Mi segundo fanfic. Aquellos que ya leyeron mi fanfic anterior, espero que éste les guste tanto como el anterior, a los que no lo leyeron, también deseo que os guste.
A diferencia de mi primer fanfic, éste no está relacionado con ningún juego de la saga, aunque veréis influencias de algunos de los juegos como del Twillight Princess o del Ocarina of Time.
Siempre que me sea posible, publicaré los capítulos cada dos semanas. El fic está 100% terminado en mi pc, por lo que os puedo asegurar que lo publicaré entero y no se quedará la historia a medias.
Quiero dar las gracias a Alfax por ser de nuevo mi beta reader.
No me enrollo más. ¡Disfrutad de la historia!
La saga The Legend of Zelda y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Nintendo.
Capítulo 1
Tensiones en el reino y la enfermedad de la princesa
Su Majestad el rey Gustav de Hyrule estaba desesperado. Las tensiones con el Pueblo del Desierto iban cada vez más en aumento. Hiciera lo que hiciese, mandara a quien mandase, el líder de dicho pueblo no parecía atender a razones. Aquel hombre, cuyo nombre no quería ni recordar, tenía fama de despiadado y de conseguir siempre lo que se proponía. Por desgracia, el rey de Hyrule no sabía qué era lo que aquel hombre quería exactamente de ellos, comenzaba a sospechar que solo disfrutaba con el placer de la guerra y con la miseria ajena.
Pequeñas escaramuzas y asaltos eran cada vez más frecuentes en la frontera oeste, cerca del desierto, y los poblados de la zona eran constantemente atacados y saqueados. El rey Gustav enviaba frecuentemente refuerzos al lugar, intentando prevenir esos ataques, pero no podía enviar un gran número, si lo hacía, corría el riesgo de que el Pueblo del Desierto y su líder vieran ese movimiento como una amenaza y se decidieran a atacar de forma abierta.
Pero ese no era el único problema de su Majestad. Su hija, la princesa, llevaba largo tiempo enferma. Había comenzado con esporádicos mareos y pequeños dolores de cabeza, pero, a medida que pasaron los días, estos síntomas fueron a más. Diversos médicos la habían visitado, le habían hecho chequeos, pruebas, pero no habían encontrado la fuente de su malestar. Según ellos, estaba completamente sana.
Desesperado por la salud de su hija, el rey había acudido a Impa, la aya de la princesa, para pedirle consejo. Impa era una mujer de raza sheikah, corpulenta y de aspecto duro, feroz incluso, que había cuidado de su hija con gran cariño y afecto desde que su esposa, la reina, falleciera. También era una mujer sabia, cuyos consejos acostumbraban a ser acertados. Impa le había aconsejado que hiciera traer a una anciana sheikah que vivía en Kakariko, cuyos conocimientos en medicina sobrepasaban con creces a cualquiera de los médicos del castillo y de la Ciudadela. Sin tiempo que perder, el rey envió a alguien de confianza en busca de la anciana.
En ese momento se encontraba en su estudio, dos días después, esperando impacientemente a que apareciera dicha anciana con el diagnóstico de su hija. Se encontraba solo, repiqueteando con sus dedos en la mesa de forma impaciente, sin poder concentrarse en otra cosa que no fuera la salud de su hija.
Tras varias largas horas de espera, por fin, llamaron a la puerta. Impa entró en la sala, seguida de una anciana muy menuda, de mirada afable.
— Majestad —dijo Impa señalando a la anciana—, ésta es mi abuela Impaz.
La anciana hizo una pequeña y algo torpe reverencia. Parecía muy vieja y tenía ciertas dificultades para moverse.
— Es un placer conocerla —dijo el rey cortésmente—. ¿Ha descubierto ya lo que le ocurre a mi hija?
— Su hija está completamente sana, físicamente hablando, Majestad —contestó Impaz.
— Si está tan sana, ¿cómo es que pasa cada vez más tiempo en cama? —gritó el rey, enfadado.
