DESCARGO DE RESPONSABILIDAD: ¿A estas alturas? ¿En serio? En fin… Lo diré… Skip Beat! no me pertenece, ni Ren ni Kyoko ni ná… *suspiro*. Pero este fic sí que es mío.
LOVEMON
La primera vez que a Takarada Lory alguien lo llamó Lovemon a la cara no tenía ni idea de a qué se refería. Fue Yashiro-kun, el que se lo soltó, enfadado porque estaba feliz de saber que su pequeño diamante en bruto sufría el desprecio más cruel que una madre puede infligir, refugiada en los brazos del hombre que callaba su amor por ella…
Yashiro-kun no entendía, en aquel entonces, que aquellos dos se necesitaban el uno al otro. Solo él, como un dios omnisciente, sabía de sus cicatrices, de sus heridas, antiguas y nuevas, todas sangrantes y dolorosas, y que esperaba que el amor que se tenían —y el tiempo— ayudara a sanarse el uno al otro.
Tenía la firme convicción de que la vida es amor, y que la vida debe vivirse en plenitud amando y siendo amado. Sin eso, solo será la sombra de una vida desperdiciada… Y Lory efectivamente amaba a los suyos: su hijo, su nieta, sus amigos, toda la gente de LME… Así que sí, Takarada Lory era el monstruo del amor… Un Lovemon que vivía del amor, respiraba amor, soñaba amor…
Amor, amor, amor en casi todas sus formas…
Pero Takarada Lory solo intenta negar la verdad:
Vive el amor romántico por subrogación.
Su interés e implicación en la vida amorosa de sus empleados, las horas y horas de juegos otome y cuantos maratones de doramas pudiera soportar, no eran más que excusas, mentiras que se contaba a sí mismo, para llenar el vacío que ella dejó. Con suerte, si los dioses lo permiten, caerá exhausto en el lecho, embotados los sentidos por historias de amor ajenas o de ficción, y no advertirá el hueco de su cama vacía que le grita que ella ya no está.
Cuando se fue, Lory perdió la esposa, la amante, la amiga, y la muerte se llevó consigo su mejor mitad, la parte de su corazón que latía en otro cuerpo.
Lory pontifica el amor, lo escenifica, lo transmite, pero no lo siente… No se atreve a amar de nuevo, quizás por cobardía, por un malentendido sentido de la traición, o peor aún, por miedo a ser feliz sin ella… Aunque quizás, todo se reduce al horror a ser dejado atrás de nuevo, roto en pedazos…
Él ve brillar las estrellas en los ojos de Ten. Y finge que no las ve… Muda el gesto, ignora el daño a su propio corazón y dispara pequeños desprecios, destinados a herir, a recordarle que es casi una niña para él, nunca una mujer… Luego suspira suavemente, aliviado, cuando su ceño se frunce de disgusto, o sus hombros caen decepcionados, porque una vez más ha esquivado los dardos del amor. Él, el Lovemon, no la ama.
¿Realmente no la ama?
¿O no debería amarla?
Porque a Lory le encanta su sonrisa, su voz y su mal genio. Ama el sonido de su risa franca, llena de alegría. Ama sus maneras femeninas, la forma en que camina y cómo se mueven sus manos al hablar. Ama su alma generosa y abierta. La ama…
Pero él sabe —al menos racionalmente lo sabe. ¡Es lo que pregona!— que la vida es vida y hay que vivirla con amor. Con sus riesgos y sus abismos, con el miedo aleteando en la garganta… Hay que saltar. Hay que ser audaz, o si no, jamás cambiarás nada…
Ama, atrévete a amar…
Oh, vamos… Si su pequeño ángel Love Me lo ha hecho, ¿por qué no puede hacerlo él?
—¿Darling? —pregunta en voz baja Ten, la cabeza ladeada, preocupada y sin saber por qué la ha hecho venir de repente.
—My dear —dice él, poniendo su mano en su mejilla. Jelly se sobresalta con la inesperada caricia—, ¿me permitirás contarte una extraña historia de amor?
—¿Q-Qué? —balbucea ella, sintiendo que un rubor impropio de su edad enciende sus mejillas.
—Trata de una pequeña bruja y de un hombre que amaba el amor… —explica él, con una medio sonrisa torcida, esperando que ella, La Bruja, entienda.
Y Ten, casi sin atreverse a respirar, vio que en los ojos de Lory por fin brillaban las estrellas…
