25/12/08: He peleado con el canon a brazo partido y estuve por telefonear a Jotaká para que me hiciera un croquis de todo esto pero, buf, creo que al final me apañé xD. Si encuentras algún error cronológico (altamente probable), pido disculpas de antemano. He tenido que utilizar la versión española y sustituir Tom Marvolo Riddle por Tom Sorvolo Ryddle; sino, no hubiera tenido mucho sentido xD. Espero que esto tampoco resulte un gran inconveniente. Hay tres saltos al pasado, que espero que se comprendan bien.

Feliz Navidad, Sig. Espero que te guste ;)

09/06/09: Esto ha pasado de ser un shot a ser un fic. No va a ser largo, pero no sé cuánto. He reeditado este capítulo por temas cronológicos.


La bestia y la niña

Rasca con interés, pero no con entusiasmo, la junta existente entre las dos capas de las tapas del libro de pociones. Está completamente solo en la biblioteca, pero no se ha dado cuenta. Hay muchas cosas a su alrededor que no le importan lo más mínimo. Realmente, no le interesa nada que no tenga que ver con él.

Oculta algo brillante y redondo en la palma de la mano, y aunque no está escondiéndolo, pues siente que no tiene que esconderse de nadie, sabe ser prudente y mide muy bien las distancias. Se oye un chasquido y la puerta de la sala se abre. El profesor Dumbledore asoma la cabeza, para cuchichear algo en voz baja con la señora Pince, que es recién llegada y no tiene mucha idea de llevar una biblioteca. Al parecer, por mucho que le fascinen los libros no puede ponerse a leer en horas de trabajo.

-Hola Tom-saluda alguien. El chico alza la cabeza, indiferente. Un chaval de su edad lo mira desde el otro lado de la mesa. Por algún extraño motivo que no tiene el mínimo interés en averiguar, ciertos sectores de su casa y de su curso parecen empeñados en hacerle la vida imposible-¿Bajas a cenar?

El solo movimiento de sus cejas hace comprender al recién llegado que Tom no piensa acompañarle. No por ser él, claro, sino por el mero hecho de ir con nadie. Tom no necesita compañía. Huye de los niños como el gato escaldado lo hace del agua. Horace Slughorn, jefe de casa y dueño de un soberbio perfil, ha insistido mucho en los últimos meses. Pero lo cierto es que no lo consigue. Todos los intentos de hacer que el extraño y silencioso Tom Ryddle se convierta en un niño normal se disuelven cuando el alumno abre la boca y un desfile de piropos y halagos envuelve al profesor de pociones y duerme toda su responsabilidad docente.

-Está bien. Hasta luego-el compañero (se ha olvidado por completo de él) se marcha por donde ha venido, y Tom vuelve a quedar en silencio. Hunde la uña en el lomo del libro y estudia los hilos que cosen los tacos de páginas a las tapas de cuero.

La puerta vuelve a abrirse, y una enorme cabeza se asoma sin la menor vergüenza.

-Ah, eres tu-dice desdeñosamente-la cabeza desaparece sin decir nada más, y a Tom no le ha quedado tiempo ni para protestar. Rubeus Hagrid es un tipo desagradable. En realidad nunca ha hablado con él, pero sabe que es ciertamente desagradable. Solo hace falta verlo. Tan… tan grande (no quiere insultar a los gigantes, porque será criaturas inferiores, pero tienen mal genio). Y tan estúpido. Es fácil engañar a tipos como Hagrid. No es que sea muy popular, porque es muy torpe con la magia, pero cuando está simpático sus compañeros de casa juegan a que él los coge y los acerca al techo y a las ventanas más altas.

Tom rueda los ojos sin moverse del sitio y finalmente suspira. Si la señora Pince estuviera un poco más atenta, se daría cuenta de que es el único movimiento que ha hecho en horas. Finalmente, Tom arroja el libro dentro de la cartera con las demás cosas y hurga en ella hasta que saca un pequeño cuaderno negro. Otea los alrededores, como si temiera que alguien le espíe, y lo abre. Garabatea con cuidado y precisión, sin escribir cosas concretas. Lleva meses dándole vueltas a algo de suma importancia. Siente que tiene que resolverlo, y que tiene que ser ya. No puede esperar más. Lleva cinco años en ese colegio y empieza a acabársele el tiempo.

