No exagero cuando digo que hace siglos no me paseaba por acá. A pesar de que no tenía planeado regresar, finalmente me topé con personajes que me hicieron regresar a los malos hábitos.
Como siempre, yo no soy dueña de los personajes, como siempre, eso sigue siendo muy triste.
Y, como siempre también, me encanta leer sus comentarios y saber si quieren leer más de este fic, o consideran que ya estoy muy apolillada para seguir escribiendo.
Un Minuto más
No sentía las fuerzas necesarias para abrir los ojos, pero fue capaz de escuchar con claridad lo que las voces a su alrededor decían. Se sentía extraño, como si estuviera flotando en agua tibia, relajado y sin dolor.
Quizás estaba muerto ya; al pensar en eso sintió una extraña paz, algo muy parecido a la felicidad, aunque no estaba seguro de haber sido realmente feliz alguna vez en su vida, por lo que no podía asegurar que ése fuera el sentimiento.
—Perdió mucha sangre, está muy débil –afirmó una voz de hombre que le resultaba vagamente conocida—; pero se repondrá. Aunque probablemente no recobre el sentido hasta mañana.
Quien sea que fuera el hombre salió arrastrando lentamente los pies. Escuchó la puerta crujir al abrirse y volver a cerrase. Luego otros pasos, esta vez firmes y constantes, acercándose a él.
Hizo un último esfuerzo por abrir los ojos, pero sus párpados parecían cubiertos con plomo. Alguien tomó su mano y la apretó suavemente, la alzó ligeramente y sintió el roce tibio de otra piel, la respiración pausada de un rostro haciendo contacto con sus dedos. Un beso.
—Idiota —Jaime reconocería esa voz incluso si sólo se tratara de un murmullo en medio de una multitud.
Cuando sintió sus labios sobre los suyos creyó estar soñando. La moza jamás sería tan atrevida. Luego, para su sorpresa, sintió una lágrima caer sobre su frente.
No, la moza nunca lloraba.
—Grandísimo idiota —volvió a susurrarle al oído, casi tratando de convencerlo de que no estaba soñando.
Entonces sintió el peso de su cabeza recargándose sobre su pecho y, sin dejar su mano, la escuchó soltar un suspiro de alivio, largo y profundo. Al cabo de unos momentos el latir de su corazón empezó a sincronizarse con la respiración de ella, componiendo una dulce canción de cuna que empezó a arrullarlo.
Se dejó envolver por el cosquilleo que los cabellos de la moza le provocaban en la quijada; aun sin poder apretarlos, sentía la calidez de sus dedos entrelazados con los de ella. La piel de sus manos resultaba áspera al tacto, pero cálida y gentil; capaz de transmitirle la paz y confianza que pocas veces en su vida había experimentado.
Dejó de esforzarse por despertar. Dormido se sentía tranquilo, y en medio de ese sueño, estuvo seguro, era feliz.
Hasta que estuvo plenamente consciente no tuvo idea de los días que pasó en ese limbo. Sin embargo, cada vez que su cuerpo le permitía un momento de lucidez, la moza estaba a su lado obligándolo a beber, a comer, afeitándolo o simplemente tomándole la mano.
Le llevó varios días recuperar sus fuerzas y, conforme lo hacía, Brienne fue alejándose. Poco a poco, la mujer tierna y solícita se marchó, dejando únicamente a la tozuda y tosca moza de siempre. Cierto, ésa era la moza de la que se había enamorado, pero muchas veces al día se encontraba deseando tener también a la Brienne dulce y cariñosa que sólo se manifestaba cuando lo creía dormido.
—Te ves mejor —le soltó la primera vez que él se sintió lo suficientemente fuerte para presentarse a cumplir con sus deberes.
—Me siento mejor —aseguró tratando de lucir más fuerte de lo que se sentía—. Supongo que debo sentirme afortunado —añadió con una expresión repentinamente seria—; perdimos a mucha de nuestra gente.
Brienne asintió, pero tras un momento de reflexión declaró con mala cara:
—Lamento las bajas, pero no era "mi gente". Yo no pertenezco a este lugar —declaró secamente.
Algunas veces Jaime todavía sentía deseos de zarandearla cuando decía alguna necedad como esa. Llevaba meses peleando al lado de los Lannister; si bien su carácter reservado y hosco no le había granjeado muchos amigos, su astucia y habilidad en las batallas sí le tenía asegurado el respeto de todos. Estaban del mismo lado por mucho que ella se empeñara en afirmar lo contrario.
