Este fanfic participa en el Rally "The game is on!" del foro I am sherlocked para el equipo "The Abominable Brides"
Rated: Teen and up audiences
Género: Romance ; Humor ; AU
Prompt: Países del mundo - "Italia"
Beta-reader: Mundo Crayzer
Advertencias: Universo Alternativo. Inspirado ligeramente en una de mis películas favoritas: "Bajo el sol de Toscana". SLASH (relación hombre/hombre). Si no es lo tuyo, por favor, no leas ;)
Disclaimer: Los personajes del Canon Holmesiano pertenecen a Sir Arthur Conan Doyle. La versión moderna pertenece a la BBC, Mark Gatiss y Steven Moffat. La historia a continuación es de mi autoría, tomo responsabilidad por ella y no gano más que paz mental por publicarla.
The Abominable Brides: ¡Una para todas, y todas para una!
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Tutte le strade conducono a Roma
Maye Malfter
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Primo
John miraba el boleto frente a él con los ojos como platos, mientras sus dos amigas sonreían de oreja a oreja desde el otro lado de la mesa. De seguro estaban disfrutando de su estupefacción.
—¿Italia? —preguntó, con la mente en blanco—. ¿Qué rayos tengo que hacer yo en Italia?
—Es un tour —explicó Molly—. Lo ganamos en una lotería de la que ninguna recordaba haber comprado boleto y ahora que acabo de comenzar mi especialización es imposible que me vaya por dos semanas completas.
—Y yo no iré a ningún lado sin mi flamante esposa —agregó Irene, pasando un brazo sobre los hombros de Molly y besando su mejilla—. Mucho menos a la romántica Italia.
—Chicas… —comenzó John, bastante cansado ya de eludir los esfuerzos de sus amigas por animarle luego de su divorcio. Él estaba bien. De verdad. Completamente.
—Necesitas salir de esa deprimente caja de fósforos a la que llamas "casa" —dijo Irene, interrumpiendo su protesta—. Y tal vez darle un poco de uso a eso que tienes entre las piernas. Ha pasado tanto tiempo que ya debes tener telarañas.
—Y, según tú, dentro de ese tour conseguiré alguien con quién usarlo, ¿no? —preguntó John, un tanto irritado. No estaba de humor para discutir su inexistente vida sexual frente a todos los clientes de su restaurante favorito.
—No, no dentro del tour —negó Irene con tranquilidad—. A menos que te vayan las lesbianas.
—¿Es un tour para lesbianas?
—Claro que sí, tontito —respondió Molly con una molesta sonrisilla—. Pero ya hablamos con las organizadoras y no hay problema con que uses nuestro premio.
—A menos que te dé por coquetear con lesbianas —agregó Irene, evidentemente divertida con todo el asunto. A veces John se preguntaba cómo era que la mujer resultaba ser una de sus mejores amigas en el mundo.
—Yo también tengo ocupaciones, ¿saben? —argumentó.
—No has escrito ni una sola palabra desde que tú y Mary se separaron —señaló Irene, con una ceja levantada—. Y si es por lo de las reseñas, siempre puedes llevar contigo algunos libros y destrozarle los sueños a sus autores mientras comes gelato y conversas con los descendientes de los dioses romanos.. —John entornó los ojos hacia ella.
—Oh, vamos, John —insistió Molly—. No es sano que estés encerrado todo el día, mucho menos en ese horrible edificio dónde todos los inquilinos parecen estar a punto de lanzarse al Támesis. —John bufó en protesta, pero su amiga le ignoró—. Necesitas salir, tomar el sol, respirar aire puro. Beber capuccino en alguna piazza. Comprar suvenires caros que no tengan ningún uso… —Molly posó una mano sobre la suya, con una profunda preocupación dibujada en el rostro—. Será bueno para ti, cielo, lo prometo —aseguró—. Di que sí, y pidamos un pastel para celebrar.
John se tomó un momento para observarlas a ambas. Sabía que todo lo hacían para animarle a salir de su encierro, que por cierto, ya estaba hartándolo a él también. Quizás pasar dos semanas en un país desconocido era lo que su vida necesitaba. Y si no lo era, al menos agarraría un bonito bronceado.
—No me van a dejar tranquilo hasta que acepte, ¿verdad? —preguntó un momento después; sus amigas le dedicaron miradas que hablaban por sí solas y John suspiró, resignado—. Está bien —aceptó finalmente, provocando que Molly aplaudiera complacida y que Irene alzara la copa de vino en su honor—. ¿Cuándo me voy?
...
El viaje estaba resultando mucho mejor de lo que John esperaba, a pesar de lo raro de todo el asunto.
Desde el momento en el que se unió a las "Lesbianas de Escapada" —como se llamaba el tour— las organizadoras les participaron a las demás ganadoras del concurso que con ellas viajaría un invitado especial llamado John Watson, que acababa de firmar sus papeles de divorcio. Las mujeres le vitorearon y aplaudieron, y a partir de ese momento John pasó a ser el "Lesbiano Honorario" del grupo.
La primera parada fue Venecia. Sus calles laberínticas, cambiar los autos por los vaporettos y recorrer la Piazza San Marcos le dieron a John el empujón que necesitaba para dejar de pensar en su solitaria vida londinense y dedicarse a disfrutar de las maravillas de Italia. Le siguieron la Verona de Romeo y Julieta, las ciudades a la orilla del Lago di Como, el majestuoso Milán y las hermosas vistas marinas de Portofino.
