Hola! Menuda plasta ehhh! Pero estoy aprovechando porque he decido que, mientras continúe con "Cuando Arde el hielo" dedicaré mis momentos de inspiración en esto, pero cuando logre terminar el fic dejaré el fandom para intentar escribir algo productivo de mi propia cosecha. Es un proyecto que dejé aparcado y tengo que recuperar así que intentaré que mientras os canseís de leerme por aquí.
Esta historia pretende ser corta ¿ok? Creo que tal vez tres capítulos aún no lo sé, pero no será un long fic.
Nurf, no sé si leerás esto, pero como la secuela se está tardando, este va por ti y tus grandiosos rewievs!
Gracias a todas las que seguís cada historia ^^ es un placer escribirlas
Besos y saludos.
AJ
Disclamer: El mundo de Harry Potter pertenece a JK R. Yo solo lo uso para jugar.
Este fic ha sido creado para los "Desafios" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black"
I
Donde hay humo, hay fuego
—Armonia Nectere Pasus
Draco contempló la punta de su varita y se estremeció. ¿Cómo había terminado así? ¿Por qué su vida estaba abocada a aquel destino de oscuridad y miedo?
Temblaba mientras abría de nuevo la puerta del armario y en aquella manzana mordida, roja y brillante, vio la muerte en su estado más brutal.
La inocencia, la pureza, la bondad… todo quedaba arrasado por aquella maldición imperdonable irónicamente pincelada del color de la esperanza.
Asesinos.
Esa palabra reverberaba una y otra vez en su cerebro, cada vez más pesada, más real.
Se había pasado años anhelando el regreso del Señor Tenebroso, hablando de la pureza de la sangre, de las Artes Oscuras… ¿Qué sabía él en realidad? No había sido más que un niño cegado por su riqueza y el poder que ostentaba su apellido. Pero ¿Y ahora? Llevaba meses viviendo un infierno, acojonado y cansado. Todo el curso huyendo de la compañía de los demás por miedo a que descubrieran que estaba aterrado de la misión que todos creían honorable, que vieran que comenzaba a dudar de la cordura de su padre, al que había empezado a ver como un ser pusilánime y servil, plegado a las órdenes de un ser despreciable y mestizo. ¡Un mestizo en Malfoy Manor creyéndose el dios y el amo del lugar! Si sus antepasados se levantaran de sus tumbas temblarían de rabia. ¿Por qué mierda luchaban y morían por él? Ni siquiera era merecedor de estar donde estaba…
Aún recordaba el día que se enteró de que no era más que un mestizo criado entre muggles, que había descubierto la magia por casualidad. Se sintió engañado, estafado y herido. Herido porque por primera vez veía tambalearse los principios con los que su padre había intentado educarle. ¿Cómo era posible que magos de un linaje como los Black, los Malfoy, los Yaxley o los Parkinson se postraran ante él? Descendiente de Salazar Slytherin, dijo su padre… ¡A la mierda!
El no quería morir por él, no quería terminar como su Lucius, una marioneta frágil y acobardada, sin varita, sin poder ¡Sin nada! Draco era lo bastante hombre ya para diferenciar la astucia de la vergüenza. Él era astuto, capaz de arrimarse al sol que más calentara para seguir vivo y disfrutar de esa vida con todos los lujos posibles. Pero también era orgulloso y no quería ser el elfo doméstico de nadie. Además, por encima de todo, no quería ser un asesino… y lo peor era que no pensaba que pudiera serlo.
Se frotó el antebrazo conteniendo un escalofrío. Aquel era el castigo de los Malfoy. Su tía Bellatrix lo llamaba honor, él prefería darle el nombre de pesadilla porque viendo su presente y dilucidando su funesto futuro no le gustaba nada lo que perfilaba de él.
Pero ¿Acaso tenía opciones? ¿Acaso alguien le había dado a elegir? Nadie le había preguntado antes de marcarle como a una puta vaca y lanzarle a su colegio, esperando que se convirtiera en un asesino. No de cualquiera no, de Albus Dumbledore que, por viejo y chocho que fuera estaba considerado por muchos el mejor mago de todos los tiempos. La lógica de aquello era aplastante, pensó con ironía, el que él, con su magia de sexto curso y las pocas clases de Artes Oscuras que su tía le había dado aquel verano venciera al director de Hogwarts era lo que en términos generales cualquiera con dos dedos de frente llamaría suicidio.
