La guerra había acabado. Todo había terminado, pero aún así, nada estaba bien. Como en cualquier guerra, ¿no?

Japón había sido bombardeado nuclearmente, armas que el bastardo de Estados Unidos de América se había guardado bastante bien, Inglaterra y Francia estaban desechos por bombardeos, Alemania era un desastre de miles de cuerpos amontonados en las calles, algunos a causa de homicidios, otros por suicidios, ¿cómo todo había llegado a acabar así? ¿En qué momento él había perdido la cabeza por tanto poder?.

No es tu culpa, tu Jefe se volvió loco... le había dicho su hermano cuando, en el juicio, todos los países fueron reunidos para determinar de quién había sido las culpas. Y claro que recaerían en él.

Todos tenían vendas, pero sus ojos sólo captaron a sus aliados, sus amigos. Japón era el que peor se veía. Apenas parecía estar consciente, con su piel mortalmente pálida y sus vendas manchadas de rojo y, en la comisura de sus labios, brotaba sangre.. Esas heridas visiblemente tardarían años en cicatrizar, el paisaje siempre puro de Japón ya jamás sería el mismo. Pero, había que reconocerlo, él luchó hasta el final con el honor que siempre lo distinguió.

Italia... Oh, Italia, siempre tan débil y frágil, según como él mismo lo veía. Italia no lloraba, como pensó que lo haría, pero al notar la mirada de su amigo, se volteó hacia él para regalarle una sonrisa. En una de las peores situaciones, estando tal vez a punto de desaparecer, él le sonreía como si todo fuese a estar bien y una vez que ese juicio acabase irían a comer pasta. Pero no era así. Él lo sabía, Italia lo sabía... Todos lo sabían.

Italia permaneció a su lado todo el tiempo, aún cuando ni siquiera su jefe lo hizo, aún luego de haberse rendido, aún luego de que el propio Romano traicionara al Eje después de la caída de Mussolini. Italia jamás se fue, porque él no era un aliado de guerra. No. Él era un amigo.

Podía sentir la satisfacción en el rostro de América. Claro, el Héroe había derrotado a los malvados. El Héroe fue eso, un Héroe, y tal vez así sería recordado, ya que sin él, seguramente nada de eso hubiese ocurrido.

Inglaterra se mantenía serio, como su costumbre, aunque podía notar cierta pizca de gozo en la victoria. Y no lo culpaba, después de todo, habían ganado. Lo habían detenido, y eso estaba bien, porque realmente había perdido la cabeza.

Rusia y China habían perdido mucha gente, pero aún así, con dolor, mantenían la cabeza en alto. La sonrisa de Rusia continuaba en su cara, parecía disfrutar de eso y Alemania estaba seguro de que así era. Rusia fue un muy buen contrincante, el primero capaz de hacerlo retroceder. ¿Quién habría pensado que el frío invierno ruso sería uno de sus principales enemigos?

Y luego estaba Francia. Aquél que había sido invadido, quien obviamente la había pasado muy mal. Tuvo que ver morir a gran parte de su población en los campos de concentración, y aún así, Alemania dudaba que su mirada de tristeza sea debido a eso. No era tristeza, era miedo. Miedo por Prusia, miedo por su hermano. Miedo por él, tal vez. Pero aún así su mirada era firme. El castigo que recibieran, era el que merecían. Habían asesinado a inocentes, niños, mujeres, adultos, ancianos. Pero claro que Alemania, en esos momentos, no veía seres humanos. No, él veía Judíos, no su hermosa raza aria.

"Los países Aliados ordenan la desintegración del Estado Alemán, que será repartido entre Estados Unidos de América, Francia, Reino Unido y la Unión Soviética así como la desaparición de la Nación Prusiana, cuyas tierras serán repartidas entre Polonia y la URSS, con la intención de prevenir alguna guerra futura." Oyó la voz grave del americano, que parecía ser la voz de los Aliados, y sus puños se apretaron. Claro, ser el causante de la Primer Guerra Mundial, culpa del imperialismo, era una cosa. Ser causante ya de la Segunda Guerra Mundial, culpa de su propia visión de "purificación del mundo", era algo completamente distinto...

