Disclaimer: Saint Seiya es propiedad de Masami Kurumada y Shiori Teshirogi.
¡Saludos, mis estimados!
¿Disfrutando las vacaciones? Bueno, sea que sí estén holgándose en algún bonito lugar vacacional o simplemente en casa, o ya sea que sigan trabajando (como yo y^y), espero que estén muy bien.
Y bueno, he aquí un fanfic corto (sólo dos capítulos), con nada más y nada menos que el caballero *censurado* como protagonista xD.
Naah, la verdad es que me gustaría que fuera sorpresa. Sólo debo decir que solícito su paciencia y comprensión, dado que son personajes de los que nunca había escrito, al menos no como protagonistas de un fic (así es, no escribí de Minos esta vez, aunque no lo crean), y por lo tanto puede ser que no lo haya hecho del todo bien. También intenté hacer algo ligero y fresco, pero quién sabe si lo conseguí xD Ya saben que a mí no se me da mucho eso de la comedia.
Por último (pero no menos importante) debo decir que este fic está dedicado a AlmaV. Puesto que hoy es su cumpleaños (bueno, sé que allá en España ya debe ser, pues acá en México todavía faltan unas horas). Va para ti, amiga. Gracias por esos momentos de conversación, por el apoyo y la sinceridad en tu amistad. Dios te bendiga.
Gracias a todo el que lea y me otorgue sus bellos comentarios.
Enjooooy!
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Para Almita
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Deseo cumplido
"Prohibir algo es despertar el deseo".
Michel de Montaigne
Capítulo 1
Algo estaba pasando en el Santuario.
Pese a la inminencia de la guerra, la serenidad de los habitantes atenienses se había mantenido por un largo período. Incluso los aprendices y caballeros hechos y derechos habían conseguido profundizar en esa paz mental de la que sólo Asmita se jactaba.
Sin embargo, las mañanas de luz cálida y ambiente tranquilo acabaron un repentino día, cuando el silencio de la cámara patriarcal se vio roto de tajo. Los pasos frenéticos resonaron contra el mármol, y un guardia de bajo rango abrió las puertas estrepitosamente.
—¡Mil perdones, Patriarca Sage! —entró balbuceante y casi tropezando.
—¿Qué sucede? La hora de entrevistas todavía no empieza.
El más viejo de los caballeros –sin contar a cierto solitario que había sido rejuvenecido gracias a una amante de joyería– enarcó las cejas en su rostro de por sí ensombrecido debido al casco dorado. El guardia traqueteó, era su primer día y al parecer le estaba yendo bastante mal.
—E-e-e-e-ellos qui-qui-sier-ron…
Un delicado suspiro se escuchó detrás y Sage tuvo que recordar que esa cámara no la gobernaba sólo por su cuenta. Volvió la espalda, hacia el rostro de la pequeña niña que resultó ser la diosa de esa era.
—Sage, por favor… No creo que sea buena idea asustar a cada guardia que tenemos. Déjalo hablar, por favor.
Su amable sonrisa era una mejor arma de convencimiento. Así, el aludido guardia comprendió que no sólo había hombres de mal carácter en el lugar y se sintió más confortado al ver la angelical figura de la pequeña deidad.
Por su parte, Sage sólo atinó a suspirar. Los años no siempre lo vuelven a uno paciente.
—Habla, entonces, Jerónimo.
—Me llamo Gregario —corrigió, para ganarse otra ceja tensada—. Aah, pero puede llamarme Jerónimo si quiere.
—¡Sólo da tu informe!
El hombre, ya de corta estatura, se encogió en sí mismo cual caracol.
—Sage… —de nuevo, la todavía pre-adolescente diosa intervino.
El viejo patriarca se aferró el entrecejo, en un intento por suavizarlo. Recordó que, llenos de cosmos o no, una de las principales causas de muerte en el siglo XVIII eran los infartos tras perder la cordura. Cuando recuperó su característica paciencia, por fin pudo regresar a su acostumbrado tono neutro.
—Por favor, Gregario, ¿quieres decirnos qué pasa y a qué se debe el estruendo?
Más seguro de sí mismo, el guardia regresó a su posición. Carraspeó un par de veces y dirigió su mirada nada más al rostro femenino que además de bonito resultaba menos aterrador.
