Blowing Up.
Esa noche, soñé con mar. Amplios espacios, agua pura, clara, transparente. Olas tranquilas que lamían mis tobillos. Arena suave, casi como un cojín. El ruido del viento, de las hojas de los árboles moviéndose al compás de este. ¿Habían árboles, siquiera? No estaban en mi rango de visión. Los pájaros volaban, libres, felices. Todos juntos, sin dejar a ninguno atrás. Y de pronto, me sentí tan sola. Que la compañía del agua, la arena, el viento y los árboles ya no era suficiente. Que necesitaba algo más. Pero ya se habían dado cuenta. Finas cadenas de arena se habían materializado en mis tobillos, y un leve tironeo de estas me obligó a caer sentada. Traté de escapar, echando el cuerpo hacia atrás, abriendo las manos, en busca de algo, cualquier cosa, a la que aferrarme, pero lo único que conseguí sentir fue arena. Solo arena.
El agua comenzó a tragarme. Abría la boca, echaba la lengua hacia atrás, y luego la sacaba más fuerte, para arrastrarme nuevamente hacia adentro. Quemaba sobre mi piel. La desesperación crecía. Quería gritar, pedir ayuda, hacer que alguien viniera en mi rescate. Pero mi garganta se encontraba tan seca como el papel, y por más intentos que hiciera, ningún sonido salía de ella. Además, ¿quién podría venir a mi encuentro? Me di media vuelta, esta vez era mi estómago el que estaba en contacto con la arena. Logré arrastrarme por algunos momentos, y el solo hecho de pensar que era posible escapar de una muerte segura me dio aún mas fuerzas. Pero la naturaleza, nuevamente, era más inteligente. Y cuando vi la última ola, supe que era la última. Pero… Hubo algo, justo antes de ser tragada completamente. Alguien, mas bien. Gritaba algunas palabras que nunca logré entender. Hay algo que sí pude notar. Sus ojos tan azules como el agua que ahora era la causa de mi muerte.
Desperté entre gritos ahogados y sudor. La tela de mi pijama se pegaba a mi cuerpo, la cual era una de las sensaciones que mas odiaba en el mundo. Sin embargo, estaba más preocupada por mi sueño. Generalmente eran borrones, colores que se juntaban y separaban a su antojo, incluso pesadillas. Pero nada como eso, nada tan real. Podía sentir el agua a mi lado, mi garganta cerrándose, mis ganas de vivir. Decidí dejarlo atrás y empezar el día, después de todo, era solo un sueño estúpido. El reloj a mi lado indicaba que eran las nueve de la mañana. Alcé las cejas. ¿Mamá no me había despertado? Era día de escuela. Me pregunté que motivo habría tenido para dejarme durmiendo tan plácidamente. Era extraño que pasara, ya que si una cosa la marcaba, era su amor por seguir las reglas y asumir responsabilidades. ¿Era posible que se le hubiera olvidado por completo? ¿Qué ella misma se hubiese quedado dormida? Extraño, pero no imposible.
Levanté las sábanas de sobre mi cuerpo y me senté en la orilla de la cama, con mis pies tocando el suelo. Sentía que en cualquier momento los ojos se me cerrarían de nuevo, y no importa cuanto tratara, no podría abrirlos, tal como no pude salvarme en mi sueño. Resolví que mi primera parada sería en el baño. Caminé por la fría superficie, abriendo la puerta de mi habitación para abrir la que se encontraba justo al frente. La cerré detrás de mi, con cuidado, si es que la teoría de que mi madre se encontraba durmiendo resultara ser cierta. Me estudié en el espejo. Pelo rosa desordenado y pegado a la cara en algunos lugares debido al sudor. Ojos color jade, grandes, ahora sin mucha vida, pero la mañana tenía mucha culpa en eso. Piel pálida, pero casi sin imperfecciones. Me esforzaba mucho por mantenerla así. Abrí el grifo y junté mis manos, llenando el espacio entre ellas con agua. Dudé unos momentos antes de bajar mi rostro y mojarlo. Tuve un pequeño escalofrío al sentir lo helada que estaba, pero se pasó tan rápido como llegó.
Repetí esa acción tres veces más, hasta que me sentí lo suficientemente despierta. Tomé una toalla que se encontraba a mi lado derecho, y me la pasé por el rostro, borrando las gotas que amenazaban con caer desde mi frente hasta mi mandíbula. Después de eso, salí del baño, y me dirigí a la pieza de mi madre, que se encontraba al final del pasillo. La puerta estaba completamente abierta, y una brisa se colaba desde la pieza hasta el pasillo. La ventana debía estar abierta. Me paré bajo el umbral de la puerta, y ahí la encontré. Sentada en una silla, leyendo una revista, mientras el viento ondeaba su pelo. No eramos muy diferentes a decir verdad. Su pelo rosa, ahora gastado, llegaba hasta la mitad de su espalda. Si algún extraño la viera desde atrás, pensaría que tiene, a lo mas, veinticinco años. Pero unas canas rebeldes se preocupan de delatar la verdadera edad de mamá. Sus ojos son como los de un gato, siempre moviéndose, siempre enfocados. Su color es rosa, igual que su pelo. Es un poco más morena que yo, pero, vamos, la mitad de la población es más morena que yo.
