Nota de autor: Hace tiempo que no escribo algo que no sea una mini-cosita-de-nada. Así que estoy bastante emocionada con esta idea. Leon/Helena es una de mis parejas favoritas, me enamoré de ellos desde el primer momento, no he podido evitarlo. Esto es un AU, señores.

Disclaimer: Resident Evil es de Capcom, pero esta combinación de letras es mía.


Signos

El blanco de las paredes vuelve loca a Helena. No deja de entrelazar sus dedos, separarlos y luego tamborilearlos por encima de sus rodillas. La aparente ausencia de sonido contribuye a que sus pensamientos corran sin parar. No le dan tregua ni para que observe la situación desde una perspectiva optimista u objetiva.

Está completamente destrozada.

Hace tan sólo un par de horas recibió una llamada, informándole de que su hermana estaba en el hospital, víctima de un accidente automovilístico. Al principio quiso entrar en negación, pero, conociendo la costumbre de su hermana de asistir a fiestas nocturnas y juntarse con las personas menos adecuadas para su edad, supo que perdía el tiempo tratando de convencerse de que era un error o una mentira.

Cuando Deborah despierte y aunque no pueda levantarse la reñirá como nunca, le prohibirá salir, le dirá que le confisca las llaves del coche y que no le ayudará a comprar esos postres italianos que tanto le gustan y los que nunca puede comprar por sí misma porque el dinero nunca le alcanza.

Siente cierta humedad en los ojos cuando se da cuenta de que hay una posibilidad de que no pueda decirle todo eso. Nadie le dijo que las cosas estarían bien cuando cruzó la puerta principal y exigió información a gritos, le obligaron a esperar en un asiento incómodo y frío, con la garganta hecha un nudo y los sentidos embotados.

— Por favor… por favor… —Nunca ha sido una persona especialmente religiosa, pero este momento amerita que deje de lado su escepticismo y se convierta en la mejor de las creyentes. Detenerse cada noche para hablarle a un Dios en el que nunca creyó para pedirle que arregle su vida le parece digno de cobardes, ella se quedaría despierta toda la noche tratando de solucionar sus problemas.

¡Cómo le gustaría tener conocimientos médicos y comprender lo que sea que estén haciendo detrás de esa pared! Le gustaría abrir de par en par las puertas, cruzarlas, y encontrarse con el cuerpo de su hermana para al menos saber que está completa o darse una idea de qué tanto va a tener que esperar. En su interior sabe que no ayudará en nada su presencia, que probablemente les distraerá, que la sacarán a patadas y que tal vez matarán, por equivocación, a su hermana gracias a la sorpresa que les causó ver a una mujer completamente histérica y sin ningún tipo de invitación en su área de trabajo.

Decide tranquilizarse poniéndole una obsesiva atención a su alrededor, y cuando se topa con el reloj decide que ese será el objeto que la entretendrá. Hacer cálculos matemáticos nunca ha sido su fuerte, pero hacerlos en una situación de pánico siempre ha sido un recordatorio de que su vida seguirá hacia delante aunque no pueda encontrar la respuesta sin una calculadora y su futuro se aleje del camino del ingeniero y del astronauta. Dividir las horas en minutos, luego en segundos, la mantiene ocupada por un rato.

Necesita 3600 segundos para que una hora pase y pueda hablar con el doctor encargado, pero cada segundo que pasa es un motivo más para que comience a gritar.

No está preparada para que un mal conductor le arrebate a su Deborah. No está preparada para enterrarla o comenzar a hablar de ella como si sólo fuera un recuerdo doloroso en su memoria.

Nunca le han gustado los hospitales, ni a su hermana, y duda que a alguien le gusten.

Las paredes no tienen otra cosa que no sean carteles que les recuerdan a todos con cierta petulancia que no se debe fumar, entre otras cosas. No se está enterando de nada nuevo. Se inclina hacia el frente y entierra las manos en su rostro, apoyando sus codos sobre las rodillas. No debió haber trabajado hasta tarde, pudo haberle llamado antes de la medianoche para preguntarle si necesitaba que la llevaran a casa, pudo haber tomado un camino alterno, pudo haberle dicho que no se moviera de un punto en concreto hasta que ella pudiera mover su patrulla hasta allá. Pero no lo hizo. En su lugar estuvo patrullando del otro lado de la ciudad, concentrada en atrapar bastardos que jamás aparecieron.

