continúa con normalidad entre ambos hasta cierto punto. Cuando — de pronto y sin previo aviso — New York le golpea la cara y lo hace temblar. Joder. Su madre sospecha, sospecha que estuvo allí. Clark puede verlo en sus ojos, en su sonrisa distorsionada y poco convincente. Intentando no preocuparlo innecesariamente. Demasiado tarde, piensa el oji—azul con resignación. El caso es que no quiere hablar al respecto, punto. Aún hay muchas interrogantes pululando en su mente y su prioridad es otorgarle una respuesta a cada una de ellas. O al menos ordenarlas. Pero, tanto él como su madre, son Kent. Son tercos por naturaleza. Y Martha no dará un brazo a torcer tan fácilmente.
— ¿Qué… pasó con exactitud? — Pregunta ella, mordisqueando su labio inferior. Ella y esa característica manía suya.
— No lo sé, madre.
— Dios, Clark. Al menos dime si estuviste allí.
Él no responde.
En su lugar, le narra sus crónicas. De Kansas a Florida, de Florida a Alabama; de DC a California. De California, a Nuevo México, Massachusetts y finalmente, a Manhattan, New York. Le comparte, especialmente, los sucesos vividos en Puente Antiguo. De cómo solo encontró destrucción. De cómo los federales intentaron calificar una catástrofe tal cual — la destrucción de todo un pueblo —, como accidente inevitable. Le cuenta, también, sus experiencias y fracasos. Las respuestas que — ya — le ha brindado a muchos de sus cuestionamientos y claro; lo ignorante que Clark sigue siendo ante su verdadera naturaleza. Pero lo que Clark más anhela narrar, es un sueño que lo ha perseguido desde que dejó Manhattan.
— ¿El Ártico?, ¡Qué harías tú, Clark Kent, en el Ártico! — Grita ella, histérica. Saltando del sofá ante su indignación.
El azabache ríe, sutil. — Madre, debes comprender…
— ¿Comprender? ¡Comprender! Oh, jovencito, si tu padre viviera.
Clark abandona el sillón, persiguiéndola con la mirada. Deposita sus manos sobre los hombros ajenos y la atrae hacia él, comprensivo. Pero no menos decidido. Irá allá, con o sin su consentimiento. Porque tiene un fuerte presentimiento respecto a ello y no lo dejará pasar. Solo quiere advertirla; hacerla conocedora de sus planes. Ha venido a Kansas por ello, después de todo. Ella es su madre, la persona que más ama sobre la faz de la Tierra; y parte vital de su vida. Jamás le ocultaría algo, ni hoy ni nunca. Solo espera que Martha comprenda. Por él. Por ese sueño que lo persigue cada noche. Con voces llamándolo por su nombre, algo familiar bailando en el ambiente y un halo de esperanza envolviéndolo con calidez.
— Madre, por favor. — Susurra él, anhelante. Con el corazón en un puño y mil oportunidades destellando frente a sus ojos. — Será mi último destino. Es el Ártico, y finaliza toda esta pesadilla. Te lo prometo. Solo… confía en mí.
— ¿Lo prometes?, — Solloza.
— Lo prometo.
Martha mordisquea su labio inferior. — Pero, ¿el Ártico?
— Sé que suena ridículo. — Acepta el azabache tras un suspiro, — Pero no es solo mi sueño. Escuché de dos ex—federales en Massachusetts que allí no solo encontraron al Capitán América y su tumba de hielo. — La castaña alza las cejas, informada al respecto; pero no menos impresionada. — No sé lo que hay allá, tampoco sé si valdrá la pena. Sin embargo, debo ir.
— Comprendo, pe…
— Descuida, madre. — Le consuela, conmovido. — Tengo todo planeado.
II
Kal El.
Kal El, Jor El, Lara Lor Van y Kryptön son palabras que rondan por la mente de Clark desde hace semanas; intentando gravarse en su piel. Enredándose en su lengua con vehemencia y formando parte importante de su vida con el pasar de los días. Son, al mismo tiempo, palabras un poco complicadas, sí. No las encuentra en la enciclopedia digital que es Internet, tampoco en los diccionarios más complejos que pudieran existir en la biblioteca local donde ahora yace. Está desesperado por darles un significado en esta realidad, no solo en las explicaciones de Jor El; cuando los pensamientos cobran territorio dentro de su cabeza y lo hacen perder horas de su vida observando el techo de su departamento en turno.