— El problema de vuestra hija no está en su cuerpo —contestó de manera apacible—, el problema está en su entorno. Creo que vuestra hija ha estado siendo sometida a situaciones que le provocan gran cantidad de nervios y estrés.
— ¿Estrés? ¿Cómo mi hija va a tener…?
— Majestad —interrumpió Impa—, Zelda ha sido siempre una muchacha muy sensible, últimamente ha habido muchas tensiones aquí en el castillo. La inminente guerra con el Pueblo del Desierto, sus estudios y las constantes visitas de pretendientes, que no son precisamente de su agrado, creo que han ejercido sobre ella una presión que al final no ha podido aguantar.
El rey meditó unos minutos. Era cierto que últimamente su hija no había tenido mucho tiempo de descanso. Sus estudios eran arduos, sus tutores le exigían mucho y la cantidad de jóvenes pretenciosos que intentaban cortejarla iba cada vez más en aumento. También era una joven que se preocupaba mucho por el reino, era evidente que los problemas con el Pueblo del Desierto le afectarían.
Su Majestad suspiró.
— ¿Y qué podemos hacer para que se recupere? —preguntó el rey.
— Lo mejor en este caso sería eliminar los factores que provocan ese estrés.
— Pero no puede renunciar a sus estudios —dijo el rey muy preocupado en ese asunto—, son vitales para que pueda sucederme algún día.
— En ese caso sería conveniente reducirlos lo máximo posible, que tenga descansos de vez en cuando y varios días libres.
La anciana estuvo largo tiempo enumerando las distintas acciones que debían tomar para mejorar el estado de salud de la princesa, como que llevara una dieta sana, hiciera ejercicio, tuviera siempre compañía agradable, etc. Finalmente, cuando les dio todos los consejos necesarios, se disculpó y se marchó del estudio, dejando a Impa y al rey a solas.
— ¿Tú qué crees que debemos hacer, Impa? —preguntó pensativo.
— Creo que, para empezar, lo mejor sería cancelar todos los encuentros con pretendientes que tiene programados —sugirió Impa—. He estado presente en todos y cada uno de esos encuentros, y, puedo aseguraros Majestad, que algunos de esos pretendientes fueron realmente insistentes, por no decir pesados —esbozó una mueca de disgusto al recordar algunos de los jóvenes—. Llegaba el punto que veía a la princesa realmente agobiada. Me veía obligada a ir en su ayuda.
El rey permaneció en silencio, pensando. Era importante que su hija encontrara pronto marido, estaba ya en edad apropiada para ello. Él no viviría para siempre y Hyrule necesitaba un futuro rey. Pero también era cierto que no era demasiado urgente, la salud de su hija era ahora más importante.
— De acuerdo, contactaré con las familias de los candidatos. Les diré que mi hija está indispuesta para recibir visitas.
— También creo que sería conveniente sacar a Zelda del castillo, alejarla del ajetreo y del ambiente tenso que se respira últimamente.
— ¿Tienes pensado algún sitio en concreto?
— Había pensado en la finca situada en la región de Farone, la que perteneció a vuestra difunta madre.
— Hace años que nadie pisa esa finca —dijo el rey tras unos instantes de reflexión—. ¿No estará muy destartalada?
— Podemos enviar antes unos pocos sirvientes para que la dejen a punto —sugirió Impa.
— Supongo que tú irías con ella, ¿cierto?
— Así es, Majestad. Yo y alguna de sus doncellas la acompañaríamos. Yo misma me encargaría de que continúe sus lecciones y estudios, aunque en menor medida, por supuesto.
El rey volvió a quedarse pensativo. Pese a que hacía años que no visitaba la finca, todavía la recordaba muy bien. Allí era donde había vivido su difunta madre después de que el anterior rey muriera. Ella misma había decidido alejarse del ajetreo del castillo y vivir lo que le quedaba de vida de forma más apacible. Recordaba que era un lugar precioso, muy tranquilo y situado junto al Bosque de Farone. No tenía muchos vecinos y estaba aproximadamente a una hora a caballo de distancia del pueblo más cercano, Ordon, en la región de Latoan. Ciertamente, era el lugar ideal para pasar unos días en tranquilidad y liberarse del estrés.