—Sí, bueno, lo que sucede es que…
—¡Tenemos una queja!
Callándolo de inmediato, haciendo otro estrepito al empujar las enormes puertas, el séquito de muchachos entró sin ser anunciado. Por alguna razón, la majestuosidad de los trajes dorados pareció perdido ante los rostros furibundos, los cabellos despeinados y, la extraña apariencia que ha de ser explicada después. Encabezando el comité, Manigoldo pasó de largo al pobre Gregorio, a quien no volvieron a hacer caso a partir de ese instante.
Sage lo miró y sintió la misma desazón surgir, esa que sólo le aplastaba cuando ese preciso alumno llegaba.
—¿Ahora qué, Manigoldo?
—¡Vas a escucharme esta vez, viejo! He tenido una semana fatal y no fui el único.
El patriarca pudo percatarse apenas de la descomunal apariencia que su aprendiz y el resto de caballeros a sus espaldas tenían encima. Pero era Manigoldo quien parecía más afectado, con el cabello revuelto lleno de hojas y pétalos rojos.
—No me digas que te metiste otra vez en el jardín de rosas de Albafica.
Manigoldo chasqueó los dientes, los compañeros de armas que venían acompañándolo soltaron una pequeña risa al escuchar ese "otra vez" tan delator. Albafica, presente también, rodó los ojos, ya había presentido que alguien se metía a hacer desorden en su preciado vergel.
Ser evidenciado fue amargo para Manigoldo.
—¡Carajo, yo no fui el único esta vez! ¡Y no fue porque quisiera!
—Yo le explicaré… —Sísifo se adelantó. Consternado por verlo junto a esa bola de brutos, Sage cedió un momento a su impaciencia.
El guardían de la novena casa se hincó protocalario frente a su mentor. Nadie le dijo que su nobleza quedó perdida ante el montón de rosales que también traía enredados en cabeza y, las antes majestuosas, alas. Manigoldo quiso reir pero alguien le dio un codazo para no interrumpir.
—Tenemos un problema, gran patriarca. El guardia de la octava casa, Kardia de Escorpio, se ha enclaustrado en su templo desde hace tres semanas. Las doncellas encargadas del orden en nuestros aposentos nos informaron ayer que Kardia les ha negado la entrada y debido a ello no han podido realizar sus labores de limpieza. Están asustadas porque las amenazó con… —hizo una pausa, indeciso, mirando a todas partes en el piso.
—¿Con qué, Sisifo? —Sage bajó la escalinata, un tanto curioso.
Pero Sagitario no pudo más que mirar hacia el fondo, donde la joven, muy joven, diosa Athena aguardaba.
—Bueno, no es algo muy decente… No sé cómo decirlo…
—Dijo que les mostraría su mejor uña escarlata y no estaba hablando de sus manos, por supuesto.
—¡Manigoldo, ¿cuándo dejarás de ser tan indecente?! —el caballero dejó su lugar en el suelo para mirarlo.
—¡Cuando tú dejes de ser un santurrón, Sísifo!
El público de caballeros negaron, decepcionados. Algunos habrían reído pero no se arriesgaban a semejante injuria ahora que pisaban la cámara patriarcal.
—¡Orden! —todos guardaron silencio, contemplando de nuevo al más longevo. Sage echó una mirada nerviosa y fugaz a la niña a su lado. Suerte que la tierna edad de la inocencia esconde muchas cosas, como el doble sentido.
Otro caballero se adelantó, las hojillas verdes se asomaron en el cabello ralo de Shion.
—Si me permite, Patriarca… El problema en la casa de Escorpio no es sólo con las doncellas. A nosotros nos ha negado la entrada también. Cerró las puertas y sólo con una gran cantidad de cosmos podríamos derribarlas. Por supuesto, eso implicaría violar los estatutos del anfitrión de ese templo y…
—No queremos empezar una guerra de mil días por una tontería así —terminó Dohko, su pectoral, típicamente descubierto, estaba invadido de cortadas que comenzaban a convertirse en urticaría. Dohko se rascó por enésima vez una de ellas.
—¿Y por qué querría enclaustrarse en primer lugar? —el patriarca quiso preguntar.
