Su cuerpo pesaba más de lo normal, lo sentía colgar de sus ardientes muñecas, le apretaban, le escocían. Sentía que algo espeso, caliente, brotaba de ellas, resbalaba por sus brazos alzados y llegaba hasta más allá de sus codos.
-¡¡Enervante!! No duermas Snape, aún no.
Aquella voz fría le hizo recordar donde estaba y porqué.
-¡Vamos Snape! ¿O tendré que despertarte con algo más muggle? ¿Por qué eso es lo que quieres, no?.
Abrió los ojos. Suspendido en el aire, colgado por las muñecas de algo invisible, vio su varita en el suelo: estaba indefenso, pero no le importaba; en ese momento habían cosas peores que la muerte.
Alzó la la mirada para enfrentarse a los rojos ojos de su amo.
-¿Por qué aquella sangre sucia, Snape?- decía una voz siseante desde un mullido sofá tan recargado de plata que parecía un trono real.
-Mi Señor, sólo es capricho, aquella Sangre Sucia me lleva provocando desde hace años. Ahora que dejó Hogwarts y perderá a su familia quiero humillarla como se merece - la voz de Snape no tembló al decir esto, ni él tampoco. Sostenía la mirada a Lord Voldemort mientras las fosas nasales de este se abrían y cerraban con brusquedad.
-Mientes. Tu mente es fuerte, pero tu cuerpo no. ¿Quieres que viva una Sangre Sucia? Tu morirás como tal.
"Acus apareo". El rostro de Voldemort se iluminó al pronunciar el conjuro, en él se vislumbraba una calmada ira, y una sonrisa de macabra excitación se dibujó en la comisura de aquella boca sin labios cuando vio aparecer una pequeña y gruesa aguja de la punta de su varita.
-¿Qué es lo que me esconde esa mente, Snape?- y la aguja se dirigió como un rayo hacia la frente de Snape perforándola unos centímetros.
-Na..na..da, mi amo.- murmuró manteniendo los ojos fijos en los de su Señor.
Pero sus palabras no surtieron efecto, una a una iban apareciendo agujas de la varita de Voldemort, y una a una se iban clavando en el cuerpo desnudo de Snape, que no mostraba signo alguno de debilidad, fatiga o dolor.
Cada aguja que se enterraba en su cuerpo le daba más fuerza y certeza de que estaba haciendo lo correcto; la sangre que brotaba de ellas no era escusa para no seguir: lejos de su mente, escondido tras una capa gruesa de astuta oclumancia, estaba la razón.
Aquella razón ahogaba cada poro de su piel, impermeabilizándola, haciéndola sentir cada vez menos las punzadas de dolor.
-¿O acaso es tu corazón lo que me escondes, Snape?- batiendo la varita apareció una aguja más gruesa aún que las demás, que se dirigía con rápida fatalidad al corazón de Severus.
Era su fin. Y con el de él: el de ella también.
La aguja le atravesó la carne, y le quemó la piel, pero no tocó el corazón. Cayó al suelo, al lado de su varita, desnudo y repleto de agujas se arrodilló cogiendo lo que siempre había sido su salvación, y ahora no era más que un trozo de madera.
-Quiero vengarme mi Señor, quiero hacer saber a esa Sangre Sucia que nosotros somos los que mandamos, que usted es el que manda, mi Señor. Quiero que sea mi esclava...
-Muy bien Severus, te creo. Te lo has ganado. Además fuiste tú el que me puso sobre la pista de los Potter. Lord Voldemort sabe recompensar a quienes le son fieles. La Sangre Sucia es tuya, no la mataré.