— De acuerdo —asintió el rey tras meditarlo—, enviaré a varios de los sirvientes para que adecuen la casa para la estancia de Zelda. ¿Cuánto tiempo permaneceréis allí?
— Por lo que la anciana ha dicho, creo que cuanto más tiempo, mejor. Si es posible me gustaría que fueran unos tres o cuatro meses, como mínimo.
Su Majestad suspiró. Se le hacía duro pensar que tenía que separarse de su hija durante tanto tiempo. Desde la muerte de su esposa no habían pasado tanto tiempo separados. Pero era por su bien, así que hizo de tripas corazón y aceptó.
— Tomad todo el tiempo que necesitéis. Pero si ocurre cualquier cosa os haré volver de inmediato.
— Sí, Majestad.
Cuando Impa se disponía a retirarse, escuchó al rey suspirar.
— ¿Ocurre algo? —preguntó.
— No. Es solo que… —Gustav hizo una pausa, dubitativo—. Es solo que ojalá estuviese vivo…
— ¿Os referís al prometido de la princesa?
— Sí —afirmó el rey—. Era un niño precioso y adorable. Si estuviese aquí, no tendría que hacer pasar a Zelda por todo el suplicio de elegir un marido. Ni siquiera llegaron a conocerse.
— Nadie se imaginaba que ocurriría tal desgracia, Majestad.
— Creo que su padre lo sospechaba, por eso se lo llevó de la Ciudadela.
Zelda se encontraba sentada en su cama, apoyada sobre una pila de mullidos cojines, leyendo. Llevaba ya dos semanas metida en la cama por culpa de aquellos pequeños episodios de mareos y dolores de cabeza que sufría. Aunque ese día se sentía perfectamente bien, sus médicos habían insistido que no saliera de la cama. Como no sabían muy bien lo que tenía, habían decidido que, por si acaso, no saliera de ahí.
Estaba ya aburrida de pasar tanto tiempo allí encerrada, quería salir fuera, a los jardines, y poder pasear y tomar el aire fresco. Pero ahí estaba, metida en su cama, con sus libros como única compañía. Esperaba que la anciana sheikah que Impa había traído dijera que podía salir por fin.
Estaba leyendo una novela romántica de las que tanto le gustaban a ella. Impa no aprobaba mucho ese tipo de lectura, pues decía que eran vulgares, insustanciales y no aportaban nada a su educación. Pero a Zelda aquello le daba igual. Debido a su estatus, sabía que era muy poco probable que algún día experimentara un romance como el que se describía en aquellos libros, así que al menos quería poder fantasear con esa posibilidad. A diferencia de Impa, a su padre no le importaba que leyera aquellas novelas, decía que no había nada de malo que una joven de quince años soñara un poco.
Estaba llegando a una parte muy interesante del libro, y algo picante, por cierto, cuando llamaron a la puerta. Colocó el punto de libro sobre la página por la que iba y lo cerró.
— Adelante —dijo mientras colocaba el libro a su lado.
Su padre, el rey de Hyrule, entró esbozando una gran sonrisa. En los últimos días no le había podido ver mucho, él estaba muy ocupado con los recientes acontecimientos que ocurrían en el reino y ella estaba encerrada en su habitación.
— ¿Cómo te encuentras? —preguntó el rey mientras se sentaba en el borde de la cama, junto a su hija.
— Hoy me encuentro perfectamente, pero esos estúpidos médicos no me dejan salir de aquí —contestó con cara aburrida.
— ¿Qué forma es esa de hablar, jovencita? —le riñó el rey—. Ese no es un lenguaje propio de una princesa como tú.
— Lo siento —se disculpó Zelda avergonzada.
— No te preocupes, hija, pronto podrás volver a salir.
El rey sonrió y alargó el brazo para acariciarle la cabeza. Hacía tiempo que no hacía aquello. Cuando ella era pequeña, era algo que acostumbraba a hacerle, pero, a medida que se hacía mayor, Zelda había comenzado a reprocharle por aquello, decía que ya no era una niña pequeña. Por alguna razón, esta vez se lo dejó hacer y no dijo nada.
