El Dilema del Corazón
Para Arya.
Porque sabes que en mi corazón
no existen secretos para ti
que no hayan sido ya revelados.
De verdad deseo que en este
encuentres algo que puedas disfrutar.
Mi inspiración, mi musa, mi amor.
Shauntal I: El fragmento de una novela
Me di la vuelta, y entonces lo vi.
Me tome mi tiempo. Lo hice lenta pero grácilmente, en un solo movimiento, como extendiendo el dramatismo, como dándole un aire inolvidable a nuestro primer encuentro.
Y ahí estaba.
Quieto, delgado y en silencio. No pronunció palabras ni se presentó. Sus labios estaban sellados, como si fueran de cera y en su porte, nada especial. Un muchacho más, un entrenador más.
Pero no había humildad en esa pose, no había sencillez. El aire a su alrededor se embraveció chispeando ardiente y la atmosfera a nuestro alrededor se calentó decorando las paredes de mis aposentos del rojo más vivo. Como todos antes que él, no había venido solo. A su espalda, las extendidas alas de una sombra blanca lo hacían parecer un ángel despiadado. Pero esas alas no eran suyas y él no era un ángel. Era un rey y traía por escolta un incendio de fuego de dragón.
No había oro coronando su cabeza, pero cuando levantó la mirada, pude contemplar por vez primera, bajo la visera de su gorra, esos ojos que desde entonces, creo yo, jamás podré olvidar.
Esos ojos fulguraban cual oscura llama y en ellos pude ver claramente, que este hombre lo despreció todo, incluso a sí mismo, con tal de traer sobre este mundo su propia manera particular de justicia…
Shauntal se detuvo, llenando sus pulmones con el apacible aire de la noche. El bolígrafo en su mano se levantó de sobre el papel después de escribir las ultimas palabras y se quedó ahí, bajo la luz de luna que se colaba sin obstáculos por el ventanal alto de su habitación, bañando su escritorio y la hoja de papel llena de letras.
La pluma vaciló. Comenzó a danzar, llena de duda, entre los hábiles dedos de la chica que la manipuló distraídamente, no sabiendo como continuar la narración que esperaba incompleta sobre la hoja de papel.
"Y entonces… ¿Qué sucede después?..." se preguntó a si misma entornando la mirada sobre su mano donde ahora el bolígrafo descansaba sobre sus dedos reposando de manera horizontal, como si se hubiera dado por vencida.
Suspiró.
Apretó la pluma en su mano y quitándose los anteojos de sobre el rostro dejó caer los brazos sobre la mesa y escondió la cara tras ellos, como si tratara de consolar a su incompleto relato, pidiéndole una disculpa por no poder terminarlo.
Se quedó así durante un rato, mirando con la vista borrosa el papel muy de cerca. Su caligrafía pequeña e inclinada, apretujada entre los renglones le devolvió la mirada. Entonces, sintió frio en su mano derecha y se acordó de su público.
Levanto la vista nuevamente y colocándose los lentes sobre el rostro, pudo tener un nítido vistazo al claro cielo de Unova y al pálido rostro de la luna enclavado en el marco de su ventana.
―Lo siento ―dijo levantándose de su asiento ―parece que tampoco será esta noche. Lamento si te hice venir para contemplar otro fiasco.
Y cerró la ventana, dándose la vuelta compungida como quien despide triste a una buena amiga. Era mejor así, la luna llena seguro trataría de consolarla y no era consuelo lo que necesitaba. Lo que le estaba haciendo falta era continuar su historia y esa noche la suave y fresca luz de la luna no estaba poniéndola de humor para escribir.
Necesitaba sentarse un momento en su rincón, envolverse en mantas, beber té negro y contemplar en silencio el crepitar del fuego.
Tomó de sobre la mesa su guante y se lo colocó nuevamente en la mano derecha. Siempre se lo quitaba para escribir. Era parte de su estilo. Escribir a mano, con pluma negra sobre papel. La gente ya no escribía sobre papel, pero el negro brillante de la tinta, reluciendo antes de secar, el sonido de la punta rasgando las fibras de la superficie y la textura del papel bajo su mano tenían un encanto que la mejor computadora no podía superar.
La madera de las escaleras crujió bajo sus pies. Descendió sin poner mucha atención, como abstraída. Parte de su mente estaba pensando en el futuro, en el mullido sofá, la calidez de la manta y el sabor del té.
