Antes de nada, varias cosas que decir:
1. Este Fic ya lo había empezado a publicar en otra página, pero ya que me hice una cuenta de Fanfiction decidí subirlo aquí también. Iré actualizándolo de vez en cuando, cuando lo haya revisado y corregido :3 Además tiene un título distinto (por si las dudas)
2. Contiene spoilers sobre la organización, aunque los hechos serán la mayoría de mi cosecha.
3. Este primer capítulo podría ser como un prólogo o algo así. No es que tenga relación con la historia, pero me pareció interesante empezar con un crimen.
4. Detective Conan pertenece a Gosho Aoyama.
Espero que les guste :)
Prólogo: Un caso a puertas cerradas
...
New York, 10:30 AM
El primer aviso que tuvieron los vecinos de que algo había pasado en la tercera planta del edificio aquella mañana, fue el grito ensordecedor de una mujer. Los más curiosos salieron de sus respectivos apartamentos para comprobar qué había pasado, justo al tiempo que la hija del dueño de la casa salía corriendo por la puerta, gritando por ayuda y pidiendo que llamaran a una ambulancia. La gente se arremolinó alrededor de la puerta del apartamento 3B, con ganas de saciar su curiosidad, pero solo consiguieron pequeñas frases aleatorias por parte de la joven, quien todavía estaba en shock y lloraba desconsoladamente. Finalmente uno de los vecinos consiguió colarse dentro del apartamento y cuando volvió a salir lo hizo completamente pálido.
—Llamad también a la policía. —Dijo como respuesta a las numerosas preguntas de curiosos. —Alguien acaba de morir.
-o0o-
El inspector de la policía metropolitana de New York, Edmund Walter, contempló la escena de nuevo, intentando encontrar qué era aquello que se le escapaba, pero sin acercarse siquiera al más leve indicio de parecer averiguarlo. No podía encontrar una razón por la que alguien en su sano juicio (o todo lo cuerdo que se pueda estar cuando te vas a suicidar), se pararía a limpiar deliberadamente la mesa que posteriormente le serviría de pedestal para pasarse la soga por el cuello y ahorcarse. No era algo normal, por muy meticuloso que fuera, nadie se pararía a limpiar algo que no utilizarías nunca más. Así que, ¿por qué demonios aquella mesa no tenía ni una huella dactilar en toda su superficie? Normalmente debería estar llena de ellas, después de todo, es algo que usas diariamente y donde trabajas con las manos, o aunque solo fuera por accidente, alguna vez habrías tocado esa maldita mesa. Pero no, aquella en particular estaba completamente limpia, ni huellas, ni manchas, ni siquiera una mísera mota de polvo. Absolutamente Nada, y eso solo conseguía cabrearlo más.
El inspector se agachó al lado del forense que le había dado aquella noticia que iba a descolocar por completo su sencilla deducción: suicidio. Y es que no había otra posibilidad.
El cadáver había sido descubierto por la hija del fallecido, quien, después de volver de la compra, había entrado en la habitación de su padre para llevarle una taza de té, sólo para encontrarse aquella tétrica escena. Y es que la víctima no había podido escoger mejor ángulo para colgarse si su intención hubiera sido crear una película de miedo: al final de la habitación, delante de la gran cristalera que cubría la pared del fondo y con las cortinas beige cerradas, sumiendo la habitación en una leve oscuridad solo interrumpida por los apagados rayos de luz que entraban a través de la tela. Justo en ese punto, con aquella luz tan tétrica de fondo, estaba la silueta inmóvil del cadáver, con la mandíbula desencajada y los ojos completamente abiertos. Por si fuera poco, la habitación tenía una extraña distribución que te impedía descubrir el cuerpo hasta que ya estabas dentro. Por culpa del armario colocado junto a la puerta y que te impedía ver la ventana desde el umbral, si no avanzabas hasta el centro del cuarto, la habitación parecía como otra cualquiera.
No era de extrañarse que la joven hubiera gritado de la manera en la que testificaban los vecinos al encontrarse aquel panorama. Walter debía reconocer, aunque a regañadientes, que él mismo hubiera saltado (e incluso gritado) de haber entrado solo y sin previo aviso de lo que se iba a encontrar, pero eso jamás lo diría en voz alta, todavía le quedaba orgullo, aunque este comenzase a peligrar si no encontraba una solución rápida a aquel misterio.