Recuerda la redonda cabezota de Hagrid en el umbral de la puerta y toda su mente se ilumina. Se levanta de pronto, tirando la silla hacia atrás, de forma que cae contra el suelo. La señora Pince alza la vista, molesta, pero él no se detiene. Desliza el cuaderno hasta el bolsillo de la túnica y sale de la biblioteca a toda prisa.

No puede pensar en un sitio tan contaminado. No puede dejar que sus ideas floten por un espacio tan lleno de ignorancia y falsedad. La idea que se está formando en su mente es pura y absoluta. Como un lienzo en blanco que no debe mancharse si no es por las manos adecuadas. Necesita rodearse de sí mismo, de su pura esencia y de nada más.

Sube y baja escaleras sin cruzarse con nadie, y tuerce en los pasillos interminables con la mente en blanco, sin más objetivo que llegar a su destino. La hora de la cena siempre es la mejor. Al esquivar un tramo de escaleras que gira por encima de su cabeza, ve a Hagrid sentado en un rincón del rellano del piso inferior. Está acuclillado, con la cabeza oculta entre las manos.

-¿Lloriqueando de nuevo, monstruo?-Tom nunca se ha sentido cruel. Solo sincero. Hagrid es un monstruo, y nada ni nadie podrá cambiar eso nunca. El chico, que es tres años menor que él, le mira a través de las lágrimas, y en un gesto infantil y rudo se retira los mocos con la manga de la túnica barata.

-Lárgate

-Soy Prefecto, Hagrid, y es la hora de la cena. Podría quitarte cien puntos-sonríe de lado, sabedor de que Rubeus podría levantarle del suelo y mandarle al Gran Comedor atravesando todos los muros con la cabeza. Pero no lo hará.

-Déjame en paz-brama el semigigante, ignorando la amenaza.-Me importa una mierda lo Perfecto que seas.

-No te conviene hablarme así, gigante- se inclina un poco, intentando que, a pesar de que Hagrid es enorme, quede por encima de él. Solo Thomas Ryddle queda por encima de los demás. Los gigantes son, por antonomasia, inferiores.

Hagrid expulsa el aire con fuerza y Tom siente una corriente de aire caliente y maloliente contra su rostro. Cierra los ojos en una muestra desagradable y no percibe la sonrisa de triunfo de su compañero. Hagrid se levanta y se marcha escaleras abajo, rumbo a la cena.

-Vas a tener mucho tiempo para llorar a tu padre, gigante. No te preocupes por eso-Hagrid se detiene al final de las escaleras, con un escalofrío recorriéndole la espalda. Nadie sabe que su padre murió hace apenas seis meses. Sólo Dumbledore, su profesor favorito, quien por cierto, le está pagando los estudios.

Cuando ve al corpulento estudiante desaparecer en la penumbra, Tom borra la sonrisa de su cara. Tiene grandes planes para esa presuntuosa criatura. Pero ahora hay otra cosa muchísimo más importante que una insignificante bestia. Vuela hacia los baños de las chicas del segundo piso y entra con decisión.

El cuarto de baño está en semioscuridad y los pasos de Tom apenas resuenan en las paredes. Los grifos no gotean y las puertas de los retretes permanecen entornadas. Normalmente, no suele haber nadie a la hora de la cena. Sin embargo, en los diez meses que han transcurrido de curso, Tom ha notado que la última puerta suele estar más cerrada que las demás. Un día que lo encontró vacío descubrió que desde allí se oyen todos los sonidos del baño, como si de un amplificador se tratara. Desde fuera, sin embargo, uno no repara en ése retrete.

Es el lugar habitual de Myrtle.

Myrtle (fea, gorda, llorona y deprimida) está en cuarto curso y es absolutamente insoportable. Tom no sabe mucho de ella, salvando que es sangre sucia y Ravenclaw. Un insulto a la memoria de Rowena, piensa él. Myrtle no le causa muchos problemas. Siempre está encerrada en el último retrete, escuchando conversaciones de chicas o llorando. Desde allí se entera de todo, y más de una vez ha descubierto lo que sus compañeras de curso y casa piensan de ella espiando tras la puerta. Probablemente, con un poco más de confianza en sí misma y si no hubiera escuchado todo aquello, Myrtle no sería La Llorona.