Pero otra parte, una inquieta y maliciosa, se había quedado arriba, dentro del cajón junto a las páginas de su novela sin terminar.
El fuego ya crepitaba en la chimenea cuando ella llegó al rincón más bajo del recinto. No se había encendido solo, desde luego. Su autor revoloteaba flotando sobre la mesita de centro tarareando una animada melodía que sonaba extrañamente fúnebre en el repicar de metales y cristal de su cuerpo fantasmal.
―¿Qué es lo que te propones, Chandelure, grandísimo villano? ―zapateo Shauntal sobre la duela para anunciar su presencia.
Su compañero pokémon, giro sobre su eje con melódico sonido y levitó hasta ella para recibirla alegre. Para ojos no entrenados, era idéntico a un viejo candelabro barroco, uno cuyas flamas purpureas generaban a su alrededor un aire tétrico y aterrador. Para rematar, sus ojos de amarillo pálido sobre la lámpara central de su cuerpo y sus erráticos movimientos, flotando sin que nada ni nadie lo sostuviera, lo volvían una visión en extremo inquietante.
Para Shauntal, aquellos eran los ojos de un amigo, uno que la había acompañado en noches de insomnio culminadas en dorados amaneceres.
Por lo regular, a la gente no le gustan los pokémon fantasma. Será su apariencia lúgubre, su mala reputación de estar asociados con la muerte y los malos augurios o que de hecho, tienen la costumbre de alimentarse de la energía vital de los vivos y suelen rondar lugares como hospitales y cementerios, pues se piensa que ahí pueden ponerse en contacto con el otro lado.
En cambio, a ella no le importaba. Al contrario, rodeada de ellos es como se sentía más cómoda, talvez porque ella misma siempre se había sentido como que no pertenecía a este mundo.
Shauntal ocupó su lugar en el sillón de respaldo alto, envolviéndose en una manta y subiendo los pies, habiéndolos despojado de su calzado, para que pudieran quedar bajo el abrigo de la frazada.
―Ya tenías todo dispuesto ―dijo entonces mirando que, sobre la mesa, una pequeña tetera y una fina tacita esperaban sobre una bandeja. Chandelure estaba entonces tomando de sobre el fuego un recipiente con agua hirviendo con uno de sus brazos metálicos. ―supusiste que esta noche también fracasaría y te preparaste para ello.
El candelabro animado se detuvo entonces mirándola, sacudió su lámpara central de un lado a otro en un gesto negativo, con los ojos llenos de pesar.
―No te apures, no está mal realmente ―le animó la chica sonriendo, envuelta ya en cobijas de las que apenas sobre salía su cabeza y cabello morado. ―No es culpa tuya. Es esa novela que simplemente se resiste a que la termine…
Sus ojos se desviaron tras los cristales de sus anteojos hacia la chimenea. Las anaranjadas llamas danzaban burlonas en el fogón, montando para ella un espectáculo de recuerdos y quimeras que se mezclaban transmutándose de manera grotesca e incomprensible. Shauntal buscó entre aquel fuego la silueta regia de aquel entrenador y buscó las plumas blanquísimas de su dragón.
En su mente, aquel pokémon y su entrenador eran casi como uno mismo. Sus miradas y deseos parecían sincronizados, como si el mismo corazón latiera en el pecho de ambos. Pero aun cuando ella se dedicó a preguntar e investigar diligentemente, nadie supo darle información ni de la creatura ni de su acompañante.
Nadie sabía nada acerca de aquel pokémon, si no acaso que era material de leyendas. Nadie había visto un pokémon como aquel, así como Shauntal nunca había visto un entrenador como ese…
¡Y estaba segura que de volver a verlo, conseguiría lo que le estaba haciendo falta para continuar su novela!
El fuego siguió brillando en su sitio, ardiendo, y con cada giro, con cada braza, con cada llama, atrajo la mirada de la joven escritora, despertando reflejos anaranjados en los cristales de sus anteojos y más allá, levantando ideas en su mente, tejiéndolas, enlazándolas.
Aquel se transformó en un momento especial. Uno de muchos antes, uno de muchos después, pero no por eso menos especial.
Aquella noche, bajo la frazada, sobre aquel mullido sofá, dentro del corazón de Shauntal, el cálido aroma del té negro, el crepitar de las fogosas llamas y las tinieblas que flotaban silenciosas en la noche, aderezadas por la luz de una plateada luna dieron como resultado el nacimiento de una nueva historia.
