Esta es la traducción de "Coquetry and the Culinary Arts" de louisestrange. De momento tiene 13 capítulos publicados. Yo iré traduciendo primero esos 13 y después intentaré seguirle el ritmo. Espero que os guste.


Capítulo 1: Ajo negro

Aparta el aún vacío carro con una mano y se saca el teléfono del bolsillo con la otra para comprobar la lista de la compra. Aquí todo parece fresco y estupendo, desde las hojas de ensalada rociadas con agua (colocadas bajo una pared de agua es espray que las rocía con agua fresca cada pocos minutos para mantenerlas limpias y frescas) hasta los montones del oído pero nunca visto rábano japonés y del salsifí sucio de tierra. Aún así, él es un estudiante con un presupuesto y tiene que limitarse a lo que sabe que llenará sus completamente vacías estanterías antes de comprar ingredientes exóticos simplemente para poder hacer comidas experimentales para uno.

Es un sueño pequeño pero no obstante uno que se ha hecho realidad. Había querido comprar en Whole Foods desde la primera vez que vio a los concursantes de Top Chef corriendo por él cuando tenía doce años (parecía más bonito que cualquier Wal Mart que había visto: más limpio, más nuevo, más sofisticado), aunque entonces no lo habría admitido. Coge algunas cebollas blancas, apio y ajo, lo básico, junto con un manojo de zanahorias moradas, algunas crujientes y húmedas hojas de ensalada y unos enormes pimientos morrones rojo brillante antes de echar un par de puñados de setas de chopo en una bolsa de papel marrón. Deja todo en el carro de la compra y se detiene para marcarlos en la lista del teléfono. Siguiente parada, cereales y legumbres.

Sólo es comprar comida y aun así se siente emocionado simplemente por estar haciéndolo. Sabe que no podrá comprar aquí todas las veces pero le parece bien. Al menos ya no está en Lima; no es un crío arrastrando los pies por todo Wal Mart con su madre, no es aquel marica que la había jodido vigilado por su padre sólo para que saliese de casa. Está aquí porque quiere estarlo, por su cuenta. Está comprando en Whole Foods porque puede. Y lo hace en la puta ciudad de Nueva York. Ha recorrido un largo camino, y no sólo geográficamente. Con el año que ha tenido no va a permitirse sentirse idiota por disfrutar nada de donde ahora está.

Mientras intenta conducir el carro entre los diversos stands y pilas de productos, una pizarra escrita a mano le llama la atención: Visita el lado oscuro… Prueba el Ajo Negro. Con un toque suave a melaza y el punto característico del ajo dulce. Ideal para salsas, estofados y risottos. ¡Coge un bulbo! De todos modos estaba planeando hacer un risotto de setas para comer; probar algo nuevo no va a hacerle ningún daño. Duda mientras coge el paquete aunque hace ver que revisa la etiqueta de la parte de atrás antes de reprenderse a sí mismo por vacilar ante una compra por impulso de dos dólares. Joder, piensa y echa el artículo al carro con aplomo, vive un poco, Karofsky. Se sonríe. Después de todo para eso está aquí.

—¿Eso es… ajo negro?

Se queda quieto y nota como se le desvanece la sonrisa. No se gira hacia la extrañamente familiar voz porque sabe que no puede estar dirigiéndose a él. En lugar de eso entierra la nariz en su teléfono para ver qué es lo siguiente de la lista.

—¿David? —Esa voz otra vez y después el ligero toque de una mano suave en su antebrazo y…— Dave. ¡Eres tú! ¿Qué haces aquí?

Y ahí está. Todo enormes ojos brillantes y azules, pecas (¿siempre ha tenido pecas?), pómulos marcados y cabello que desafía la gravedad. Kurt Hummel en carne y hueso. Se dice a sí mismo que la humedad en las palmas de sus manos sólo son restos del espray de la lechuga.

—Eh… —Mira otra vez al teléfono como si las palabras que debe decir pudiesen estar ahí, en la lista de la compra. Si sólo hubiese una aplicación para eso. —Hola, eh, comprando, creo. ¿Y tú?