Pero, de nuevo, las posibilidades se veían drásticamente reducidas por la realidad. La muchacha había tenido que usar la llave de repuesto que guardaba ella misma para abrir la puerta del cuarto de su padre, algo que le extrañó pues el anciano no solía cerrar nunca por dentro. En su momento no le dio importancia, hasta que segundos después la realidad le brindó una respuesta: alguien que se va a suicidar no quiere que nadie le interrumpa mientras lo hace. Además de que estaba segura de haber cerrado bien la puerta de la casa, y las dos únicas llaves estaban en los bolsillos de los dos únicos habitantes del apartamento. En resumen: no era una, sino dos puertas las que un presunto asesino tendría que eludir para lograr aquel crimen imposible. Por lo que el inspector rechazó esa idea al segundo de habérsele ocurrido, aunque esta seguía gritando una y otra vez en alguna parte de su subconsciente, impidiéndole pensar en condiciones. Maldijo por lo bajo y comenzó a rascarse la cabeza frustrado.
Pero mientras que para el inspector era tan difícil averiguar la razón por la que no era capaz de sacar la verdad de aquel caso, pues después de todo eso era lo que estaba pensando y no en cómo resolverlo, para el resto de sus subordinados la verdad estaba bastante clara. Y es que el inspector no quería reconocerlo, pero en el fondo, muy en el fondo, él también sabía que no era lo suficientemente inteligente como para resolver aquello, y que si los forenses habían encontrado, o no encontrado para ser precisos, manchas en la mesa no había sido gracias a él.
Si, exacto, la persona que había encontrado aquella irregularidad era aquel muchacho que se había colado en la escena del crimen como si nada y había comenzado a hablar con una profesionalidad que asombró incluso al escéptico inspector. El mismo joven que, desde hacía un buen rato, no hacía otra cosa más que pasar las páginas de la agenda de la víctima con enfermiza fijación y una sonrisa en su rostro, como si tuviera todo bajo control.
Y casi como si lo hubiera invocado, justo cuando despechaba esos pensamientos inútiles, el joven comenzó a hablar con ese tono de superioridad que ya había conseguido sacarlo de quicio, a pesar de ser la primera vez que se veían.
—Inspector, ya lo tengo, ya sé quién es el asesino. —Soltó de golpe, haciendo sobresaltar al aludido, quien todavía seguía debatiéndose entre complejos de limpieza obsesivos y puertas cerradas.
— ¿Asesino? —Preguntó tímidamente uno de los detectives que acompañaban al inspector. — Pensé que se había decidido que era un suicidio. Después de todo, es imposible salir de esta habitación cerrada... sería el crimen perfecto.
—En este mundo no hay nada perfecto, siempre que los seres humanos estén involucrados habrá algún error que nos muestre la verdad. Y en este crimen ese error es más que obvio. —Ya estaba otra vez con aquella palabrería. Walter tuvo que reprimirse para no saltarle encima y abofetearlo hasta ver su frustración saciada, pero se contuvo porque también tenía curiosidad por saber que iba a decir ahora aquel joven tan extraño. Con un poco de suerte podría reírse en su cara como venganza por el ridículo que le había hecho pasar delante de sus subordinados. — ¿No le parece extraño que la mesa esté tan limpia, inspector? —Continuó el muchacho.
—Sí, sí, hasta ahí ya habíamos llegado. —Respondió asqueado— Con eso no avanzamos nada, a no ser que me vayas a decir que la víctima era un obseso del orden y no pudiese suicidarse a no ser que su mesa estuviese limpia.
El muchacho se echó a reír ante sus palabras, lo que hizo que el inspector se cabrease aún más.
—Entonces, ¿Y si fue el propio asesino quien limpió la mesa?
— ¡Tonterías! ¿Y por qué iba a hacer eso un asesino?— Walter rio, deseando que el joven siguiese hablando solo para ridiculizarlo más— Así que ahora tenemos un asesino muy limpio... ¡No me hagas reír, mocoso!
— Pero… ¿Y si tuviese una razón?
Aquella pregunta cogió desprevenido al inspector, quien casi se atraganta al escucharla salir de aquellos labios tan serios y aquellos ojos azules fríos e inexpresivos. Esta vez no tuvo ganas ni ingenio para decir nada y simplemente asintió para indicarle que le escuchaba.
— ¿Una razón como cuál?— preguntó uno de los forenses que miraban expectantes al muchacho, con curiosidad.
—Pongámonos en el supuesto caso de que al asesino se le cayó algo en la mesa, algo que podría fácilmente identificarlo como asesino. ¿Sería lógico que lo limpiara, verdad?
Todos asintieron en silencio, completamente de acuerdo con el joven.