Hoy, al parecer, Myrtle ha tenido un buen día y el retrete está vacío.

Tom se acerca a los lavabos con decisión y palpa el relieve de la serpiente que hay en uno de los grifos. Es un grabado casi accidental pero completamente intencionado. Está claro que nadie hubiera reparado en él si no se miran las cosas con el enfoque adecuado. La vida es cuestión de perspectivas, no de prioridades. No hay porqué renunciar a nada porque otra cosa sea de más importancia. Es algo que Tom ha mantenido desde que tiene uso de razón. En el orfanato, aquel lugar lóbrego y húmedo, todo se regía por la ley del más fuerte. Los niños son unos seres inocentes y manipulables, que obedecen solo a quien ellos consideran más listo o más peligroso. Tom supo demasiado pronto que él era más listo que otros niños y que la autoridad del lugar era poco competente. Nunca tuvo que elegir qué hacer primero o de qué prescindir. ¿Para qué, si lo podía tener todo?

Cómo encontró La Cámara de Los Secretos es algo que solo la mente de Ryddle sabe y sabrá. Ni siquiera se atreve a escribirlo en el diario. Nunca se sabe en este colegio. A veces parece que los ojos de Dumbledore le siguen a través de los muros y le taladran la nuca.

Ha ocurrido de una forma sencilla y simple. Un día, en la biblioteca, consultando libros de historia.

La primera vez que oyó hablar de la Cámara de Los Secretos de Salazar Slytherin fue en primer curso. Acababa prácticamente de llegar de un orfanato donde el mundo no tenía ni comparación con aquel colegio. Lo escuchó de pasada, algo sobre el pársel, serpientes y secretos. Al principio no le dio más importancia. Sin embargo, a medida que pasaban los días recordó que alguien había dicho que nadie sabía dónde estaba ese lugar, y que el pársel es una lengua que solo hablan los magos oscuros. Y no todos.

Un día, sentado en la orilla del lago con un libro de pociones, Tom vio llegar a una pequeña culebra de agua. El animal discurría silencioso por la tierra, acercándose a la bolsa de los libros.

-¡Aparta de ahí, bicho!-dijo Tom, sin pensar.

El animal volvió la cabeza, sorprendido. Parpadeó dos veces muy despacio, y se hundió en el agua. Solo después de que hubiera desaparecido, Tom se dio cuenta de qué había sucedido.

Dos semanas más tarde, Tom había descubierto que podía, efectivamente, hablar con las serpientes. Y éstas con él. Maravillado, acudió a la biblioteca a buscar todo lo que pudo sobre Slytherin. Miró sus retratos, leyó sus historias, sus ideas y todo lo que le nombraba. Incluso se creyó físicamente parecido a él.

Antes de terminar primer curso, en junio de 1939, Tom sabía a ciencia cierta que era el heredero de Salazar Slytherin.

Han pasado varios años desde entonces. Desciende por la oscuridad que baja hasta la Cámara en silencio, tranquilo y sosegado. La humedad de la piedra lo ha convertido en un lugar lóbrego y húmedo. En tiempos de Salazar sería probablemente igual; así nadie pasaría por allí por casualidad. La Cámara inspira en Tom un sentimiento de grandeza y de confortabilidad. Es lo más parecido a una casa familiar que ha tenido nunca. El orfanato nunca fue su hogar y en Hogwarts sólo los muggles y los desgraciados pueden sentirse como en casa. Le cuesta admitir que a él le gusta vivir allí, sí, pero porque la magia está en todas partes, y está claro que allí él es alguien. Sin embargo, se siente más importante en el orfanato. Cuando vuelve para el verano (jamás lo hace en Navidad, eso es algo inconcebible) los niños le temen más que antes, y saben que es peligroso. Hace mucho tiempo que nadie le dice que es un bicho raro y que los mayores no le tratan como si fuera un camorrista y un delincuente. El peligro de Tom Ryddle se le sale por los ojos, y el miedo que genera entre las paredes del orfanato es tan real que nadie osa desafiarlo.

-Mi padre debió de ser mago.

-Pues la verdad es que no lo sé.