Escuchó, como nunca había escuchado, a Italia, su Italia, su mejor amigo, reprochar, insultar y maldecir en su idioma. Enojado, desesperado... triste... Italia ya sabía lo que era perder a alguien, y no quería, realmente, con toda su alma, no quería perder a Alemania como había perdido a Sacro Imperio Romano en algún pasado... ¿Y Japón? Japón intentó defender a su compañero, pero no podía hacer salir ninguna palabra sin ser interrumpido por una fuerte tos acompañada de sangre...

Francia palideció, pero no dijo una palabra. ¿Qué podía decir? Casi destruyeron su país, casi lo destruyeron a él. Asesinaron a sus habitantes, sus hijos... Aquél que se suponía era su mejor amigo.

Alemania y Prusia permanecieron en silencio, sin bajar la mirada. Ambos con la vista fija en América hasta que este golpeara con su mazo el escritorio dando por terminado el juicio y en ese momento se pusieron ambos de pie, al mismo tiempo. Cuando abandonaron el Juzgado, Italia se aferró a él llorando. Llorando como nunca antes lo había visto llorar, no con miedo por Francia o Inglaterra, no con tristeza porque no había pasta para cenar. Lloraba con rabia, con frustración, con desolación... con el sentimiento de soledad creciendo poco a poco en su pecho, porque Alemania estaba allí, si, pero al día siguiente ya no. Y eso iba a dolerle...

Pero Alemania sólo apretó su hombro. No se permitió abrazarlo, ni darle una palabra de aliento. No. Ellos eran naciones, las naciones duraban por siglos o eran disueltas, y éste era su turno. Italia seguiría allí, y los años borrarían su recuerdo seguramente. Una nación es inmortal a menos que sea destruida. E Italia no sería destruida, Alemania confiaba en ello, confiaba en su espíritu.

Un último saludo. Mano extendida a la altura de la cien, piernas rectas pegadas al suelo. Italia lo imitó, aún con lágrimas recorriendo sus mejillas. No podía creer que esos 6 años pasaran tan deprisa... Y ya no volvería a ver a su Doitsu otra vez, al igual que con Sacro, al igual que con su abuelito... Esa sería su despedida, pero ahora sabía que Alemania no volvería.

Estrechó manos con Japón, que dejó ver su expresión dolida. Sus ojos brillando con pena. Sabía que, de haber podido decir algo, diría "Fue un placer hacer equipo con usted, Alemania-san. Lamento no haber podido darlo todo para vencer, lamento no haber podido hacer más, pero usted fue un gran compañero." Pero él había dado todo y más de lo que tenía la necesidad de haber dado...

Marchó con su hermano a casa. Caminando en silencio, con el sonido de sus botas pisando con fuerza el camino de tierra. Ninguno habló, y si bien el silencio no fue incomodo, si fue triste. Y esa tristeza era palpable en cada inhalación. La última vez que respirarían aire en la tierra, oh, hermosa Tierra, completamente arruinada por jefes con ansias de poder, oh, maravillosa Tierra, ¿volverías a ser lo que alguna vez fuiste? ¿En esos momentos donde el poder no existía, donde nadie tenía ansias de más? ¿O es que esos días jamás existieron?

Se quedaron en casa de Alemania. No hicieron nada más que acostarse en la cama del menor, mirando al techo, esperando. Esperando a que la oscuridad los absorba y los lleve a donde debía llevarlos... ¿Adónde iba una nación cuando moría? ¿Se encontrarían con abuelo Germania, tal vez? ¿O verían al risueño del Imperio Romano? ¿Volverían a ver a sus amigos aunque sea en forma de fantasmas?

Poco a poco, la oscuridad fue llegando, abrazándolos. El primero en cerrar los ojos, fue Prusia, respirando de forma irregular.