Kurt parpadea hacia él y estira los labios ampliamente para agrandar la sonrisa que ya formaban mientras se mueve para que el asa de la cesta de la compra que lleva se le deslice hacia el hueco del codo. Le mira las uñas… —Oh, ya sabes, sólo… —Levanta de nuevo la mirada hacia Dave y, por un momento, parece pensar una travesura, como si quisiera decir algo más pero se lo piensa mejor—. También comprando. Aunque lo que quería decir es qué haces comprando ajo negro en Whole Foods aquí, en Nueva York.

—Oh. —Siente calor en las mejillas de la vergüenza. ¿Comprando? ¿En un supermercado? ¡No! Qué idiota—. Sí, eh, llegué ayer. Empiezo las clases el miércoles.

—¡David, eso es genial! —La cara de Kurt parece iluminarse de una manera que no había visto antes (bueno, quizá lo había visto una vez, pero esa vez no cuenta) y de repente le llega cuánto ha cambiado el chico en sólo seis meses (en serio, ¿siempre ha sido así de alto?). Ahora parece un hombre en vez de un chico. Y, joder, le queda bien—. Pero esto es… Quiero decir, de todos los Whole Foods de todo el mundo..., ¿verdad?

—Verdad. Completamente —coincide Dave a la vez que intenta controlar sus rasgos cuando se da cuenta de que está sonriendo como el proverbial gato de cierto condado inglés—. ¿Y tú estás en Julliard o…?

—Se suponía que iría a NYADA pero no. La verdad es que no voy a la universidad. —Dave nota cómo se le estrecha la mirada y ve la sonrisa de Kurt flaquear un segundo a la vez que aparta los ojos de los de Dave dirigiéndolos a su cesa vacía y continúa—: La verdad es que estoy trabajando, lo que es mucho mejor. Tengo un contrato de prácticas de seis meses en Vogue online.

—Uau. —Dave no sabe una mierda sobre ropa, esté fuera del armario o no, pero sabe lo suficiente sobre moda (lo suficiente sobre Kurt) para saber que eso tiene que ser importante, lo que le hace preguntarse más que un poco sobre el sutil cambio en el comportamiento de Kurt—. Eso es increíble. Tú… eh… te lo mereces.

—¿Y qué hay de ti? ¿A qué universidad vas?

—A la CIA.

—A la… ¿Estás estudiando para agente secreto? —Los ojos de Kurt están de vuelta en los ojos de Dave, con las cejas levantadas por la pregunta. La sonrisa ha vuelto, perpleja y asimétrica de una manera que le hace un hoyuelo en la mejilla derecha. Dave intenta y falla en no encontrarlo adorable.

—No, dios, no. Es el Instituto Culinario de América. Eh… Supongo que pensé que podría intentar ser chef.

Kurt parece sorprendido aunque no de una manera desagradable. Y siente asco de sí mismo al darse cuenta de que ése es un gesto que, decididamente, nunca antes ha visto en la cara de Kurt. —Eso es… No sabía que te gustase cocinar.

Hay un enorme montón de cosas que no sabes sobre mí, piensa en medio de una repentina oleada de resentimiento injustificado. —Bueno, obviamente me gusta comer así que…

Kurt suelta una risita durante un instante y entonces parece darse cuenta de lo que Dave puede estar insinuando y para. Aprieta los labios no del todo en un mal gesto mientras le mira con los ojos repentinamente tristes.

Joder, piensa Dave. ¿Por qué sabe todo sobre ti? Has estado huyendo de todo tipo de conversación con él los últimos siete meses. —Quiero decir que…

—¿Qué pasó con lo de querer convertirte en agente deportivo?

Dave se encoge de hombros. —¿Qué pasó con lo de ir a NYADA?

