Antes que todo: Incorporo capítulo a capítulo una parte de un poema de Mario Benedetti, el cual se titula "Saberte aquí".

Saberte aquí.

Palimpsesto

Capítulo I: Desencuentros.

Puedes querer el alba cuando ames

Puedes venir a reclamarte como eras

He conservado intacto tu paisaje

Lo dejaré en tus manos

Cuando éstas lleguen, como siempre, anunciándote.

Puedes venir a reclamarte como eras,

Aunque ya no seas tú,

Aunque mi amor te espere sólo en su azar

Quemando

Y tú sueño sea eso y mucho más.

Es un día de primavera, y Santiago está caluroso en pleno noviembre. Ya extrañaba el cielo azul y el calor matutinos. A veces, pienso si siempre disfrutaría de un día cómo éste, es decir, si todos los días fuese uno cómo éste y no hubiera invierno ni otoño ni verano. Supongo que no, ya que he pasado muy bien el invierno, haciendo sopaipillas, contemplando la lluvia caer con su monótono y apacible sonido, aunque no he podido evitar de vez en cuando cierta añoranza de primavera, de flores nuevas, de brisa fresca, de cielo azul y mis chicas divirtiéndose en el parque. Y eso es bonito. Sonrío. Soy feliz. No esa felicidad que todos sueñan y creen que es un tesoro sólo para algunos. No. Mi felicidad es esa que construimos todos los días, un beso de mis chicas, la sonrisa tierna de una persona, el calor dulce del cuerpo tibio de mi esposo a mi lado, un gesto generoso, una buena noticia, saberme viva, saber a los que amo sanos y salvos junto a mí y saberme capaz de disfrutar del fruto exquisito que es vivir. Esa felicidad que no se escapa porque tengamos un mal día ni la eludimos sólo porque no hicimos lo que siempre quisimos ni porque a veces la tristeza nos ahogue. Mi felicidad es mucho más honda, mucho más abrasante, mucho más mía, íntima y querida. Mi felicidad tiene el rostro de mis hijas, de Yukito, de mi hermano y del recuerdo nostálgico siempre presente de mi padre, tiene la alegría de la primavera, la calidez del sol. No la temo, pero la cuido y soy consciente de ella y de que es eterna en la medida en que nosotros sepamos aceptarla y amarla. Anhelar y esperar tantos sueños impiden que nos deleitemos con lo que ahora tenemos. Aceptar la felicidad tal como nos la regala la vida y amarla así: ése es el secreto.

Mientras espero a mi jefa, me llaman al celular. Es Yukito.

Hola, cielo ¿cómo estás tú y las niñas?

–Estamos bien, gracias ¿y tú?

Bien también–pausa y lo oigo suspirar–. No llegaré hoy día, Sakura, amor.

–¿Qué ha pasado?

Nuestra charla ha tenido tan buena recepción que hemos decido extenderla a otros lugares. Seguramente, la próxima semana regresaré.

–Me alegro de la buena acogida. Cuídate. Te amo.

Y yo a ti, cielo. Saludos y besos a mis chicas. Diles que las adoro. Cuídate tú también. Nos vemos.

–Chao.

Yukito es médico y da charlas sobre los males de nuestros días en distintas partes de Chile y del mundo. En realidad, es un activo participante de una organización destinada a educar a los sectores más pobres, a los más desposeídos, a los dejados a la mano de Dios para prevenir distintas enfermedades, el alcoholismo, la drogadicción y el embarazo adolescente. Pasa poco en casa, pero entendemos que es por una buena causa, a la cual yo también adhiero. Por eso nos enamoramos. Nos admirábamos el uno al otro. Yo soy periodista y trabajo en una revista de denuncia. Y si somos sinceros, no han sido pocas las veces que grupos poderosos han presionado para censurar algunos de nuestros artículos e incluso clausurar nuestra revista. De hecho, es muy poco el financiamiento que recibimos de parte de privados, pero al menos la dueña de la revista, además de ser mi jefa, es una mujer muy rica consciente de la necesidad urgente de acabar con la explotación ejercida por los poderosos sobre los más débiles.

Yukito y yo nos conocimos en dramáticas circunstancias. Y aún me cuesta pensar en ellas. Nunca me he arrepentido de lo que hice. Y, aunque no hay modo de saberlo, creo que fue la mejor decisión, a pesar del dolor y del odio que causé en el hombre que años atrás amé. A veces, me acuerdo de él, como ahora y entonces una pena infinita me inunda, me llena y me acongoja.

–Hola, Sakura ¿qué tal?

–Hola, Poly. Aquí me ves, buena. ¿Y tú, cómo vas?

–Mejor, gracias. Y, antes de que me preguntes cualquiera cosa relacionada con mi marido, ahora ex marido, acabó.

–Me alegro por ti.

–Yo también.

Poly es una mujer fuerte, es una luchadora. No hay nadie como ella. No es amiga mía, pero los años que llevamos trabajando juntas nos han otorgado implícitamente cierta confianza. Su marido, con el cual ya iba a cumplir veinticinco años de matrimonio, la engañaba con una chica mucho más joven. Mi jefa, Poly, no vaciló. A pesar de los años, de los hijos, del amor, pidió de inmediato el divorcio. Fue dura la pelea, pero ella no se amilanó.

–Sakura, escucha, esta entrevista que te voy a proponer no la había planeado para ti. Sucede que Liliana enfermó repentinamente y no me quedó más remedio que recurrir a tu persona.

–Espera–la interrumpí–¿qué le pasó a Liliana?

–Apendicitis.

–¿Y todo bien?

–Sí, pero está en reposo, pues tuvo algunas complicaciones. Escúchame bien, Sakura, porque puede que no te guste lo que te voy a plantear–me clavó sus ojos marrones, con su mirada escrutadora y atenta–. Hoy llegó a Chile el dueño de una de las papeleras más grandes internacionalmente. No sabemos a qué viene y cuáles son sus propósitos, por lo tanto, es nuestro deber informar a nuestros lectores acerca de sus proyecciones acá.

–Bueno ¿y quién es?

Ella me siguió mirando con sus ojos templados y penetrantes, y algo chispeó en ellos. No sé a ciencia cierta cuándo exactamente emergió en mí la sospecha, pero cuando Poly me develó el nombre, yo ya lo sabía.

–Tú ex marido, Syaoran Li.

Continuará…

Nota de la autora: Gracias por leer. Ojalá les haya interesado la historia.

Este primer capítulo es corto, pero prometo que los que le siguen serás más largos. Tal vez un poco, ya veremos. Son cuatro capítulo y un epílogo. Y trataré de actualizar una vez a la semana.