—Lo que dices es interesante, mocoso, pero entonces ¿cómo explicas las dos puertas cerradas?
El joven sonrió al tiempo que bajaba la cabeza y levantaba en el aire la agenda de la víctima.
—La primera puerta es fácil de abrir, después de todo solo tienes que llamar al timbre y esperar a que abran.
—Pero, aun si le abrió la puerta, yo no dejaría pasar a un asesino a mi casa, y el cadáver no tiene signos de haber forcejeado con alguien. —dijo alguno de los detectives, quienes ya habían formado un corro y escuchaban completamente concentrados las deducciones del muchacho.
—Pero ¿y si esa persona fuese alguien conocido?— De golpe todos soltaron una exhalación— Exacto, nuestra víctima conocía a su asesino, y no solo eso sino que también tenía planeado encontrarse con él esta tarde. ¿Qué pasaría si un compañero aparece una mañana en tu casa diciendo que no podrá venir más tarde y por eso viene a estas horas? ¿Lo dejarías pasar?
El corro de detectives asintió.
—Por casualidad, la víctima estaba solo a esa hora, o quizá eso era algo que el asesino ya sabía: que su hija solía salir a hacer recados por la mañana temprano. Y entonces le dejó pasar a su despacho donde, tras una breve charla el asesino se las apañó para hacerle comer un analgésico que lo hizo dormir. Probablemente, a través de las galletas cuyos restos todavía están en el suelo de la habitación y en los dientes de la víctima.
Al escuchar estas palabras, Walter no pudo evitar lanzar una mirada asesina al forense y a los técnicos que habían omitido esa información en el informe que le habían pasado: un hombre lo suficiente limpio como para limpiar su mesa antes de suicidarse, no se colgaría sin antes lavarse los dientes.
—Y entonces el asesino se sube a la mesa, ata la cuerda que trajo expresamente para eso y con dificultad eleva el cuerpo lo suficiente como para pasar su cabeza por el aro y que el peso del mismo haga el resto. Con la mala suerte de que mientras forcejeaba con la cuerda, algo cayó de su bolsillo y se desparramó por toda la mesa, obligándolo a limpiar a conciencia. Algo que indiscutiblemente le apuntará como culpable, porque es algo que ya nadie usa y que por razones del destino el asesino tiene el anticuado empeño de guardar. ¿Se les ocurre algo?
La sala se quedó en silencio durante un tiempo. El joven todavía parecía tener más cosas que decir, pero decidió dejarle esos minutos al inspector para asimilar toda aquella información. Y de repente este reaccionó.
— ¡Traigan a la hija de la víctima aquí de inmediato!— Ordenó.
— ¡A la orden!—respondieron un par de detectives a la vez que se daban la vuelta y salían de la sala en busca de la joven. Algo frustrados por tener que marcharse en lo mejor de la explicación.
Después se giró de nuevo hacia el mocoso y formuló la pregunta que todos estaban deseando hacer, para instarlo a continuar.
— ¿Y cómo salió ese presunto asesino de esta habitación cerrada?
Su sonrisa pareció ensancharse más, si es que eso era posible.
—No lo hizo. —La expresión del corro de detectives cambió de golpe para mostrar absoluta decepción: El muchacho había fallado al final, justo en la mejor parte. Ante los rostros de su público, él continuó su explicación. —Esa es la razón por la cual el cadáver está colgando justo ahí. ¿No les pareció rara la distribución de los muebles? Canta a la vista que esa no es la posición natural de la mesa, hay marcas en el suelo que indican que fue movida, y es mucho más fácil colocar una cuerda en aquella esquina que delante de la ventana, tal y como está.
Walter se fijó en el suelo y comprobó que el muchacho tenía razón, había ralladuras que llegaban hasta las patas de la mesa. Luego se giró hacia donde indicaba el muchacho y no le quedó más remedio que coincidir con él. El cadáver había sido colgado de la barra de las cortinas y casi las había roto.
—Entonces… ¿Para qué…?
— ¿Cuál fue vuestra primera impresión cuando entrasteis en la habitación?
Los detectives se miraron entre ellos durante unos segundos, pero justo cuando uno de ellos estaba a punto de responder, una voz femenina lo hizo desde detrás.