Decepcionado, Thomas rompió el lápiz y lanzó ambos trozos contra la mesa. Dumbledore le había contado que era un mago, y que no sabía nada de su familia, ni de su madre. Su madre. La misma que murió dos horas después de darle a luz. Ella. Blanda, inservible e inútil. Débil, llorosa y pobre. Manipulada, ignorante y pútrida. ¿Estaría muriendo ya cuando él nació? ¿Pudo sobrevivir él a la muerte? ¿La burló, la esquivó, la engañó? Ahí estaba la respuesta. Esa era toda la verdad.

Tom Ryddle había sobrevivido a la muerte. El espectro planeaba ya sobre Merope cuando él aún permanecía en ella. Había escapado a tiempo. Quizá era la única persona en el mundo que había logrado aquello. Una sonrisa de triunfo se dibujó en su rostro.

Merope Ryddle. Era el nombre que figuraba en los papeles que Dumbledore le había entregado. Al parecer, Ryddle era el nombre de su padre. Encerrado entre los muros del colegio y con tan solo doce años, poco podía hacer Tom respecto a él, pero así tendría tiempo de planearlo todo.

Tom era descendiente del mismísimo Salazar Slytherin. Aquello fue el detonante de una quimérica búsqueda en todos los rincones del castillo. Ryddle devoró los libros que encontraba en su camino y finalmente unió todas las piezas.

Él era el primero, en cientos de años, en conocerlo todo. Al parecer, los anteriores no habían sido dignos de tal conocimiento. Era la única forma de explicar que Tom hubiera descubierto el secreto mejor guardado del colegio: La Cámara de los Secretos. Un lugar propio y privado de Salazar. Un sitio que rezumaba su espíritu por todos los rincones.

Sin embargo, Salazar construyó aquella cámara para él, para los Slytherin. Es probable que tuviera la esperanza de que alguien la encontrara. Ahora que pasea por ella, Tom sabe que, efectivamente, Slytherin quería ser encontrado. Lo olvidaron, lo echaron, lo insultaron. Sus ideas no fueron tenidas en cuenta. Sin embargo, alguien debe defenderlas hoy, alguien que sepa darles la importancia que se merecen.

El sonido seseante del basilisco le llega certero a la vez que lejano, y sonríe. Esa bestia milenaria acunó los sueños de su antepasado y ahora lo hará con él. Solo obedece a sus órdenes y es todo un orgullo para alguien como Ryddle.

Lleva años practicando pársel y ésta es la primera vez que se encuentra cara a cara con el famoso monstruo de la cámara. Grandioso e imponente, el basilisco no le da ni miedo ni respeto. Lleva aquí cientos de años esperando que él llegue, así que no hay nada que plantearse.

Los pasos de Ryddle resuenan en la caverna oscura y conforme avanza por ella se da cuenta de que es dueño y señor de todo aquello. Lleva cinco años buscando este lugar y por fin lo ha encontrado. Queda menos de un mes para que termine su quinto curso. El septiembre anterior le hicieron Prefecto y sabe que en Séptimo será Premio Anual.

Tom Ryddle llega al final de la Cámara y saca el cuaderno del bolsillo de la túnica.

Lleva mucho tiempo estudiando el legado de Salazar y está convencido de que ahora sus ideas sí serán aceptadas. Él sacará del olvido al fundador. Él, el heredero. Es necesario que alguien sepa lo que va a suceder, que retome su testigo y que conozca la verdad. Es su forma de hablar con el futuro. Por el momento, morir no entra en sus planes, pero nunca se sabe.

Al abrir el cuaderno, hace un gesto con la varita y las letras que ha escrito en la última página, invisibles a todos los ojos, saltan como el fuego y se colocan frente a él, flotando en el aire invisible como tatuajes candentes.

Desde que empezó el curso escribe sus pensamientos y sus hallazgos en ese cuaderno. Es un diario (aunque suene estúpido) y ahora es un diario mágico. Consiguió hechizarlo en Navidad, cuando volvió su contenido invisible, solo apto para las mentes adecuadas. Ese libro tiene todos sus secretos. De momento. Hay cosas que es mejor no escribir.