Su vista se levantó de la revista, y una sonrisa se empezó a formar sobre sus labios. Se levantó de la silla, caminó los pocos pasos que nos separaban y tomó mi rostro para besarme la mejilla. Al echarse hacia atrás, le respondí la misma sonrisa dulce que ella me había dirigido al principio. Quería mucho a mi madre, ya que se había esforzado hasta los límites por darme una infancia feliz. Y vaya que lo había conseguido. De mi infancia eran los recuerdos más felices que podía recordar.
- ¿Por qué no me despertaste? – Pregunté, mientras mi madre pasaba las manos por mi pelo, tratando de arreglarlo a su gusto, como siempre hacía.
- Oh, traté. Estabas hablando en tus sueños, te movías como si alguien te estuviera golpeando. Toqué tu frente y me dio la impresión de que tenías un poco de fiebre, así que dejé mis intentos.
- ¿Sora? – Mi hermanita pequeña y la persona que más amaba en este mundo. Sora era todo lo que yo no podía ser, lo que ya había perdido el tiempo de tratar de lograr. Estaba decidida a protegerla, de todo, del mundo, de las personas, hasta de si misma si era necesario.
- Fue a la escuela. Ya sabes como se pone cuando no va. – Ambas reímos en unísono cuando recordamos la vez que hicimos que se quedara en casa, ya que se encontraba siendo víctima de un resfriado. Pasó todo el día sentada en su cama con los brazos cruzados, y se negó a hablar con nosotras hasta el día siguiente, cuando le dimos permiso de asistir nuevamente.
Di media vuelta y bajé las escaleras entre saltos. Ya era bastante tarde como para pensar en ir a la escuela, pero quería disfrutar el día de igual manera. Hace mucho tiempo que no podía dar una vuelta por Konoha a plena luz del día. Es mas, hace mucho tiempo que no podía dar una vuelta, simplemente. Ahora me encontraba muy ocupada. Solté una pequeña risa, que solo yo pude oír. Tenía dieciséis años, y ya me encontraba cansada. No quería imaginar como iba a ser cuando tuviera veinte años, un trabajo, y una vida mas llena de responsabilidades. Al llegar a la cocina, saqué los utensilios necesarios para hacer cereales con leche, mi desayuno favorito. El mismo que ahora estaba pasando directamente de mis labios a mi garganta, sin siquiera darme el tiempo para saborearlo. Lo que más quería era salir, tener tiempo para mi misma.
Subí las escaleras como un gato asustado y me metí al baño, desnudándome y metiéndome a una ducha que duro, como máximo, tres minutos. Inflé las mejillas al darme cuenta de que había olvidado la toalla, pero solo estaba mi madre en casa, así que corrí la distancia que me separaba de mi pieza. Estaba segura de que nadie me había visto. Corrí la cortina un poco, y me saludó un sol radiante. Wow, era raro que hubiera días así en esta época del año. El invierno estaba a la vuelta de la esquina, y se supone que las temperaturas deberían haber estado bajando, pero era el efecto contrario. 'Efecto Invernadero, también llamado' pensé, pero luego me di vuelta hacia el armario, perdiéndome en no saber que llevar para la ocasión. Finalmente me decidí por un vestido blanco, apretado en el sector del pecho pero suelto hasta el final, que era aproximadamente la mitad de mi muslo. Tomé unas sandalias, y arreglé mi cabello en una cola alta.
Volví al baño, que aun seguía lleno de vapor, y tomé el cepillo de dientes. Mientras me los lavaba, caminé hacia la pieza de mi madre, que seguía haciendo lo mismo que la vi haciendo en la mañana. Con gestos logré explicarle lo que quería hacer, y asintió, dándome permiso. Ya sabía todo lo demás. Que no hablara con extraños, que no llegara tarde a casa, que no fuera por caminos desconocidos. Como si pudiera haber caminos desconocidos para mí. Llevaba viviendo aquí toda mi vida, estaba segura que conocía el lugar como la palma de mi mano. Luego de enjuagarme y darme el visto bueno a mi misma frente al espejo, salí de mi casa. Me recibió una brisa caliente, asfixiante. Pude ver que no era la única que se encontraba extrañada por esto. Gente que caminaba por la calle miraba hacia el cielo, extrañada, preguntándose que clase de cosa estaba pasando allá arriba para que los mortales nos estuviéramos friendo aquí en el suelo.
