La Cura Perfecta
Disclaimer: Los personajes de Happy Tree Friends no me pertenecen.La siguiente historia está escrita y dirigida por mí, Feyris Nyan, por una fan -y aspirante a escritora- para fans.
Rated: M
Advertencias: Vocabulario inapropiado; escenas sexuales explícitas.
Capítulo 1: Indicaciones
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Las luces intermitentes y coloridas se colaban de lleno en el salón repleto de personas que bailaban al compás de un buen electro dance. La bebida era pasada de mano en mano, hasta terminar embriagando de a poco a las personas que consumían aquellas bebidas con alcohol. Hombres, mujeres, todos ellos mayores de 18 años, pero no todos danzando en aquella pista improvisada, a pesar de que se estaba pasando muy bien.
Algunas sillas habían sido puestas a un costado de la enorme sala, y otras habían ido a parar -desordenadamente- en el patio interno de la gigantesca residencia. Habían muy pocas personas sentadas en las sillas que no estaban caídas, y una de ésas personas vestía una elegante falda azul oscuro y una blusa blanca. Era preciosa.
La mujer de cabello azul se levantó de su asiento y, caminando con cierta lentitud (e intentando no acercarse tanto a la multitud que despedía sudor y energía), fue pasando por al lado de algunas mujeres con el maquillaje corrido y de algunos hombres que estaban ya algo ebrios, pero no tanto. Atravesó una puerta abierta y la cerró tras sí, olvidando casi por completo lo que tenía en su mano.
Ahora estaba en un pasillo que tenía algunas puertas directas a habitaciones o algún baño en sus paredes, el cual estaba levemente iluminado, y el ruido del bailongo traspasaba un poco pero no atormentaba tanto el ambiente. Se sintió levemente mejor después de soltar un suspiro lleno de tensión, pensó en ir al baño pero en vez de eso optó por sentarse en la silla más cercana que encontró.
¿Por qué estaba por ahí ésa mujer, cuando debería estar disfrutando estar en una buena fiesta? Simple.
La sensación de tener un hacha en la cabeza la estaba matando.
– Dios mío… –gruñó, sosteniendo con fuerza la copa de champagne en su mano izquierda, mientras apretaba su sien con la derecha. No había tomado casi nada, no había olores que le provocaran aquel penetrante dolor en su cerebro, ni había olvidado sus toallitas desinfectantes en la cartera plateada que había llevado a esa estúpida fiesta. Entonces, ¿por qué le sucedía aquello?
No lo sabía ni le importaba demasiado en realidad, lo único que quería era que se le pasase. Porque así tal vez podría disfrutar un poco más de ese evento con Handy, su amado e incondicional novio. Si bien no era de esas personas a las que le fascinaba estar en lugares como ése, sabía disfrutarlos si quería.
Pero a pesar de que la fiesta estaba buenísima, sólo le apetecía irse a casa. Hacía casi dos horas que había empezado con los dolores de cabeza, los cuales aumentaban con cada golpeteo de la música que hacía vibrar la casa entera.
Y lo peor es que, aunque parecía haber llegado al punto máximo, no se le pasaba, ni disminuía. Ahora que recordaba, tal vez no debió haberle puesto tanto desinfectante al piso del baño ése día. Tal vez era aquello lo que le provocó esa maldita sensación tan…
– Petunia –una voz femenina interrumpió sus pensamientos. Alzó la cabeza, encontrándose con la silueta de una sorprendida Giggles, al encontrarla ahí. La muchacha llevaba un precioso vestido celeste con lunares rosas, el cual al parecer tenía una mancha húmeda de alguna bebida color tinto (una de la que al parecer tenía intenciones de secarse, viendo el trapito que tenía en manos)–, ¿qué te sucede?
– Ah…Giggles –respiró hondo. Otra punzada la atravesó–, es sólo que…¿tienes algo para el dolor de cabeza? Creo que voy a morirme aquí mismo –dijo, dejando la copa en el suelo. Giggles se había arrodillado ante ella, pensando erróneamente en que tal vez estaba llorando o algo así.
– Mmm –apoyó con cierta gracia la cabeza en la mano derecha y el codo de ésa extremidad en la izquierda– lamento decirte que justamente hoy no traje mis provisiones auxiliares de pastillas anti-migraña. ¿Tanto te duele?
– Se me está partiendo la cabeza...
– ¿No estarás con esos dolores menst...?