Quizá lo mejor sea volver a casa, piensa el Kent mientras vuelve a su condominio tras una exhaustiva búsqueda sin frutos. Le ha prometido a Martha regresar tan pronto obtuviese novedades, no lo ha olvidado; tan solo han pasado dos semanas desde entonces. Pero también ha prometido volver al pequeño complejo que ha levantado el ejército en una zona no muy lejos de donde actualmente reside. Un asentamiento en Nunavut, Canadá, de nombre Resolute; un pueblo frío, simple y poco poblado, que le agrada pese a la temperatura media anual de dieciséis punto cuatro grados centígrados bajo cero.
Allí, no solo ha encontrado un lugar donde pasar sus noches, sino también la discreción — o mejor dicho, poco interés — de las personas. Ir y venir del pueblo podría levantar sospechas, sobre todo por lo repentino de su aparición, su nacionalidad, la poca interacción que mantiene con los habitantes de dicho lugar, y el desconocido que se aferra a ser en una comunidad que no supera las doscientas cincuenta personas. Sin embargo, no lo hace. Nadie pregunta, nadie se detiene a estudiarlo más de lo necesario; todo a su alrededor se desenvuelve con naturalidad, como si su presencia fuera solo un fantasma. Como si a nadie le importara realmente el que pasase sus días fuera de Resolute, y regresara solo para invadir la pequeña biblioteca de su pueblo.
Está en ello cuando entra a su departamento. El lugar es pequeño, callado y solitario. Bajo su registro mental, solo yacen cuatro residentes en el condominio; excluyéndolos a él — obviamente — y a Henry Brooks, el dueño; quien ocupa una de las habitaciones disponibles en el primer piso. La comida no es la mejor, el frío es intolerable y, por su fuera poco, carecen de electricidad. Sí, Clark tiene muchas razones por las cuales irse; pero también muchas por las cuales quedarse.
El Kent hierve granos de café y un poco de agua embotellada en un fogón casero, mientras se deshace de su vestimenta y procesa la información que hoy ha recolectado. Es cierto que no ha encontrado nada relacionado con los nombres que le han sido otorgados por Jor El — su padre biológico —, pero si algo le ha regalado este interminable viaje, es sabiduría ilimitada.
A la mañana siguiente, el oji—azul piensa en lo que le dirá a Jor El. Su madre llamó; Martha lo quiere devuelta, caliente y seguro. No soporta el hecho de saberlo lejos, mucho menos siendo conocedora del estado en el que vive actualmente. Le ha exigido regresar y Clark no es nadie para negarse; pero es complicado. Al fin encontró lo que buscaba, sabe de dónde viene y a dónde va. Despedirse de todo aquello es, simple y sencillamente, difícil.
Esa tarde, cuando al fin llega a su destino — un claro a dos kilómetros del pueblo —, el Kent se despide de la pequeña camioneta que ha rentado desde su estadía allí y recorre el camino restante a pie. El ejército, hasta el día de hoy, no sospecha — pese a sus visitas diarias —; y es preferible que continúe así. Tampoco es como si llamara mucho la atención. El objeto no identificado que insisten en llamar un submarino ruso de la Segunda Gran Guerra, yace diez kilómetros bajo tierra; muy lejos de su alcance. Solo él, un kryptöniano, goza el privilegio de penetrar sus fronteras — gracias a sus capacidades físicas —, además de poseer la única llave que brinda la entrada a sus confines. Un pequeño cilindro pentagonal color petróleo que su padre postizo, Jonathan Kent, le entregó poco antes de fallecer.
— Por como expresas tu amor por él, deduzco que era un hombre honorable. — Murmura Jor El tres días después de conocerse.
— Lo era.
