Los personajes mostrados en esta historia pertenecen a sus respectivos autores y no son de nuestra autoría. Este fic no tiene otro propósito más que el de ayudarnos a matar al ocio... y sí, escribir lemon (por que la mayoría está aquí por eso).
Este fanfic ha sido escrito en conjunto por lordjorch y Keneth Riddle. Esperamos sus reviews luego de leer el cap.
Prólogo
Existe algo que enerva el que se podría considerar el más grande de los defectos del alma humana, o de cualquier cosa que tenga orgullo propio: el engaño. El regodeo de exceder el intelecto de sus semejantes, de probar lo fácil que es manipular la mente de otros para que bailen según nuestras reglas, haciéndoles creer que todo cuanto hacen es obra de sus decisiones e iluminación de una providencia superior.
Por otro lado, el engaño también causa admiración en aquellos que lo contemplan. Una especie de emoción despierta dentro de nosotros cuando escuchamos cómo cierta persona usó nada más que su intelecto y una buena oportunidad para dejar a otros como tontos, a través de algo que en circunstancias normales y puesto bajo el ojo de la razón resultaría ridículo.
¿Cómo es que alguien puede creerse que el puente Golden Gate está a la venta? ¿Quién en su sano juicio se traga eso de que la torre Eiffel sería demolida y vendida? ¿En qué pensaban los Troyanos cuando aceptaron un caballo gigante de madera después de una batalla encarnizada contra un enemigo que de pronto salió corriendo? Lo más probable es que la desfachatez de esas ideas hacen que sea difícil pensar que se trate de una broma o un intento de timo ¿quién puede creer que podría engañar a otros con una tontería así? Es más fácil pensar que es cierto a que sólo es un truco malo.
Claro que para esto hace falta que el estafador sea un sujeto capaz de decir una locura con la mayor seriedad posible, o propiciar la situación para que se sienta real. Algo así fue lo que hizo Prometeo en los albores del mundo, cuando fingió destruir el depósito de armas sagradas de los Dioses del Olimpo y robar el fuego para que los humanos adquirieran el conocimiento.
Fue condenado a estar aprisionado en una piedra por toda la eternidad mientras un buitre comía su hígado cada día luego de que volviera a crecer. Empero, aún en esa situación, volvió a verle la cara a aquellos por encima suyo, profetizando que serían derrocados por alguien de abajo. Los dioses pensaron en un hijo de Zeus que continuara con la cadena de patricidio que Krono había iniciado.
Pero esto también era un engaño.
No sería un Dios o semidiós el que los haría caer. De hecho, ninguno caería, sino que su posición como seres más allá de los mortales desaparecería. Los humanos no eran capaces de llegar a nada porque su visión siempre se veía limitada por la imagen de los dioses: poderosos, invencibles, sabios, inmortales y absolutos. Por eso mismo, Prometeo decidió que si quería ayudarlos a elevarse, era necesario quitar esa banda de inferioridad de sus ojos y mostrarles que había un modo de darse su lugar en el mundo. Ellos, los últimos en la escala del Universo, cortarían de tajo la arrogancia y mezquindad de esos que no se paraban a pensar en los que estaban debajo de sus pies.
Habían humanos que ambicionaban volar, otros que soñaban con atravesar las fronteras del mundo, escarbar en las entrañas de los cielos… o sencillamente querían ser reconocidos por el mundo. Añoraban que sus nombres se escribieran en las estrellas y que los que vinieran después de ellos los recordaran como una luz para seguir con su legado.
Prometeo decidió que la voluntad de aquellos humanos que de algún modo lograron por cuenta propia ver más allá de sus límites debía perdurar. Por eso mismo, les dio a los humanos el regalo de heredar esa voluntad y las visiones de aquellos que avanzaron. El fuego no fue el regalo que él les dio, esa no fue la luz que los humanos recibieron, sino otra cosa.
Los Ojos del Emperador.
La capacidad de ver la misma luz que otros antes que ellos pudieron ver, los ojos que les permitirían crear la escalera hacia el cielo que hasta entonces resultaba lejano. Cada uno de los que lo heredaron tenían un mismo objetivo en mente: hacer que la raza humana fuese más de lo que en ese momento era. Avanzar contra cualquiera que deseara aplastarlos y superar los límites que se creían perpetuos.
Rómulo construyó un imperio de la nada, Alejandro Magno tomó el reino más grande del mundo y más allá, Julio César fue elevado como un dios por su pueblo, Carlomagno reconstruyó el reino de su padre y formó el Imperio Carolingio. Atila fue el más poderoso de los hunos, mencionado incluso en sagas nórdicas y Gengis Kan aplastó fronteras para unir pueblos a través desiertos y montañas.
Morgana le Fay, Paracelso y Rasputin el Negro buscaron cómo eludir la muerte, Fernando Magallanes, Ponce de León y Cristobal Colón querían ver cuán basto era realmente el mundo.
Y así, los ojos que cambiarían el mundo continuaron pasando durante generaciones de un propietario a otro hasta llegar aquí… a este momento de la historia en la que un niño nacía en medio de las sombras de una mañana fría y tétrica.
Marchando hacia el lugar que su maestro le había indicado, Drake Ralleigh se frotaba las manos mientras se quejaba del viaje innecesariamente largo que tuvo que realizar. Él era un masón, por todos los cielos, no un mandadero que enviabas a hacer recados en un pueblo putrefacto en las entrañas de Inglaterra.
Aunque daba igual. Drake sabía muy bien que estaba por conocer al futuro Rey del Mundo.
Continuará...
