Sí, lo sé. Debo muchas actus y sigo actualizando fics nuevos. Pero dejenme soñar QnQ.

Es el turno de otro Tairo(to)


Datos del fic:

Autora: Chia S.R.

Pareja: Taiora (to)

Capítulos: Indefinidos.

Tema: Romance, humor, trio, drama, angust.

Ranking: M (por si las moscas)

Sistema: Drables cortitos, viñetas y hasta os cortitos. Sin relación.


¿Por qué?

Porque mientras el mundo cambia, sus ojos son capaces de encontrarlo.

I

Todas las paredes caían echando polvo a diestro y siniestro, escondiéndole los ojos. Aún así, fue capaz de ver su cazadora naranja y sus cabellos revueltos en medio de todo. Corriendo antes que los demás, llegando hacia él, (ellos en realidad).

—¡Tai! — gritó.

Él levantó la mirada hacia ella, confuso y cansado a la par, como si no esperase su llamado. Sora casi cayó de rodillas, suspirando aliviada.

—Demonios— masculló. Había sentido un miedo terrible.

—Sora.

Levantó los ojos hacia Yamato, asintiéndole y sonriéndole con alivio. Ambos habían salido bien y salvo de la lucha contra Alphamon.

II

Un grupo de gente. Pisándose unos a otros. Corriendo a diestro y siniestro. Ella tropezando y antes de caer al suelo, dos manos sujetándola. Miró a su derecha primero, sorprendida, encontrándose con sus ojos castaños y una mirada de preocupación. A su izquierda los azulados, serios y llenos de dudas por su seguridad.

Ella sonrió.

—Estoy bien, Tai, Yamato.

III

El mundo Digimon estaba en peligro. Eso lo sabían todos perfectamente. La tensión de las peleas eran algo que no había cambiado entre ambos chicos y todos sabían que debían de dejarles resolver las cosas a su modo.

Sora sufría por cada golpe como si se lo dieran a ella misma. Apretando los dedos en su camisa y apretando los labios.

Ese día no pudo soportarlo más. La disputa era por una cosa tan tonta y sin lógica. Además, cada golpe era como si se lo dieran a sí misma.

Sin pensarlo mucho, se entrometió, cubriendo con su cuerpo al joven portador del valor. Yamato se quedó mirándola con sorpresa, bajando el puño y suspirando ruidosamente.

Ninguno de los dos hablo del tema nunca más.

IV

Era el concierto y todos se empujaban entre sí. Se suponía que tenía en primera fila su asiento, junto al resto. No debería de ser difícil llegar si no fuera por las locas que gritaban y discutían por acercarse cada vez más al escenario. Y cualquier persona que pasara frente a ellas significaba una persona más a la que derrotar.

Sora rodó los ojos y se puso de puntillas.

Entonces, le vio.

Con los dedos metidos en los oídos, inclinándose hacia Hikari para gritarle algo y girándose justo para que sus ojos se encontraran. Levantó la mano con una sonrisa inocente y la invitó a acercarse.

—Es bueno que seas tan alto, Tai— gritó cuando estuvo casi encima de él—. Así puedo encontrarte fácilmente.

Taichi guiñó los ojos, confuso. Sora sonrió y se sentó entre él y Kari, mirando hacia el escenario donde Yamato cantaba efusivamente. Tai miró hacia Joe, quien era más alto que él y sobresaltaba más.

Quizás es que Sora era única en encontrarle en medio de tanta gente.

V

La fiesta de fin de curso estaba siendo divertida. Entre juegos, premios y risas para los mayores. Algunas lágrimas desprendidas por ahí, especialmente para ellos. Marcharse podía significar una cosa. Cumplir esa edad era ya dejar atrás la idea de ser niños elegidos. O quizás no.

Fuera como fuera, era divertido y no pensaba echar la oportunidad de disfrutar todo para el día de mañana recordarlo con una sonrisa en el rostro.

Las chicas habían tomado la decisión de darse un respiro y sentarse en los bancos mientras los chicos jugaban futbol. Para su sorpresa, Yamato había aceptado las invitaciones, por no decir empujones, de Tai para que se uniera.

Le había dejado las llaves y el móvil sobre la falda y tras atarse bien los pantalones, salió tras Tai y el resto para jugar.

En algún momento, los chicos decidieron que el calor era insoportable y se quitaron las camisas. Dos volaron hacia ella. Sora había reído, estirándolas con cuidado sobre sus rodillas y de forma que fuera capaz de distinguir de quién era cada una.

Mientras las chicas cotorreaban emocionadas ante la visión de tanta carne, Sora, quien siempre tuvo un oído excelente. Se descubrió a sí misma siguiendo con sus ojos las palabras de las chicas.

Que si Tai había cambiado mucho en todos esos años. Que si sus hombros eran más anchos. Que si esas preciosas abdominales en su vientre. Que si sus delgadas caderas y para remate, que tenía un culo precioso.

Sí. Sora vio todo aquello. Todo.

Cuando ambos jóvenes regresaron a por las camisas, Sora no pudo evitar mirarlos a ambos y encontrar las diferencias exactas. Ambos, con las camisas abiertas, sonriendo satisfechos por haber ganado. Y ella, con el corazón encogido y las hormonas revolucionadas.

VI

El día de la despedida fue como un cuchillo clavándosele en todo el corazón. El día que Tai les dijo, con el petate en la mano, que cogía un vuelo a América para continuar los estudios allí cuando ellos volvían de un viaje de negocios de la madre de Sora.

Recordaba a Yamato rodearla con el brazo mientras estrechaban las manos y se miraban con la promesa de nunca perder esa amistad tan fuerte que los unía. Sora se había estrangulado las manos y no sabía qué decir exactamente.

—Sora— nombró Tai con aquel gesto y esa sonrisa capaz de provocar un infarto en su pecho—. Volveré para vacaciones y esas cosas. Espero que seas mejor cocinera.

Sora infló los mofletes y le golpeó el estómago con los puños, aferrándose a su camiseta mientras reía, con lágrimas en los ojos, como excusa de las risas. Pero era su corazón lo que se estaba rompiendo.

Luego ambos le despidieron y mientras la gente le engullía, ella continuaba siendo capaz de ver sus revoltosos cabellos, ahora más cortos.

VII

Pese a que debía de sonreír por felicidad, había algo que fallaba. Algo que no dejaba de apretarle el corazón y recalcarle que por mucho que amaba a Yamato, algo no iba bien. Era como si una parte de su corazón le faltaba.

Todos estaban sentados en los bancos, levantándose solo para cuando ella apareciera del brazo de su padre. La música sonaba para marcar su paso. El sacerdote esperaba con una sonrisa en su rostro mientras esperaba con la biblia pegada al pecho.

Y Yamato. Oh. Él estaba guapísimo, debía de confesar. De pie, en el altar. Con los ojos puesto en ella.

Sin embargo, ella miraba a su alrededor, dando pequeños pasos, como si le costara llegar hasta el final. Su padre la miró un instante y susurró unas palabras. Ella negó y continuó caminando.

Finalmente llegó al altar.

Yamato la recibió sujetándola del codo para ayudarla.

La ceremonia estaba a punto de empezar cuando le vio. Entrar despacio en la iglesia, con las manos dentro de los pantalones y en traje. Su corazón se disparó y sin poder contenerse, se remangó y corrió hacia él, echándose a sus brazos.

—Has tardado mucho en venir— protestó con las lágrimas apunto de arruinar el maquillaje.

Él sonrió, de ese modo único.

—Lo sé.


Empezando con el primero de algo que tengo en mente de hace tiempo :3