Camino despacio hasta mi casa, no quiero pensar, pero pienso, claro. Deseaba que lloviera porque la lluvia siempre te trae a mí, aunque sea como un recuerdo. Desde luego que siempre te recuerdo, pero la lluvia te hace ver más nítida en mi memoria. Cuando llueve veo tu contorno con más claridad, tus ojos recuperan su intensidad habitual, dejan de verse desdibujados por el tiempo, tus labios se ven tan tensos como en la realidad, tu cuello más largo, tus venas más azules en tu piel pálida, y entonces, como aquel día, miras a la ventana. Pero ignoro qué ven tus ojos, entonces, lo invento. Veo la calle asfaltada con charcos, veo la acera mojada, las hojas de los árboles cercanos pesadas por las gotas de lluvia, meciéndose por el peso de estas y el viento que silba, contemplo los faroles, la casa de en frente. Creo saber que no mirabas en realidad eso, sino que espiabas dentro de ti misma, reveías tus pensamientos, quizás pensabas en qué decirme, o en el pasado. Como sea, cuando llegue, subiré silenciosamente las escaleras, entraré a mi habitación y me quedaré viendo a través de la ventana. Quizás suene el timbre, baje las escaleras distraídamente y te encuentre en el marco de la puerta de nuevo.