Se siente cansada, los ojos le pesan y la cabeza le duele. El cuerpo le tiembla ligeramente y sus miembros se niegan a quedarse quietos por más de un momento. El tiempo parece pasar con más rapidez cuando cierra sus ojos y cuando está por quedarse dormida se abre una puerta y uno de los doctores se acerca a ella con una expresión de madurez que le provoca un mal sabor de boca. Se levanta como si fuera un resorte y rompe con la distancia.

— Deborah… —logra decir sin que le tiemble la voz. La garganta seca le impide hacer una pregunta más específica.

El cirujano no sonríe, pero tampoco intenta mostrarse triste. Se retira el cubrebocas con un movimiento sutil.

— Lo sentimos. Perdimos a la paciente. —Responde a la pregunta implícita y a Helena le dan ganas de abofetearlo por la manera frívola en que le contesta. ¿Cómo puede mantener la calma? Le acaba de arruinar la vida a otra persona. Le arruinó la vida.

Su hermana no sólo es una paciente más en la lista de pacientes muertos de ese médico, es la única persona en la que podía confiar, la única a la que protegería sin pensárselo dos veces y la única por la que daría la vida con una sonrisa en la boca.

Un ligero gemido se escapa de los labios de Helena y antes de perder el control presiona con fuerza los ojos para acabar con las lágrimas que amenazan con derramarse. No piensa mostrar debilidad frente a ese hombre. No merece que sepa cómo se siente cuando ni siquiera se digna a mostrarse un poco arrepentido por su negligencia e ineptitud.

— ¿Por qué? ¡¿Qué hicieron mal?! ¡Ni siquiera sabían qué hacer, ¿verdad?! ¡Son unos inútiles…! —la voz se le quiebra antes de soltarle insultos más directos y menos lógicos. Ha dicho lo primero que se le cruzó por la mente, pero no sabe si realmente son unos inútiles o no. No sabe si Deborah ya era causa perdida o no.

— Hicimos todo lo que pudimos.

Los ojos grises entran en contacto con los marrones y se vuelve imposible para Helena ocultar sus lágrimas. La manera en que el hombre le comunicó las malas noticias no la hizo sentir bien en lo absoluto. Pero algo en sus ojos desprovistos de vivacidad le hace saber que realmente ha hecho todo lo que pudo, que no ha sido la primera persona que ha intentado salvar y que ya está resignado a no poder hacer milagros. No puede adivinar cuántas veces ha salido de la sala para decirles lo mismo a familiares ansiosos, pero debieron de ser demasiadas para toda una vida. Y quizás porque deseó descubrir cierta tristeza en el contrario, percibe un brillo oscuro que se atreve a razonar como de decepción.

A Helena ya no le queda nada a excepción de esa mirada. No se suponía que su alegre y caprichosa hermana muriera de manera tan repentina. No se suponía que tuviese que enterrarla sin arrugas en la cara.

Lo primero que tiene que hacer es llevarla a casa para iniciar con el funeral. Lo segundo, encontrar al idiota que chocó contra el auto o al ebrio que iba manejándolo. Si es que no están muertos ya. No es como si muchas personas amen contar todo lo que ven ante una mirada tan agresiva como la suya, le costará tiempo enterarse de lo que pasó con exactitud.

Con esfuerzo trata de acompasar sus respiraciones.

Tiene mucho que hacer, no puede comportarse como una niña asustada o abandonada, porque no lo es. Si ha podido llegar hasta donde está ahora, puede llegar aún más lejos y lograr que cierta justicia se cumpla. Va a hacer pagar al joven irresponsable al que se le ocurrió conducir estando ebrio o al conductor despreocupado que gustó de empujarse contra el transporte en el que iba su hermana.