—Que daba miedo, por supuesto. —La hija de la víctima acaba de entrar por la puerta, sintiendo un escalofrío al recordar cómo había encontrado a su padre, y acompañada por los dos detectives que no dudaron mucho antes de unirse al corro de sus compañeros. —Cuando abrí la puerta me sorprendí de encontrarla cerrada, también me llamó la atención que las luces estuvieran apagadas y las cortinas corridas: mi padre acostumbra a despertarse temprano. En su momento no le di importancia, pensé que estaría cansado ya que últimamente se quedaba a trabajar hasta tarde. No encendí la luz para no despertarlo y entré para dejarle una taza de té sobre la mesa para cuando despertara, pero su escritorio tampoco estaba donde siempre. Y fue entonces cuando lo vi: la luz tenebrosa que apenas traspasaba las cortinas y la silueta recortada en la ventana. Me dio mucho miedo, tanto que cerré los ojos y me quedé bloqueada durante varios segundos hasta que finalmente grité y salí corriendo.
—Exacto, y eso era lo que el asesino quería que pasara. Su intención era asustar a la persona que encontrara el cadáver para aprovechar la oportunidad y escapar, dando la sensación de ser un cuarto cerrado con llave, y por lo tanto un crimen imposible. Pero él todavía estaba dentro de la habitación cuando ella entró.
Del corro de detectives emanó un suave y conjunto grito de admiración que no pasó desapercibido para el molesto y humillado inspector.
—Señorita, la he mandado llamar para que me responda unas preguntas. —se dirigió a la joven, intentando aferrarse a la poca dignidad que le quedaba. — ¿Por casualidad su padre no tiene un amigo o compañero que use algo raro que no sea normal para nadie más, verdad?
La joven se sorprendió por la pregunta, pero después de pensarlo un rato respondió.
—Ahora que lo dice, sí que lo tiene.
— ¿Podría decirnos su nombre?
—Abrahán, el señor Abrahán Duncan. Es un compañero del trabajo de mi padre, a veces viene a casa a tomar el té y a charlar con él. Es un hombre muy raro, viste muy anticuado y siempre lleva encima una pluma de tinta, se la he visto usar un par de veces.
El inspector abrió los ojos sorprendido.
— ¡Inspector! El nombre coincide con el de la agenda de la víctima, tal y como ha dicho el chico. —corroboró uno de los forenses, a quien el muchacho había cedido la agenda y llevaba un buen rato revisándola.
— ¡Búsquenlo!— Bramó Walter. — ¡Es nuestro hombre!
Al instante los detectives salieron corriendo de la habitación, no sin antes preguntarle a la hija si sabía la dirección del amigo de su padre y que ella les dijera dónde encontrarla. Unos veinte minutos más tarde la policía llegó a la casa del sospechoso y lo encontraron completamente borracho y desmayado en el suelo de su habitación. Después de unos días durmiendo en el hospital y en vista de su situación, reconocería su crimen y confesaría que lo hizo porque le debía dinero. Pero esa ya es otra historia…
Después de la marcha de los detectives, la habitación se quedó vacía, a excepción del inspector y el muchacho que había resuelto el misterio imposible. Este parecía cansado, la sonrisa de superioridad que había adornado su rostro hasta ahora había sido reemplazada por una mueca de hastío. Sus hombros, que hasta ahora habían estado completamente erguidos, se encogían ahora sobre su silueta y lo hacían parecer mucho más bajo y débil de lo que en realidad era. Comenzó a caminar hacia la puerta, con intención de irse, pero un carraspeo a su espalda lo hizo detenerse. Se paró en el umbral y giró sobre sus pasos para mirar al inspector, quien a su vez le dirigía una mirada de desprecio y envidia.
—Gracias por tu ayuda en el caso— soltó de repente, a regañadientes.
—No hay porqué darlas. Solo hacía mi trabajo.
— ¿Trabajo? ¿De qué estás hablando ¿Quién eres?
Walter lo miró de arriba a abajo. Tendría unos 17 años, era alto, de cabello castaño oscuro y grandes ojos azules. Vestía ropa informal, unos vaqueros y una sudadera, nada raro. Lo que más llamaba la atención es que era extranjero, aunque parecía hablar el inglés a la perfección, y también aquellas gafas enormes y desproporcionadas, de pasta negra y que le tapaban la cara exageradamente. Para ser sinceros, parecían no encajar del todo con el muchacho y él mismo parecía molesto al llevarlas.
El joven suspiró, como si formular aquella frase supusiera un gran esfuerzo. Después bajó la cabeza y sonrió, pero esta sonrisa ya no era como las anteriores, sino más bien una sonrisa amarga. La tétrica luz que entraba por las cortinas iluminó sus gafas, lo que le impidió al inspector descifrar su expresión cuando finalmente dijo:
—Edogawa Conan, Agente del FBI.