Jor El no solo es el fantasma de su fallecido padre biológico, la conciencia conservada de lo que fue; sino también un recordatorio de lo que pudo haber sido. Es, como ya le ha explicado, una proyección visual de los recuerdos que forjó en vida; presentándose ante él, como un hombre fuerte e inteligente. Allí, en aquella fortaleza olvidada por Kryptön que jamás llegó a cumplir su único propósito; brindarle a su mundo información respecto al planeta Tierra. Está al final del túnel subterráneo que lo conduce hasta allí, analizando la entrada principal con cautela, cuando procesa todo lo que ha aprendido de él. Renuente a entrar. Renuente a despedirse de todo aquello. Es como si esas puertas lo condujeran a un mundo diferente y lo hicieran sentir en casa. Casa de la cual, desafortunadamente, tiene que despedirse.
Suspirando, inserta la pequeña llave plateada que cuelga de su cuello en su respectivo lugar y las puertas se abren automáticamente. Adentrándose al complejo, escucha a su padre llamarlo por su nombre kryptöniano; Kal El.
— Como cada amanecer, tu compañía es un honor.
— Digo lo mismo, padre. — Agrega él, ejecutando una venia.
— Me disculpo con anticipación ante mi atrevimiento, pero siento que debo preguntar; ¿Sucede algo?
Clark frunce la boca, indeciso.
Renuente a siquiera formular una respuesta.
— Te pareces tanto a tu madre, Kal El. — Murmura Jor El, sonriente ante su ausencia. Aproximándose hacia su persona con pasos ligeros y ojos comprensivos. — Podré ser ignorante ante el hombre en el que te has convertido, hijo mío. Pero no soy ciego. Adelante, cuéntame qué es lo que te preocupa.
Las despedidas no son fáciles, Clark lo sabe muy bien por experiencia propia. Lo ha hecho innumerables veces a lo largo de su viaje, incluyendo a su amada madre Martha; a la posibilidad de una vida tranquila. A la estabilidad. Le ha dicho adiós a su padre Jonathan — descanse en paz —. A los lazos que lo ataban a esta realidad, a su humanidad. Pero como kryptöniano, debe ser fuerte. Las despedidas en Kryptön son nuevos comienzos, al menos eso le ha dicho Jor El. Y si bien, nunca es sencillo, tampoco es malo. Por ello, cuando recibe de su padre un cofre negro con detalles en plateado y su emblema familiar en el, sabe que este no es un adiós definitivo; sino solo un pequeño interludio en su vida que no incluye a Jor El.
— Sé que harás buen uso de lo que hoy te he heredado, Kal El.
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Clark tiene treintaitrés años, seis meses trabajando para el Daily Planet como reportero, un par de gafas sin aumento sobre el puente de su nariz y el saco tweed en acabado Harris que rentó dos días atrás ciñéndose a su cuerpo, cuando conoce en persona a Anthony Edward Stark.
El joven hombre ha estado en Massachusetts hace no más de dos horas, más precisamente, en el Instituto Tecnológico de Massachusetts; su alma—máter, el MIT. Una de las universidades a las cuales ha decidido donar cierta cantidad de dinero destinada a patrocinar las ideas de sus estudiantes. Un acto caritativo que, según la prensa, maquilla los sucesos acontecidos el año pasado; la masacre en Sokovia a manos de la inteligencia artificial, Ultrón. Un desafortunado episodio que se responsabiliza de genocidio, la destrucción de toda una ciudad, y la revelación al público de los alterados Pietro y Wanda Maximoff. Sin mencionar el hecho de que Iron Man ya no opera en las actividades relacionadas con los Vengadores desde hacía aproximadamente ocho meses.
Pero todo aquello es ajeno a la verdadera razón por la cual el Kent yace allí, en Agora Gallery, esta noche. Hace solo tres horas, la Bruja Escarlata fue declarada oficialmente responsable por la destrucción de un edificio en la ciudad de Lagos, Nigeria; mientras el Capitán América y su equipo ejecutaban la búsqueda de Crossbones. Un mercenario ex—agente de HYDRA buscado en más de catorce países por una gran variedad de crímenes.
