Normalmente, nadie sabía qué era lo que pensaba Islandia. Un buen porcentaje de las veces tenía una expresión lejana, inalcanzable, imperturbable. Los que no lo conocían, decían que los miraba aburrido, que se sentían intimidados por sus ojos tan profundos y misteriosos, que se consideraba superior, que los tachaba con sorna.
Pero esa no era la verdad.
Islandia no era, en lo absoluto, representante de lo que la mayoría murmuraba. Aunque su principal problema con respecto al resto de los países y personas era que, al haber vivido tantos años alejado de todo, estar con gente lo movía de su zona de confort. No sabía cómo mantener una conversación con más de dos o tres personas, no le gustaba ir a reuniones, mucho menos las internacionales, bajo el miedo de sentirse fuera de lugar. Además, las veces que otros pensaban que él se creía superior y aburrido, eran en realidad ocasiones en las que simplemente estaba recluido en su mente. Sintiendo el viento frío de su tierra, el olor a leña y la sensación de la nieve sobre su pelo, mientras se encontraba a kilómetros de distancia.
Porque, a Islandia, le gustaba estar solo, sentirse acompañado por la soledad, poder escuchar sus pensamientos y sentir, sentir y sentir.
Aunque, como siempre, había pequeñas excepciones en las que le gustaba charlar con alguien, compartir el momento. Y, a pesar de todo lo que pudiese aparentar, una de las pocas compañías que realmente disfrutaba y esperaba, era la de su no-proclamado hermano. Noruega.
Noruega no tenía, verdaderamente, una de las mejores personalidades: no era paciente, o por lo menos nunca del todo; era un tanto metido aunque no lo parecía; y podía llegar a perder el genio en los más extraños de los momentos. Pero, a pesar de todo, era un excelente país y, más aún, una excelente persona.
Era su hermano. La familia que Islandia nunca iba a decir que tenía en voz alta, si bien no sabría que hubiera hecho sin él.
Había momentos, de los más aleatorios y extraños, en los que Islandia extrañaba a ese ser que había conseguido convertirse en parte importante de su vida. Cuando se encontraba en su tierra, rodeado de su gente, su paisaje, el viento, el frío, el extraño y cálido sol de verano. Cuando estaba solo, mirando al mar, escuchando el ruido de las olas y la bruma salada penetraba en su ropa y pulmones, y recordaba.
Se acordaba de las innumerables aventuras que había vivido con su hermano, las incontables veces que Noruega lo había raptado a hacer viajes estrafalarios, conocer costas y otros países exóticos.
Y era en esos momentos, cuando se encontraban él solo y sus recuerdos, que permitía que un poco de nostalgia y melancolía se colara en su corazón. Porque se encontraba lejos y, si bien él así lo había decidido, pasando largas temporadas descomunicado del resto del mundo, había veces que extraña una de las pocas compañías que le eran gratas.
Islandia caminaba, mojando sus pies en el oscuro y frío agua del mar, permitiéndose sentir.
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Hacía mucho que no escribía nada con los personajes de Hetalia, nunca antes había escrito a Islandia, si bien es uno de los personajes con los que me siento representada a veces :)