Todos se miraron, habían armado conjeturas pero nadie se atrevió a decir nada. No frente al patriarca, quien era más seriedad que Sísifo y Cid juntos.
—No lo sabemos —confesó Shion.
—Tal vez se siente enfermo… —Dohko intervino, Albafica, alejado a varios metros de distancia interrumpió:
—No lo creo, suele llamar a Dégel si algo le pasa.
—Sí —apoyó Sagitario—. No parece algo demasiado serio, Dégel ni siquiera está aquí para empezar.
Los mentones fueron a parar a puños para crear gestos pensativos. Manigoldo, a quien le importaba un comino las razones del encierro del escorpión, frunció las cejas por centésima vez.
—¡A quién le importa eso! Si el maldito bicho quiere hacerle la competencia a Albafica para ser un antisocial, ¡a nosotros qué! La casa de Albafica es la última y él, con todo y que sea un amargado, al menos nos deja el paso libre para venir a verte, viejo —sintió la mirada aguda del ofendido pez pero poco le interesó. Contempló a Sage—:¡Ve y saca a ese maldito bicho de ahí! Estamos hartos de no poder subir a dar algún aviso sólo porque el muy idiota quiere enclaustrarse en su templo.
—¿Y cómo han hecho para venir aquí, por cierto? —el patriarca trató de ignorar la impertinencia de su alumno. Brillante idea, la cara de Manigoldo perdió su cólera. Torció el gesto, igual que todos.
—Hemos tenido que dar la vuelta y entrar por el lado contrario a las doce casas —explicó Shion.
—¿Se refieren al ala oeste? —asintieron—. ¿Por el camino largo repleto de rosas demoníacas? —volvieron inclinar el rostro, llenos de pesar.
Sage apretó los labios, si era una sonrisa o una mueca que imaginaba el dolor al haber atravesado ese páramo, no lo supieron. Tal vez era una combinación de ambas. Rara vez podía escarmentar a los más revoltosos de sus aprendices; recibir esas noticias era una especie de recompensa. Los gestos doloridos revelaron cuán angustioso debió ser atravesar el vergel más ponzoñoso de la Tierra, y algo le decía que no era la primera vez en esa semana.
—¿Y bien? —Manigoldo rompió el silencio—. ¿Nos dejarás ir a sacarlo a patadas de ahí?
Sage lo reflexionó: —No lo sé, creo que debo analizarlo con detenimiento. Investigar la causa del encierro de Kardia y actuar con diplomacia.
—¿Diplomacia…? —todos reaccionaron con el mismo desencanto. Manigoldo se adelantó furioso—. ¡Estás rosas no se me encajaron con diplomacia! O lo sacas tú de ahí o yo mismo iré a patearle el…
—¡Manigoldo! —todos lo hicieron callar, miraron abochornados a la niña todavía tras el patriarca.
Sage carraspeó, consideró la idea de pedirles enclaustrarse a más caballeros. Sería una buena lección para algunos.
—Como dije, debo investigar las razones por las que Kardia esté encerrado…
—Yo acabo de descubrirlo.
Miraron hacia atrás, a las puertas. La brisa helada los cubrió. Dohko casi agradeció el alivio a su urticaria cada vez más extensa. Dégel atravesó el séquito, cuidadoso de no encajarse una rosa o espina perdida entre las ropas y el cabello de sus compañeros.
Abrió el libro que traía en sus manos.
—Se le llama split. Y es una enfermedad recién descubierta. Proviene del este de Europa. Sus primeros síntomas son disminución de la euforia, bajo interés por realizar actividades y enclaustramiento. Lo confunden con tener un "profundo aburrimiento", la víctima entra en un letargo y aislamiento difíciles de disolver. En Francia han muerto más de veinte personas a causa de ello. En otras palabras… —se quitó las gafas con lentitud—. En otras palabras, Kardia podría morir pronto.
El «¡Qué!» unísono retumbó.
—¡Ay, no… Kardia! —la diosa se tapó la boca, llenos sus ojos de lágrimas.
La muchedumbre de dorados se quedó perpleja.
—No… Kardia… —Shion apretó los dientes.
—Y aún es tan joven… —los mayores de la élite menearon la cabeza—. Y pensar que creímos que todo acabaría en la guerra.
