Ni la historia ni los personajes me pertenecen. Yo solo lo adapto, los personajes le pertenecen a Stephanie Meyer.
Entre tantos bare llenos de humo como hay en Seattle, él tuvo que entrar en el Loóse Screw, el garito en que yo trabajaba cincco noches a la semana sirviendo cervezas y asfixiándome con el humo rancio del tabaco. Un descuidado mechón de pelo negro le cayó sobre la frente al tiempo que dejaba un paquete de Camel y un Zippo encima de la barra.
-Ponme una Henry's -dijo con voz áspera-, y hazlo rápido. No tengo todo el día.
Siempre me han chiflado los tipos sombríos de mala disposición. Con una sola mirada supe que aquél era un hombre sombrío, y tan malo como una tormenta eléctrica.
-¿De barril o de botella? -le pregunté.
Encendió un cigarrillo y me miró a través de una nuve de humo. Sus hermosos ojos azules se tiñeron de pecado mientras bajaba la vista hasta el grifo de barril. Los extremos de su boca se curvaron formando una sonrisa cuando apreció my talla de sujetador.
-Botella -respondió.
Saqué una Henry's de la nevera, la abrí y la hice deslizar sobre la barra.
-Tres con treinta -dije.
Cogió la botella con una de sus manazas y se la llevó a los labios, no apartó su mirada de mí mientras bebía. Al dejar la botella de nuevo en la barra con un golpe, la espuma salió por la boca de cristal. Sentí que me temblaban las rodillas.
-¿Como te llamas? -preguntó mientras sacaba la billetera del bolsillo trasero de sus desgastados Levi's.
-Bomboncito -respondí- Bomboncito de Miel.
Volvió a esbozar una sonrisa cuando me entregó el billete de cinco dólares.
-¿Eres bailarina de strip-tease?
Lo tomé como un cumplido
-Depende.
-¿De qué depende?
Le devolví el cambio y aproveché para rozar la palma de su mano con la punta de mis dedos. Un escalofrío se apoderó de mis muñecas y sonreí. Recorrí con la mirada sus fuertes brazos y su pecho hasta alcanzar sus anchos hombros. Todos los que me conocían sabíanque seguía muy pocas reglas en lo que a hombres de refería. Me gustaban los tipos grandes y malos, aunque debían tener manos y dientes limpios. Eso era , sí, los prefería un tanto pervertidos, aunque no era imprescindible, pues con lo viciosa que era yo había suficiente para los dos. Desde niña, mis pensamientos habian tenido siempre el sexo como eje central. Mientras las muñecas Barbie de las otras niñas iban a la escuela, la mía jugaba a los médicos. Juegos que discurrian más o menos así: la doctora Barbien examinaba el paquete de Ken y después follaba con él hasta dejarlo en estado de coma.
Ahora, a mis veinticinco años, en lugar de dedicarme al golf o ala cerámica como tantas mujeres, mi hobby eran los hombres, y los coleccionaba como si de baratods souvenirs de Elvis se tratase. Tras observar los atractivos ojos azules de míster Mala Leche, comprobé los latidos de mi pulso cardiaco y el dolor entre mis muslos y me dije que también podia conseguirlo para mi colección. Solo tenía que llevarmelo a casa. O meterlo en la parte trasera de mi coche, o hacer una visita al servicio de mujeres.
-¿Que te ha traído por aquí? -pregunté finalmente, apoyando los brazos sobre la barra y ofreciendole una estupenda panorámica de mis perfectos pechos.
Sus ojos parecían ardiente y hambrientos cuando apartó la vista de mi escote. Entonces abrió su billetera y me mostro su placa.
-Estoy buscando a David Cordova. Me han dicho que le conoces.
Menuda suerte la mía. Un poli.
-Sí, conozco a David.
Había salido con él una vez, si a lo que hicimos podia llamársele salir. La última vez que lo vi fue en el lavabo del Jimmy Woo's, en estado comatoso. Tuve que pisarle la mano para que me soltase el tobillo.
-¿Sabes dónde puedo encontrarlo?
Se trataba de un ladrón de medio pelo y, lo que era aún peor, un pésimo amante, por lo que no sentí el menor asomo de culpa de responder:
-Supongo que sí.
Sí, le echaría una mano a aquel tipo, y por el modo en que miraba podía asegurar que él queria algo más que...
El teléfono que esta junto al ordenador empezó a sonar. Bella Swan apartó la mirada de la pantalla y de la última entrega de La vida de Bomboncito de Miel.
