Descargo de responsabilidad: Orgullo y Prejuicio le pertenece a Jane Austen y a sus herederos. De la misma manera, la película del mismo nombre de 2005, dirigida por Joe Wright, le pertenece a sus pertinentes propietarios. En cambio, el drabble que vas a leer es solo mío.
EL SECRETO DEL SEÑOR BENNET
El señor Bennet no era un hombre muy complicado. Educado más para las aulas de Oxford o Cambridge, la tierra y la ley lo ataban a Longbourn, a una vida que aunque no despreciaba, no era la que él eligió. En cambio, sí eligió a su esposa, y el señor Bennet vivía aceptando a diario las consecuencias de su decisión.
El señor Bennet era de la firme convicción de que la supervivencia de su cordura radicaba, según él, en la posesión de un elegante sentido del humor (llámese con propiedad aguda ironía o mordaz sarcasmo), y —esto es lo más importante— en evitar a la propia familia. Una distancia adecuada propiciaba la salud mental y estimulaba la paciencia. Conocía sus yerros, y sabía bien que pecaba en exceso de indulgente (y acaso de negligente); que Jane no parecía hija suya ni de su madre; que el perspicaz ingenio de Lizzy le causaría problemas; que Mary necesitaba abrirse al mundo; que Kitty y Lydia estaban a un pelo de convertirse en unas coquetas descaradas; y que la señora Bennet vivía en un sinvivir por y para evitar las voceadas cunetas de la viuda pobreza mediante el casamiento de todas sus hijas.
Él las quería, eso que nadie lo dude. Amaba a cada una de sus cinco hijas y a su señora esposa. Pero —y es esta una gran objeción— no podía soportarlas a todas juntas por demasiado tiempo.
En ocasiones, ni siquiera en grupos reducidos…
Huía entonces lejos del timbre penetrante de su esposa, de sus pobres y tan compadecidos nervios, de las voces exaltadas y mezcladas de sus hijas...; huía a la beatífica (y silenciosa) calma de su refugio. Allí no tenía que tomar decisiones y no le pesaban en el ánimo sus flagrantes carencias como padre y esposo. Dejaba que sus hijas se criaran solas, como las hierbas del campo, y descuidaba todo lo que no fuera su jerez, sus orquídeas y sus libros.
Él era feliz así…, fingiendo que el mundo más allá de la puerta no aguardaba su regreso.
Y tal era la sencilla dicha de un hombre que consiguió que su esposa jamás traspasara el umbral de su venturoso remanso de paz.
—¡Señooor Benneeeet! —se escuchó tras puerta. El picaporte giró. El señor Bennet suspiró.
Bueno, la mayoría de las veces, al menos…