– No –la interrumpió, apretando los dientes–, no lo sé en realidad –suspiró, relajándose un poco–. No sé qué hacer...
– Tal vez sea mejor que vuelvas a casa –la muchachita pelirosa, de 22 años (que por desgracia para ella no aparentaba más de 20) se levantó enérgicamente y, con una media sonrisa, le tendió una mano a su amiga de cabello azul–. Lo malo es que te perderás el resto de la fiesta –hizo un pucherito–, pero no te preocupes, yo me divertiré por ti –le guiñó un ojo.
– ¡Puf! –resopló, tomando la mano con pesadez– Eres irremediable.
Caminaron varios pasos hasta llegar a un baño, en donde Petunia se sentó nuevamente esta vez en el excusado con la tapa baja (no sin antes de pasar una de sus toallitas desinfectantes por la misma), y en donde Giggles remojó su trapito para pasárselo por el vestido. De a poco, poquito, ambas sentían que lo que estaban detestando en el momento se estaba esfumando: el dolor de cabeza y la mancha.
Ambas hablaron un poco, comentando sobre los vestidos de las chicas, sobre sus propias vestimentas, sobre la fiesta, sobre el objetivo de Giggles ('conquistar' a un rubio de su clase universitaria que justamente andaba por ahi, llamado Cuddles) y, por último, sobre Handy.
– Hazme un favor –dijo Petunia, pasándose unas gotas de agua por la cara–, cuando te vuelvas hacia el bailecito, ¿puedes llamarlo? Dile que venga hacia aquí...
– Está bien, como dudo que vuelva hacia aquí, si te vas avísame...mándame un mensaje –contestó– o señales de humo. Lo que sea que quieras –rió tontamente mientras abría la puerta.
– Bien...te llamaré mañana... –cerró los ojos y se sobó la frente.
– Bueno, ¡ah! Por cierto... –antes de irse, miró por encima del hombro. Pensó un poco en algo que la hizo sonreír– Incluso en casos como los tuyos, las clases de sexo con tu pareja no están prohibidas.
La mujer de cabello azul largó una carcajada que le hizo doler la cervical. Obviamente, se trataba de una broma por parte de la chica. ¿Qué diablos había querido decir?
– Cállate.
– Cuidate –guiñó un ojo con picardía–. Ya lo llamo. Tomate algo cuando llegues.
Agradeció el innecesario consejo antes de que desapareciera de su vista. Cuando quedó sola, Petunia sin querer hizo un repaso mental de sus días.
Ella, teniendo 23 años -y aparentándolos sin problemas-, había terminado yendo a esa fiesta de fin de año por petición/invitación/obligación de su amiga Giggles. Splendid había organizado aquello, aprovechando que tenía la disponibilidad de su casa justo en ésas fechas, además de que tenía ganas de ver a sus compañeros de Universidad en un lugar fuera del mismo. La idea le había agradado a todos. A ella no tanto, puesto que el hombre más de una vez había intentado cortejarla para salir y más que nada, según rumores, tener sexo.
Bueno, eso había pasado hace tiempo. Poco antes de que conociera a Handy en circunstancias bastante opuestas. Ella se había flechado al hablar constantemente con él las primeras veces, viendo que no era ningún estúpido dejándose controlar por las hormonas típicas de un adolescente, o más bien de un adulto joven, sabiendo que éste tenía tantos años como ella. Si bien parecía un poco irresponsable, cada vez que lo veía pasar o lo observaba de reojo al pasar por fuera de su clase de taller -reparando alguna cosa-, pensaba en cómo podía acercarse a él sin resultar ridícula. Lo que más le gustaba ver era la piel de su rostro, que estaba bronceada y a veces manchada, pero otras veces también limpia y pulcra a sus ojos. A veces notaba que la zona de la frente se le arrugaba, ya sea de irritación o molestia, como cuando un proyecto no le salía como quería o cuando algo le caía encima de sus brazos vendados, provocándole cierto dolor al no tenerlas sanas después de un accidente que él nunca quiso contarle.
Con el paso de algunas semanas, él también pudo ver quien era ella en realidad. Por más que a veces ella mirara con demasiada seriedad a las personas, descubrió que verdaderamente no era un rostro de molestia o desconfianza, sino que era su faceta...natural. Nadie en el mundo sonríe las 24 horas del día, y eso lo sabía bien.