Recorrer todos los pueblos de Cinque Terre les tomó un par de días por tierra, para luego seguir hasta Pisa, dónde John aprovechó de tomarse una hilarante fotografía junto a la famosa torre inclinada. La ciudad fortificada de Lucca le dio paso a la inolvidable Florencia, con sus múltiples museos, la Catedral Santa María del Fiore y el cálido atardecer en Piazzale Michelangelo que se quedó grabado en su memoria hasta mucho después de haber dejado la ciudad.
A Florencia le siguieron Siena y los pueblecitos adyacentes, de los cuales John sólo era capaz de recordar los nombres Monteriggione y Montepulciano. Y para terminar con uno de los mejores viajes que hubiera tenido, el autobús lo llevó a él y su nuevo grupo de amigas hasta el mismísimo corazón de Italia: la inigualable Roma.
La estadía en Roma estaba programada para ser de tres días, lo que le daba tiempo más que suficiente para recorrer sus calles sin la presión de un apretado itinerario que cumplir. Los primeros dos días estuvieron dedicados a la parte histórica y religiosa: el Coliseo y el Foro Romano, el Panteón de Agripa, la Fontana de Trevi, la Plaza Navona, la Basílica de San Pedro y los Museos Vaticanos. Y el último día, las amables organizadoras dieron luz verde a todos para explorar a pie las magníficas calles de lo que una vez fue considerado el centro del mundo.
Fue durante una de sus exploraciones que John la encontró.
Piccolo Tesoro era el local más antiguo y destartalado sobre el cual John había puesto sus ojos. La fachada constaba de una vitrina sin nada que mostrar y una puerta donde un amarillento cartel de "cerrado" se dejaba ver a través de un vidrio bastante empañado. Sin embargo, había algo desconocido que le incitaba a acercarse, a pesar de que nadie aparte de él parecía reparar en su existencia. Así lo hizo y al mirar hacia el interior se dio cuenta de que Piccolo Tesoro era nada más y nada menos que una librería.
Un hombre alto, canoso y bien parecido se atravesó en su campo de visión. Vestía de traje y sus facciones denotaban su procedencia italiana. Abrió la puerta del local y sacó la cabeza, preguntando algo en italiano que John no entendió para nada. El hombre pareció leer su mente porque de inmediato cambió su pregunta a un inglés bastante aceptable:
—¿Se va a quedar ahí parado todo el día o piensa entrar a echar un vistazo?
La curiosidad de John lo llevó a asentir, y antes de darse cuenta estaba dentro. El lugar era mucho más grande de lo que aparentaba, con varios pasillos separados unos de otros por libreros de madera que casi rozaban el techo. Algunos estaban completamente vacíos y en otros todavía reposaban ejemplares polvorientos y de apariencia añeja. El suelo estaba cubierto por una espesa capa de polvo —así como las incontables cajas que lo ocupaban— y las paredes parecían a punto de ceder. Pero había algo mágico entre toda esa decadencia, algo que John no tenía ni idea de cómo comenzar a explicar.
—Es usted el primer comprador que viene a ver Tesoro en mucho tiempo. Tiene mucha suerte de que justo hoy decidí venir a dar una vuelta —dijo el hombre, tendiéndole una mano a John que éste estrechó—. Soy Fausto Martini, ¿y usted es?
—John Watson —respondió John de inmediato—. Disculpe… ¿comprador?
—De la tienda, claro está —aclaró el señor Martini, sonriéndole—. Porque a eso vino, ¿verdad?
¿Comprar una librería en Italia? Si se detenía a pensarlo era la idea más descabellada que se le hubiera pasado alguna vez por la cabeza, y sin embargo ¿por qué lo estaba considerando como una posibilidad?
No era como si su vida de vuelta en Londres tuviera demasiado que ofrecerle, confinado como estaba a su minúsculo departamento para soltero, llenando de vino su organismo mientras se desquitaba con autores desconocidos a quienes reseñaba mientras evitaba recordar su novela a medio escribir desde hacía más de un año. Pensándolo bien, no había absolutamente nada de peso que le retuviera en Inglaterra; las reseñas podía hacerlas desde cualquier parte del mundo e igual si eso no fuera posible, sus múltiples contactos en la industria editorial de seguro le servirían para algo.
La venta de su antigua casa le había dejado con suficiente dinero en los bolsillos como para permitirse la compra del local y las reparaciones necesarias, que si por gracia divina no acababan con su poca cordura, terminarían siendo simples inversiones cuando la tienda en cuestión comenzara a dar sus frutos. Además, estaba el hecho de que siempre había soñado con tener su propia librería. Entonces ¿qué lo detenía?
—Señor Watson —le llamó Martini, interrumpiendo sus cavilaciones. Estaba al pie de unas escaleras de caracol a unos cuantos metros de John—. ¿Le gustaría ver el resto del lugar?
John se obligó a espabilar y asintió, siguiendo a Martini escaleras arriba.
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Notas finales: he aquí el primer capítulo de mi aporte para el reto #2 del Rally. Gracias infinitas a Mundo Crayzer por tomarse un ratito de su ocupada agenda para betear esta locura, y también a mis otras dos Brides por siempre echarme porras. Pronto el segundo capítulo, pero por ahora ¿comentarios? ;)
Maye~