Pero sabía, en el fondo sabía que el Señor Oscuro esperaba que fallase en su misión, para poder matarle delante de sus padres y demostrar a todos sus siervos qué ocurría cuando alguien la cagaba del modo que lo había hecho Lucius Malfoy.
Así que estaba jodido.
Inspiró hondo, limpiándose con rabia las lágrimas que habían escapado a sus ojos y se giró largándose de la Sala de los Menesteres.
Caminó por los pasillos sin rumbo fijo y se derrumbó en el hueco de una de las escaleras. Hundió la cara entre sus brazos, intentando controlar los sollozos que le desgarraban, haciéndole temblar y se perdió en el latido de su propio corazón, en el sonido de sus quedos gemidos y su acelerada respiración. Se dejó ir, descargando toda su frustración, su furia, su terror… dejando que sus silenciosos lamentos salieran a borbotones en la soledad de aquel lugar que hoy le servía de refugio. Perdió la percepción del tiempo y olvidó el reloj, dejando que sus propias lágrimas fueran el bálsamo de su atormentada alma.
No sabía cuantos minutos o tal vez horas, había pasado allí, pero al salir escuchó las risas y la música que llegaban desde el fondo del corredor. Frunciendo el ceño y dejándose llevar por la curiosidad más básica, se encaminó hacia el jaleo, intentando recordar que evento estaba teniendo lugar.
—Oh vamos, vamos Hermione…
La voz de la sangre sucia Granger le hizo frenar en seco y escudarse tras una armadura pegado completamente a la pared.
— Piensa, piensa, piensa
— ¿Hermione? — La voz ronca y embaucadora de un chico se escuchó desde el otro corredor — Ya veo que tienes ganas de jugar gatita…
Draco puso una mueca de desagrado, la misma que tenía en ese instante el rostro de Hermione.
— Aggg que asco. Ganas de jugar al Quiddich, con tu cabeza de bludger maldita sea.
El rubio escuchó a la chica y no pudo evitar sonreír ante sus palabras.
— Hermioneeee. Mioneeeeee
El susurro que pretendía ser seductor se escuchó como un maullido, más cercano y Granger soltó una maldición muy poco femenina justo al otro lado de la armadura.
— Tenía que haber comido más dragón de ese maloliente. Que chico tan baboso ¡Por Merlín! ¿Dónde diablos se habrá metido Harry?
— Ahh aquí estás preciosa — La castaña sintió como alguien tiraba de ella y la empotraba contra la pared encerrándola entre sus brazos. Soltó una exclamación. — Deberías saber cuánto me gusta jugar al gato y al ratón.
— Cormac me estás aplastando
Se removió entre sus brazos tratando de soltarse o, al menos, de llegar a su varita y poder lanzarle un Everte Statum que lo alejara de ella, ya que los cruciatus podrían llevarla a Azkaban. Pegó la cabeza a la pared huyendo de aquellos labios húmedos y poco atrayentes y lanzó un quejido cuando sintió la presión de su pechó.
— Sueltame Cormac.
Draco frunció el ceño al escuchar la voz de Granger. Al parecer Mclaggen estaba intentando propasarse con la chica… ¿Qué le importaba a él? Debería estar riéndose de la sangre sucia y del poco gusto que demostraba el chico, Gryffindor o no era un sangre pura y no entendía como podía degradarse así por esa estúpida.
Debería estar disfrutando, si. Y seguramente lo hubiera hecho un año antes, meses antes… pero no hoy. Aquel día estaba de mierda hasta el cuello, aquel día se había dado cuenta de demasiadas cosas. ¿Tenía acaso la culpa Granger de ser impura? ¿Se merecía morir? ¿Se merecía ser privada de su magia? ¿Ser utilizada, violada, asesinada?
Una extraña opresión se instaló en su garganta impidiéndole respirar con normalidad.