La mayor obsesión de Tom durante los dos primeros meses de aquel segundo curso (cuando la palabra HEREDERO se formó en su cabeza) era que no podía empezar a actuar hasta que no tuviera controlados todos los detalles. Le faltaba lo más importante, lo más crucial: el primer paso.

Necesitaba un nombre nuevo. Tenía que deshacerse del patético Ryddle y el infantilón Thomas. Él era Tom, cierto, y era Sorvolo. Nadie tiene miedo de alguien llamado Tom. Chasqueaba la lengua con fastidio al recordar que a veces le llamaban Tommy, sobre todo cuando era más pequeño.

Había escrito su nombre en un papel. Era de noche y estaba solo en su dormitorio. El resto estaría abajo, hablando de quidditch.

Ahora, observando las letras con detenimiento, estaba completamente decidido.

-¿Buscas algún título honorífico?-se preguntaba desde la penumbra.

-Solo quiero que sea grande, que inspire temor.

Las letras de pronto se ordenaron silenciosamente, y Tom las colocó varias veces, dudando. Quería un nombre grande, pero también lo quería bonito. El miedo también es bello. Es hermoso sentirse admirado y envidiado. Sentirse poderoso e invencible. Sería hermoso dominarlo todo y vencer a la muerte. Necesitaba algo que exprese que él venció a esa muerte.

Tom Sorvolo Ryddle.

Soy Lord Voldemort.

Quedó en silencio, estupefacto, y lo repitió en voz baja dos veces. Entonces, un brillo se iluminó en sus pupilas y los ojos comenzaron a volverse más vivos y más decididos. Sonrió abiertamente y de pronto estalló en una limpia carcajada.

Ahora era un ser completo y nuevo.

Hagrid siente debilidad por las criaturas fantásticas. Adora todo tipo de animales, pero lo más extraños son los que más le fascinan. Mientras Tom Ryddle está descubriendo la Cámara de Los secretos, durante la cena del 13 de Junio de 1943, Hagrid se escaquea y huye a uno de los rincones más perdidos del colegio. Tiene guardado un secreto que no podrá contarle a nadie nunca, pues no le comprenderán.

Hagrid sabe que es una criatura fantástica. Un ser poco común y nada valorado. Como los animales de los que tanto le gusta cuidar. En un cuarto de escobas, perdido en algún pasillo, hay oro ser como él. Aragog es una cría de acromántula. La encontró indefensa y abandonada. Solo tuvo que mirarla a los ojos para saber que estaban destinados el uno al otro. Hagrid cuidó de ella durante un tiempo. Mientras Aragog fue apenas del tamaño de una bludger las cosas fueron más o menos fáciles. Pero ahora es tan grande como un taburete de la biblioteca y no puede dejarla en el escobero para siempre. Ese no es lugar para un ser vivo. Necesita luz y espacio, poder caminar, aire puro y libertad.

Secándose las lágrimas con la manga derecha, Hagrid abre el armario de las escobas. Ese idiota de Ryddle le vigila constantemente. Hagrid tiene la sospecha de que Tom sabe lo de Aragog. Pero Tom es tan ambiguo… quién sabe qué piensa o qué maquina. Es una caja de sorpresas, un ser de capas y escondites. Hagrid lo tiene calado desde hace mucho tiempo, pero le teme.

-No puedo tenerte siempre aquí, Aragog-le dice al animal con pena. Sabe, por la mirada de su compañero, que tiene razón. Con tristeza, el semigigante deja un saco de comida en el suelo y cierra el escobero. No debería estar allí a la hora de la cena. Debe volver en seguida al Gran Comedor y decir que, como siempre, tiene el estómago revuelto. Sus compañeros de casa se meten mucho con él por este asunto.

-Hagrid, siempre estás en el baño…-es presa de la broma fácil, pero le da igual. Hagrid sabe que las personas que realmente importan no se meten contigo por tonterías como esta, y no se las creen. Lo importante es no decepcionar a quien te quiere, y luchar por quien quieres tú. Eso se lo enseñó su padre, y se lo repitió Dumbledore el día de su entierro.

Con pasos torpes, Hagrid se encamina de nuevo al Comedor. Pasa por delante de la puerta del baño de las chicas y dos metros más adelante, choca con alguien que vuelve el recodo a toda prisa.