— Eres policía.

La declaración le recuerda que no está sola. Levanta la mirada para encontrarse con la del médico. ¿Acaso tiene ganas de hablar con el familiar al que le acaba de arruinar la vida? ¿O quiere que el golpe de la pérdida sea menos fuerte? Si es la segunda opción está haciéndolo pésimo.

— Yo quería ser policía cuando era niño. —Añade con cierta nostalgia el rubio. Pareciera que han pasado años desde que se dio cuenta de que es posible salvar vidas como oficial de policía, pero que a veces tendría que disparar para hacer que la ecuación "una muerte por cien vidas" siguiese siendo un hecho innegable. Como médico puede salvar muchas más vidas que como policía. Sin tener que hacer distinción entre criminales o buenas personas. Siempre prefirió quedarse en la retaguardia, calmar el dolor de los demás, y darle una nueva oportunidad a los que están siendo acechados por enfermedades mortales. Los que pelean en silencio. Los que se preocupan con lágrimas en los ojos cuando creen que nadie les ve.

Helena no comprende la razón por la cual el doctor no continúa con el silencio que ella misma está construyendo entre ellos. ¿Por qué no se va? ¿Acaso quiere limpiar su consciencia? ¿O quiere evitar que se suicide nada más ponga un pie afuera del hospital?

Se seca las lágrimas con el brazo y lo mira con enojo. ¡A saber qué pasa por su cabeza!

— ¿Ya no tienes a nadie para dejar morir o qué? —Le suelta, mirándole con intensidad. Está enojada, decepcionada y contrariada. Todo al mismo tiempo.

— ¿Qué? —Por primera vez en todo aquél encuentro, el cirujano se atreve a alzar las cejas. ¿Por qué siempre le toca interesarse en mujeres así? Puede leerlo en su lenguaje corporal, está culpándole directamente de que le hayan traído a la paciente en un momento crítico. No es su culpa que se hayan estrellado en un sitio donde el ruido se disperse tan rápido como la harina. — Espera, ¿qué? ¿De qué estás hablando? Estaba siendo sincero cuando te dije que hicimos todo lo que pudimos. No somos médicos reconocidos por todo el mundo, pero sí somos bastante buenos en lo que hacemos. Tu hermana ingresó con un daño importante a este edificio y sin primeros auxilios ni siquiera habría sido necesaria mi intervención.

Helena frunce un poco más el ceño, si es que es posible. Ha visto suficientes series como para saber que lo primero que debió haberle dicho en cuanto salió del quirófano era lo del daño importante. Seguramente sacó la paja más pequeña y por eso no tenía idea de qué decirle o en qué momento hacerlo.

— Noto cierto cansancio en tu mirada, ¿por qué no duermes un poco? —Continúa el rubio tras un silencio incómodo. No añade que Deborah no se va a mover de ningún lado porque ese grado de insensibilidad no es algo típico de él. "Ya está muerta, puedes ir a casa para descansar y luego regresar para llevártela. Me parece que te vas a desmayar si te marchas ahora." De tan sólo imaginándose diciendo eso le entran ganas de salir corriendo. La mujer enfrente de él tiene un carácter demasiado fuerte.

— Sí, soy agente de policía. —Responde al final.

Helena difícilmente va a admitir que está cansada, o que necesita que alguien la abrace y le haga olvidar todo lo malo que ha pasado en su vida estas últimas horas. Se limita a cuadrarse con orgullo, como si quisiera que su superior la ascendiera, o como si quisiera que el contrario se diera cuenta de que su cuerpo es mucho más resistente y fuerte de lo que parece ser a simple vista. Quiere intimidarlo un poco.

— No necesito dormir. ¿Quién podría dormir en mi situación? —Se cruza de brazos. — Estoy acostumbrada a no dormir durante días. ¿Quién crees que cuida que no te roben cuando sales con tu automóvil a altas horas de la noche?