No, no se merecía eso, igual que él no se merecía acabar muerto bajo un Avada por no poder completar su misión. Pero ¿A alguien le importaba que su destino estuviera sellado? No… Draco estaba solo, él tendría que lidiar con su mierda del mismo modo que Granger debería hacerlo con la suya. Además, para eso estaban el guardaespaldas Weasel y San Potter ¿No? Aunque no parecían llegar.
Un extraño sonido de succión y los ahogados quejidos de ella le hicieron comprender que McLaggen la estaba besando.
Hermione sintió la lengua de Cormac intentando traspasar la barrera de sus labios y la rabia se antepusó al miedo. Le mordió con fuerza, deseando haber podido arrancársela y escupió asqueada.
— ¡Auch! ¡Me has mordido!
Parecía incrédulo y… excitado. Draco maldijo. Desde donde estaba podía oler el whisky de fuego que seguramente el chico había estado bebiendo, de modo que era más que probable que estuviera ligeramente ebrio y que la resistencia de Granger solo consiguiera enardecerlo más. Conocía a más de un compañero de casa que disfrutaba dañando y obligando a las chicas, que se excitaban cuanto mayor era la resistencia de ellas. A él personalmente le parecía algo asqueroso que jamás había hecho, claro que nunca encontraba a ninguna que no estuviera más que dispuesta a meterse en su cama… o al menos así había sido hasta ese año. Aquel curso había perdido hasta ese placer, ni siquiera había recurrido a Pansy, hasta ese punto había llegado su apatía y su desidia.
— ¡Te he dicho que me sueltes! — Siseó ella con tanta furia que Draco dio gracias por no ser él en el momento en que la leona recuperara su varita.
— Sé que me deseas Hermione — La voz de McLaggen sonaba espesa y ella gritó — Vamos a comprobar cuanto me deseas.
— ¿Qué crees que haces? — Exclamó ofendida — ¡Saca la mano de ahí!
Se removió inquieta al sentir los dedos del chico por su muslo. Se las había apañado para subirle la falda del vestido y ascendía por su pierna sin pudor ninguno. Hermione tembló. Porque Cormac parecía ligeramente borracho pero su fuerza era mucho mayor que la de ella y no podía soltarse. Sin su magia empezaba a sentirse expuesta y asustada. Intentó retorcerse, buscando la postura para propinarle una patada en la entrepierna, o morderle donde quiera que llegara, pero él la inmovilizaba con una facilidad pasmosa.
Volvió a gritar y, de pronto el agarre se aflojó y el cuerpo de Cormac cayó al suelo desmayado.
Temblando, sin dejar de contemplar al chico tendido sobre la piedra, agarró con fuerza su varita, pese a que el movimiento constante de sus dedos le impediría lanzar en condiciones el más mínimo encantamiento.
¿Qué había ocurrido?
Miró a su alrededor buscando a quien quiera que le hubiera quitado a McLaggen de encima, porque sabía que alguien le había lanzado un Desmaius,pero no parecía haber nadie cerca.
— Lumus
Murmuró. A la tercera un haz de luz iluminó la punta de su varita y pudo ver, desapareciendo al final del corredor, una cabeza platinada que hubiera reconocido en cualquier parte.
— ¿Malfoy?
Demasiado sorprendida para creerlo sin verlo de verdad, salió corriendo tras él, dejando a Cormac allí tirado, tendido a su suerte y completamente olvidado.
Giró el recodo tras los pasos del Slytherin, guiándose más por el instinto que por la reducida visión. Escuchó el sonido sordo de una puerta al cerrarse y fue hasta allá abriéndola sin pensar.
— ¿Qué crees que estás haciendo estúpida sangre sucia?
Por segunda vez en el mismo día, Hermione se sintió empujada contra la pared, esta vez en el reducido espacio de un escobero del primer piso.
Pero, a diferencia de la circunstancia previa, en esta ocasión no se sintió amenazada y, contra todo pronóstico, tampoco se sintió asqueada. El calor del cuerpo de Malfoy la envolvía, del mismo modo que lo hacía su olor, un aroma especiado, con un leve matiz picante que cosquilleaba su nariz y la hacía desear aspirar con fuerza para embeberse de él, para impregnarse de aquella extraña esencia que parecía intoxicarla.