Teniendo todo esto en mente, cual oji—azul piensa en cómo se presentará ante Edward Stark con la información que ha recolectado; cuando lo ve a lo lejos. Vistiendo un par de pantalones azabaches que se ciñen con descaro alrededor de sus exquisitas piernas torneadas y una camiseta de seda blanca; combinándola a la perfección con un chaleco azul petróleo y una corbata carmesí con franjas negras a largo de su extensión. Luce fresco y jovial, sin lugar a dudas. Y Clark suspiraría de no ser por las gafas negras que cubren sus orbes con recelo; orillándolo a pensar que verles no solo sería, para él, un privilegio; sino también su condena.
Inhalando una gran cantidad de aire para satisfacer sus pulmones, el kryptöniano emprende paso hacia su dirección. El respetado hombre de negocios yace frente a un cuadro de la galería que hoy presenta sus obras de arte más aclamadas. Solo. Por ende, debe aprovechar. No falta mucho para que el resto de la presa acierte con su paradero y empiecen a acosarlo con la ola de preguntas que han ensayado para la ocasión; ese es un hecho.
— Buenas noches, Señor Stark. — Murmura con suavidad tras llamar su atención, observando de soslayo la leyenda en la pintura frente a ellos. — Daily Planet, mucho gusto.
— Oh, el Daily Planet. — Ronronea él, encajándose en su pecho. Envenenándolo. Escrutándolo de pies a cabeza con una sonrisa color cereza en sus labios, antes de dejarlo continuar con su discurso de presentación. — ¿Desde cuándo Perry manda a sus reporteros tras de mí? Según él, y cito; los Vengadores no somos una novedad digna de atención.
Ok. Esto será interesante.
Después del pequeño intercambio de palabras, ambos emprenden paso hacia una habitación cercana que funge como oficina del administrador — Christopher Stiles — por petición del joven filántropo. Quien no maquilla su cansancio y admite abiertamente el preferir privacidad. Él acepta, por supuesto; secundándolo a no más de tres metros con el corazón en un puño. Entreteniéndose con la decoración del pasillo que los conduce hacia su destino para no reparar en las irresistibles curvas que conforman el perímetro del cuerpo ajeno. Así — ja — se desarrolla la pequeña odisea que respecta su recorrido hasta que atraviesan el umbral del lugar. Una habitación amplia, elegante y sobria con muebles de madera impecablemente distribuidos, que le da la bienvenida con un aire fresco.
La entrevista comienza con Clark balbuceando su nombre y Anthony sonriendo ante el sonrojo en sus mejillas, tras tomar asiento en la pequeña cantina personal del joven Stiles situada en un rincón. Comparten un par de oraciones que los introduce mutuamente e inician una conversación escrupulosa, larga y necesaria. El MIT, sus últimos proyectos relacionados con Stark Industries y su inesperada visita a Agora Gallery desfilando con cautela desde su lista de novedades archivadas en su tablet; ayudando a la realización de su interrogatorio. Stark, por otro lado, bebe de su respectiva copa mientras se deshace felinamente de su corbata; cuando planea interrogarle respecto a los sucesos acontecidos en Lagos.
— Distraerse no es apropiado al momento de realizar una entrevista, joven Kent. — Canturrea, provocativo.
Clark mordisquea su labio inferior con delicadeza, carraspeando sutilmente. Reacomoda el dispositivo sobre su regazo y alza la mirada. El ex—vengador le ha dicho que la justificación de su estadía allí es un asunto personal, que espera mantener así. Lo cual no solo le impide indagar un poco más sobre el tema, sino también, desechar la información que ya ha almacenado al respecto.
— Pero dígame, Señor Stark…
— Oh, por favor. Llámame Tony.
— Eh, por supuesto. — Tartamudea, sonrosado. — Como decía. Las críticas respecto a su conferencia en el MIT son, en su mayoría, positivas. Solo han pasado siete horas, y las redes sociales no paran de hablar sobre los planes a futuro que se están desarrollando gracias a su donativo.
— ¿Quiénes, sino los jóvenes, son merecedores de todo ello?
Clark sonríe, conmovido.
— Sin embargo, difiero. Respecto a ser poseedor de toda su atención, quiero decir. — Agrega poco después, cruzando sus piernas con coquetería; antes de permitirle continuar su interrogatorio. El Kent, naturalmente intrigado, arquea una ceja. —Habrás escuchado de la joven sensación que sacude las redes sociales actualmente desde Queens, debo suponer.
