Mi demonio guardián

Capítulo 1: Inocencia y oscuridad

Disclaimer: claro que Yu-Gi-Oh! me pertenece, es mío, MIO!! (Despierta en el mundo real) NOOO… fue un sueño!! T.T

Advertencia: AU (alternate universe o universo alterno), no esperen a un Yugi inocente y a un Yami valiente! Es todo lo contrario n.n Sangre, violencia, violación y un Yugi muuuy malvado!!

Ahora sí, con el fic…

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Era una noche fría y oscura. Las calles se mostraban desiertas, ya era tarde y muchos aprovechaban el tiempo descansando.

Era un lugar pobre, las casas parecían querer venirse abajo. Ni aún los pequeños jardines en ellas le daban alegría alguna al lugar. Un ambiente deprimente oprimía toda la zona. Y unos gritos, desgarradores y agudos, resonaban por todo el barrio. Así pasaba todas las noches, en una de las casas, la más descuidada quizás, y para muchos la más tenebrosa. Era el hogar de lo que solía ser una familia. Ahora solo quedaba el padre y el hijo, la madre había muerto años atrás en un trágico accidente.

El hijo era corto de edad cuando su madre se marchó, y solo sensaciones y olores le quedaron de ella en su mente. El muchacho era ciego, desde su nacimiento había sido condenado a la oscuridad eterna. Un mundo sin colores ni sonrisas.

Sin embargo, se dice que esta solía ser la familia más feliz, hasta el día en que quedó destrozada por la pérdida del ser más importante. Se podía ver al muchacho, sentado en lo que quedaba del viejo jardín, con la mirada perdida, careciente de visión. El niño alegre había desaparecido, dando paso a un joven distante y deprimido, esclavo de su propio padre.

Todos lo sabían, el joven era abusado; por su propio padre era herido de todas las maneras existentes. A veces se podían ver los golpes en su cara, o las tristes lágrimas derramadas de esos ojos, que a pesar de ser hermosos, eran inservibles. Y es que el chico tenía unas joyas curiosas. Rubís siempre fijos le acompañaban. Sus ojos eran de un color carmesí, pero estaban marchitos…

-Eres un estúpido… acaso estás ciego, pero casi lo olvido, sí estás ciego!!- exclamó el hombre, después de haberle dado una fuerte patada al joven frente a él. –No sirves para nada, ni agua en el piso sabes limpiar!- El menor se quedó inmóvil, deseando con todas sus fuerzas desaparecer de allí. Sintió algo cálido en su boca, con un sabor metálico… sangre. Su estómago le dolía y a pesar de no poder verse, sabía que su rostro mostraba ya múltiples heridas.

-No le hables así, pobre niño- habló otro hombre, el cual estaba al lado de su padre. Era un amigo de este, si es que así se le podía llamar.

Se acercó al chico, arrodillándose junto a él. –No lo escuches, pequeño- le dijo, lamiendo luego la mejilla lastimada del menor. Este sintió repulsión inmediata, pero no se alejó. No quería más dolor. Mientras tanto, su padre miró el momento perfecto, lo primero que le saltó a la mente fue el dinero.

-Te gusta el inútil ese, cierto?- preguntó, mirando con repugnancia la figura de su hijo. Y es que el pobre joven estaba cubierto de heridas, unas viejas y otras más recientes, además de que no podía faltar la sangre. Esta abundaba más en sus manos, las cuales estaban llenas de heridas profundas, provocadas por vidrios, que pertenecían al vaso de agua que se había quebrado. Y es que el chico, al no poder ver, torpemente había intentado limpiar el piso, clavándose en el proceso los vidrios. Tonta y estúpida acción, desde el punto de vista de su padre.

-Cómo no gustarme? Si es un niño muy hermoso- contestó el otro.

-Te propongo un trato… te daré un momento con él, y tú me pagarás lo que desees… si el mocoso no te complace, no me pagas nada- le dijo, al parecer muy convencido de que su hijo no le fallaría. El hombre sonrió, al parecer feliz con la oferta.