Hubiese preferido morir de forma más awesome, ke..se..se... -rió en voz queda-. Al menos no estoy solo... -involuntariamente, su cabeza bajó hasta apoyarse en el hombro de su hermanito. No pudo pronunciar un "Ich Liebe Dich", o un "Te veo luego". Su respiración se detuvo, y Alemania sintió su ahora débil corazón contraerse, a la vez que cerraba sus ojos con cansancio.

Dicen que antes de morir uno ve toda su vida por delante. Alemania sólo fue capaz de ver los rostros de aquellos que lo acompañaron... Él creía que estaba solo, que nunca tuvo a nadie, pero de repente se vio rodeado de personas cálidas, que si bien no estaban con él, sabía que se llevaría un poco de cada uno. Su abuelo Germania, al cual no alcanzó a conocer, pero quien de alguna forma lo hizo ser como era, el tal Sacro Imperio Romano, a quien tampoco conoció pero de quien su hermano siempre habló maravillas. Prusia, que aún siendo "awesome" como decía que era jamás lo abandonó. Japón, que si bien nunca supo qué pensaba sabía que lo apoyaría en todo lo que creyera correcto, y que lo defendería a como dé lugar. Austria, que fue el más cercano de sus amigos, a quien conocía siendo él apenas una nación recién formada, y también aquel quien fue lo más cercano a una "esposa" que tuvo. E Italia... el "Hada de los Tomates"... ¿quién diría que ese débil muchachito que no podía atarse los cordones sería capaz de hacerlo sentir como en casa cada vez que le daba la bienvenida a su hogar con una pasta casera? Siempre tratandole con cariño, siempre con miedo a perderlo debido a su debilidad e inutilidad... Y ahora lo perdería, y no por culpa de eso realmente. De una forma u otra, Italia iba a perder a una de las pocas personas que jamás intentó pasarlo por encima, una de las pocas personas que alguna vez creyó que él podría hacer algo útil... E Italia, seguramente, viviría creyendo que efectivamente jamás hizo algo útil por Alemania, cuando, todo lo contrario, Italia le dio esa sensación familiar que muchas veces le había faltado, aquella que sólo podía darle Prusia en algunos momentos. Italia era esa pizca de alegría y paz entre tanta guerra y muerte. Italia fue el único por el que Alemania quería seguir de pie. Italia fue, entre todas las demás naciones, el único por el que Alemania no quería irse. Temía que de hacerlo, Italia se encontrara perdido, indefenso... Pero aún así confió que podría continuar solo. Ese chico contaba con un gran espíritu, y eso él lo sabía.

Con una última sonrisa, el sueño fue venciéndolo. Estaba cansado. Estaba agotado... Estaba muriendo, y, realmente, no se sentía tan mal como creyó que se sentiría...

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Despertar. Oh, despertar fue realmente la cosa que menos pensó que ocurriría. Podía imaginarse muchas cosas: encontrarse en un jardín con pisos de nubes, en donde un extraño con alas desplegadas en su espalda tenía una lista de las personas que serían capaces de entrar. Un departamento en donde las naciones muertas se encontrarían. Tal vez, debía preguntarle a Polonia qué debía encontrarse del otro lado, después de todo él, el gran "ave fénix" era aquél quien más veces había sido desintegrado y vuelto a la vida, según sus propias palabras, porque él era muy cool para desaparecer.

Pero nada de eso. Cuando los ojos azules de Alemania se abrieron, se encontró solo, en la misma posición en que se había dormido, sobre la misma cama, mirando al mismo techo. Se levantó de allí con sigilo, esperando salir y encontrarse al tal Sacro Imperio, tal vez, o a su hermano... pero no. Esa era su casa. Realmente, era su casa. Su jardín, su cerca, su perro, su casa. Era su Alemania...

