Prefacio

Amor es…

Amar la gracia delicada

del cisne azul y de la rosa rosa;

amar la luz del alba

y de las estrellas que se abren

y de las sonrisas que se alargan…

Amar la plenitud del árbol

amar la música del agua

y la dulzura de la fruta

y la dulzura de las almas

dulces… amar lo amable no es amor

Amor es ponerse de almohada

para el cansancio de cada día

es ponerse de sol vivo en el ansia

de la semilla ciega que perdió

el rumbo de la luz, aprisionada

por su propia tierra, vencida por su misma

tierra… amor es desenredar marañas

de caminos en la tiniebla:

¡Amor es ser camino y ser escala!

Amor es este amar lo que nos duele,

lo que nos sangra

por dentro…

Es entrarse en la entraña

de la noche y adivinarle

la estrella en germen… ¡La esperanza

de la estrella!... Amor es amar

desde la raíz negra

Amor es perdonar; y lo que es más que

perdonar, es comprender…

Amor es apretarse a la cruz y clavarse

a la cruz

y morir y resucitar…

¡Amor es resucitar!

Dulce María Loynaz

Prólogo:

El crepitar del fuego del hogar llenaba el aire de calor. Las sombras que ocupaban la casa bailaban al soplar el aire nocturno por las rendijas. Aayne seguió escribiendo en su pequeño journal, anotando como iban evolucionando sus pacientes, las curas y medicamentos que les había administrado. Ya era casi una veintena el número de pacientes habituales; cuántos había atendido desde que había llegado a finales de Lammas del año anterior, pues no lo sabía. Hubo momento en los que tuvo que llenar su casita con hamacas, para poder ubicar a los enfermos más graves, generalmente niños afectados por el crudo invierno. Tampoco olvidó anotar el dinero que había ganado atendiendo a sus pacientes.

Allí donde vivía, en las afueras de Flotsam, casi nunca cobraba, pero tenía muchos clientes en el interior de la ciudad, incluyendo varios mercaderes que si podían costearse sus servicios. Atendía humanos y no humanos por igual, su trabajo era curar cuerpos, no meterse en conflictos raciales. Si seguía yéndole así de bien, probablemente podría irse de ahí cuando llegara la próxima primavera. Además aquella zona estaba siempre bajo la amenaza de encontrarse un día atacada por los Scoia´tel. Había oído decir que un grupo de ellos se encontraba por la zona y que eran responsables de haber quemado dos o tres poblados. Incluso se habían dedicado a poner distintos dibujos de su líder, un tal Iorveth o Iorweth. Lo acusaban de terrorista, asesino en masa, torturador… Según había oído decir, uno de los elfos que vigilaba el bosque, Cédric, había sido un Scoia´tel. Decían que eso se sabía por los tatuajes de flores que ellos acostumbraban a hacerse. Muchos no se lo habían perdonado al parecer, pero a ella no le caía mal. Excepto por su perenne tufo a alcohol.

Sus ojos se cerraban, así que para espantar el sueño y terminar su trabajo se levantó y en unos cortos pasos se acercó al hogar y avivó el fuego. Era comienzos de la primavera y aún hacía frío. Puso a hervir un poco de agua para hacerse una infusión de menta.

Volvió a sus anotaciones. Escribía sin levantar la cabeza del cuaderno. Más bien, esta tendía a bajar hacia él. Hasta que se dijo que una cabezada de cinco minutos le permitiría seguir trabajando más tranquila.

Y debió quedarse dormida, porque se despertó sobresaltada sin saber por qué. Súbitamente recordó el agua que había puesto a hervir y se levantó a verla. Entonces, oyó los toques sobre la puerta. Ya estaba acostumbrada a ser llamada a cualquier hora, lo mismo por un niño con fiebres que por algún herido.

Era Cédric, que traía a un encapuchado que parecía no poder tenerse de pie. No podía distinguir sus facciones bajo la capucha.

-¿Es un herido?- Preguntó ella, dándole paso. Miró afuera antes de cerrar la puerta.

Trastabillando, Cédric llevó al herido y con ayuda de Aayne lo puso sobre la cama.

-Sí- Con trabajo le quitaron la capucha que le cubría. A la luz, pudo verlo mejor: era un elfo, estaba vestido con un sobretodo verde del cual el costado derecho estaba empapado en sangre. Un tatuaje de flores le bajaba desde el maxilar derecho y se perdía debajo del sobretodo.

-Este tatuaje…- Un escalofrío recorrió la espalda de la doctora.- Él es…

-Sí, es un Scoia'tel.