Perrito Faldero

Kylar machacó el preparado con el mortero una vez más, y miró por la ventana del herbolario. Veía a Elene jugando con Uly en la plaza, frente a la casa de la tía Mía. Sonrió. A pesar de las cicatrices, Elene era hermosa. Y no solo físicamente, que también, sino por dentro. Más de una vez se habría preguntado como lo hacía la chica para que todo el mundo tuviera un lugar dentro de su corazón. Y esa habilidad que tenía, como un aura de bondad que la rodeaba… estar cerca de ella hacía que quisieras ser mejor. Que desearas sacar lo mejor de ti mismo para demostrarle a esa mujer que podías ser digno del afecto que te profesaba. Incluso él, un ejecutor, nacido en las barriadas, y ahora Ángel de la Noche, podía sentirse como si fuera algo mejor que un asesino cuando ella lo miraba y le sonreía.

Había dejado a un lado el camino de las sombras hacía ya unas semanas. Había creído que no iba a conseguirlo, que no iba a aguantar. La máscara del juicio nublaba de forma permanente sus ojos y no podía evitar ver la culpa, el pecado, o lo que fuera que veía, en todo aquel que se le cruzara por delante. Pensó que, si alguna vez veía un crimen en los ojos de alguien, su impulso se dispararía y lo mataría. Pero le había prometido a Elene que no volvería a matar. Se lo había prometido a él mismo.

Pero, ¿qué le había dicho Aristarco aquella vez…? ¿O quizá fue el Lobo? ¿Dorian?

"Un lobo puede convertirse en perro lobo, pero nunca será un perrito faldero." Él- Kylar Stern, Kagé, el Ángel de la Noche-, era un lobo. Lo había sido desde que Durzo Blint lo acogiera como su aprendiz. Y le gustaba ser un lobo. Le agradaba la idea de pensar que podía defenderse a si mismo, que nadie estaba por encima de él (realmente nadie, puesto que había matado a Blint para poder salvar a Elene y Uly), y que ni siquiera el Sa'Kagé podía manipularle. Ya no. Porque había huido a Caernarvon como un cobarde cuando acabó con Rata, dejando Cenaria a merced de la invasión Kalhidoriana, en manos del rey dios.

Azoth había sido a duras penas un perro. Algo débil que se arrastraba por las barriadas, robando las pocas monedas que tenía al alcance de la mano, durmiendo en los locales de Mama K en invierno junto al resto de la hermandad, y cogiendo los trozos de pan más grandes a la hora de compartirlos con Muñeca y Jarl. Alguien que había sido incapaz de proteger a sus amigos o incluso a si mismo de las garras de Rata. Azoth no había sido más que un pedazo de mierda sin futuro.

Y ahora, después de conocer las sendas oscuras de las sombras, después de haberse convertido en lobo, tenía que renunciar a los colmillos y acceder a limarse las garras y convertirse en un perrito faldero. Aprender a comportarse en sociedad, aceptar el ser bueno, consentir el ser mediocre, ceder a ser uno más de la manada, cuando todo su ser pedía a gritos la libertad de la noche y el susurro de un cuchillo hendiendo el aire. La imposición de la justicia. La práctica de la piedad.

Porque una parte de él dormía en un silencio incómodo bajo la cama de su habitación, dentro de un cofre. Su herencia, la parte de él que su maestro le confió, estaba abandonada y criando polvo (metafóricamente, claro está. Sentencia nunca se ensuciaba), allá donde la había dejado al llegar a la ciudad. Y ahora era un lobo sin armas y sin identidad, que trabajaba como herborista para ganarse la vida honradamente en aquel lugar tan extrañamente pacífico, y tratando de ser un buen marido para Elene (aunque no estuvieran realmente casados), y un padre ejemplar para Uly, la hija de Durzo y Mama K.

Dejó la mezcla que estaba haciendo, y guardó la pócima en un tarro, antes de clasificarla. De nuevo, estuvo a punto de poner "muriente" en lugar de "paciente" en la etiqueta. Bufó, exasperado por su ineptitud.

Poco a poco, Kylar. No hay prisa, se dijo.

No se puede renunciar a lo que se es.

Se sorprendió por lo repentino del pensamiento. Estaba seguro de que no era suyo, pero ¿de quién más podía ser?

Chan, Chan.

Kylar sacudió la cabeza, y se lavó las manos, frotándolas con fuerza bajo el agua caliente, eliminando todo posible rastro de aquel mejunje que había preparado, pensando que algo de lo que había olido allí estaba haciendo de las suyas con su cabeza. Tal vez las setas que había desayunado no eran tan inofensivas como la tía Mia decía, después de todo…

Salió a la plaza después de cerrar con llave el herbolario. Encogió las piernas cuando vio a Uly, y la levantó en brazos, sujetándola por las axilas cuando corrió hacia él. Se la cargó al hombro cual fardo, sujetándola con un brazo, mientras la niña se revolvía, riendo. Se acercó a Elene, y le sonrió. La chica le dio un suave beso en los labios, mientras meneaba la cabeza, mirando a Uly sobre su hombro.