Para colmar la irritación de Jaime, Hyle Hunt se acercaba a ellos con la expresión de un perro de caza que acaba de dar con el rastro de su presa. Se aseguró de que su mirada de desagrado fuera lo suficientemente pronunciada para que el hombre, a pesar de la distancia, fuera capaz de notarla.
—Brienne, luchamos del mismo lado, defendemos al mismo rey. Ésta es tu gente —le espetó, sin poder evitar darle unos golpecitos en el pecho para subrayar su punto.
Ella retrocedió un par de pasos, repentinamente temerosa del contacto físico.
—No peleo con ustedes porque esté de su lado, lo hago porque luchan contra Stannis —dijo tajante.
Estúpidamente, Jaime se encontró incapaz de reprimir sus celos. Después de tanto tiempo, ella aún tenía como objetivo vengar a Renly, al hombre que había amado o que quizás amaba todavía. Estuvo a punto de darse la vuelta y dejar a Hunt regodeándose con el golpe que acababa de recibir, pero justo entonces ella continuó:
—No defiendo a Tommen por ser mi rey, lo protegeré con mi vida por… su relación contigo.
No dijo que lo protegía por ser su hijo, pero ambos entendieron perfectamente el significado. Él se sintió desarmado, los celos e ira desaparecieron. Sólo pudo concentrarse en sus labios y en las ganas que sentía de volver a probarlos.
—Tienes la cabeza más dura que el maldito Muro, moza —suspiró derrotado—. Vamos, me debes una cerveza —añadió con un tono más ligero.
Brienne odiaba beber, pero, meses atrás, después de sobrevivir su primera batalla juntos, la había convencido de celebrar el hecho con una cerveza y aquello se había convertido en una tradición. Los hombres de armas podían ser terriblemente supersticiosos con sus tradiciones y Jaime no quería tentar al destino.
Colocó su brazo alrededor de los hombros de la moza, y con su sonrisa más encantadora la convenció de caminar a su lado.
—Mi señora —la rasposa voz de Hunt los detuvo apenas un par de pasos después; Jaime sintió deseos de patearlo—, me temo que su presencia es requerida en los establos, su caballo no ha sanado como se esperaba…
Brienne se encogió de hombros tratando de disimular su pesar. Llevaba varias lunas con ese caballo y estaba encariñada con el animal.
—Te alcanzo en un rato —murmuró antes de dirigirse a los establos a toda velocidad.
Jaime estaba a punto de seguirla cuando Hunt lo tomó del brazo, obligándolo a permanecer en su sitio.
—Sabes que está enamorada de ti, ¿cierto? —le preguntó el hombre con una insolencia que Jaime encontró insufrible. El tipo era tan molesto como una sanguijuela y, como ellas, una vez adherido a la piel resultaba prácticamente imposible sacudírselo.
Brienne no era ya más que una mancha distante en el camino, estaba lo suficientemente lejos para escucharlos.
Sí, Jaime lo sabía. Y sabía también que él estaba enamorado de ella, pero que en sus actuales circunstancias una confesión sería tan útil como los pezones en una armadura. Para qué torturarse con la certeza de unos sentimientos que enfrentaban tantos obstáculos como espadas había en el maldito trono de hierro. Ella era demasiado honorable para aceptar una relación que no fuera totalmente lícita, y él la amaba demasiado para tratar de convencerla de lo contrario.
—Claro, que lo sé. Después de todo soy mil veces más atractivo que Renly, no puedo culparla por rendirse a mis encantos, ¿tú sí? —contestó con su sonrisa más arrogante.
No iba a darle a ese cretino la satisfacción de aceptar sus sentimientos, de transparentar sus inseguridades ni exponer sus debilidades; y hacía ya mucho tiempo que Brienne era su principal debilidad.
—Sí, yo sí —replicó con un gesto de asco—. No creo que exista en los siete reinos un hombre más soberbio que tú. No entiendo que es lo que ve en ti –escupió muy cerca de la bota de Jaime.
—Algo que nadie encontraría en ti, desde luego. En algo tienes razón: no hay hombres como yo, sólo yo —añadió antes de darse la vuelta y dejar a Hunt mascullando su indignación en soledad.