Además, aunque Petunia fuera bastante directa en sus oraciones y tuviese un aura tan valiente como Juana de Arco, no quería decir que no había tenido problemas en haberle pedido salir con él. Había tartamudeado un poquito como una boba (cosa que ella odiaba hacer) y el sonrojo no había faltado en cuanto pronunció las palabras definitivas.
Se levantó del asiento con lentitud para abrir la puerta y dirigirse a un cuartito un poco alejado de ahí. No tenía intenciones de quedarse a dormir ahí -mucho menos sabiendo que era la casa de Splendid- sino que iba a buscar su abrigo guardado en el guardarropa del interior, para luego largarse derechita a su casa.
Mientras caminaba hacia allí por el pasillo cálido, volvió a recordar el momento en el que ambos estaban en la casa de él trabajando con unos apuntes cuando sucedió lo irrevocable. No era algo raro, puesto que a veces el alumnado se juntaba para realizar un trabajo difícil, estando algunas horas ayudándose unos a otros.
Después de que sus compañeros (los que habían ido más bien; Flippy, Flaky, Giggles, Toothy y Mime) se fueran a sus respectivas casas, habían quedado los dos solos. La joven en realidad no había tenido intenciones originales de hacerlo: ni siquiera lo había pensado antes de ir, pero después de unos minutos decidió que en ése lugar debía buscar y encontrar el momento perfecto para declararse.
Lo encontró cuando había vuelvo de lavarse las manos y, con cierto nerviosismo, mirándolo a los ojos mientras él estaba sentado, le había preguntado "¿Quieres salir conmigo?".
Abrió la puerta de la habitación y, después de abrir la puerta del closet sujetó la ligera prenda blanca de terciopelo suave con una mano, y cerró los ojos a la vez que nuevamente sostenía su cabeza, volviendo a pensar.
Al parecer la pregunta lo había agarrado totalmente desprevenido, ya que nunca lo había visto tan sorprendido...
– ¿Petunia? –otra vez una voz le interrumpió de nuevo los pensamientos. Esta vez era una muy masculina, nada que ver con la femenina y aguda de Giggles– ¿Qué te sucede?
– Oh, Handy –dijo, dando media vuelta para enfrentarlo. El rostro de él mostraba signos de inquietud al ser avisado por Giggles, supuso ella– Estás aquí.
Lo abrazó con lentitud, intentando calmarse. Tendía que irse de ahí o...
– ¿Qué es lo que te pasa? –preguntó el hombre, correspondiendo el abrazo. Sabía por boca de la rosadita que a Petunia le dolía la cabeza, pero ¿tanto? Nunca había visto su rostro tan desfigurado de dolor.
– Me duele la cabeza...y mucho –después de unos instantes, Petunia se separó de él y aparentó estar recuperándose de a poco. Lo cual no era del todo falso.
Handy le colocó las manos en los hombros y la observó. Respiró hondo, y luego le indicó que hiciera lo mismo. Frunció el ceño pensando en qué podría hacer, como siempre lo hacía. Le colocó la palma en la frente, vaya, ¿tendría fiebre?
Petunia, por su parte, sólo pensaba en la fragancia que este le había dejado en su olfato durante el abrazo. Se relajó un poco, le gustaba mucho. Siempre le había gustado.
– ¿Quieres que te lleve a tu casa? –ella asintió un poco con la cabeza– Bien, espera aquí. Te traeré una toalla...creo que tienes algo de fiebre.
– ¡Ah! –exclamó– ¡No! Por favor, odio la fiebre...demasiadas bacterias rondando por... –no quiso terminar. Unas pequeñas ganas de vomitar le agarraron ante lo mencionado, pero las controló totalmente. O al menos eso creyó.
– Tranquila. Iré a buscar algo y vendré. Siéntate en ésa silla –casi ordenó, señalando un silla de madera suave–, así no te mareas.
– Está bien –accedió a hacerlo. Se sentó (no sin antes repetir la acción que había hecho con la tapa del baño) y suspiró. Las acciones de Handy tenían un efecto calmante en ella. Aunque no lo pareciera, él suponía el rol del hombre calmado (a pesar de su conocido ceño fruncido) y ella la de la mujer nerviosa (a pesar de su semblante tranquilo y serio).
Papeles opuestos y contradictorios, al parecer especialidad de ambos.
– Uf –musitó después de un rato, se estaba tardando demasiado a su parecer. El dolor estaba volviendo, y no tenía una puta pastilla. ¿Qué debía hacer?
