ACLARACIONES

Como muy pocos sabrán, Eternal Sunshine fue mi primer historia publicada en este medio, allá lejos por el 2004.

Por diversos motivos personales, me vi obligada a descontinuarla, y luego, por "diferencias" con el personaje de Athariel, lo abandoné totalmente.

Parece una broma, pero es así. El personaje no me terminaba de convencer. Sumado al hecho de que, cuando originalmente la escribí, el manga aún no había terminado, y esto me dio muuuuchas ideas nuevas.

La historia me gustaba demasiado para dejarla inconclusa. Por esa razón, volví a editar la historia, y posiblemente encuentren unas MUCHAS diferencias con respecto a la original hasta el CAPÍTULO 6.

Sentía que después de tanto tiempo, tenía que terminarla.

Espero que la historia y sus cambios le gusten.

Hasta la próxima.

Saturnine.


¿Creen que el amor puede perdurar años? Y si perdura años ¿de qué se alimenta? De las demostraciones de afecto que cada persona de por la otra ¿de las palabras de amor eterno que se juren ¿o por un "te amo" que en otros tiempos se hayan declarado y simplemente nunca se borre de sus corazones?
Lo cierto es que, de algo se alimenta. Y lo cierto es que, cuando dos personas se aman, nada puede separarlos. Ni siquiera los años. Aunque sean
3000 años...

CAPITULO PRIMERO: "Llegada en sueños".

Una alta figura de largos cabellos centellantes cual plata y oro a la luz de una luna azul, se apareció en el balcón. El viento movía la larga cabellera, y parecía expulsar pequeños trozos de cristal, que a la luz brillaban como estrellas. Todo cuanto miraba a su alrededor estaba oscuro, salvo la luna, que iluminaba aquella figura. Buscando su rostro, sólo divisó sus ojos.

Dos cristales de diferentes azules casi transparentes, que lo observaban fijo, con una mirada difícil de describir.

No era furia, no era tristeza, no era felicidad, solo eran calmos y serenos. Una voz suave, casi como un arrullo lo llamó por su nombre. Era su voz...

- Atem...-

Despertó sobresaltado sentándose de golpe en su cama. Miró a su alrededor, era su propia habitación. Amplia, muy amplia. Con enormes columnas cuyas inscripciones narraban aventuras pasadas, estatuillas de dioses imponentes, y sobre una mesa lejana a él, su tiara de oro junto a sus demás pertenencias. Se llevó una mano a su frente y comprobó que un sudor frío lo había empapado, no solo su rostro, sino también su pecho desnudo.

Había sido un sueño demasiado real para su gusto. Sólo en ese momento miró hacia el balcón, el mismo lugar donde en sueños vio a esa extraña y serena figura mirándolo fijamente. No podía olvidar sus ojos. Aunque hubiera sido un sueño, eran los ojos más extraños y hermosos que jamás hubiera visto, tanto que no podía descifrar exactamente cuál era su color. Solo lograba recordar la luz que irradiaba de ellos, y que lo había cautivado. Se sentó en el borde de la cama, y luego de que el mareo lo abandonara, se puso de pie y caminó hacia el balcón.

Todo su reino se extendía ante él; el sol comenzaba a despegarse del horizonte, y a mostrar totalmente su luz sobre la tierra. Una fresca brisa golpeó su rostro, haciéndolo temblar por el sudor frío que aún tenía impregnado en su cuerpo. Era la hora en que la gran mayoría de sus súbditos se levantaban para ir atender a sus labores. Y él, era el gran Faraón de Egipto.

Oyó golpes en la puerta, volteándose y sin la menor intención de ir a abrir opto por darle permiso a quién fuera que se encontrara detrás de ella.

- Adelante.- Y al acto la puerta se abrió de par en par. Shimon entro apresurado a la habitación del joven Faraón. Más agitado que de costumbre.

- Faraón, que bueno que ya despertó. Se lo requiere en el trono de inmediato.-

Se recargó en sus rodillas para recuperar el aliento. Las escaleras eran demasiadas para un hombre tan anciano como el, más aun corriendo a toda velocidad y sin respirar.

Atem puso sus manos sobre los hombros de su Sacerdote, para calmarlo. No pudo evitar sonreír. Shimon había sido el consejero de su padre, Aknamkanon. Y a su muerte se convirtió en su mano derecha sin dudarlo.