Vaya ¿Tendría algo raro ese ponche que se había tomado antes de salir de la fiesta? ¿Un poquito de amortentia quizás?
Se tensó al sentir la respiración acelerada de Malfoy cerca de su sien, nunca había estado tan cerca de él y jamás la había tocado antes. Aunque, para ser absolutamente sinceros, ahora tampoco la tocaba en realidad. A diferencia de Cormac, que había presionado su cuerpo contra el de ella, restregándose de manera asquerosa mientras trataba de seducirla o cortejarla como lo haría un beduino, pensó con maldad. Malfoy la mantenía quieta con su presencia. La encerraba entre sus brazos, con las manos apoyadas en la pared y su pecho apenas a unos centímetros del de ella. Pero no se tocaban, ni siquiera se rozaban. Solo el aliento de él acariciaba la piel de su frente con cada exhalación, recordando a Hermione lo pegados que se encontraban en aquella oscuridad.
¿Qué había de diferente en él? Llevaba días fijándose en el Slytherin. No solo por la obsesión de Harry con que estaba marcado pese a lo joven que era, si no por ese aire atormentado que parecía tener últimamente. Apenas se metía con los alumnos de primero y mucho menos con ella, Harry o Ron. No se le veía por los alrededores del castillo con sus fieles súbditos, ni siquiera con Crabbe y Goyle o con Pansy Parkinson. Parecía... Triste. Estaba mucho más delgado y había dejado de entrenar con el equipo de Quiddich. ¿Sería cierto lo que Harry pensaba? Pero, de ser así ¿Por qué iba a ayudarla con Cormac? ¿Un mortífago ayudando a una sangre sucia?
— ¿Por qué lo has hecho?
Draco parpadeó en la oscuridad de aquel armario con olor a polvo y a cerrado. El sonido de su voz en aquel opresivo silencio le había sorprendido, pese a saber que era ella quien estaba ante él. No verla, solo sentirla, parecía más fácil, como si pudiera obviar por un momento que era Granger aquella muchacha que estaba casi entre sus brazos, rodeándole con un inocente aroma a cereza que empezaba a hacerle la boca agua.
Era mejor no ver su rostro, no comprobar que era una impura la que estaba haciendo despertar a su dormida virilidad con su sola presencia, con la calidez de su respiración, que llega a hasta su garganta poniéndole el vello de punta. Al fin y al cabo era un adolescente ¿No? Su cuerpo, Malfoy o no, no entendía de sangres ni de linajes. Llevaba demasiado tiempo solo y desde luego, eso empezaba a pasarle factura si la sabelotodo de Granger conseguía que se empalmase solo con tenerla cerca.
— Yo no he hecho nada.
Era mentira. Claro que había sido él quien había lanzado un Desmaius al imbécil de McLaggen. No sabía por qué lo había hecho, ni quería saberlo. Solo sintió el repentino deseo de sacárselo de encima y, antes de darse cuenta de lo que hacía le había hechizado y había salido huyendo de allí, impelido por la necesidad de alejarse de ella cuanto antes.
— Si lo has hecho — susurró Hermione — Estabas allí. Nos viste y le hechizaste.
— Nadie te creerá — Siseó acercándose tanto a ella que la castaña creyó haber sentido el roce de sus labios en la frente — Además solo trataba de salvar de la humillación a ese cretino, por andar babeando sobre una impura como tú. Seguro que cuando se le pase la borrachera me agradecerá que le librara de cometer semejante error.
Hermione se sintió herida. No lo iba a negar, no ante sí misma al menos. En el fondo, su lógica le decía que aquella serpiente rastrera trataba de negar lo evidente, que decía eso para salvaguardar su orgullo o algo similar, aún así dolía escucharlo, como siempre.
Sabía que lo que le estaba diciendo no eran más que escusas y eso solo acicateaba su curiosidad. ¿Por qué Draco Malfoy la había ayudado a ella?