« ¿Qué demonios tengo que hacer? » Pensó, mientras se sostenía de nuevo la frente. En realidad no habían pasado más que 5 minutos, pero ella había sentido que había sido más de media hora. Distraerse, distracción, era lo que necesitaba. Pero luego pensó que en realidad normalmente no se distraía de lo que hacía, ni siquiera aunque alguien más lo intentara.
Debía olvidarse del martilleo en la cabeza de alguna forma. Hum...¿pensar en otra cosa?
Pensar, pensar...claro, entre todo lo que podía pensar, estaban sus pares y compañeras de trabajo, veamos:
Giggles era su amiga desde que se habían conocido en una fiesta de cumpleaños 12 años atrás. Iba a la misma universidad, más no al mismo trabajo.
Flaky también lo era desde que se había mudado al barrio de la peli-azul. También trabajaba en la misma tienda de lencería aunque no en el mismo horario, sólo algunas veces coincidían, cuando los dueños del lugar lo requerían.
Lammy había comenzado a trabajar casi al mismo tiempo que ella en "Avenue des femmes". Tenían el mismo horario por lo que obviamente se habían conocido bajo las circunstancias, siendo la tienda de lencería en la que también trabajaba Petunia. Se llevaban bien y desde el principio estaban encaminadas a ser amigas casi íntimas.
Hum...recordando algunas charlas y momentos en los que la peli-lila estaba presente, se sorprendió al darse cuenta que en uno de ellos había pasado un consejo por alto. Uno que le había comentado a Giggles. Claro, he ahí las palabras raras antes de marcharse...
Dos años antes.
« Cuando habían ido a tomar algo a un bar cercano de la tienda de lencería, después de una meticulosa jornada...
– ¿Desean algo más las señoras? –preguntó un camarero de mediana edad, después de depositar los panecillos, los licuados y el té en la mesa. El bar-café no estaba lleno ése día, así que no habían tardado en atenderlas. Se habían colocado en un rincón alejado de la puerta, por lo que no podían ser escuchadas.
– Oh, no, estamos bien así. Gracias –respondió una amable Lammy con una sonrisa, educadamente.
– Muy bien, me retiro –asintió el hombre. Dio media vuelta y se encaminó hacia la barra bajo la mirada de tres mujeres algo curiosas.
– Señora tu abuela –casi maldijo Petunia entre dientes cuando estuvo fuera de su alcance. Flaky soltó una risita mientras introducía el sorbete en el alto vaso de vidrio con licuado de bananas, su pedido–. ¿Qué? Es verdad, apenas sobrepaso los 21. Y ustedes tienen casi la misma edad que yo –refunfuñó.
– Es simplemente por respeto Petunia, los camareros se refieren a todas las mujeres por ése seudónimo –dijo Lammy, sonriéndole con cierta comprensión.
– Supongo que tienes razón –suspiró con cansancio, el trabajo la había agotado un poco–, de todas formas...Lammy, necesito que me digas el por qué nos citaste a ambas aquí...
– ¿Qué querías decirnos Lammy? –preguntó Flaky, curiosa.
– Antes de hablar, Flaky, dime... –comenzó Lammy, colocándole azúcar a su té con frutos azules– ¿qué tanta vida sexual tienes? ¿Y qué tipo de sexo es?
– Eh...¿a qué viene la pregunta? –se sonrojó con un poco de fuerza.
– Sólo responde –sonrió, cómplice.
Bajó la voz un poco al hablar– Pues, a veces lo hacemos con mi...c-con Flippy...más o menos... –bajó la voz aún más– en promedio, 4 o 5 veces a la semana.
– ¿Son un poco conejos no? –sonrió Petunia, conteniéndose de largar una carcajada– No me habías contado eso.
– No lo somos, es...sabes que a-a veces l-l-las hormonas ceden, ya sabes –tartamudeó un poco, riendo con cierto nerviosismo–. E-es v-vainilla.
– Está bien, no te preocupes. En realidad 'las convoqué' para hablarles sobre eso –Lammy tomó un sorbo de su bebida caliente–, quiero contarles que hace unas semanas estuve investigando prácticas del tema actual en varias revistas y en algún lugar secreto del internet. Resulta que descubrí algunas cosas interesantes –ambas la miraron–, y las puse en práctica con mi actual pareja –sonrió.
– ...supongo que nos contarás en qué consiste tales experiencias, ¿cierto? –preguntó la peliazul, con parsimonia.
