Y LA NIEVE CAÍA LENTAMENTE
Nunca me han gustado ese tipo de países, más bien siempre los he odidado. No se parecen en nada al mío, con hermosas vistas, grandes acantilados verdes, con un hermoso mar color verde aquamarina. Y que cuando se posa el sol en verano, cuando una suave brisa zarandea débilmente y de manera pausada las flores del campo, mientras tú te encuentras sentado en medio de éste observando los colores anaranjados que coge el cielo. Eso nunca podría encontrarlo en un país como ése... Pero no podía hacer el feo de no ir, aunque se encuentre en la zona más alejada de la mano de Dios.
Así que tube que ir, sin ninguna gana, a ver el país más grande del mundo, pero frío y solitario. Sí, se trataba de Rusia, y no es que odie ese país... Más bien me puede llegar a dar miedo; ¿Qué porqué? Simplemente por que aunque sea un país con una capital hermosa, con un patritismo fuerte y una de las cabezas mundiales referente a la historia... Es demasiado grande, blanco, frío, solitario... Es un prado de soledad.
Me enviaron la invitación hace unas semanas, pero como no puedo volar ni tengo super velocidad, me tube que poner en marcha automáticamente. Ahora viajo en un tren que me acercará a la capital de Rusia, Moscú. No entiendo porqué me han invitado... Si más bien nunca nos hemos llevado bien. Somos contradictorios. Pero, aunque no me guste el lugar, tengo ganas de conocerlo. Extraño.
Miré por la ventanilla, todo empezaba a estar blanco. Era invierno. Y no me gusta el invierno, con sus días oscuros y taponados de nubes, lluviosos, sin un rayo de luz, ninguno, cero. Suspiré, y el cristal se empañó con mi respiración. Froté el cristal con la manga de mi camisa, y empezé a ver a lo lejos Moscú. Era impresionante. La gente empezó a andar hacia la parte de arriba del tren, a recojer sus maletas. Yo como no tenía mucha cosa que llevar, las metí todas en una misma maleta. Noté como el tren iba bajando de velocidad. Miré, bueno, más bien intenté mirar, si mi vista alcanzaba a ver la parada del tren. Difícilmente la atisbé, pero parecía estar en medio de la densa y fría nieve. Me cabreé. ¡Yo había pagado un tiquet para que me dejaran en la capital, no en un paraje frío lejos de ella! Cruzé los brazos e hinché los mofletes. No era justo, yo no sabía hacia donde ir.
Me levanté, me puse mi abrigo (que me compré cuando me bajé en la parada de Berlín), cogí mi maleta y me acerqué a la salida. Todo el mundo parecía más ruso de lo que yo pensaba o de lo que yo parecía un extraño perdido. Una mujer rubia con el pelo casi blanco me miró de arriba a bajo y habló con su pareja, que también me miró y le susurró en el oido algo que yo no entendí.
Se abrieron las puertas, y uno tras otro empezaron a bajar todos los pasajeros del tren. Yo bajé el último. Y me llevé la gran impresión de mi vida. Me estaban esperando, cosa rara. Me acerqué al carruaje con prudencia. Había dos rusos hablando en la parte delantera del carruaje, mientras yo respiraba agitadamente sacando humo de mi boca en cada respiración. Se percataron de que me acercaba, y simplemente me miraron. Parecían conocerme. Uno se me acercó y me quitó mi maleta, sin ni siquiera mirarme a la cara o dirigirme la palabra. ''Sí que son fríos y groseros'' Pensé para mis adentros. El segundo me esperaba con la puerta del carruaje abierta, y con un brazo señalandome que entrara. Me acerqué y le miré, y débilmente le susurré un ''Hola'', aunque él solo me contestó con una reverencia con la cabeza. Entré dentro y me senté. Era más cómodo y calentito que el tren, así que si el viaje era largo no me iba a importar.
Miré por el cristal y observé el cielo. Empezaba a oscurecer, y en él aparecía una hermosa e impresionante aurora boreal. Era lo más hermoso que había visto en mi vida... Era tán frágil, pero majestuosa e impotente... Me encantó.
Noté como alguien me tocaba un hombro y abrí los ojos. ¿Me había quedado dormido...? Miré hacia donde me tocaban y ví a uno de esos hombres. Era el que me había cogido la maleta. Cuando se dió cuenta de que le había visto salió fuera y esperaron a que saliera. Salí de manera torpe del carruaje y casi me caí. Pero ellos no hicieron el mínimo caso a mi paso torpe, ni siquiera intentaron sujetarme. ''Bordes'' pensé. Me abroché bien fuerte el abrigo, y me giré para ver lo que tenía a mis espaldas. No me caí de la impresión por que mantube el equilibrio, pero si silbé con admiración. Era la mansión más grande que jamás he visto, iluminada por dentro con una luz que proporcionaba calor de un color oro.
Miré a los dos hombres que me acompañaban. Pasaron por delante de mí y empezaron a andar hacia la entrada. Observé el cielo. Acababa de amanecer, y la aurora boreal aún estaba presente. Giré la cabeza y empezé a andar tras esos dos, con las manos en los bolsillos, respirando dentro de mi abrigo. Ellos se acercaron más rápido que yo a la puerta, tocaron y un mayordomo abrió. Todos tenían el mismo aspecto frío y serio... Cosa que nunca me representó Iván, siempre con una sonrisa que me daba miedo. Más miedo de lo que me daban esos tres.
El mayordomo me hizo una reverencia y me dijo en un perfecto español que él me acompañaría hacia mis aposentos. Me pidió que le diera el abrigo, que me quité enseguida que entré. Allí dentro se estaba bien, no hacía nada de frío. Empezaba a gustarme ese lugar.
-Y... em... mayordomo.
-¿Sí, señor?
-¿Dónde está el señor Iván?
-Ahora mismo está reunido; Cuando acabe la reunión vendrá a darle la bienvenida, señor.
-Ah... - giré los ojos y observé la pared. Me incomodaba esta situación.
Me acercó a mi habitación, que era más grande que la que yo tenía en España, más bien el doble o el triple. Y daba aspecto de habitación, no como la mía, tan desordenada y dejada de lado. Miré al mayordomo y le dije que por favor dejara la maleta encima de la cama y que podía irse. Y así lo hizo. Cuando salió de la habitación, yo pillé carrerilla desde donde me encontrada y me lanzé encima de la cama. Era blandita y calentita, me encantaba. Me levanté y me acerqué al gran ventanal que tenía frente mía. Corrí las cortinas y ví la hermosa vista que tenía de Moscú desde mi habitación. Habría sido casualidad... ¿O Iván así lo había querido? Él sabía perfectamente que Rusia no era mi país favorito; Tal vez lo había hecho para que me sientiera a gusto.
Sentí como alguien se acercaba y cerré las cortinas en un movimiento rápido. Observé la puerta, escuchaba como se acercaban unos pasos. ¿Sería Iván?