— Spiderman, claro.
— Desde que los Vengadores fungen como una organización privada al erradicar amenazas por todo el orbe, una gran cantidad de autoproclamados héroes ha salido a la luz. Tal es el caso de Spiderman, Daredevil, los Cuatro Fantásticos…, el protegido de Henry Pym, Ant Man. Super Man.
Clark alza la mirada.
— Los Vengadores podrán ser los héroes más poderosos del planeta, pero…
El repentino sonar de un ring—tone interrumpe la fluidez de sus palabras. Un peculiar dispositivo bajo el poder de su acompañante es la fuente, admira el reportero; llamando la atención de ambos. En especial la de Anthony, quien pide disculpas y salta de su asiento casi de inmediato, partiendo al otro lado de la habitación con rapidez. Permitiéndole a él no solo tomar un respiro y reacomodar la información ya recolectada, sino también el procesar las últimas oraciones emitidas por los cerezos ajenos. Super Man haciendo eco tras sus oídos. Pero aquello no dura demasiado. El joven empresario ha salido de la habitación, aparentemente afectado por el mensaje que le ha sido comunicado en cuestión de minutos. Y Clark podría ser partícipe de la conversación, apoyándose con su sentido auditivo, sí. Pero si algo ha aprendido de sus nuevas habilidades, es el saber cómo y cuándo utilizarlas.
El Kent está guardando su tablet, cuando el castaño reaparece por el umbral.
— Joven Kent, lamento tanto todo esto. — Murmura, jadeante. — Pero debo retirarme.
Cual oji—azul asiente, comprensivo.
— No tiene importancia, Tony. — Responde suavemente, con el único propósito de calmarle. Lo cual parece funcionar, piensa el azabache; cuando el mencionado sonríe y, tras estrechar su mano, se retira tranquilamente.
Así, al yacer solo, suspira.
— Entonces… él no sabía respecto a Lagos.
Interesante.
Clark niega con la cabeza un par de veces al darse cuenta de que está hablando solo y, tras cerciorarse de que nada dentro de sus pertenencias faltase, abandona la habitación; listo para regresar a casa. No ha pasado demasiado tiempo después de ello cuando un individuo de corto cabello negro y canas sobre sus hélix se abre paso entre la gente de la galería, acercándose a él. Elegancia y seguridad describiéndolo a la perfección.
— Ha pasado tanto tiempo, Kal El.
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Todo pasó tan rápido.
Como un suspiro, como si todo aquello — toda esa mierda — estuviese predestinado a suceder. Con cada miembro de quienes consideraba su familia seleccionando un ideal, adoptando posiciones específicas en aquella división que se había formado en el equipo de forma inevitable. Ambos grupos naturalmente guiados por los líderes natos que eran Anthony Edward Stark y Steven Grant Rogers; Iron Man y el Capitán América respectivamente. Librando una batalla absurda entre ellos forjada por el odio, las discusiones previas, y los malos entendidos; sin mencionar los intereses propios de quienes eran partícipes. Un puñado de personas heridas buscando hacer lo mejor bajo sus propios términos. Relatividad enmendándolo todo.
Tony piensa en ello mientras analiza las estrategias que seleccionó horas atrás ante la tarea que le ha sido asignada. Capturar a los fugitivos más buscados del país para el Coronel Thaddeus Ross. Un trabajo complicado, sin lugar a dudas. Pero no imposible. Donde una emboscada parece ser la mejor opción. La más pacífica que se le puede ocurrir, al menos. Con Rhodey siempre a su lado. Con Natasha persuadiendo a Rogers. Con Visión localizando a Wanda. Con su singular trío de novatos aguardando pacientemente desde sus posiciones, distribuidos estratégicamente por él de ser necesaria su presencia en el campo de batalla. Un desolado aeropuerto en Alemania evacuado por él. Es entonces cuando, en un ataque de desesperación, presenta a su novedad más reciente. La joven sensación que sacude las redes sociales actualmente desde Queens. Un muchachito menudo de diecisiete años que se hace llamar Spider Man.
— Hola a todos. — Saluda, nervioso. Pero no menos entusiasmado.