– No les daré detalles jugosos o algo así, sólo quiero que tomen en cuenta algunas recomendaciones que pueden incluso sacar provecho del acto sexual. A mi me sorprendieron y me ayudaron bastante, así que me da gusto compartirlas.
– ¿Ah si? ¿Y en qué consisten esas sugerencias? –la curiosidad se notaba en la voz de la peliazul. Flaky sólo escuchaba.
Con cierta lentitud, Lammy se enderezó en su asiento.
– Verán...próximamente llegará el otoño, y viendo que cada una de éste trío tiene pareja estable, he de informarles algo sobre ellos –rió con disimulo–. Según lo que he leído, el hombre tiene su etapa de mayor excitación sexual por las mañanas muy temprano.
Ambas la miraron con los ojos muy abiertos.
– Durante el otoño –aclaró.
– Esto...guau –murmuró Flaky, con las mejillas rojas.
– Vaya, tal vez debería implementar mis jugadas con Handy cuando despierte en las próximas semanas –soltó una risita tonta. Tomó un sorbo de su licuado de frutas, mirando a la ventana situada a su derecha.
– Otra cosa también...es que el sexo es saludable.
– Supongo que en cierta forma se sabía eso –dijo la peliazul.
– ...siempre y cuando uno se proteja...¿no? –añadió Flaky.
– Bien, cierto, pero no me refería a eso. A lo que voy es... –la elegante muchacha frunció la boca, pensativa– Pongamos el ejemplo en mesa. Petunia, cuando te duele la cabeza y tu pareja quiere hacerlo contigo. ¿Accedes a sus deseos? ¿Lo hacen?
– Claro que no –frunció el ceño– Handy respeta mis decisiones, y en ese caso me tomaría un anti-migraña o algo.
– En ese caso, estás cometiendo un error –la corrigió–. El sexo cura el dolor de cabeza. Las endorfinas que se liberan en el flujo sanguíneo cuando tenemos sexo, no sólo dan placer, sino que también actúan como calmantes.
– Vaya que te has hecho una experta en la materia, ¿no? –sonrió Petunia–. ¿Ya lo has comprobado, dijiste?
– Sí –guiño el ojo izquierdo–, así es. Resultados satisfactorios en 15 minutos. Es mucho mejor que tomarse una pastilla.
– Depende también de qué tipo de pastillas estemos hablando... –susurró Petunia, sin que ninguna la escuchara.
– ¿Qué opinas, Flaky querida? –preguntó Lammy.
– Yo...es cierto que nunca se me había ocurrido...supongo q-que lo comprobaré también, ¿no? –sonrió de lado, colorada– A ver si a Flippy se le pasan los dolores de cabeza.
– No le digas este secreto, a ver si encuentra la excusa perfecta para tener sexo contigo todos los días –todas rieron.
– Muy bien –Lammy tomó lo último que quedaba de su bebida–, ahora...señoritas, cuando alguno tenga dolor de cabeza, ya saben qué hacer. »
Estática se quedó Petunia cuando terminó de recordar.
Cuando alguno tenga dolor de cabeza, ya saben qué hacer.
Dudaba demasiado. ¿Ahí mismo? Si lo pensaba poco tal vez le asqueaba hacerlo ahí mismo, en un lugar casi público, pero también si lo pensaba mucho...
Tal vez...tal vez...funcionaría.
¿Funcionaría? Estaba volviendo el dolor.
¿Qué debía hacer?
En ese entonces, Handy hizo su aparición abriendo la puerta de la habitación.
– Cariño, lamento la tardanza. Y...no encontré algo para tu migraña –frunció el ceño, con cierta pena.
– Y...e-entonces, ¿nos vamos a casa? En el auto –preguntó, nerviosa. Las manos le empezaron a sudar, sabiendo la respuesta al instante.
– Sabes que se lo presté a Toothy, le había dicho que se lo lleve y que mañana me lo devuelva –tragó saliva, temiendo un poco su reacción– Lo siento cariño, ¿quieres que llame a un taxi?
Ella sólo calló. Handy no se dio cuenta de que en realidad estaba pensando en otra cosa que tenía poco en común...pero que tenía algo que ver.
Podría, en ése caso...intentarlo.
Tal vez era cierto.
– ¿Petunia?
Tal vez era la cura perfecta.
◘. Fin del primer capítulo .◘
¡Hola gentecita! ¡Volví más inspirada que nunca! :'D *risas del público(?)* :c
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En menos de lo que canta un gallo volveré con el segundo capi :D
Au Revoir~
Feyris