— Lo sé. Ni siquiera yo misma logro creerlo — Dijo en un murmullo que él, dado lo cerca que se encontraba, escuchó perfectamente.
La tensión del cuerpo del rubio se relajó un tanto y casi suspiró con alivio. Lo último que le faltaba a su ya de por sí mierda de existencia, era que aquella estúpida fuera diciendo por ahí que la había ayudado. Lo creyeran o no, solo pondría su nombre en boca de todos y teniendo en cuenta que quería pasar lo más desapercibido posible aquel año, aquello no le iba a ayudar en absoluto. Además, el hecho de que cualquier rumor podría poner en duda su lealtad a la causa que ahora servía.
Draco volvió a tensarse cuando sintió la mano de ella sobre su pecho. Unas chispas saltaron entre ellos tras el roce y se paralizó, completamente petrificado. El lugar donde solo las puntas de sus dedos habían hecho contacto, ardió, lanzando llamaradas de calor que lamían su piel haciendo que hasta las palmas de las manos comenzaran a hormiguearle. Su corazón se saltó un latido y se lanzó de pronto a una cabalgada vertiginosa, acelerándose y bombeando contra sus costillas con tanto ímpetu que temió que ella lo pudiera oír. Sentía la sangre acumularse en sus sienes y una fuerte sacudida le recorrió de la cabeza a los pies. Exhaló de golpe, vaciando sus pulmones y al sentir un ligero mareo opresivo se acordó de respirar. Fue un error hacerlo, ya que el olor de ella se metió en sus fosas nasales y se impregnó en su cerebro grabándose en él de manera inexorable y, mucho se temía Draco, no de forma efímera.
Tenía que separarse de ella, alejarla, empujarla contra la pared, darse la vuelta y salir de aquel jodido y asfixiante escobero. Pero por más que su mente daba la orden, su cuerpo no parecía responder a los impulsos neuronales, la sinapsis era inexistente y no le sorprendería acabar babeando si seguía así.
Hermione no estaba mucho mejor. La proximidad de Malfoy comenzaba a convertir en papilla su cerebro y en gelatina sus piernas… ¿Qué diablos estaba pasando? Empezó a temblar, casi imperceptiblemente al darse cuenta de que lo que tenía bajo los dedos era el pecho del Slytherin. Se sorprendió ante lo asombrosamente cálido que parecía, teniendo en cuenta que siempre le había asociado con la frialdad propia de los ofidios y aspiró con brusquedad al sentir en las yemas de sus dedos el acelerado latido de su corazón. Tragó saliva, consciente de que él no parecía estar mejor que ella. La parte racional de la castaña, que para ese entonces era mínima, le decía que esa proximidad estaba afectando a ambos, quisieran o no reconocerlo y, cuando su propio corazón se acompasó al desaforado ritmo del de Malfoy, apenas consciente de lo que hacía, su palma se apoyó completamente sobre la túnica de Slytherin que le cubría.
Aquello pareció ser el fósforo que prendió lo inevitable.
— Mierda
Draco susurró esa palabra de forma agónica sobre los labios de ella una milésima de segundo antes de cubrirlos con los suyos y devorarla. Literalmente.
El mundo se paró, se sacudió y después dio un giro de ciento ochenta grados. Allí dejó de importar absolutamente todo lo que no fueran él, ella y sus bocas unidas en un beso prohibido y desesperado.
Hermione gimió en su boca y Draco gruñó en respuesta, bajando sus manos hasta el cuello de la chica, flexionando los dedos a su alrededor y usando los pulgares para elevar su barbilla y profundizar el beso, invadiendo aquella húmeda cavidad con su impenitente lengua. La castaña le rodeó con sus brazos, acariciándole la nuca y los finos mechones que rozaban su piel, hundiendo los dedos en sus cabellos, empujándole hacía ella, buscando fusionarse con él en aquel extraño y atemporal instante robado.
Sus pechos se aplastaron, sus corazones latiendo desenfrenados uno contra el otro mientras sus lenguas batallaban en la más sensual de las luchas, enredándose, lamiéndose, jugando a un peligroso juego en el que no eran más que novatos inexpertos.