-Acepto tu propuesta… después de todo, quien no querría probar esta delicia?- preguntó mirando al pobre chico con lujuria, ansiando el momento para poseerlo. Lo alzó, resguardándolo en sus brazos, mientras el menor temblaba de miedo. Ya había hecho esto antes, pero cada vez era como la primera. Y es que su padre había dejado de trabajar, ahora lo único que hacía era vender el cuerpo de su hijo a sus amigos. Pero él no se quedaba fuera, disfrutando todas las noches del cuerpo inocente del joven. Y no solo en las noches, ahora también en el día, y a veces el día entero sin parar.

El hombre miró al padre, haciendo una pregunta silenciosa. Este le señaló una de las habitaciones. Sin esperar nada más, el mayor llevó al chico a la habitación señalada. Lo acostó luego en la humilde cama, y le quitó la ropa en un segundo, siguiendo luego con su propia vestimenta. Al estar ambos desnudos, el mayor de ambos abrió su boca para preguntar.

-Cómo te llamas, precioso?- Hubo silencio por unos momentos. El joven solo intentaba hablar sin que su voz rompiera en llanto.

-Ya… Yami, señor- contestó al fin, ignorando con dificultad las lágrimas que le amenazaban. No quería hacerlo, no quería más dolor. Su cuerpo estaba cubierto de heridas, y eso incluía sus partes íntimas, y es que el hacerlo todos los días no solo le cansaba, sino que lo maltrataba en… esa zona.

-No temas pequeño, seré amable, lo prometo- le dijo el hombre. –Cuántos años tienes?- preguntó, su voz salida en una especie de gemido. Y la verdad era que solo el escuchar la voz inocente del chico bastaba para excitarlo.

-16, señor- habló de nuevo el joven.

-Es curioso… yo tengo… 40 años más que tú- Ante esta declaración, Yami no aguantó más, rompiendo en un llanto agudo. –Qué te pasa, te doy asco?- preguntó el mayor. El adolescente de inmediato detuvo sus lágrimas, no podía hacer enojar al hombre, sino su padre lo castigaría.

-Noo… es que… snif… no quiero que… me duela- susurró, diciendo la verdad.

-Pequeño, no va a dolerte, ya te dije que seré amable- le dijo el hombre, mirando luego el cuerpo del chico. Sin poder soportarlo más, le dio vuelta al joven, abriéndole en un rápido movimiento las piernas, dejando al descubierto la pequeña entrada del menor. Estaba consciente de su edad, y sabía que si no lo hacía rápido se cansaría. Así que sin importarle el dolor que podría causarle al otro ser y la promesa que había hecho, empujó sus caderas con fuerzas, entrando violentamente en el chico.

El grito se escuchó por todo el lugar, seguido de otros. Hasta que Yami recordó que no podía hacer enojar al hombre, así que fingió gemidos lo mejor que pudo, saliendo estos a veces con una exclamación de dolor.

La verdad el adolescente no sabía lo que pasaba, o mejor dicho, lo que significaba. Siendo ciego, no tenía una idea clara de lo que era el sexo. Lo único que podía pensar era que el sinónimo de este era dolor.

Todo terminó en unos minutos, y Yami se halló solo en la habitación. Al parecer al hombre le había gustado, ya que antes de irse, había escuchado la declaración complacido de este. Al menos no recibiría un castigo.

Escuchó pasos, eran de su padre. Al no tener el sentido de la visión, sus otros sentidos se agudizaban, sobretodo el de la audición. Ya conocía bien el sonido de su padre al caminar.

-Bien hecho, esclavo… bien hecho- susurró su padre. –Pero… ahora falta que me complazcas a mí- agregó.

-Por favor papá… estoy muy cansado… por favor- le dijo Yami. Además de cansado, estaba muy adolorido. Sin poder evitarlo, empezó a llorar. Esto molestó a su padre, quien en un segundo lo tomó del cabello y lo hizo levantado. Lo sacó a la fuerza de la habitación, recibiendo gemidos de dolor por parte del joven. No les dio importancia y siguió con su camino. Al bajar por las escaleras, Yami se tropezó. El hombre no hizo esfuerzos por sostenerlo y lo soltó. El joven cayó hasta abajo, sintiendo como el dolor se agudizaba. Terminó en el suelo, al pie de las escaleras.

El mayor llegó luego, levantándolo nuevamente del cabello. Abrió la puerta del frente y lo empujó, cayendo el menor en lo que solía ser el jardín.