—Buen golpe —dice Kurt y a las palabras les sigue una pequeña explosión de melódica risa a la que Dave se une aunque no está seguro de por qué. Después de eso se quedan en un silencio que crece hasta ser incómodamente largo, intenso por el peso de su accidentado pasado y todas las cosas que aún quedan sin decir. Justo cuando Dave está valorando diversas opciones en su cabeza sobre qué debería decir para acabar con la incomodidad que no suene demasiado cliché ("¡Bueno, ya nos veremos por ahí!") ni demasiado escalofriante ("Estás genial. Ha sido, de verdad, de verdad, genial verte"), Kurt sorprende incluso a su silenciosa mente cuando, en vez de adiós, le dice con una renovada sonrisa—: Deberíamos ir a tomar un café.

Hay otra pausa y Dave sabe que debe estar mirando a Kurt como si le acabase de pedir que se la mamase justo ahí, en mitad del pasillo. No tiene ni idea de cómo Kurt aún puede hacerle sentir así, como si quisiera al mismo tiempo implosionar de la vergüenza y explotar de la emoción, pero, joder, lo hace. Al menos ahora puede manejar esa sensación.

Al menos cree que puede.

—Claro, estaría guay. Yo, eh… —Pasa los dedos por la pantalla del teléfono, que aún agarra con demasiada fuerza, para cerrar la aplicación y buscar el nuevo número que nunca se ha molestado en aprenderse (ni en compartir)—. Tengo un número de móvil nuevo así que…

—Me lo imaginaba —dice Kurt en voz baja e inspira hondo antes de continuar—: pero, eh, hay un Starbucks al otro lado del aparcamiento de la entrada si quieres… ¿ahora?

Dave sabe que es un reto. Un reto que va a aceptar aquí y ahora después de todas las veces que no… no pudo cuando aún estaban en Lima. Aparta los ojos del teléfono, donde de todos modos todas las palabras y números en la pantalla parecen ahora un batiburrillo sin sentido, y vuelve la mirada hacia Kurt. Sonríe otra vez pero es algo pequeño y vacilante y él tiene el repentino y desesperado deseo de ver como se expande, de ver volver esos hoyuelos y de que regrese el brillo a esos llamativos ojos hoy más azules que verdes.

Mierda.

Aún le sudan las palmas de las manos y nota como si el corazón se le fuera a salir del pecho pero, más que eso, siente las piernas pesadas. Ya está demasiado cansado de todo lo que ha corrido. —No, eso sería… —increíblemente terrorífico— muy guay. Si no estás ocupado ni…

—No estoy ocupado. —Sólo durante un instante Kurt se muerde el labio inferior, después cambia de postura y deja que el asa de la cesta le vuelva a resbalar hasta el puño. Se acerca un paso y baja la voz como si fuese a compartir un secreto—. Aunque mi jefa te diría que la moda nunca se toma el día libre, este adicto a la moda decididamente necesita el suyo y estaría bien pasar parte de él poniéndome al día con un viejo amigo.

La sonrisa de Kurt se ensancha, brilla, y Dave nota como sus propios labios se estiran a juego con ella. Asiente.

—Te veo en… ¿cuánto? —Se mira un reloj imaginario en la muñeca—. ¿Cuánto necesitas para acabar de comprar?

—Pues como… ¿diez minutos? Sólo estaba eligiendo algunos básicos así que…

—Oh, ¿y el ajo negro es un básico? —Kurt levanta de nuevo una ceja y aprieta los labios para esconder una incipiente sonrisita.

Dave se nota las mejillas ardiendo y mientras habla sabe que deben estar tan rojas como los pimientos morrones de su carro a los que de repente está mirando. —No exactamente pero, bueno, supongo que tengo que probar cosas nuevas si voy a ser bueno en esto. —Consigue volver la mirada hacia el chico (el hombre) frente a él—. Quiero decir en lo de ser chef.

Kurt asiente y comienza a retroceder. —Diez minutos —dice señalando con la cabeza hacia la salida antes de levantar su mano libre y mover los dedos en una pequeña onda mientras se gira y camina a grandes pasos hacia la pirámide de cítricos del otro lado del pasillo.

Dave abandona su lista, se mete el teléfono otra vez al bolsillo de los vaqueros y se pone a hacer cola en caja. No tiene ni idea de qué hará para cenar esa noche con sólo un surtido aleatorio de vegetales pero, por primera vez en lo que parece mucho tiempo, la comida es lo más alejado de su mente.