Desde luego que está mintiendo, no soportaría dos días sin dormir, no sin café y un par de siestas breves. El hecho de estar discutiendo con el otro le hace descubrir un par de cosas más. Una de ellas es que, aunque parece jovial y joven, es mayor que ella. La carrera de medicina nunca ha sido la carrera más fácil del mundo y está segura de que para ser un cirujano se han de estudiar más cosas que las que un simple enfermero sabe. Eso requiere de años.

— Cierto, gracias por eso, oficial. Pero como médico debo informarle que no es recomendable la abstinencia de sueño. —Bromea el mayor, un poco más relajado. Se retira el guante derecho y le acerca su mano para que se saluden. — Mi nombre es Leon Kennedy. Mis padres habrán pensando que necesitaba un nombre inusual para hacerme destacar.

Helena se aferra a la simpatía que desprende el cirujano y aprieta la palma que le tiende con cierta debilidad. Antes de tocarla pensó que estaría fría, pero es cálida. Justo como lo que necesita. Algo cálido que haga ceder el dolor que se oculta en su interior. Los ojos han comenzado a arderle y podría pasarte el resto del día insultando a Leon, pero ya no ha sido rudo o brusco con ella. Pareciera que se ha permitido el uso de las emociones.

Helena tiene muchos compañeros que la consideran sólo como una persona problemática. No son sus amigos, sólo son colegas que tiene que ver casi todos los días. No tiene ningún deseo de toparse con ellos después de lo que le pasó a su hermana. En velado la llaman niña problemática. Leon es lo más cercano que tiene a un amigo. Por lo menos no le ha insultado entre líneas como la mayoría hace cuando se está dejando llevar por sus sentimientos.

— Ya sabes mi apellido. —Afirma la policía antes de soltarle la mano. — Mi nombre es Helena. Me marcharé ahora mismo, pero no sin mi hermana.

Ha gastado suficiente tiempo conociendo al médico, aún tiene ganas de desquitarse con él, con los de la ambulancia y con todo ser humano que se le cruce en frente, pero necesita descansar y poner cierto orden a esta tragedia. Nadie va a ayudarle a ponerlo.

También tiene que llamar a sus superiores para avisarles brevemente del accidente y pedirles algunos días de descanso. No podrá concentrarse en poner multas y perseguir delincuentes si todo lo que está en su cabeza es la imagen de su hermana recostada en una camilla.

Se despide con un movimiento de cabeza de Leon y se dedica a juntar las fuerzas que le quedan para encontrarse con Deborah. Asume que todos los documentos que acreditan a su hermana como una no viva son oficiales ya. Que los llenaron mientras ella estaba siendo informada de su deceso.

Entra a la habitación en donde la tienen y el frío es instantáneo, es obvio que están conservando su cuerpo. Ignora al hombre que está allí para tomarle la declaración de parentesco y con una mano temblorosa retira un mechón de cabello de la cara de Deborah. Está fría al tacto y no se mueve. Casi parece que está durmiendo. Cómo le gustaría que abriera los ojos y le dijese que está bromeando, que no quiere ser castigada y que no lo volverá a hacer, que fingió su muerte frente a un montón de payasos buenos para nada. Cómo le gustaría decirle que siempre ha sido imprudente en sus salidas, que no debería ser tan descuidada y que va a moderar el dinero que le da para que aprenda la lección.

Con delicadeza pasa el dorso de su mano por la mejilla de Deborah y asiente a una pregunta que no escuchó, pero que inquiere con facilidad.

— Es mi hermana. —Su única familia.

No se atreve a destaparla por completo. A ella no le habría gustado que la mirasen sin pudor alguno. Deborah nunca fue una chica a la que le gustase usar ropa excesivamente corta o reveladora, al menos no enfrente de Helena; eso sí, su gusto en prendas siempre fue extravagante. La castaña está casi segura de que su hermana tiene abierto el pecho, puede que un objeto le haya atravesado el cuerpo al momento del accidente. No quiere saber qué fue o qué tan destruida se ve. La mira como si estuviese arropándola para dormir y luego traga saliva, debe empezar a entender que se ha ido. Un par de lágrimas humedecen el hombro de la menor.