Manigoldo se rascó la cabeza, luego los hombros, los antebrazos, los muslos. El veneno de las rosas estaba ardiéndole con más ganas.
—Así que va a morirse, ¿eh? Pues más vale que lo saquemos de ahí antes de que se muera con las puertas cerradas, o será imposible pasar por su templo.
Una ventisca más fría le congeló la nuca. Dégel avanzó, fiero:
—No quisiera ser impertinente, Manigoldo, pero te aconsejó que cuides tu boca. Te recuerdo que estamos hablando de un amigo, no de una tus amistades de taberna.
—Vaya, vaya, qué serio estás Dégel. Deja esa cara para cuando enterremos al bicho antisocial —sonrió, aunque se arrepintió de inmediato. El frío estuvo a punto de congelarle los labios para dejarlo sonriendo permanentemente.
—Manigoldo… —el suspiro de Sage surgió. Pero no alcanzó a decir mucho.
—Kardia de Escorpio no morirá…
La disputa frenó y todos dejaron la vista clavada hacia el techo, buscando aquella voz. Aldebarán lo reconoció de inmediato.
—Así que al fin apareces, Asmita.
El único caballero que faltaba –sin contar a Kardia y a dos gemelos que todavía no tenían gran parte en la trama– resonó en los alrededores.
—He podido infiltrarme mentalmente en la casa de Escorpio. Su anfitrión está con salud, al parecer un inconveniente con las autoridades del santuario lo ha convencido de retenerse ahí.
Los gestos se consternaron.
—¿Inconvenientes con las autoridades? —miraron al patriarca.
Sage lo pensó un momento y lo entendió.
—Vaya… ¿Así que era eso? —pareció recordar algo—. No creí que fuera a causarle tanta molestia. Curioso, muy curioso…
Esperaron a una explicación, pero Sage no dijo más. El hombre dedicó una expresión discreta a la niña cerca de él. Ambos se sonrieron, negando.
Más impaciente que todos, Manigoldo se adelantó a su mentor.
—¿A qué se debe tanto misterio, viejo? —pero el puño cerrado del viejo lo golpeó fuerte en la cabeza.
—Más respeto para tu maestro, niño —lo dejó allí, bajo su puño, y se dirigió al resto—. Escuchen, conociendo a Kardia, será difícil hacerle entrar en razón ahora que se siente ofendido por el santuario. Ninguno de nosotros logrará convencerlo de salir de su enclaustramiento, ni siquiera tú Dégel.
Los rostros se disgustaron, otros se aterraron con la sola idea de continuar utilizando el camino de rosas de Albafica.
—Con todo respeto, patriarca, no creo que las rosas demoníacas soporten el ir y venir de personas tan poco respetuosas a un jardín —se sinceró el pisciano—. Menos aún de un bruto como Manigoldo.
—¡Oye, te escuché! —quiso defenderse pero el puño de Sage volvió clavarlo al suelo.
—Lo sé, Albafica. Descuida, te aseguro que este inconveniente terminará pronto.
—¿Y qué piensa hacer, si disculpa mi curiosidad, Patriarca? —se atrevió a saber Shion, a nombre de la curiosidad que todos sentían.
Los labios dibujaron una sonrisa suspicaz. El puño sobre la cabeza de Manigoldo se zafó al fin.
—Admito que no será fácil, porque quedará un largo viaje antes de traer a esa persona hasta aquí. Pero, bajo las actuales circunstancias, no tenemos otra opción. Es la única alternativa que tenemos.
Se encaminó de regreso a la escalinata, luego hacia las cortinas entre las que desapareció. La niña de cabellos púrpuras se quedó un momento para despedirlos. Conscientes de que no recibirían otra respuesta, el grupo se marchó. Alguien pidió a Albafica un tónico para las raspaduras de sus rosas y él lo entregó sin demora, deseando que se marcharan pronto de la casa de Piscis.
—Parece que no quiere perder su título de "El amargado del Santuario" ante el escorpión —Manigoldo se untó deprisa la loción, que ardió como fuego al entrar en contacto con su piel—. ¡Carajo, nos dio más veneno!
—Deja de quejarte, llorón… —Dohko arrebató el frasco de sus manos. De todos, él era el más afectado. Pero Manigoldo estaba demasiado enojado como para callarse. Miró al guardián de Acuario, marchándose hacia su templo sin dar despedida.