Su respiración lo abandonó, mientras sus ojos se abrían desmesuradamente. ¿Qué acaso no había sido "desintegrado"? Eso dijo América después de todo, "Desintegración del Estado Alemán y repartición de..."

...Prusia...

Debía buscar a su hermano.

Dejó su casa corriendo, sin importarle sus heridas, sin importarle estar demostrando demasiado sus sentimientos de preocupación y desesperación, sin importarle no estar siendo duro como le habían enseñado desde pequeño. Era la familia por la cual se estaba preocupando.

Pero algo no le permitió seguir su recorrido. Un muro. Un muro enorme. ¿Cuándo había sido colocado eso ahí? Se preguntó. ¿Cuánto tiempo había estado él "durmiendo"?

Sabía qué era lo que el muro dividía. Berlín, la región vital de su hermano. ¿Acaso eso significaba que...?

¡Prussia! -lo llamó, golpeando con toda la fuerza posible la pared, sintiendo su propia voz temblar- ¡Prussia, Bruder, ¿estás ahí?! -siguió golpeando- ¡Prussia, responde, maldición! -las sentía. Sentía sus lágrimas recorrer sus mejillas como jamás las había sentido, porque en ese momento sentía una mínima esperanza. Algo que no recordaba haber sentido antes: Esperanza.

Alemania sabía lo que era la victoria, sabía lo que era ser fuerte y poderoso, también sabía lo que era la derrota y lo que la tristeza y la pérdida. Pero algo que no recordaba haber sentido, era esperanza. Saber que su hermano estaba muerto, pero esperar a oír su extraña risa, saber que él no volvería, pero escucharlo decir lo awesome que él era.

Poco a poco, las esperanzas murieron, dando paso a la desilusión. Otro de los sentimientos que no recordaba ya que, sin esperanzas la desilusión no tenía lugar.

Dejó de golpear el gran muro, apoyando su frente en él, llorando de forma libre como no lo había hecho en años, deslizándose lentamente hacia el suelo hasta quedar de rodillas, donde con fuerza e impotencia, golpeó una vez más el muro, dejando escapar un grito desgarrador, que no le permitió oír el suave pío pío que él tanto conocía proveniente de lo más alto del muro...

...¿Alemania? -oyó del otro lado esa voz ronca, altiva y engreída, que ahora sonaba esperanzada, como la suya anteriormente, y aliviada...- Hermanito, ¿estás ahí?

...¿B-Bruder? -alzó la voz, casi sin quererlo, sintiendo su corazón latir con fuerza. Tanta fuerza que dolía, pero un dolor que, extrañamente, se le hizo placentero.- Estás... ¿estás vivo?

Kesesese -rió, de aquella forma tan peculiar- ¡Por supuesto que estoy vivo! ¡Nadie puede acabar con Ore-sama más que Ore-sama! -gritó. Pero gritó con alegría, con felicidad. Con una felicidad que arrancó una sonrisa en los labios del rubio fornido, sonrisa de alivio, mientras sentía como el alma volvía a su cuerpo, ahora queriendo llorar a causa de la enorme felicidad que sentía- ¿Y tú? Al parecer estás del lado... Oeste, del muro... Kesesese, West -dijo, al parecer degustando el nombre- ¡El lado Este es más awesome, kesesesese! ¡Ore-sama está en él, eso hace que la vista sea mucho más asombrosa!

Apretando el puño con fuerza sobre el muro, como si quisiera tocar la mano de su hermano de esa forma, el rubio rió. Rió de forma natural, suave y débil, pero feliz. Puramente feliz...

Bruder, como... ¿cómo voy hacia aquél lado del muro? ¿Por dónde debo pasar?

Preguntó luego de un rato. Y la respuesta no llegó. Hubo un largo silencio, silencio incómodo, denso... triste. Gilbird no piaba, Prussia no reía...

–¿Bruder?

West... -lo llamó como lo había nombrado anteriormente, y Alemania casi pudo ver la sonrisa triste del mayor- No volveremos a vernos, West...

