Miss: "señorita" en alemán

Era hora de actuar. Esta vez no tendría dudas.

Ya había pensado lo suficiente, pero estoy seguro de haberlo decidido cuando vi a Feliciano correr hacia mí con lágrimas en los ojos informándome que Mussolini había sido ejecutado y su cadáver ridiculizado en su propio país. O al menos en eso consistió que tomase la decisión a medias.

No mucho después, Kiku llego con notables heridas. El pobre apenas podía mantenerse en pie. No solo tenía heridas, tenía quemaduras. "Una bomba nuclear" me informaron después. Fue entonces cuando tome plenamente la decisión: ese 30 de abril de 1945, Adolf Hitler moriría.

Ya sabía que el Fuhrer no planeaba huir de Berlín. Tendría la cabeza en alto hasta el último gobierno. Por un momento pensé que, si no fuera por sus ideales, Hitler habría pasado a la historia como un héroe. De todas formas, ya era demasiado tarde. Cuando llegamos al Fuhrerbunker, Hitler le pidió a Otto Gunsche que esperase 15 minutos para entrar en su despacho. Y claro, su esposa y yo lo acompañamos.

Una vez en el despacho, Hitler se sentó en su escritorio poniéndose a pensar, su esposa, Eva Braun (ahora Eva Hitler) se acostó en el sofá que allí había. De seguro la presión la había alterado. Sentí lastima por ella. A mi parece, ella no tendría por qué verse involucrada en lo que iba a hacer.

Como allí había una tetera, (de seguro para que el canciller y su esposa tomasen algo juntos) también deberían haber ingredientes para té. Así que me puse a preparar uno. Una vez tuve una taza hecha, se la ofrecí a la señora.

-¿Un té miss Hitler?-le ofrecí con voz cortés.

-Gracias, Ludwig.-dijo ella tomando la taza y bebiendo un buen trago de la misma.

Le había puesto suficiente azúcar para cubrir el gusto que dejaba la pastilla de cianuro que había derretido en el té. Además de un sedante

Me había puesto guantes especializados para que lo captasen mis huellas. No necesitaba una rebelión.

Una vez la señorita se durmió, me aproximé silenciosamente al Fuhrer, saqué mi pistola, la cual ya estaba cargada, si Hitler la oyese cargándose, de seguro huiría.

Puso el cañón de la pistola a centímetros de la sien derecha del Fuhrer, debía parecer un suicidio…

Y disparé.

La sangre salpicó mi cara. Saqué un pañuelo y me la limpié. Luego saqué otra pastilla de cianuro y volví a preparar una taza de té con ella como ingrediente extra. Vertí el brebaje envenenado en la garganta del fallecido Fuhrer para hacer parecer que la había bebido. Luego puse una pistola diferente a la que acababa de usar en la mano del Fuhrer y acomodé esta ultima de forma que pareciese que se hubiese disparado el mismo. Luego puse una segunda pistola cerca del sofá de modo que creyesen que esta había sido puesta a disposición de miss Hitler. Miré mi reloj: 14 minutos. Ahora solo debía esperar a que Gunsche llegase. La guerra ya había terminado.