Sin embargo, no dejaba de preguntarse por qué su presencia era tan urgente, más aún a esas horas.

- Espérame en el salón.-Dijo el joven rey.- Bajaré cuando esté listo. No tardaré mucho, y no veo que sea tan urgente como para que dejes tus pulmones en el camino de venida aquí.-

Shimon rió. El muchacho tenía el mismo sentido del humor que su querido padre.

-Pronto lo verá, tengo mis motivos para venir corriendo, aunque parezca algo innecesario "dejar los pulmones en el camino".-

Atem se apresuró a vestirse. Aunque ese episodio había aclarado un poco su mente y lo había arrancado en parte de su perturbador sueño, por alguna razón, esos ojos no dejaban de acosarlo. Aunque ya a estas alturas todo el sueño pareciera borroso, aún veía frente a el esa mirada luminosa y pacífica. Se preguntaba que podía ser.

Bajó las escaleras, mientras pasaba sin ver a los súbditos del palacio que se inclinaban a su paso.

Llegó hasta el salón de su trono, donde sus Seis Sacerdotes lo esperaban. Se sentó en el trono, y se asombró al ver la seriedad con la que todos miraban al vacío.

Se sentía completamente fuera de lugar.

- Quisiera que alguien me explicara por qué querían verme con tanta urgencia.- Dijo incómodo, para romper el silencio.

- Usted perdone...-Comenzó a explicar Isis, la única mujer en la sala- Pero es necesario.

- El día de hoy vendrán unas visitas muy importantes desde muy lejos. Es necesario que usted este presente, Faraón.- Terminó Seth. De los Seis, era el que menos parecía tranquilo con estas visitas.

Se revolvió incómodo en el trono. Aún no entendía mucho, pues nadie le había dicho lo más importante de todo: Quienes venían de visita y por qué causaban tanto revuelo.
En ese momento, el Millenium Taulk de Isis comenzó a brillar intensamente. Todos la miraron asombrados. El rostro de Isis se contrajo en una mueca que nadie supo interpretar, mezcla de asombro y espanto.

-...Llegaron...-Dijo con los ojos abiertos de par en par.

-¿Isis que ocurre? ¿Qué fue lo que viste?- Pregunto Shada tratando de tranquilizar a la mujer frente a él.

Isis lo miró con temor. No había visto nada claro, solo había sentido la presencia de las tres personas que segundos más tarde ingresaron al salón.

Ante todos los presentes, completamente anonadados por ellos, entraron tres personas. Altas, encapuchadas, una totalmente de negro, otra de menor altura, que imitaba sus vestimentas, pero con dibujos en plata que resaltaban sobre el terciopelo de la capa y la capucha. La tercera, llevaba una capa gris, bordada con dibujos de hojas y ramas en plata, pálida, y parecía emanar una luz tenue. La más alta de ellas era un hombre, y caminaba por delante de las otras dos figuras femeninas, ubicadas a sus costados.

Atem estaba estupefacto, porque aunque no pudiera ver sus rostros, sentía el tremendo poder que emanaba de cada uno de ellos. Pero quedó aún más intrigado por la luz tenue que emanaba la figura vestida de gris, ya que sentía algo que la diferenciaba de las otras dos.

Cuando llegaron frente al Faraón, se detuvieron y se inclinaron en señal de respeto. Una vez de pie, el hombre se quitó la capucha.

Era de edad media, no aparentaba tener más de 50 años, pero algo delató que tenía mucha más que esa edad; detrás del cabello negro ébano ondulado y brilloso, podían notarse sus ojeras, de tamaño normal, pero puntiagudas. Sus ojos no tenían edad.

La segunda figura se quitó también la capucha, era una chica. Esta no parecía llegar a los 14 años, tez blanca como la leche, de largo y lacio cabello negro, ojos grises y profundos, y las mismas peculiares orejas. Era increíblemente hermosa, tanto que los hombres presentes contuvieron la respiración. La tercera figura no se movió de su lugar.

Shimon, tratando de expresar palabras, aunque le fuera imposible, dio un paso al frente. Pero el sacerdote Seth se le adelantó.