¿A qué te... -pero su pregunta no finalizó, ya que el albino lo interrumpió.

No puedes cruzar, no hay forma... -respondió con resignación, abatido, recostándose en el muro, colocando una mano sobre su abdomen y suspirando.- ...Si tu cruzas a este lado del muro... el psicópata de Rusia -pareció escupir las palabras con veneno- atravesará su estúpida tubería en tu pecho... Si yo cruzo de aquél lado... el maldito capitalista llenará mi awesome trasero de plomo...

–...¿Qué?

Los he visto hacerlo... El muro ha estado aquí desde hace un tiempo, aunque seguramente el yankee te lo explique mejor, como a él le convenga... Cuando desperté en casa de Rusia... -otro suspiro, triste esta vez, escapó de sus labios- Están hablando de una nueva guerra, ¿sabes? Guerra Fría... Dos superpotencias con armas nucleares, capaces de destruir el mundo... -rió, con una risa para nada parecida a su "Risa awesome", siendo esta una carente de humor- Dividieron tu casa y parte de la que era mía para cerrar las fronteras... Deberías ver lo delgado que estoy, por cierto... Eres Alemania del Oeste, yo Alemania de Este... Había olvidado lo que se sentía cambiar de nombre... -volvió a suspirar- El Oeste, controlado por el Cerdo Capitalista, como Rusia lo llama... el Este, lleno de "commies" como nos dice América... Estuve en casa de Rusia hasta que me recuperé... tuve miedo por ti, ¿sabes? El awesome yo tuvo miedo por su hermanito...

...Prussia... -murmuró, y no tuvo tiempo de corregirse, llamándolo debidamente como "Alemania del Este", ya que el ojirojo se apresuró.

Ita-chan estuvo yendo a tu casa mientras estabas inconsciente... Cuando se enteró que sólo habían colocado el muro, y que seguías aquí, sólo que menos fortachón... corrió a buscarte... -su voz sonaba alegre y algo divertida, como si estuviese recordando algo que le hiciera gracia.- También venía de vez en cuando a hablar conmigo, decirme que tu estabas bien, y que él cuidaba de ti para ayudarte y hacer algo útil... West, deberías ir a su casa, se alegraría mucho de verte despierto. Le importas mucho...

Nuevamente silencio, disfrutando, a pesar del muro entre ellos, de la compañía del otro, de la sensación de familia. La brisa despeinaba sus cabellos y movía la copa de los árboles y el pasto al rededor. Era cierto, por primera vez en el día, había notado que sus grandes músculos ya no eran tan "grandes" como solían serlo, él no se sentía tan fuerte como en el pasado. Pero estaba vivo, y se sentía vivo. Vivo y con más ganas de seguir adelante como nunca, derribar ese muro, y abrazar a su hermano para no dejarlo ir, para no dejar que lo aparten de él otra vez...

West, debo irme -avisó el pelipalta poniéndose de pie, y Alemania sintió un horrible vacío en la boca de su estómago.- Si los oficiales del loco narizón me ven aquí me meteré en problemas, pero no te preocupes, kesesese~ ¡El gran Ore-sama estará aquí por la noche, o mañana por la mañana! ¡No podía abandonar a su awesome hermanito! -volvió a su tono de voz normal. Tono de voz que hacía saber a Alemania que, a pesar de que no pareciera, todo estaría bien.

Tu nunca cambias... -murmuró el menor, con una suave sonrisa.

Kesesese, no tengo por qué hacerlo, soy asombroso, ¡Es divertido ser yo! Enviaré a Gilbird cuando pueda para contactarme contigo... nos vemos, hermanito... -y lo siguiente que oyó, fue los pasos de su hermano al marcharse. Esos pasos rápido y ágiles que siempre había oído cuando era más pequeño y se metía en conflictos, dispuesto ir a socorrerlo.