—Parece que no sirvieron de mucho tus investigaciones sobre el "esplín" de tu amigo Kardia, ¿eh, Dégel?
El acuariano ni siquiera se detuvo. Sus palabras salieron con la brisa.
—Más vale que guardes mucho tónico, Manigoldo. Todavía tienes un largo paseo por el jardín de Albafica antes de que todo el asunto con "mi amigo" se solucione. Buena suerte.
Las risas del resto quisieron surgir, pero nadie expresó mucho. La mayoría vivía bajo la casa de Escorpio. Todos tendrían que guardar mucho ungüento.
Un pétalo se desprendió del cabello enredado del cangrejo. Manigoldo lo vio danzar frente a sus ojos mientras resentía el ardor otra vez en sus brazos y piernas.
—¡Más te vale resolver esto, viejo! —gritoneó como un niño y, seguido por el resto de afectados, caminó enfurruñado hacia el cruel camino de espinas y rosas.
Sus pasos precipitados estuvieron a punto de tirar de bruces a un guardia cerca de los aposentos del patriarca.
—¡Quítate del camino, Jerónimo! —alguno de ellos gritó, sin verlo siquiera.
El pequeño hombrecito los vio avanzar con esas zancadas de rana y ardor. Lo pensó mejor… Quizá pediría su renuncia al día siguiente.
~O~
Kardia abrió los ojos, más amodorrado que despierto. Sintió la luz incandescente del sol contra sus parpados pegados por las lagañas. Sonrió.
¡Debían ser más de las 12!
Y él seguía en cama, sin ningún remordimiento.
Giró sobre el colchón. En otras circunstancias habría tenido que levantarse de inmediato, ponerse su armadura y correr hacia la cámara del patriarca en espera de indicaciones. Pero, ya no más. No, no hasta que admitieran su error.
Estiró una mano debajo de su cama y encontró la caja de manzanas. Le costó un poco de flojera alargarse un poco más y agarrar la fruta. Justo a punto de atacar con una primera mordida, sintió la sutil presencia de un cosmos acercándose. Escuchó a uno de sus tontos compañeros llamarlo y se divirtió tratando de adivinar quién podría ser.
Sabía que no era Dégel. Su amigo con complejo de heladera ya había entendido que lidiar con él era inútil. Quizá sería Sísifo, que en vez de usar su capacidad de volar seguía empedernido en caminar y molestarlo con la petición de atravesar Escorpio.
O tal vez era el imbécil de Manigoldo, otra vez. El crustáceo no se cansaba de fastidiarlo para ver al Patriarca.
—¡Abre ya, maldito bicho!
¡Bingo! Había acertado.
—¡Si no nos dejas pasar por Escorpio juro que tiraré la puerta y mandaré a Yomotsu tu asquerosa alma!
Kardia ahogó una carcajada. Que gritaran todo lo que quisieran, nadie sería tan valiente para comenzar una pelea por una trivialidad como esa. El único que se atrevería estaba precisamente ahí enclaustrado, jodiéndoles la vida a todos con su venganza.
—Ya basta, Manigoldo, vámonos, subiremos por el ala oeste…
Desde donde estaba, Kardia consiguió escuchar al taimadito Shion tranquilizarlo. El cosmos de sus compañeros se alejó, pero las maldiciones del crustáceo no dejaron de escucharse hasta después de unos segundos.
—Idiotas…
Kardia ni siquiera tuvo que levantarse. Estiró la mano de nuevo y buscó otra manzana. Tanteó y tanteó, hasta tener que levantar la cabeza y asomarse al suelo. Hizo una mueca; se habían terminado todas las manzanas. Ignoró el detalle por un momento, hasta que su estómago crujió hambriento.
Se sentó, cruzado de piernas sobre el colchón. Quería buscar comida pero sus ganas de quedarse ahí no lo dejaron. Amodorrado todavía y con el pelo revuelto, miró hacia su habitación.
—Qué desastre.
Cualquiera habría jurado que un huracán había azotado el cuarto. Sábanas sucias, basura en cada esquina, montones de corazones de manzana podridos de aquí allá, ropa desperdigada. Esa era la parte mala de no dejar entrar a las doncellas a limpiar.