-¡Mira por dónde vas, gigante!- Myrtle va llorando como una magdalena. Corre a meterse en el baño, tras chocar con la puerta, y Hagrid parpadea, confuso. Ladea la cabeza, disgustado. Myrtle tiene mala suerte con la gente, igual que él, pero a veces es demasiado débil y mezquina.

Aunque eso no significa que se lo merezca.

Tom sigue dentro de la Cámara. Está introduciendo ese momento en el diario, guardando el recuerdo de aquel curso ahí dentro para recordarlo siempre que sea necesario. Está muy satisfecho consigo mismo y ahora va a dar el siguiente paso. No hay tiempo que perder.

El basilisco se acerca, dócil, y Tom coloca una mano en lo alto de su cabeza, sin mirarle.

La escultura de la pared es grandiosa, y así es como se siente él. Va a dedicar el verano a descubrir quiénes eran sus padres, y terminar por iluminar su historia. Se frota las manos pensando en todos los éxitos que cosechó su familia, aunque la mancha negra de la débil de su madre nunca se borre.

Da media vuelta, seguido por el basilisco, y comienza a salir de la Cámara. No tiene ganas de cenar. Hay trabajo que hacer.

En el baño de las chicas reina el silencio de nuevo.

-¿Qué quieres hacer?-pregunta el basilisco asomando la cabeza.

-Quiero demostrarle al mundo de lo que soy capaz-responde el otro, imperturbable.-En Slytherin hay quien opina que tengo razón, pero el resto de la gente no tiene ni idea. Este colegio está infectado de basura, vamos a limpiarlo.

Myrtle se seca las lágrimas con el dorso de la mano izquierda. Olive Hornby es petulante y cruel. Ha vuelto a meterse con ella, con su ropa y con su voz. Dice que es chillona e insoportable. Que ella es miedica y tonta. Que nunca será nadie. Está harta de Olive. Quiere que acabe el maldito curso de una vez, y pedirle a su padre que le cambie de colegio. No puede ir y decirle al director, el profesor Dippet, que Olive es mala con ella, pues le diría que tiene que ser valiente y solucionar el problema. Myrtle no es una chivata, además.

Escucha unos siseos y se le estremecen los pelos de la nuca. Se pone las gafas de nuevo y pega la cabeza a la puerta. Seguro que es Olive, que la ha seguido hasta allí y está esperando para asustarla. Tal vez haya más gente. Decidida a plantarle cara, Myrtle abre la puerta del último retrete del baño de las chicas.

Antes de que la puerta se abra, el agudo oído del basilisco detecta el sonido del cerrojo al descorrerse. Vuelve la cabeza hacia allí y una fracción de segundo después, Myrtle yace en el suelo completamente muerta.

-Vaya….-Tom se acerca y comprueba lo evidente. Entonces, bajo el flequillo oscuro su cara se ilumina de nuevo. Sonríe con sinceridad y siente que el pecho se le llena de orgullo.

Ya sabe cómo va a deshacerse del gigantón deforme.

Hagrid, sin saberlo, está entrando en el Gran Comedor. Dumbledore le mira entrar y observa, por encima de sus gafas, su rostro descompuesto.


Notas:

Hagrid es tres años menor que Voldemort, pero no sabemos nada sobre la edad de Myrtle. Respecto a la ubicación del baño de las chicas, hay una confusión entre los propios libros (uno lo sitúa en el 2º piso y otro en el 4º, si no recuerdo mal). Me parece un poco extraño que Voldemort descubriera primero que era descendiente de Slytherin y no fuera hasta 5 años después cuando (y gracias a Morfin) descubre que su madre era una Gaunt y su padre un muggle. Más que nada, porque seguro que en los libros de historia figuraban los Gaunt como últimos descendientes de Salazar. He supuesto que Voldemort se basa en su similitud mágica con Slytherin para establecer este parentesco, y no en los nombres. Al fin y al cabo, él odiaba su nombre, pues lo hacía humano y corriente. Tras la muerte de Myrtle se propone cerrar el colegio, y es entonces cuando Tom acusa a Hagrid y Aragog. Le dieron una medalla por ello. Hagrid es expulsado y rompen su varita. Al parecer, sólo Dumbledore confiaba en su inocencia y desconfiaba de Tom.

Gracias por leer,

Nicole.