En la fiesta de Navidad hay turrón, y Abby odia el turrón

En la fiesta de Navidad hay turrón, y Abby odia el turrón. Pero a cambio ataca al resto de la comida sin reparos mientras mira a los demás bailar. No se atreve a levantarse de detrás de la mesa del catering, porque esa noche ha cometido la estupidez de arreglarse. Y todos van arreglados, sí, pero ella es Abby, y odia esa música, y odia los tacones negros, preciosos, aterciopelados, que se ha puesto en lugar de sus siempre cómodas botas de plataforma, y odia su pelo rizado y suelto, en vez de sus coletas, y odia ese vestido negro, de terciopelo, corto sin ser vulgar, que se cierra en el cuello y muestra su espalda, y que le hace sentir totalmente indefensa.

McGee y Dinozzo se han burlado de ella y de su cambio de look en cuanto ha entrado, y ella ha estado a punto de marcharse a su laboratorio a pasar allí la noche, protegida, o a casa a cambiarse y volver como siempre. Pero al verla nerviosa, tensa, el Novato ha vuelto y le ha susurrado 'Somos unos gilipollas, estás muy guapa.' Al rato Tony ha vuelto y se ha puesto a darle conversación y a flirtear con ella, lo que le ha acabado de confirmar que el espejo estaba en lo cierto, estaba muy guapa esa noche. Aún así, Abby se queda escondida, porque no le gusta ser el centro de atención, y ver como cuchichean sobre ella.

Las fuentes de canapés ya están casi vacías cuando Gibbs aparece en la fiesta. Se disculpa muy educadamente, ha tenido trabajo, no, no puede contar el que, sí, se alegra de estar allí ya. Ella le ve charlando con todo el mundo, cuando el Agente Gibbs entra en la sala todo el mundo le presta atención, todo el mundo quiere acercarse a él. Pero ella no, hoy no. Otros días hubiera corrido a abrazarle cuando entra, pero hoy sigue en su rincón, mordisqueando panecillos con paté y bebiendo un ponche malo y demasiado cargado.

Ella le pierde de vista un momento, y cuando se quiere dar cuenta él está a su lado, con una de esas encantadoras sonrisas que prodiga poco pero que es fascinante. Con su habitual suerte, su saludo la encuentra con medio bollo en la boca y sin poder decir nada.

- Estás muy guapa esta noche, Abby. No deberías quedarte aquí. ¿Quieres bailar?

No lo duda demasiado y acepta la caballerosa mano que le ofrece su jefe. Salen a la improvisada pista, apenas un trozo despejado del despacho y bailan. Es una música lenta, moderna, bonita, pero Abby no sabría reconocer la pieza. Como tampoco sabría reconocer a los que les rodeaban, o cuanto tiempo había pasado hasta que la música dejó de sonar. Sólo reconoce a Gibbs, y los pasos que dan juntos, tan cerca. Cuando la interrupción de la melodía la saca de su nube, oye la voz masculina que le dice:

- Hemos terminado bajo el muérdago..., mira alrededor, con todos sus compañeros fijándose en ellos. Supongo que no hay que faltar a las tradiciones.

Y apenas tiene tiempo de ver las hojas verdes colgando del techo antes de que él la coja de la barbilla y la bese. En los labios, muy suavemente, apenas un roce largo. A Abby le gustan, en este momento, las tradiciones. Salvo el turrón, nunca le gustará el turrón.