Cuando Jaime regresó a la Fortaleza el otro grupo de ataque ya se encontraba presente. A primera vista parecían estar todos. Brienne seguramente estaría con Pod y el insufrible Hunt, encargándose de que los caballos fueran atendidos antes de descansar. Moza estúpida y responsable hasta llegar al martirio.
—Mi señor, todo fue según lo planeado —le dijo Kregstan, el segundo al mando del grupo que dirigió Brienne—. Apenas tuvimos bajas, sólo algunos heridos y logramos derribar el puente.
—Perfecto —sonrió dándole una palmada en el hombro—. Ahora, busca a la moza y dile que me debe una cerveza.
Kregstand no se movió. Él y su escudero intercambiaron una mirada de inquietud y cuando Jaime miró al resto de los hombres no encontró ningún buen presagio en sus rostros sombríos ni en el denso silencio que cayó sobre ellos.
—¿Dónde está Lady Brienne? —preguntó, haciendo un esfuerzo por esconder el pánico en su voz.
—Mi señor… ella… fuimos atacados por un grupo de rebeldes. Una flecha alcanzó el caballo de mi señora, ella cayó y… cuando estaba en el suelo otro de los animales le golpeó la cabeza…
—¿Dónde está? —volvió a preguntar; de pronto sintió las piernas extrañamente débiles.
—Su escudero y ser Hyle la llevaron con el maestre en cuanto llegamos, pero…
Jaime salió corriendo sin prestar atención a lo que fuera que estaban por decirle. No podía ser tan malo. La estúpida moza tenía la cabeza tan dura que su cráneo parecía estar hecho de acero valyrio.
Se recuperaría y en un par de horas estarían bebiendo esa cerveza.
Cuando llegó al sitio donde estaba Brienne, el maestre ya se ocupaba de atenderle la herida. Después de limpiarla colocó alrededor de su cabeza un paño que casi de inmediato se tiñó de rojo. La moza lucía pálida y cansada, pero sin ninguna otra herida de importancia. Por experiencia Jaime sabía que las heridas en la cabeza resultaban escandalosas por la cantidad de sangre pero generalmente no representaban mayor complicación.
Se sentó al lado de ella y hasta que tomó su mano y la sintió cálida y viva no notó que había estado conteniendo la respiración. Esperó en silencio mientras el maestre terminaba de vendar la herida en su cabeza.
—Se pondrá bien. No tardará en despertar —aseguró mientras la cadena en su cuello tintinaba al ritmo de sus pasos.
Pod y Hunt, que aguardaban en el extremo contrario de la habitación, intercambiaron una mirada de alivio.
Sin soltar la mano de Brienne, Jaime dio un par de ordenes a sus hombres. Fingió no notar la forma en que miraban, sin gran disimulo, su mano entrelazada con la de ella.
¡Que se fuera al diablo quien sea que tuviera problemas con ello! La moza siempre había estado a su lado cuando la necesitaba y él no iba a dejarla sola en esos momentos. Estaría a su lado cuando despertara. Mientras esperaba tuvo tiempo de pensar en la mejor forma de hacer una broma a su costa. Quizás hacerle notar que los enemigos que habían estado más cerca de derrotarla habían sido un oso y un caballo, le sirviera para empezar.
—Moza necia —dijo, acariciándole la frente.
Le pidió a Pod que les llevara cerveza, en cuanto Brienne abriera los ojos la beberían. Quizás era una superstición tonta, pero más valía no tentar a la suerte.
Al final sólo Hyle Hunt y ellos dos quedaban en la habitación. El hombre en su impertinencia no quitaba la vista de su mano aferrada a la de Brienne. Retándolo, Jaime la apretó con más fuerza y ostentación. Al final el hombre salió, no sin antes obsequiarlo una sonrisita burlona que, en otras circunstancias, Jaime se habría apresurado a borrarle del rostro con un puñetazo.
Pod regresó después de un rato con una jarra de cerveza fresca y dos vasos que colocó cerca de la cabecera de la enferma. Después de sonreírle cortésmente, el muchacho se retiró y Jaime se acomodó, esperando pacientemente a que la moza despertara.
La espuma en la jarra de cerveza fue disminuyendo lentamente; fuera de la ventana el azul grisáceo del cielo de la tarde fue cediendo lugar a un color índigo, luego al negro profundo que se desgastó velozmente hasta dar lugar al rosado que presagiaba la llegada del nuevo día. Luego el nuevo día murió, lo reemplazó otra noche y lo único constante en la habitación fue la mano de Jaime sosteniendo la de Brienne, los ojos de ésta neciamente cerrados y la jarra de cerveza tibia y sin espuma.