El escudo del Capitán América contrastando a la perfección con su silueta.
Es a partir de allí cuando se desata lo inevitable. Con el príncipe T'Challa — su elegante pantera negra — desmoronándose ante la ira que consume su ser, exigiendo venganza; sangre. Sangre de James Buchanan Barnes, el Soldado del Invierno. Su persecución personal, impulsada por el dolor que lo acompaña desde la muerte de su honorable padre, el Rey T'Chaka. Con Ant Man, el protegido de Henry Pym, haciendo gala de sus habilidades frente a las personas que lo han reclutado en busca de ayuda. Con los gemelos Maximoff y Clint alejándolo de su objetivo principal — capturar al Capitán Rogers — arrojándole una pila de automóviles encima, por cierto. Tumba de la cual yace despidiéndose al momento de oír lo siguiente.
— ¡Mierda!
— ¡Hey! — Chilla él, estabilizando su armadura. — Nada de palabrotas, niño.
— ¿Niño?, — Cuestiona un tercero. — Sabía que él no era mayor de edad.
— Oh, tú cierra la boca, Gordon Ramsay.
— ¿Se supone que debo reír?
Tony resopla, cabreado; mientras reconfigura su escáner dañado. Solo un par de minutos después, localiza a quien ha jurado no revelar su identidad secreta. Un hombre esbelto de espalda ancha que se hace llamar Daredevil, yace combatiendo a Pietro Maximoff. Una batalla injusta, si se lo preguntan a él; teniendo en cuenta los sentidos subdesarrollados del joven neoyorkino. Una batalla que termina ganando tras derribar al alterado contra el piso y retenerle con la ayuda de su pie derecho. La pesada bota de su traje carmesí haciendo presión contra la columna vertebral de Quicksilver. Acción que le permite el tomar un breve descanso; al menos por unos segundos, cuando algo dentro de su radar ecográfico sufre una alteración.
— ¿Pero qué…?
Su murmullo no pasa desapercibido por el intercomunicador de Iron Man, quien batalla contra Falcon en el vano intento por rastrear a Rogers. Asimismo, impulsa su cuerpo hacia atrás; ganando un poco de tiempo extra. Tiempo destinado a ser utilizado para dar seguimiento a su conversación con el abogado. Tony está a punto de cuestionar su estupefacción cuando las circunstancias le responden por sí solas. Una silueta humanoide de tamaño descomunal se alza sobre la plataforma principal del aeropuerto, movilizándose perezosamente gracias a las leyes de la física. Es Ant Man, quien de alguna forma u otra, ha logrado revertir el funcionamiento de su traje. Corrompiendo su nombre de mil y un formas.
— ¡Carajo! — Chilla Spidey. — Díganme que no soy el único viendo esto.
— Lamentablemente. — Sisea Natasha.
— Yo soy ciego.
— Jodidas partículas Pym. — Gruñe Anthony, analizando los movimientos de Lang. — ¡Devuélveme a mi Rhodey!
El Capitán América, quien yace oculto tras un camión de descarga en compañía del Soldado del Invierno, sonríe con suavidad. La voz de Stark filtrándose a través de sus oídos gracias a los micrófonos trucados que Barton ha preparado para ellos con anterioridad. Sin embargo, su tranquilidad no dura demasiado. Bucky, quien ha estado a su lado todo este tiempo, hala de su uniforme. Desesperación describiéndolo a la perfección. Escrutinio crítico bailando en sus ojos mientras le recuerda el verdadero propósito de su huída. Detener los planes de Zemo a toda costa.
Steve despabila en consecuencia, asintiendo. Reacomoda su emblemático escudo tricolor sobre su antebrazo derecho y — juntos — emprenden paso hacia la zona donde Hawkeye ha ocultado su segunda opción de transporte, un jet pequeño pero apropiado que les permitirá llegar a su destino.
Al final, no es necesario recorrer gran parte del lugar, piensa Rogers; tras visualizarlo a lo lejos entre dos avionetas pequeñas bajo un helipuerto techado. Ambos están punto de cruzar la pista principal cuando una voz se filtra a través de su audífono.
— ¡Wanda, no! — Grita Tony, — ¡Peter!