Draco deslizó las manos por su garganta y sus hombros, bajó por sus costados hasta aferrar la pequeña cintura y finalmente la abrazó, atrayéndola contra su propio cuerpo hasta que quedó pegada a él, fundida completamente a su persona.
Sus bocas se buscaban una y otra vez, apenas necesitando oxígeno para seguir existiendo. Respiraban tan solo para poder seguir besándose como si el mundo fuera a terminarse al día siguiente. Algo que, para Draco, era más que probable al fin y al cabo.
Acarició la espalda de la chica, arrugando la tela de su túnica entre sus dedos y ladeó la cabeza buscando adentrarse más en el paraíso de su boca. Lamió sus labios, dejando un reguero de besos por su mandíbula y su barbilla y ella hizo lo mismo en su mejilla y sus párpados. El rubio se estremeció y rozó sus nalgas disimuladamente, casi esperando que ella se tensara y se apartara de él, pero Hermione estaba demasiado ocupada disfrutando de aquellas sensaciones desconocidas para ella, absorbiendo cada caricia, cada beso, cada roce, desconectada de la realidad y de todo lo que no fuera aquel instante. Levantó la pierna cuando la mano de él, que acariciaba su muslo bajo la falda, la instó a ello y rodeó la cadera del muchacho sin poder evitar gemir al sentir en aquel punto que palpitaba anhelante, la dureza de su enorme erección.
En el instante en que entraron, incluso sobre las capas de ropa, en tan íntimo contacto ambos se congelaron y se miraron a los ojos… o lo hubieran hecho si aquella oscuridad no fuera absoluta. Sentían sus respiraciones aceleradas, sus alientos entremezclándose, sus labios aún rozando los del otro. Completamente pegados, estremecidos, aterrorizados.
En aquellos segundos el mundo de nuevo se paró y volvió a girar, dejándolos como los había encontrado. La realidad se vertió sobre ellos congelándoles de golpe.
Hermione sintió como sus ojos se empañaban y luchó por contener las rebeldes lágrimas que pujaban por derramarse. ¿Qué había hecho? ¿Qué le ocurría a su cuerpo? ¿Qué era aquella extraña calidez que se extendía en su pecho? Tembló entre los brazos de Malfoy, lista para encajar los insultos y la degradación que le esperaban, asustada al comprender que aquella vez sería devastador escuchar su desprecio porque aquel era su primer beso… al menos su primer beso de verdad. La primera vez que conocía el deseo y que perdía la cabeza de manera tan brutal.
El que hubiera sido con él la horrorizaba pero sería absurdo negarlo, de modo que lo arrinconó, dispuesta a pensar en ello más tarde.
Pero Draco no hubiera sido capaz de hablar aunque lo deseara con todas sus malditas fuerzas, mucho menos capaz de insultarla en modo alguno después de la forma en la que se había ofrecido a él, con aquella entrega y aquella inocente pasión que le había vuelto loco.
Estaba acabado, era oficial. Total y completamente jodido.
La soltó como si quemara y, de hecho lo hacía, su mero contacto ardía y lo último que necesitaba en su vida era sentirse atraído por una sangre sucia a la que tendría que haber dejado sola para lidiar con MaLaggen en aquel solitario pasillo. Él debía matar a la gente como ella, debía librar al mundo de los mugrosos sangre sucia que no hacían más que contaminar y deshonrar la magia.
Era un mortífago, con una misión de la que dependía su vida y la de sus padres, nada más importaba que seguir adelante con el plan. Era su única salida.
La empujó y salió abriendo de golpe la puerta.
— Lumus — Hermione pudo ver su perfil cuando se quedó parado debajo del dintel, con el rostro levemente girado hacia ella, mortalmente serio — No te vuelvas a acercar a mí, jamás — Se limpió los labios con la manga de la túnica y su boca se torció en un gesto de desagrado — Me das asco.
Se marchó odiándola, casi tanto como la había deseado minutos atrás, odiando su piel por ser tan suave, sus labios receptivos y hambrientos que se habían acoplado a los suyos a la perfección. Odió sus manos, su cuerpo… su sangre.