—Algunas veces sucede —le dijo el maestre con tono condescendiente varios días después—; algunas veces no despiertan —Jaime levantó el rostro y al enfrentar su mirada a la del hombre le pareció encontrar miedo en sus ojos—. Algunas veces despiertan después de más días, pero hay daños…
Jaime volvió a concentrar su atención en Brienne. Metódicamente introducía en su boca pequeñas cantidades de agua mezclada con miel tratando de hacerla tragar lo más posible.
—Quizás es hora de dejarla ir —le sugirió el hombre retrocediendo un par de pasos cuando él lo fulminó con la mirada.
Jaime ya no tuvo dudas, le tenía miedo.
—De cualquier forma, ella no podrá sobrevivir así por más tiempo —añadió entre dientes antes de desaparecer detrás de la puerta.
Pod entró penas unos minutos después. El chico seguía apareciéndose regularmente en la habitación de Brienne, y era él quien los sustituía cuando Jaime se veía obligado a atender sus otras responsabilidades.
De pronto, mientras veía al chico con su expresión de cachorro perdido se le ocurrió una idea.
—Trae más cerveza, muchacho —le ordenó.
Pod no pidió más explicaciones y de inmediato se dio la vuelta para obedecer. Si la petición le resultó extraña su gesto no lo delató. Al cabo de unos minutos regresó con una jarra de cerveza idéntica a la que le había llevado días atrás. La colocó a un lado de la mesa y se colocó en una esquina, dispuesto a recibir y acatar la siguiente orden.
Jaime sirvió un vaso bebió la mitad y luego con el brazo derecho levantó la cabeza de Brienne para dejar que su mano izquierda torpemente colocara el vaso en sus labios para obligarla a beber. Más de la mitad del contenido se derramó por su cuello, pero logró hacerla beber lo necesario.
O eso pensó.
Esperó unos segundos. Esperó unos minutos. Nada pasó. Ella seguía tan muerta en vida como lo había estado en los últimos días.
De pronto su estupidez le resultó hilarante. Se sintió como un pueblerino ignorante. ¿Verdaderamente creyó que cumplir con una ridícula superstición la traería de regreso?
Soltó una carcajada larga y escandalosa que sobresaltó a Pod. Con más fuerza de la necesaria apretó por última vez la mano de Brienne antes de levantarse y dirigirse nuevamente a Pod.
—Quédate con ella —le ordenó sin necesidad. Se lo había pedido ya tantas veces que el chico seguramente lo tenía más presente que su mismo nombre.
Con un disimulado suspiro dejó el cuarto y se alejó con velocidad. Entre más prisa se diera más pronto terminaría todo y eso era lo mejor, incluso si el final no era el que hubiera deseado.
Cersei y Tommen estaban ya mar adentro rumbo a las ciudades libres. No había sido fácil convencerla de marcharse y hasta que el barco se alejó ella había estado segura de que él se marcharía con ellos. Toda la Guardia Real a excepción de él y ser Balon , iban escoltándolos. Su deber como Lord Comandante era proteger al Rey, incluso si lo era ya solamente de nombre. Con Tommen fuera de peligro su siguiente obligación era asegurarse de que el resto de sus hombres y las pocas personas que aún quedaban en la Fortaleza salieran antes de que el ejército Targaryen llegara a apoderarse del castillo.
Cuando terminó de organizar todo regresó a la habitación de la moza y encontró a Pod en el mismo sitio en el que lo había dejado, con la desagradable adición de Hyle Hunt a unos pasos de la cama.
—Hora de despedirse, chico —le dijo con la mirada clavada en los ojos cerrados de Brienne.
El muchacho trató de decir algo, abrió y cerró la boca un par de veces, pero de ella solamente salieron sonidos más parecidos a los gruñidos de un cachorro que a palabras reales.
—Es una orden —se apresuró a aclararle Jaime en un tono que no admitía mayores discusiones —Dile adiós y vete; es lo que ella hubiera deseado. Lo sabes tan bien como yo —añadió suavizando la voz mientras ocupaba la silla a un lado de la cama.