Yo misma miré hacia arriba. El cielo tenía un color extraño. Era… rosa. Si, rosa. Como ese rosa que se ve al atardecer, unos pocos momentos antes de que el sol baje por completo y la noche haga acto de presencia. Decidí no darle más pensamiento. Me dirigí, primero que todo, a la plaza principal. Allí me encontré con gente conocida, que me preguntaba como estaba, como era mi vida, y porque no pasaba tanto tiempo como antes fuera de casa. Y me llenó de tristeza saber que ni siquiera yo tenía una respuesta concreta para eso. ¿Cómo decirles que había perdido el apetito de aventura? ¿Qué prefería quedarme en casa que salir a ver la ciudad? ¿Qué ya nada me emocionaba? No, no era su problema por resolver. Así que sólo mentía y les decía que la tarea me tenía bastante agobiada como para poder pensar en hacer algo más que completarla. Reían, y de ahí bromeaban un poco más. Tema cerrado.
Aproveché de ponerme al tanto con su vida, también. Pero el tiempo pasaba rápido, y cuando me di cuenta, la tarde estaba casi en su final. Me despedí de Akia, la chica con la que estaba hablando. Éramos compañeras en algunas clases, hasta que tuvo que salir de la escuela para ayudar a su madre con el pequeño negocio que se encontraba en una de las esquinas de la plaza central. Así que, aunque no fuéramos tan cercanas como antes, seguía visitándola de vez en cuando. Miré el reloj. Las seis y media. Sora probablemente ya había salido de la escuela, no tenía ningún sentido ir hacia allá. En realidad, no tenía ningún sentido ir a ninguna parte. El día de diversiones se había acabado. Suspiré. Compré un chocolate a un señor con una sonrisa extraña, y me dirigí a casa por el camino mas largo, quería disfrutar, sentir libertad, antes de volver a la rutina que me consumía.
Por un instinto, miré hacia el cielo. Fruncí el ceño. Esto sí era bastante extraño. El cielo era exactamente del mismo color que era cuando había salido de casa, y de eso ya casi siete horas. ¿Qué estaba pasando? ¿El gobierno, siempre jugando con sus botoncitos, había apretado el incorrecto y causado un problema de mayores proporciones? O quizás… O quizás solo era el cielo, y yo estaba alucinando. No era mi culpa, siempre inventaba situaciones poco creíbles para problemas tradicionales. Nuevamente, decidí ignorarlo. El chocolate se terminó rápidamente, demasiado rápido para mi gusto, dejándome con gusto a poco, y ganas de un vaso de agua. Y fue exactamente en ese momento cuando escuché el primero.
El primer grito.
Duró, como mucho, dos segundos, pero fue suficiente para ponerme en alarma. No era un grito de sorpresa. Mucho menos de felicidad. Era un grito de horror. Pero, ¿horror de qué? Traté de localizarlo. A pesar de que había sido lo bastante fuerte para que la mitad de Konoha lo oyera, sabía que no estaba muy lejos. Quizás solo a tres cuadras de distancia. Mis piernas reaccionaron mas rápido de lo que yo lo hice, y me llevaron al lugar donde yo creía estaba el origen. Pero allí no había nada, solo yo, mi respiración disparada y mi curiosidad. Justo cuando estaba segura de que quizás el grito tenía otra intención, oí el segundo. Y el tercero. Y el cuarto. Y el quinto. Todos provenían de distintos lugares, pero, ¿por qué? No tenía respuesta alguna. ¿Qué estaba pasando? Un pequeño temblor acompañado de un ruido fuerte me hizo caer al suelo. Tres mas como ese me hicieron estirarme y poner los brazos sobre mi cabeza, para que nada llegara sobre mí.
¿Estaba conectado con los gritos? Cuando estuve segura de que ya no vendrían mas, me puse de pie. El silencio era sepulcral. Los gritos habían cesado. Me puse de puntillas, y, moviéndome, encontré un lugar entre dos casas desde donde podía observar el resto de Konoha. Humo se levantaba desde partes específicas. Abrí los ojos con sorpresa. ¡¿Qué demonios estaba pasando? La rabia se empezó a apoderar de mí, sin saber a quien estaba dirigida. Quizás a mi, a la gente que había gritado, al humo inexplicable, a los temblores que hicieron que me acostara en el suelo. La posibilidad de que fuera un terremoto estaba descartada, ya que habría habido más movimiento. Tampoco podía ser algo natural, ya que habían sido al menos cuatro, todos separados por un rango de máximo un segundo entre ellos. Los temblores raramente se hacían presentes aquí, mucho menos en manada. ¿Entonces, qué? Aún no lo sabía, pero estaba determinada a investigarlo.
Y cuando di el primer paso, la bomba en frente de mi estalló.
Bueno, si leíste hasta aqui, muchísimas gracias. Espero que hayas disfrutado del primer capítulo de Dandelion, habrán muchos mas, claramente, ya que no planeo que termine pronto. Soy Sakura y esta es la primera historia que publico aqui, si quieres saber mas de mi, eres bienvenido en mi perfil. Por favor, si te gusta, no dudes en dejar un review. Bueno, eso es todo por ahora, bye bye ~