No, aún había una peor…
Caminó a la bodega de víveres y abrió las alacenas. Manigoldo tal vez se habría sentido complacido al ver el que la pobre alma de Kardia casi se paraliza al ver los cajones vacíos. Un minúsculo pedazo de pan era lo único que quedaba, sobre las tarimas que usaba de mesa. De pronto, un ratón desconocido se escabulló de alguna parte y se robó su única provisión.
—¡Oye, oye…! —Kardia persiguió al ladrón.
Su persecución no duró demasiado. El animalito se metió a un agujero junto a las columnas de la sala principal. Kardia asomó la cara, cerrando un ojo para ver con el otro a través del hoyuelo. Escuchó el "ih, ih, ih" del malicioso ratón como si se riera de él.
Kardia metió la larga uña escarlata al más puro estilo de los monos que buscan bichos entre la corteza de los árboles. Sintió un rose en la punta y supo que lo tenía.
—Estás atrapado, maldito ladrón…
Un fuerte pellizco en el dedo fue lo que sintió.
—¡Aah! —sacó el dedo, contemplando absorto la mordida—. Eso no fue un juego limpio, sucio tramposo —le gritó al agujero como si le entendiera.
Se recargó contra la columna. Esperaría a que el vil ratón saliera y entonces se vengaría. Su estómago volvió a retorcerse con la misma insistencia y Kardia pensó seriamente en comerse al roedor.
Pasaron varios minutos, luego horas… El escorpión estaba seguro de que nunca se había aburrido tanto. Aunque al principio le había parecido divertido encerrarse en su templo, porque ya no tenía que salir a entrenar como si fuera otro aprendiz, ahora ya no se sentía muy convencido de estarla pasando bien.
Sí, molestar a las doncellas con las frases bochornosas aprendidas en sus viajes había sido entretenido. También fastidiar a sus compañeros dejándolos fuera sin oportunidad de paso. Pero ya habían pasado más de tres semanas, los juegos de mesa no sirven si estás solo, y la comida se había terminado.
Consideró la idea de salir otra vez, y la disipó de inmediato. ¡Qué el mundo se fuera al infierno, él no terminaría con su huelga de encierro! Todo era culpa del Santuario, si le hubiesen dado permiso a su petición él no tendría que haber cometido esa protesta.
Se quedó dormido, murmurando contra todos sus camaradas, incluido el Patriarca. Sólo Athena puso salvarse de sus maldiciones; diosa o no, ella seguía siendo Sasha.
Despertó de un brinco, seguro de escuchar algo.
Miró hacia abajo, al agujero a un lado. Todo estaba quieto, todo, hasta el interior del templo. Kardia notó apenas que había oscurecido. Echó un largo bostezo y cruzó las manos sobre las piernas. Las tripas se le movieron otra vez, hambrientas, y esperó con más ahínco al ratón. Tal vez cumpliría su amenaza de convertirlo su cena…
Un repiqueteo de patas sobre la mesa lo distrajo. El muchacho abrió los ojos como platos cuando vio al animalito sobre la madera, masticando felizmente alguna nueva sobra de comida.
Kardia se levantó sigiloso, tratando de soportar el hormigueo de sus piernas entumidas y el retortijón en sus entrañas. Se juró a sí mismo atrapar a ese ratón o dejaría de portar una armadura. Traqueteó como una maraca, nervioso; ser cauto no era precisamente su mayor virtud, el hambre y el cansancio tampoco ayudaban. Entonces, sin previo aviso, se arrojó a la mesa. Su cuerpo cayó como peso muerto tirando las tarimas. Se revolvió de un lado a otro, hasta quedar quieto en el piso, con las manos ahuecadas contra el pecho.
—Te tengo, maldito engreído. ¿Creíste que engañarías al gran Kardia de…?
Abrió los dedos, sin hallar nada.
El nuevo chillidito le hizo girar la cabeza. El ratón estaba sano y salvo en las baldosas del suelo, a pocos metros de sus piernas. Los ojitos brillantes encontraron al escorpión.
—Iiiiih… —se echó a correr.
—¡Hijo de…!