¿Peter?, ¿Quién es Peter?
Ambas preguntas hacen eco en su cabeza por unos minutos. Estática respondiéndole dolorosamente al unísono. Cual oji—azul siente la repentina necesidad de volverse sobre sus pasos y averiguar por sí mismo qué ha sucedido con exactitud en el campo de batalla; pero una mano metálica hala de su brazo derecho con brusquedad, prohibiéndole siquiera razonar al respecto, y lo obliga a continuar su recorrido. Es James nuevamente, conduciéndolos hacia la aeronave. La cual abordan sin complicaciones y ponen en funcionamiento casi de inmediato; preparándose mentalmente para lo que les depara en Siberia.
Una vez en el aire, el Capitán América sobrevuela el aeropuerto un par de veces; asegurándose de que todo esté — relativamente — bajo control. Porque la mitad de los involucrados en aquella guerra podrán no estar de acuerdo con él y sus compañeros respecto a las decisiones que han tomado en el pasado, pero aún siguen siendo parte importante de su vida. Ellos son su equipo. Su familia. Asegurar su bienestar es naturalmente prioritario para él. Por ello, examina el cuadro completo con detenimiento y rapidez. Todo parece estar en orden hasta que visualiza la armadura de Iron Man petrificada sobre el suelo. Haciendo uso de las cámaras integradas en el jet, Steve obtiene una mejor vista de la plataforma principal. Especifica el sector que desea analizar y boquea ante lo que ve. No es Tony quien yace en el interior de la armadura, sino Spider Man. Es cuando las preguntas gobiernan la mente del súper soldado y lo obligan a buscar por sí mismo el paradero de Stark. Sin razonar las posibles consecuencias de sus actos.
— ¡Cap! — Exclama Sam. — ¿Estás viendo esto?
Rogers, repentinamente mareado, despabila.
— ¿Qué, Sam? ¿Qué está pasando allá?
— ¡Stark se deshizo de su armadura mientras planeaba! — Narra, asombrado. — ¡Protegió al niño araña a costa suya!
— ¿Wanda lo atacó? — Pregunta él, alejándose del aeropuerto. Quiere volver pero sabe que no hay tiempo.
— Estaba defendiendo a Pietro, Steve. — Responde, como si aquello fuese justificable. — El chiquillo quedó inconsciente gracias a Wanda y Stark lo envolvió con su armadura antes de que cayera al suelo. Él continuaba en el aire, muy lejos de su posición. Scott seguía transformado y golpeó el cuerpo de Tony por accidente antes de que colapsara contra una avioneta…
Steve contiene la respiración.
Tony.
— Y eso no es todo. — Murmura Sam repentinamente. — No sé cómo, pero Super Man está aquí.
Cual oji—azul frunce el ceño.
El Capitán América ya ha perdido de vista el aeropuerto pero Wilson lo mantiene informado al respecto con constancia, mandándole información gráfica a través de su intercomunicador. Un puñado de imágenes panorámicas que Falcon logra capturar desde la distancia con ayuda de la tecnología robada que yace bajo su control. Imágenes que le narran con resentimiento un enigma ajeno a su saber. Con quienes han apoyado a Iron Man desde el principio rodeando un par de siluetas tendidas sobre el suelo. Es Tony Stark — inconsciente — seguro y protegido entre los brazos de Super Man. Steve siente con claridad como la bilis de su hígado burbujea en la boca de su estómago sin explicación alguna, cuando Sam agrega.
— ¿Lo habrá contactado Stark?, — Susurra. — ¿O tú qué crees, Cap?…, ¿Cap?, ¿Steve, me oyes? ¡Cap!
Fin de la Primera Parte.
Este fan—fic nació después de ver Capitán América: Civil War, y escuchar Waiting for Super Man de Daughtry. Una canción altamente recomendable, al igual que la película de Man of Steal. Y aunque el capítulo completo esté abiertamente dedicado a Clark Kent y aunque el título de la historia lleve su nombre, Super Man no es el personaje principal. Sino Tony. También quiero agregar que muchos de los pequeños detalles son primordiales — tal es el caso del cuadro que veía Tony en la galería — para el desarrollo del fanfic. El cual espero disfruten.