El chico tragó saliva y despacio se acercó a Brienne. Permaneció unos segundos a su lado, otra vez sin acertar a decir una palabra. Al final simplemente le dio un ligero apretón en el hombro y salió casi corriendo.
Jaime suspiró con cansancio. Recorrió la habitación con la mirada sin prestarle a la figura de Hunt mayor atención que la que le había dedicado a la ventana o a la jarra con agua. Sintió la impertinente mirada del hombre clavada en la nuca pero decidió ignorarlo.
Pronto empezaron a escucharse cascos de caballos y la voz ronca e imperante de ser Balon gritando órdenes para emprender la marcha cuanto antes.
—Debemos irnos —le dijo a Jaime sombríamente.
—Desearía habérselo dicho. Aunque no hubiéramos podido estar juntos —susurró él, sin saber exactamente a quién le hablaba— tal vez a ella le habría gustado saberlo. Saber que yo también la amaba —tomó la mano de Brienne y la apretó ligeramente; estaba fría, pero suave y extrañamente flexible—. Daría todo lo que alguna vez tuve con tal de tener sólo un minuto más con ella para poder decírselo.
—Debemos irnos —repitió Hunt después de un rato, y su voz sonó casi amistosa
—Asegúrate de que el chico llegue a salvo.
Jaime lo miró por el rabillo del ojo y estuvo a punto de sonreír cuando entendió que el hombre acababa de entenderlo: él no iría ningún lado.
—¡Es una estupidez! —bufó alzando las manos al cielo como si esperara que los mismos dioses estuvieran de acuerdo con él —. Esto no es lo que ella hubiera deseado.
—No, no lo es —aceptó Jaime, una sonrisa traviesa y nostálgica se dibujó lentamente en su rostro —. Pero es lo mismo que la estúpida necia habría hecho.
Hunt sacudió la cabeza, derrotado. Se rascó la nuca con fuerza y por la ventana observó a caballos y jinetes que huían con celeridad. Dudó por un momento, hasta que con un suspiró se acercó a la puerta.
—Que los Otros te entiendan, Lannister —se despidió, dándole ya la espalda.
—Que ellos te acompañen, Hunt —contestó Jaime, sin mala intención—. Parece que nos quedamos solos otra vez, moza —le dijo a Brienne cuando los pasos de Hunt ya se escuchaban lejos por el pasillo.
Apretó un poco más su mano, y con el muñón le acarició la cicatriz en la mejilla.
—Si es este mi castigo por lo que le hice a ese chico, ¿no debería ser yo quien estuviera tendido en esa cama, Brienne?
Ella no contestó.
Para sorpresa de Jaime le tomó todavía un par de días al ejército de la nueva reina llegar a las puertas de la Fortaleza Roja. Sólo unos cuantos sirvientes habían insistido en quedarse, no por lealtad a él si no por haber pasado toda su vida ahí, creyendo que haber servido a Aerys los salvaría de cualquier venganza. El maestre, permaneció en su puesto también, después de asegurar que él servía a la Fortaleza Roja, independientemente de quién estuviera al mando.
No hubo puertas que derrumbar, murallas que incendiar ni asedios. El castillo recibió los estandartes rojinegros con las puertas abiertas.
Jaime no sintió temor ni remordimiento alguno cuando finalmente escuchó pasos acercándose a ellos. Miró a Brienne por la que bien podía ser la última vez y el débil movimiento de sus diminutos pechos elevándose y hundiéndose rítmicamente bajo las mantas le dio valor. Los hombres debían estar ya a unos pasos de distancia cuando los suaves y carnosos labios de la moza le recordaron la última cosa que tenía pendiente.
Apenas tuvo tiempo de rozarle los labios con un beso infantil y susurrarle un último te amo antes de que la puerta se abriera de golpe y media docena de guardias perfectamente uniformados entraron con las armas en la mano.
Jaime se puso de pie y les hizo frente, no con la espada, pero si con la mirada más altanera que pudo convocar. En un último intento desesperado por salvar el cuerpo inanimado de Brienne, gritó que la muchacha era su rehén, que estaba herida y necesitaba cuidados.
Se dejó atar e insultar y tuvo tiempo de dirigirle una mirada final a Brienne mientras lo arrastraban rumbo a las celdas. Sonrió amargamente cuando los últimos rayos del sol de la tarde le iluminaron el pecoso rostro creando la ilusión de que ella, muy lentamente, abría los ojos.