Cuando ya no lo oyó, optó por imitarlo y volver a casa. Recostarse un rato, pensar en aquella "Guerra Fría", en lo que su hermano dijo de no volver a verse... ¿y si era cierto? Él ya no era fuerte, o poderoso después de todo... era una Nación dividida, débil comparada con el resto... Tal vez luego podría visitar a Italia...

Volvió a sonreír. Italia. Así que, Italia había ido a velar por él, a cuidarlo... Que irónico, Italia cuidando de Alemania... Pero, así es como era, ¿no? "Encontraremos muchos más peligros, pero tu y yo estamos unidos por esta promesa." Le había dicho una vez, cuando Italia temía ser olvidado por él y Japón. "Te ayudaré si te encuentras en problemas, así que deja de sentirte afligido por lo que pasa. Pero si estoy en peligro, ¡Tendrás que hacer lo mismo!... Aunque no espero demasiado" Y lo hizo. Realmente lo hizo. Lo ayudó, lo cuidó y lo acompañó...

Pensando en esto, entró a su casa, yendo directamente a su habitación aún con su sonrisa y dejando escapar un suspiro, pero el grito ahogado de alguien lo puso a la defensiva, dispuesto a golpear al intruso con lo primero que encontrase... Pero sólo alcanzó a ver a Italia, parado a un lado de su cama, con lágrimas en sus ojos abiertos... Abiertos y al parecer con miedo. Miedo de no haberlo encontrado en su cama, miedo de no haber sabido dónde estaba...

Italia... -murmuró, sin despegar sus ojos de él, y aún más rápido de lo que era para huir, el castaño corrió a abrazarlo. Abrazarlo con fuerza, con amor. Con todo ese amor que siempre le tuvo y que jamás dejaría de tenerle...- Italia... -repitió, esta vez intentando separarse un poco de él y el italiano lo comprendió, separándose con rapidez y una mano a la altura de su sien. Con una gran sonrisa en su rostro y lágrimas aún en sus ojos... Lágrimas felices, lágrimas de un corazón sanando...

¡Si, capitán! -podría decirse que gritó, más por la emoción que porque realmente quisiera hacerlo.

¡Soldado! -dijo el alemán, siguiendo el juego del más pequeño- ¡Enumerese!

¡Uno! -el brillo de felicidad de sus ojos relajaba más al rubio, que intentaba mantenerse serio en su papel, pero siendole muy difícil no suavizar su rostro.

¡¿Qué comeremos hoy, soldado?! -preguntó, esperando a que Italia respondiese "Paaasta~", totalmente dispuesto a comerla sin un mínimo rechiste. Moría de hambre, y algo de comida italiana no le vendría mal...

¡Señor, comandante, señor! ¡Hoy comeremos wurst y beberemos cerveza, señor! -respondió sin embargo, y Alemania no pudo evitar dejar caer su mano, sorprendido.

...¿Qué? -el castaño dejó caer su mano también, cerrando sus ojos y mostrando una sonrisa, si bien aún divertida, mucho más dulce.

Vee~ Doitsu, estamos en Alemania... No hay que perder las costumbres, vee~ -su voz se oía con cierto... ¿miedo, tal vez? Si, la voz de Italia siempre sonaba asustada, pero este miedo era distinto. Miedo de que, al haber sido dividido y casi estar al "mando" de Estados Unidos, Alemania hubiese perdido algo de su cultura. Esa cultura de "maldito Macho patatas bebedor de cerveza", como diría Romano...

Y Alemania lo supo. Oh, claro que lo supo, ese tono de voz, esa mirada. Sabía lo que Italia le estaba diciendo. Él, era Alemania. Podía ser Alemania del Este, pero aún así seguía siendo el Gran Alemania, y Alemania NO comía pasta, NO comía gelato, NO bebía vino, NO era débil y definitivamente NO bajaba los brazos. Él comía wurst, él comía patatas, él bebía cerveza, él era perseverante y definitivamente él no iba a parar hasta ver ese muro irse abajo, hecho escombros y reunirse con su hermano, como debía ser.