-Cuando dejes de llorar y te hagas más hombrecito podrás entrar. No quiero prostitutas lloronas en mi casa- Cerró la puerta, dejando a su hijo solo. Este solo se limitó a llorar en silencio. No podía moverse, su cuerpo no respondía. Tenía miedo de estar ahí solo, sobretodo porque su mundo estaba basado en la oscuridad.

Se quedó ahí, inmóvil y sollozante. Ya no le importaba nada, lo único que quería era morir. Su alma estaba hecha pedazos, al igual que su corazón.


Las calles estaban desiertas, solo una figura parecía avanzar en ellas.

Yugi parecía ser un joven normal. Pero no era así. A pesar de su apariencia inocente y sus grandes ojos amatista, su mente era oscura. Él era un íncubo, un demonio del placer y el sexo. Su misión? Simple, seducir a las mujeres, sobretodo a las vírgenes. Y, por qué no? También a los hombres. Su objetivo? Terminar en la cama con sus víctimas.

Pero a pesar de tener relaciones con humanos, su ser entero los odiaba. Creían que los demonios eran los seres malvados, cuando en realidad ellos eran las bestias sin corazón. Culpaban siempre a su especie por las desgracias del mundo cuando ellos y solo ellos eran los culpables.

No podía negarlo, los demonios eran seres de las tinieblas, fríos y descorazonados. Pero los humanos eran aún más oscuros que ellos.

-"Malditas criaturas"- se dijo. Mirando cómo una mujer se acercaba a él, mirándolo con lujuria. Con solo la primera impresión había logrado saber que la humana era una prostituta.

-Hola, precioso… quieres un poco de esto?- preguntó mientras se levantaba la minifalda, dejando poco o nada a la imaginación. El íncubo no respondió, la verdad era que lo que menos le interesaba eran las prostitutas.

-Querida, lo siento tanto pero no tengo dinero- se alejó luego, sin mirar atrás. Y luego se preguntaban por qué odiaba a los humanos… era patético.

De pronto, una sensación penetrante lo invadió. Sabía lo que era, el sufrimiento de un humano. Ya lo había sentido antes, pero nunca de esa forma. Si bien se complacía al ver el dolor de otros, este era un dolor capaz de matar a cualquiera. Le complacía sentirlo por supuesto, pero se preguntaba quién podría estar sufriendo de esa manera.

Sintiendo curiosidad, siguió la hermosa sensación. Entre más caminaba más lo inundaba el sentimiento, y más se sorprendía al ver que un humano podía soportar tal dolor.

Escuchó un sollozo. Se acercó a la casa de la cual provenía el hermoso sonido. Miró con repugnancia el lugar. Era uno de los lugares más pobres que había visto. Sin darle mucha importancia, miró el pequeño espacio que según él, podía haber pertenecido a un jardín.

Encontró lo que buscaba en el suelo. Era una figura humana, ese maldito olor lo reconocería en cualquier parte, el olor de los humanos. Parecía ser un joven, y al parecer estaba en el estado entre la consciencia y la inconsciencia. Pequeños suspiros salían de su boca, indicando que el joven había estado llorando.

Yugi sonrió… se iba a divertir mucho con este. Se acercó al chico y lo tomó en sus brazos. Un fuerte olor a sangre llegó, al parecer el humano estaba herido y por su peso también parecía estar desnutrido. –"Mucho mejor"- se dijo el íncubo, sonriendo con malicia. Sin importar quien pudiera estarlo viendo, mostró sus dos alas negras y en un segundo se elevó en el cielo. En menos de un minuto estaría en su apartamento.

Al llegar dejó al joven en el sofá. Lo miró con detenimiento. Era solo un adolescente, con un curioso parecido a él, estaba desnudo y su cuerpo lleno de heridas. Y no solo eso, aparte de la sangre, había otra sustancia. Yugi la reconoció de inmediato, era semen.

Cerró sus puños con furia. Qué clase de monstruos eran los humanos que lastimaban a criaturas inocentes como al joven frente a él? No sentía compasión del chico sin embargo, ya que sabía que cuando el menor creciera hasta convertirse en adulto, sería como todos los demás.

Pero antes de que eso pasara, se aseguraría de arruinarle la vida aún más al joven frente a sus ojos. Ningún humano merecía amor ni aprecio, y él se encargaría de hacerle entender eso a su víctima, la cual ahora era el pobre chico, quien dormía profundamente sin saber el destino que le esperaba…