Kylar la miró a los ojos, y se permitió subirse el ka'kari. Nunca lo había hecho con ella. Supuso que tenía miedo de lo que vería, de que no resultara ser como esperaba, pero cuando miró, no vio nada. Elene estaba inmaculada. Kylar quiso, deseó, echarse a llorar allí mismo. Nunca había visto a nadie tan limpio como ella. Se preguntó cómo alguien así querría o siquiera toleraría estar con alguien como él.

Recordó lo que le había dicho el maestro Blint. Que él le había dado una vida. Que si no fuera por él, no sería la chica que era ahora. Que sacándola de las Madrigueras lo había hecho todo por ella. Él solo había sabido ver su único error con Elene: las cicatrices. Pero no había querido mirar más allá. Sabía que las demás chicas de su hermandad habían acabado peor. Uy, sí. Muchísimo peor. La mayoría eran prostitutas o mujeres estériles de tomar tanto té de tanaceto. La adopción de Elene había sido lo mejor que Kylar podía haber hecho por nadie. Pero no se había dado cuenta de ello hasta ese instante. Las cicatrices de Elene habían sido un precio pequeño a pagar en comparación con lo que había ganado. Y ella lo había tenido siempre presente.

- Kylar, ¿estás bien?-preguntó Elene, tocándole la mejilla, asustada por su expresión.

El chico posó su mano sobre la de ella y asintió. Le besó la palma, y luego le bajó el brazo, entrelazando sus dedos con los de ella con fuerza. No quería ser un perrito faldero, pero con ella eso no importaba. Elene lo anclaba a la seguridad del mundo. Elene era su corazón.

- ¿Vamos a dar una vuelta? He oído que el mercado tiene puestos muy interesantes.

- ¡Bájame, Kylar! ¡Elene, dile que me baje!

Kylar miró por encima de su hombro a Uly, que tenía la cara roja, y se rió.

-¿Qué dices, Elene? ¿La bajo?-preguntó, agitando el hombro, acomodando mejor a la niña.

-Va, Kylar, suéltala. No seas malo.

El chico sonrió, pero bajó a Uly.

-Sabes que lo de ser malo va conmigo, cariño.


El paseo por el mercado estuvo bien. A Kylar le dolió no poder comprarles nada a Uly o a Elene. Todo el dinero que Mama K les había dado al salir de Cenaria se había quemado junto a las hierbas que traían consigo cuando el Sa'Kagé de Caernarvon decidió que ya era hora de saludar a los nuevos paisanos. Mientras miraba la luna llena, recortada por los tejados de las casas, se preguntó cómo había acabado en aquel enredo. Cómo había acabado pasando de ser un ejecutor al servicio de los señores de las sombras, a ser el Ángel de la Noche, el espíritu inmortal de la justicia. Hizo salir el ka'kari a su mano, convirtiéndolo en una pequeña pelota negra sobre su palma. Lo pesó, lanzándolo al aire y atrapándolo de nuevo, y luego lo tiró por la ventana. La pelota negra rebotó en silencio en una fachada cercana, y volvió a su mano. Volvió a lanzarlo, esta vez en línea recta hacia el cielo, y observó como se alejaba rápidamente, hasta que casi no se distinguía contra la luz de la luna. Luego, concentrándose, lo llamó, extendiendo la palma, como si diera una orden de parada.

-¿Kylar?

Él no se movió. Continuó esperando hasta que la bola negra se estampó con fuerza contra su mano, y se deshizo en una masa negra y viscosa que se metió dentro de su piel con un desagradable sonido pastoso.

Se giró. Elene lo miraba desde la cama, medio incorporada. Tenía el pelo revuelto por el sueño, y el camisón arrugado. Los ojos achinados, intentando ver a través de las legañas.

Kylar caminó hasta la cama, y se sentó en su lado del colchón. Se recostó, sin molestarse en cubrirse con las sábanas, No hacía especial frío esa noche.

- ¿Estás bien, Kylar?-preguntó Elene, girándose hacia él.

Kylar asintió.

- Estoy bien. No es nada, cariño. Duérmete.

Elene se quedó en silencio. Cuando Kylar pensó que ya se había dormido, ella se escurrió por la cama hasta pegarse a él, y apoyó la cabeza en su pecho, rodeándole la cintura con un brazo.

- Gracias por intentarlo-susurró. Giró la cabeza y lo besó en la clavícula-. Te quiero, Kylar.