Cuando giró el pasillo rumbo a las mazmorras habría jurado que escuchó un sollozo, pero le daba igual, de hecho esperaba que llorara, que sufriera, del mismo modo que estaba sufriendo él, condenado, maldito… solo.
Se miró las manos mientras corría hacia su sala común, temblaban. Tragó en grueso y cerró los ojos con fuerza apoyándose contra la pared y golpeándola con saña. Maldito fuera ¿En qué se estaba convirtiendo? Se le escapó un sollozo y no pudo controlar los espasmos de su cuerpo que le agitaban de forma incontrolable.
Ella le había hecho sentir tranquilo, en calma. Sus besos, su presencia, su cuerpo adherido al suyo como una segunda piel, habían sido un bálsamo para su agonizante alma torturada y, Merlín le ayudara, deseaba ese consuelo más que cualquier otra cosa en el mundo. Ansiaba volver a tocarla, volver a sentirla… Nunca antes había sido así con ninguna otra chica ¿Por qué ella? ¿Por qué la única que le era prohibida? Pero en el fondo siempre lo había sabido y siempre la había detestado por ello. Ubi fumus, ibi ignis, pensó. Dónde hay humo, hay fuego. Y ellos siempre habían sido como el humo, envolviéndose uno al otro de forma molesta e irritante. Se cegaban, cuando peleaban no veían más allá de ellos mismos. Él abusaba, ella ignoraba, pero cuando discutían las chispas saltaban y finalmente una había prendido el fuego del que habían sido presa.
Golpeó una vez más el muro de piedra, ajeno al dolor, ajeno a la sangre que resbalaba por sus puños.
Su vida estaba haciendo equilibrios en el filo de un abismo y si iba a caer, porque sabía que lo haría ¿Por qué negarse la única calma que podía conseguir? Ella no sería su perdición, puesto que él ya estaba perdido de modo que ¿Qué más daba su sangre ahora? ¿Acaso podía ella estar más sucia de lo que lo estaba él?
Apretó las mandíbulas y dio la contraseña.
No. Nadie estaba más rodeado de inmundicia que los Malfoy en aquel momento, pero ella, pese a todo el odio y el antagonismo mutuo, le había tocado sin miedo a mancharse, le había besado pese a su depravación, ignorando la podredumbre de su alma y dándole el único remanso de paz que había encontrado en el infierno.
Sabía que la había herido pero daba igual, conseguiría tenerla una vez más. Exprimiría hasta la última gota de su calma y su inocencia, absorbiendo aquella serenidad, calmaría su miedo con la valentía de la leona.
Quisiera ella o no.
Hermione había llorado. Claro que lo había hecho. Cuando él se fue se dejó caer al suelo rodeando sus piernas con sus brazos, hundió el rostro entre sus rodillas y se descompuso en silenciosos sollozos desesperados.
Cada lágrima fue la nota de un aria compuesta por su misma alma, cuyo coro no fueron si no los quedos lamentos que brotaban de sus enrojecidos labios.
Lloraba por ella, por haber dejado su dignidad perdida en algún lugar de aquel estúpido escobero. Lloraba por la vergüenza de haberse visto rechazada nada más y nada menos que por la persona a la que más odiaba en el mundo. Lloraba porque la noche había sido un completo desastre y, sobre todo, lloraba porque era mentira.
Porque sabía que él había estado tan asustado y sorprendido como ella, porque ambos se habían quedado al descubierto ante aquellos besos… porque era imposible que fuera odio lo que sentía cuando todo en lo que podía pensar era en repetirlo.
Estaba perdida, desubicada y aterrorizada.
No tenía libros a los que acudir para entender que era lo que le pasaba, pero sí sabía que estaba mal. Draco Malfoy era la última persona sobre la faz de la tierra en la que debía fijarse, tenía que olvidar.
Tomó varias bocanadas de aire y se levantó frotando sus ojos y componiéndose el vestido. No volvería a la fiesta de modo que salió rumbo a la torre de Gryffindor esperando que al día siguiente, al despertar, aquello no hubiese sido más que un mal sueño.
