La Estúpida Apuesta

Edward Pov

-No, Emmett no lo haré—negué. No quería hacerlo, no conocía a esa tal Isabella Swan. No debí de haber hecho esa apuesta, me arrepiento tanto…

-¡Oh Eddie! Pero si has perdido, y nosotros hemos ganado. Serás el desafortunado de conquistar y enamorar a la hija del jefe de policía Swan…haciéndote pasar por una chica ingenua —cantaba Emmett, con esa voz aguda y burlona.

-No creo que sean tan fea como la describes, puede que estés equivocado, Emmett—la verdad, no me imaginaba como era Isabella, vamos, no puede ser tan fea.

-Créeme Edward, que hace dos años mientras yo veía a unas chicas que caminaban al frente mío y que mis ojos no dejaban de observar como movían sus curvas, una chica se había caído de la bicicleta, sabía que venía a visitar a su padre y pasar las vacaciones, y la fui ayudar y cuando vi su rostro levantarse para mirarme, no pude dormir esa noche. Su rostro era horrible, tenía de esos retenedores que se ponen en los dientes, tenía barros y lentes, fue espantoso. Por esa razón no volví salir cerca de un mes, aunque sea nuestra vecina, Edward, pensé que lo mejor era alejarme y dormir bien como un bebé—dijo mi apreciado hermano mayor.

Jasper y Emmett no paraban de reírse, echándose a carcajadas. Juraba que iba a ganarle a mi tierna e inocente hermana, Alice, en ese juego de autos que tenía Emmett. ¿Quién iba a creer que una mujer adicta a las compras iba a saber algo de carros? Es imposible de imaginar. Debí de hacerle caso a Emmett y a Jasper advirtiéndome que iba ser aplastado por una enana que nunca se cansa de dar saltitos. Recuerdo que Alice manejaba el control del Wii o como se llame, como si ella fuera la mismísima creadora del juego y supiera controlarlo y jugarlo a la perfección.

Y ahora seré obligado a estar en internado enamorando a la chica más fea del instituto, haciéndome pasar una mujer. La verdad no es por ofenderla, pero todos los del equipo de fútbol se burlarían de mí, de su capitán…Pero, ¿Por qué se darían cuenta de eso? Me haré el enfermo, y le diré a mis padres que estaré en la casa de Emmett durante el internado. Vamos, solo es un mes. Solo uno. ¿Cómo demonios voy a enamorarla haciéndome pasar por una mujer? Bah, ¿quién no se resistiría a mí? Al hombre más guapo de Forks, el chico por la que todas las mujeres desearían estar a su lado. Entonces…si me hago pasar por una mujer, podría ser una chica muy guapa y sexy, podría enamorarla, oh sí.

Viendo a mis hermanos fingiendo la voz de una chica, y haciendo gestos de chicas, me dirigí a mi cuarto. Mañana tenía que ir el primer día del internado, y quería olvidarme de esa estúpida apuesta, y esperar que mañana y el resto del mes fueran los peores días de mi maravillosa vida.

Sí, era evidente que no dejaba de pensar en cómo sería mi cambio, de vestirme como una chica, de que tendría que maquillarme, caminar con tacones, usar ropa interior de mujer, ponerme relleno y la peor parte; enamorar a Isabella Swan, la chica más horrenda que ha visto mi hermano Emmett, pero no me importaba, sé qué pensarán que sería mejor no cumplir la promesa, y no quedar en ridículo, pero yo no soy así, a mí me gustan los retos, aunque no sea específicamente eso, pero yo cumplía mis apuestas, yo sabía perder y lo iba a cumplir. Solo la tenía que enamorar, no era necesario darle beso.

Es gracioso y asqueroso que cada vez que pensaba darle un beso a Isabella Swan, me imaginaba unos labios resecos, con herpes, y con un bozo, casi de hombre, cuando sonriera, ver la dentadura amarilla, con comida entre sus dientes, torcidos como Ronaldinho. Dejando que mis pensamientos se dejaran llevar por mi imaginación, y esperar el día de mañana.

Hoy. Lunes. Estaba siendo víctima de un duendecillo, Alice, que me ayudaría, o me obligaría, a cambiar completamente mi aspecto. De un hombre guapo, bueno, muy guapo, a una mujer hermosa –Nótese el sarcasmo- e ingenua.

Horas y horas. Me había despertado cinco horas antes de ir al internado, para poder arreglarme. Cepillos, depiladores, brillos, labiales, rímel, esmaltes de todos los colores, delineadores, secador. Ni siquiera sabía que podría decir sus respectivos nombres.

-Edward, pásame eso de allí que está a tu lado—añadió Alice después de un largo rato.

Mi vista se dirigió a un pequeño recipiente donde había una cantidad suficiente de miel. Así que cogí aquel recipiente y tome un poco de eso, para llevarlo a mi boca y…

-ALICE, PERO ¿QUE DEMONIOS ES ESTO? ME QUIERES MATAR O ¡¿QUÉ?—grité al poder saborear el horrible sabor de ese líquido del color de la miel.