- No esperábamos que llegaran tres de ustedes. Pensamos que solo vendrías tú.-

- Hubo imprevistos, pero ellas son de suma confianza para nuestra casa, y de seguro para su reino y su faraón. Ella es mi hija Irassiel.- Dijo levantando su mano y presentando a la joven de cabellos negros, que hizo una profunda reverencia hacia el Faraón, presentándose.- Y ella- Dijo señalando a la otra figura- es mi sobrina, Athariel. Vino en representación de su propio pueblo, vecino al mío.-

Atem la miró desconcertado. Athariel...ese era su nombre, al fin la conocía. La joven hizo una reverencia similar a la de su prima Irassiel, pero no se quitó la capucha ni reveló su rostro. Esto no pasó inadvertido ante el sacerdote Seth, quien la miró con sumo disgusto.

- Estás ante al Faraón de Egipto. No se que clase de jerarquía tengas en tu tierra, pero aquí él es la representación de los dioses en este lugar, y le seguimos nosotros, así que debes mostrarnos tu respeto.- Dijo con aires de superioridad.

- Eso no es necesario, Sacerdote Seth. Hizo una reverencia, con eso basta.- Expresó Atem levantando una mano, indicándole al alto hombre que se calmara. No lo logró, como tampoco logró Seth que Athariel se quitara la capucha.

El Sacerdote Seth apuntó a la joven con su artículo del milenio. Shimon corrió hacia él. El Faraón Atem se puso de pie dispuesto a detenerlo, pero fue muy tarde.

Una potente ráfaga de viento atravesó el salón, dirigido a la chica de capa gris. Dio en el blanco para el asombro y terror de todos, pues podría haberla lastimado de gravedad. Sin embargo, ocurrió algo inesperado. La ráfaga sólo logro desabrochar la capa que llevaba unida en el pecho por un broche de una radiante piedra violeta. Atem quedó totalmente asombrado, sus ojos se abrieron de par en par. Si no hubiera sido por que Shimon estaba tras él hubiera caído de espaldas por el asombro.

Ante él estaba la figura de sus sueños de la noche anterior.

La joven hermosísima, de largo y brilloso cabello castaño veteado en dorado, que aún se movía por el viento, seguía parada firme como antes. Sus ojos mostraban la sabiduría de años pasados, y eran del mismo color que el recordaba. De un azul con diferentes matices y un brillo alucinante. Estaba vestida de blanco, con gemas en su vestido, pero ninguna otra joya, salvo una tiara en su frente. Una tiara que simulaban ramas y hojas en plata brillante.

Sin lugar a dudas se trataba de la Princesa de su reino.

- ¡Seth eso no era necesario!- Gritó Isis indignada, acercándose a la joven princesa. Su prima también se acercó.

- Podrías haberla lastimado.- Le siguió Mahado.

- Ella debió mostrar respeto hacia las autoridades de este lugar.- Respondió defendiéndose.

- Eso hice...- Habló por primera vez la joven. Todos callaron.- Lo hice, tanto que esperé hasta que el Faraón me pidiera que me quitara la capucha.-

Su voz era apacible, exactamente como Atem la recordaba. Abrió los ojos de par en par. No podía ser coincidencia, estaba totalmente seguro que esa joven lo había visitado en sueños. Su imagen era exactamente igual, incluso su voz.

- Mejor discúlpate Seth, cometiste una gran imprudencia y una falta de respeto hacia la visita.- Recriminó Shimon desde atrás.

El joven sacerdote lo miró con furia, y sin decir más, abandonó el recinto. Todos lo miraron reprobatoriamente.

- Lamento muchísimo lo que sucedió Señora Athariel. Le ruego sepa perdonar.- Dijo Isis apenada por el comportamiento de su compañero.

- Todo está bien,. No tiene por qué disculparse por la falta de otro.- Dijo mirándola a los ojos. Isis tuvo la sensación de ver siglos de caminatas sobre la tierra en la mirada de esa joven. Sabiduría de años incontables.

Atem no pudo pronunciar palabra alguna cuando la mirada de Athariel se posó en la suya, encontrándose en medio del salón lleno de murmullos y gritos entre sus sacerdotes. Todo se volvió silencioso mientras miraba los ojos azules de la princesa, clavados en los suyos.

Ese fue su primer encuentro sobre la Tierra.