Disclaimer: Saint Seiya no me pertenece y con esto no gano un duro uxu Una pena, porque estoy pelaba ;¬;U
Advertencias: Shônen ai (amor entre chicos)
N/A: Hace tiempo que escribí este fic. Se suponía que estaba subiendo mis oneshots, aunque este no lo es. Bueno, sólo falta poner el epílogo xD Seguramente lo pondré ahora mismo.
Adoro más de una parte de este fic, lo escribí para Dazi. Nada más que añadir, me parece xD
In and Outside
Capítulo único.
–¡No! –gritó de nuevo el rubio– ¡No lo estás entendiendo!
Ikki se levantó del sillón, harto de la bravuconería de Hyoga y de su tozudez.
Se acercó a él en un par de zancadas, pero el rostro del mestizo no denotaba ningún tipo de temor o de alerta.
–A mí no me levantes la voz. –siseó estrechando los ojos.
Hyoga cruzó sus brazos, bajando la barbilla pero sin dejar de mirarlo directamente a sus iris de tormenta.
–Pues es la única manera en la que parece que me escuchas…
Ikki apretó los puños, manteniendo su ira bajo presión.
Estaban haciéndolo de nuevo.
No le gustaba discutir con Hyoga.
Era algo que notaba fuera de lugar.
–Sí que te escucho ¡pero no dices más que barbaridades! –empezó el japonés– No puedes decirme que no entiendo tus sentimientos por que no lo he vivido, no puedes ¡por qué yo he sufrido tanto o más que tú!
Hyoga se volvió a exasperar. ¿Cuándo le había dicho él que no lo entendía?
–Otra vez distorsionando mis palabras… –suspiró ruidosamente, haciendo que su flequillo volara indignado– ¡Te dije que no perdiste a tu madre como lo hice yo, no que no hayas sufrido nunca!
–¡Sí lo hiciste! –criticó Ikki levantando la voz más de lo necesario– Te burlaste del recuerdo de Esmeralda. ¡Y eso no te lo consiento!
Ikki tomó a Hyoga del cuello de la camiseta, levantándolo del sillón sin aparente esfuerzo.
–Ikki… –se quejó el menor agarrando el puño con sus dos manos– Ikki, suéltame.
–¡No te lo consiento! –repitió sin hacerle caso– ¿Entendiste?
Hyoga trató de apoyarse con los pies, pero Ikki estaba izándolo cada vez más arriba.
–Ikki.
El moreno lo echó en el sofá con poca diligencia al notar la presión de las manos más pequeñas tratando de zafar la camiseta de su puño.
Hyoga intentó arreglarse la ropa, no quería mirarlo a los ojos. No se atrevía.
Después de todo, Ikki hacía tiempo que ya no era tan agresivo como antes.
El moreno se miró los puños de la camisa que vestía y los arregló, doblándolos bien hasta casi el codo.
Se giró en el lugar que ocupaba y miró a la puerta con la mandíbula apretada.
–Dile a Shun que no me espere para cenar.
Hyoga alzó su rostro y vio su espalda ancha y el movimiento de sus muslos al caminar.
–¿Qué? –preguntó descolocado.
Ikki suspiró cansado.
–Encima de borde, sordo.
Abrió la puerta sin mirar atrás y cerró con un portazo que hizo temblar el marco.
–Se ha ido…
––––
–¡Maldito pato! –masculló Ikki mientras daba un golpe sobre el volante del coche.
Había aparcado no muy lejos de la mansión. No sabía si ir más lejos y no volver esa noche o si quedarse un rato más allí.
Apoyó el codo en el mismo volante, oyendo un chillido de queja al instante que le hizo levantar el codo de nuevo.
–Me ca… –empezó sin terminar la frase– El claxon.
Esta vez se cercioró de no apretarlo y posó su mejilla desganadamente sobre los nudillos.
No sabía como habían terminado discutiendo de esa manera.
Hacía un tiempo que Hyoga le hablaba con saña, pero eso ni le iba ni le venía.
Sus berrinches de niño histérico hormonal no eran cosa suya. También sufría los de su hermano, así que estaba plenamente preparado.
Pero últimamente que lo tratara así le hacía daño.
Estaba seguro de que Hyoga ni siquiera se había dado cuenta de lo que estaba haciendo.
Bajó la cara, abriendo la mano y agarrando con los dedos la frente sudada. Apartó el flequillo, despegándolo de la piel y dejó salir el aire poco a poco y con fuerza.
Hacía un par de días que discutieron prácticamente por la misma cuestión, pero la llegada de Shiryu hizo que detuvieran los ataques verbales y se miraran con rencor fingido.
Pero esta vez se había pasado.
Había estado a punto de agredirlo físicamente. Y todo por el recuerdo de Esmeralda.
Ese recuerdo que no le dejaba avanzar.
––––
Hyoga se hundió en el sofá, abrazándose a si mismo y controlando el ligero temblor de sus hombros.
–¿Por qué? –preguntó a nadie en particular– Si yo no…
Se llevó la mano a los labios y contuvo un pequeño gemido en su boca.
La actitud de Ikki le había ofendido, pero sobre todo le había sorprendido.
No creyó que volvería a ver de nuevo aquel fulgor en sus ojos, aquella mirada de odio puro que un día había conocido y enfrentado.