-¿Qué? ¿Pensabas que era miel? ¿Para qué iba a decirte que me pasaras algo para comer? Además, esto se llama cera, que pondrá tus piernas bellas, y femeninas.

-Oh, no, Alice, no no y no. No dejaré que me depiles las piernas. Ya es suficiente, además son bellas así—negué. Por su puesto. No iba a dejar que se pasara de la raya, ya se estaba pasando.

-Prefieres las piernas o las cejas? Tú decides, Edward—dijo, con esa mirada, que yo también conocía. Con Alice, siempre era por las buenas o por las malas, la segunda opción sería un gran error. Sin embargo, antes de responderle a Alice, había alcanzado a sentir el dolor en mis poros, y ver como arrancaba cada bello de mis piernas.

Luego de tanto dolor, y sufrimiento en mi perfecto cuerpo, Alice, me permitió ver el gran cambio. De la exaltación, solté un grito ahogado, cuando pude observar mi rostro. Alrededor de mis ojos estaban reteñidos de un línea negra, no muy gruesa, ni muy delgada, simplemente era visible. Mis pestañas se veían más largas de lo usual, para hacerlas parecer un encrespado natural. Tenía un rubor en mis mejillas de color salmón, mis labios estaban rojos como una cereza, aunque creo que no debió de pintarlos, ya que mis labios son rojos de por sí. Tenía una melena, no muy larga, que podía decirse que llegaba hasta la mitad de mi espalda, y por último tenía un flequillo, que podía esconder mis gruesas cejas. No sabía si decir si era bella o no, porque para mí era algo extraño, muy extraño. Pero sí podría decir que parecía una mujer.

Gracias a Dios, Emmet y Jasper estaban dormidos y no podrían burlarse de mí. Aseguré de memorizarme cada recomendación para no sospechar que era un hombre, aunque sería casi imposible por mi rostro. No, no tenía que utilizar tacones, porque Alice tuvo que comprender que nunca aprendería a caminar bien con eso.

Había llegado al gran internado, donde me hospedaría por un largo mes.

Me dirigía donde la "secretaria", para informarme cual sería mi habitación y los horarios de clase. Hecho esto, me pidió lo que cualquier que tenga su misma profesión lo haría: Mi nombre.

¡Que grandísimo idiota!

Le hice una señal con mis manos, para que me esperar unos instantes y poder llamar a la enana de mi hermana.

-Si, ¿Hola?

-Alice, cual es el nombre que se supone que le tengo que decir a la recepcionista—le dije con el tono más sereno que pude.

-¡Oh si si, como lo pude haber olvidado decírtelo! Tu nombre es Edwardina Cullen—afirmó con una risita, lo que causó que mi carácter no rebajara, y me pusiera tenso.

-¿¡Edwardina! ¡Si quieres me hubieras puesto Edwardwana!—gruñí, lo cual hizo que las personas a mi alrededor mi miraban extraño. Mierda, había hablado con un todo de voz muy varonil. Me aclaré la garganta, y hablé con el tono de voz más agudo que pude:

-Mi nombre es Edwardina Cullen, señora

Te juro Alice Brandon Cullen que me vengaré

Me sentía violado por las miradas que me dedicaban los chicos al pasar por sus lados. Me reí en mi mente, de que al menos supieran la mínima idea de que era un chico.

Mi habitación era la 104. Entré lo más rápido posible, antes de que mi compañera de cuarto llegara. Me sentía incómoda con el vestido que Alice me había obligado por las malas a poner. Me apretaba tanto mi cuerpo como mi entrepierna, lo cual incomodaba mucho a mi amiguito Arnulfo, oh mi "pequeño" y fiel amigo, sufriremos tanto en este mes. ¡Oh! ¡Y ni hablar de mi trasero! Según la vista de cualquier humano, animal, insecto, bacteria, cualquier ser vivo; podría observar como mi trasero intenta salir a gritos de ese vestido…cuando oí dos suaves golpes provenientes de la puerta, escuché:

-¿¡Hola!—farfulló una voz de mujer

-¿Qué quiere…-me acorde de inmediato de mi voz aguda— ¿Quién es?—Musité, mientras me quitaba el vestido rápidamente -podía sentir alivio en mis interiores y trasero al poder quitarme aquel apretado vestido, podía decir en mi mente; Aleluya pero reaccioné ante la situación y me cambie de inmediato con unos jean, algo sueltos y menos pegados.

-Soy...hem…soy Isabella Swan, soy tu compañera de cuarto si no estoy mal—

Ahora sí, no lo dudaría. Me vengaría del duendecillo enano, y no cabría duda. No sabía si sentía rabia o miedo; rabia por Alice, y miedo por Isabella.

¡Me tocaría ver todos los días! ¡Por la santísima mierda!

Alice. Alice. Alice.

Abrí la puerta refunfuñando de mi mala suerte, cuando me encontré con el rostro de ¿Isabella Swan?

-Isabella…

Tonto Emmet, que tan equivocado estaba.

Quizá la palabra indicada para Isabella podría ser…

Perfecta.