Volvió a perseguirlo. Echó un brinco para cerrarle el paso antes de que atravesara el hoyuelo de su escondite. El ratón hizo una vuelta en U y regresó por donde vino. Kardia estuvo a punto de atraparlo, pero el escurridizo animal logró otra curva limpia hacia la derecha. Sin prever sus movimientos, Kardia se estampó contra la pared al frente, a la que ni siquiera había visto.
Cayó al suelo cuando el muro lo empujó tras el impacto. Se sobó la frente y la nariz, casi seguro de haberse roto algo.
Ih, ih, ih… Su enemigo se río. Herido en su orgullo más que en su cara, Kardia volvió a ponerse de pie para recomenzar su persecución. Avanzaron a través de la sala principal, hasta las puertas selladas de la gran entrada. Kardia sonrió echando una risotada, ¡no podría escapar!
Detuvo sus pasos, seguro de su victoria. Quería disfrutar el momento, acorralarlo, tal vez le echaría un aguijón de Antares para cocer al desgraciado con su propio calor.
El ratón, de pronto, se metió bajo la ranura inferior de las puertas. Sólo un bamboleo rápido y desapareció de su vista.
Kardia se quedó de piedra. ¿Acaso… acaso había escapado?
El corazón le bulló. ¡No había entrenado años, soportado la sangre de Athena y al Santuario sólo para que un ratón se burlara de su intelecto superior!
Rompió las cerraduras, quitó el sello hecho con su propio cosmos y aferró las manijas de aro. Jaló con todas sus fuerzas y abrió las enormes puertas. Se hizo un eco tras el estruendo. Una noche cálida recibió al escorpión en cuanto salió. La brisa cálida del verano le sopló en la cara todavía roja tras el último golpe, y le apaciguó.
Casi olvidó a su rival, se sentía bien recibir el aire fresco luego de casi un mes entero.
Los repiqueteos de aquellas patitas molestas lo regresaron a la realidad.
Se adelantó por la fachada de la casa de Escorpio, hasta las escaleras. Estaba seguro de que vería al escurridizo animal, corriendo escaleras abajo como un cobarde.
Pero no fue así. No había rastro ya del roedor. Una sombra fue lo único que encontró. Como aún deseaba persistir con su protesta de enclaustramiento, Kardia habría entrado a su templo de inmediato si hubiese reconocido la presencia que se acercaba. No era un aprendiz, tampoco una doncella o alguno de sus camaradas.
Sólo hasta que las nubes se esparcieron en el cielo y dejaron paso libre a la luz de luna, pudo reconocer el vestido escarlata, atípico de Grecia, el cabello espeso y abundante de color ébano, y la expresión carismática y demandante.
A punto de creer que estaba soñando todavía junto al agujero del ratón, Kardia se olvidó por completo de éste cuando la mujer terminó su camino de escaleras para posarse junto a él.
—Vaya, parece que llegue justo a tiempo… —y pasó de largo, hacia su templo, tan segura de sí misma que irritaba.
Sí, no había duda que era ella.
Kardia giró sobre sí mismo, y pudo quitar la expresión atónita para preguntar con molestia e incredulidad:
—¿Qué demonios haces aquí, Calvera?
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~O~
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Últimas notas:
Pues sí, ¿quién más iba a ser sino ella? Jajaja, se le va a pintar mal a Kardia.
Bueno, pues ahí está, un remanso de lo que nos espera el próximo capítulo (el último por cierto).
Sobre la enfermedad mencionada por Dégel, el split, cabe señalar que sí tiene algo de verdad. En el siglo XIX mataba a muchos, especialmente ricos y adinerados, pues era una especie de depresión que acababa con el deseo de vivir. Lo más común era que comenzara en forma de un tedio que se convertía en hastío. Por eso, estar aburrido, hace unos cuantos siglos, no era para nada una buena noticia xP
Ok, pasando eso...
Espero les haya gustado, en especial a ti Almita. Ojalá pudiese darte más, pero admito que me costó algo de trabajo escribir sobre dos personajes a los que nunca he tratado. Di mi mayor esfuerzo, espero valga la pena.
Por cierto, si alguien descubre faltas de ortografía o "dedazos", dígamelo por favor. Resulta que la edición de este capítulo no pude hacerla con corrector, y muy seguramente esté lleno de errores T_T
En fin... Un abrazo grande a todos! Espero sus comentarios :3