No quería que lo volviera a mirar así. Ese no era Ikki.
Aquel demonio era el resultado del entrenamiento de su maestro, pero no era Ikki.
No era su Ikki, el hermano que Shun le presentó. El amigo que descubrió con el tiempo.
El guerrero junto al que peleó por la paz.
No, aquel no era Ikki.
Se frotó los ojos y enderezó la espalda, buscando el reloj con la mirada.
Había pasado una hora desde que Ikki se había ido.
Había podido oír claramente el motor de su coche abandonar la mansión y enfilar el camino hacia la salida.
Y aún no había avisado a Shun.
Se hundió un poquito más en el sofá. Lo esperaría allí.
Tenía que aclararlo todo y estaba seguro de que volvería al salón. Su chaqueta de cuero estaba colgada en un brazo del sillón que tenía al frente.
Volvería a por ella.
Aquello no podía quedar así.
––––
Arrancó el motor y dio la vuelta. Tenía que volver a la mansión.
No estaba seguro de que Hyoga hubiera avisado a Shun. Probablemente estaba de morros en su habitación pensando en la mejor forma de vengarse o desquitarse.
Sonrió ligeramente. No era la primera vez que atisbaba desde la puerta de su habitación y lo veía tirado en la cama apuntando bromas pendientes a devolver.
Seiya temía aquella libretita negra tanto como a la furia de Athena.
Temible, pero entretenida. Sin duda.
Borró la sonrisa en cuanto se dio cuenta de que estaba allí.
Frunció las cejas y se concentró en la conducción.
Además de eso tenía otras cosas que hacer en la mansión. Tenía que terminar un trabajo que había dejado pendiente para esa noche.
Había dejado el ordenador encendido.
¡Y también tenía que probar las galletas de Shun!
Las había preparado esa tarde a propósito para él.
Y tenía su chaqueta en el salón.
Su querida chaqueta… la billetera estaba dentro, no podía alquilar una habitación sin documentación ni dinero.
Llegó en menos tiempo del que creía que tardaría y subió los escalones de la entrada en dos saltos bien calculados.
Sacó las llaves y abrió.
Miró por todas partes antes de decidir donde ir primero.
¿La cocina? ¿Su habitación?
Empezó a andar y antes de subir las escaleras notó que la luz del salón estaba apagada.
¡La chaqueta!
Bajó el escalón que había subido e hizo resbalar sus dedos por el pasamano.
Abrió la puerta poco a poco, mirando primero su interior antes de entrar.
No parecía haber nadie.
Anduvo con pasos seguros hasta el sillón. Al bajar la mano notó que su chaqueta de cuero no estaba donde la había dejado.
Arrugó la frente y miró en la oscuridad.
Había un bulto en el sillón.
Su pelo rubio le aseguró su identidad.
–Maldito… –susurró mirándolo con un poco de rencor.
Lo odiaba por hacer que se enfadara con él.
Nunca había tenido la intención de terminar de esa forma.
Se repetía que todo era su culpa, pero algo le decía que no era del todo así.
Buscó a tientas la lámpara y ajustó su intensidad para que produjera poca luz.
–¡Ah! –gritó ultrajado– ¡Mi chaqueta!
Hyoga se removió un poco y empezó a abrir los ojos. Se había quedado dormido esperando a Ikki.
Tenía los ojos hinchados por el dolor de cabeza y las lágrimas que no dejaba salir.
No comprendía su significado, así que no podían ser derramadas sin más.
Ikki tomó a Hyoga de los hombros y empezó a zarandearlo.
–¿¡Qué haces con mi chaqueta!?
El rubio no se quejó demasiado, sólo gimió una vez, cuando ya lo había sacudido tres veces.
Ikki paró su movimiento y lo miró fijamente.
–No te atrevas a vomitar con mi chaqueta puesta.
Hyoga no había dejado de moverse aunque Ikki había cesado de zarandearlo.
Subió sus manos y las puso sobre los brazos del moreno.
–Ikki –susurró con la voz algo rasposa–, has venido…
El japonés fijó sus ojos en él con curiosidad.
Hyoga rió ligeramente.
–Sabía que volverías a por ella.
Le venía un poco grande y los dedos que se deslizaban ahora hasta su cuello estaban prácticamente tapados por las mangas.
El abrazo lo sorprendió, pero respondió de inmediato.
–Sabía que volverías… –balbuceó casi ininteligiblemente.
Ikki se quedó durante unos minutos en esa posición, con un Hyoga semi-inconsciente en sus brazos. Meciéndolo y acariciando su chaqueta sobre su espalda.
Lo había esperado.
Después de todo no estaba tratando de vengarse por la pelea.
Lo separó un poco de su cuerpo y echó hacia atrás su flequillo.
Se había quedado dormido de nuevo. Besó su frente y lo recostó en el sofá.
Después de todo parecía haber perdonado su falta de decoro.
Enredó sus dedos en el pelo claro y brillante que se ondulaba en su cuello.
Hyoga se quejó y buscó el calor de su mano.
Suspiró fuertemente contra su palma y susurró su nombre, llamándolo en sueños. Asegurándole que tenía que volver.
No podía dejar las cosas así.
Después de todo había dejado su chaqueta allí.