— No solo he venido para ver cómo estás, también he venido a decirte algo —su hija afirmó con la cabeza, indicándole que prosiguiera—. Al parecer, tu enfermedad está producida por toda la presión a la que has sido sometida últimamente. Impa y yo hemos estado hablando y hemos decidido que pases unos meses fuera del castillo, en un lugar más tranquilo.
— ¿Pero qué hay de mis deberes? —replicó— Hay muchas entrevistas concertadas con pretendientes y necesitas mi ayuda aquí. El Pueblo del Desierto…
— No te preocupes por eso, Zelda —interrumpió—. Podré apañármelas muy bien solo, también he cancelado ya todas esas entrevistas.
Zelda permaneció pensativa un momento. No quería dejar solo a su padre con todos los problemas que había con la gente del desierto, pero no podía negar que librarse de aquellas tediosas entrevistas le aliviaba mucho.
— Junto a algunas doncellas, Impa y tú partiréis en dos semanas —dijo su padre sacándola de sus pensamientos—. Iréis a una finca que perteneció a mi difunta madre en la Región de Farone, cerca del bosque.
— ¿Ir allí me ayudará a curarme?
— La anciana Impaz dice que tienes estrés y que lo mejor para deshacerse de él es alejarte de lo que lo causa. Puesto que últimamente está todo muy ajetreado aquí en el castillo, Impa cree que llevándote allí mejorarás más rápidamente.
Finalmente, Zelda afirmó con la cabeza.
Después de un rato más de charla amena, el rey se disculpó ante su hija, le dio un pequeño beso en la frente y se marchó, dejándola sola de nuevo.
Zelda meditó un rato sobre lo que le había dicho su padre. Si lo pensaba atentamente, la idea de marcharse una temporada del castillo no le parecía tan mala. La Región de Farone era famosa por sus grandes y frondosos bosques, por sus ríos de aguas cristalinas y por la gran variedad de flora y fauna que la habitaba. Siempre había querido poder visitarla alguna vez y ahí estaba la oportunidad perfecta.
Horas más tarde entró Impa a su habitación, venía a explicarle los detalles del viaje. Le contó que estarían un mínimo de cuatro meses allí, a menos que el rey las hiciera volver por algún asunto urgente. Las acompañarían unos pocos sirvientes, los cuales se adelantarían para dejar la finca a punto, un par de sus doncellas y un par de guardias. Irían de incógnito, por lo que nadie sabría de su paradero, y así podría estar más tranquila. Sus horas de estudio se reducirían drásticamente durante su estancia allí, apenas un par de días a la semana, y se encargaría la propia Impa de ellos. El resto de tiempo podía dedicarlo a lo que quisiera, a conocer la zona, explorar los alrededores, leer, conocer a la gente que vivía por allí, ir a algún pueblo cercano, a lo que quisiera. Zelda sonrió ante aquello.
Pese a su preocupación por lo concerniente al Pueblo del Desierto, a medida que Impa le contaba más detalles, estaba cada vez más ilusionada con el viaje. No solo iba a poder librarse de sus arduos estudios, sino también de los pesados, y a veces desagradables, de sus pretendientes. Aquello, unido a la posibilidad de poder explorar los bosques, respirar aire puro y disfrutar de la tranquilidad, hacía que comenzase a esperar con ansias estar allí. Deseaba que aquellas dos semanas pasaran lo más rápido posible.
Una fuerte luz se filtraba entre los árboles en la oscuridad de la noche. Dos siluetas se encontraban una frente a la otra. En el silencio, se alzó una voz grave y solemne.
— Pronto llegará alguien —dijo la voz—, será una persona a quien deberéis vigilar. No supone ningún peligro, pero es importante que no la perdáis de vista.
La otra silueta no contestó, permaneció inmóvil.
— Ya falta poco —prosiguió la voz—, pronto seréis libre, Link.
