"HETALIA AXIS POWERS" PERTENECE A HIDEKAZ HIMARUYA


- Sabía que te encontraría aquí.

En ocasiones normales, América habría pegado un bote al oír aquella voz salida de la nada (¿por qué? ¡Si sólo era Canadá!). Pero, claro, aquella no era una ocasión normal.

- Hace rato que ha terminado el homenaje-señaló Canadá, acercándose a él.

América afirmó con la cabeza.

- Diez años...-murmuró-. Joder, si parece que fue ayer...

- Creí que después de haber matado a Bin Laden estarías más animado-comentó Canadá.

Recordó la euforia desatada cuando su superior anunció la muerte del terrorista más buscado del siglo. Gente gritando de alegría, banderas que ondeaban por las calles...La noticia aparecía en letras gigantescas en todos los periódicos del mundo. Canadá pensaba personalmente que no había por qué alegrarse de la muerte de una persona, pero...

- ¿Y qué?-musitó América-. Toda esa gente no va a volver.

Canadá notó cómo tragaba saliva mientras perdía la mirada en el estanque. Le parecía increíble que América, la nación más despreocupada que había conocido en su vida, estuviera al borde de las lágrimas.

"Fue tan inesperado...Europa entera se quedó de piedra...Yo no podía despegarme del televisor", pensó. Luego aquellas imágenes, las conversaciones grabadas en los aviones, las declaraciones de los afectados...Sólo pensarlo le hacía sentir escalofríos.

- Puedes irte si quieres, ¿eh?-dijo América sin mirarle-. Kumatata te estará esperando.

- ¿Seguro que no quieres que me quede contigo?-preguntó Canadá, deduciendo que hablaba de su oso Kumajiro.

América negó con la cabeza. Canadá decidió no insistir más. Sabía cuánto dolían aquellas heridas causadas por el odio. España, Rusia, Inglaterra, y otros tantos más los habían sufrido en sus propias carnes. Él mismo había sufrido ataques de ese tipo, pero, por suerte, podía vivir tranquilo.

En cambio, su hermano...

- Nos vemos mañana-se despidió Canadá.

América no contestó. Canadá soltó un pequeño suspiro y finalmente, se alejó de allí.

Una vez solo, América alzó la vista al cielo.

No ver las dos torres, llenas de vida, como siempre las había recordado, le bastó para abandonar su máscara de héroe imbatible y llevarse la mano al pecho de puro dolor.