Disclaimer: Pandora Hearts ni sus personajes me pertenecen, desgraciadamente, esto no es un universo alterno en el que mi nombre es Jun Mochizuki ni tengo habilidades geniales para dibujar ni soy adicta a las bebidas energizantes… ¡ni he creado este maravilloso Fandom! Todo sin fines de lucro. De igual forma, "Weak Heart", canción a la que hace referencia el título, le pertenece a Zara Larsson. "Holy Knight" también al autor ficticio de Mochizuki… ya saben, el libro favorito de Oz.

Yep! En definitiva, no puedo terminar algo sin comenzar otra cosa. Y bien… como mencioné en mi único fic en el que aparece Echo, dije que haría algo AU, ya que "Con el Canon no puedo batear nada más." Ligeramente basado en el Video que encontré (y que no vi completo) que venía originalmente con la canción, he recibido inspiración suficiente como para escribir esto.

So, Here it is! Espero que les guste.


Weak Heart

Capítulo 1 — Better not to know

El sonido de los nudillos de alguien al chocar contra la puerta de su cuarto le hicieron levantarse. Con pereza en cada pestañeo, apartó el libro abierto en su rostro y escuchando el estruendoso ruido ni se molestó en levantarlo. Se deslizó fuera de la cama y, forzándose a levantarse, se frotó uno de los ojos con sus nudillos. Lentamente, se levantó de su cama y procedió a abrir la puerta de su cuarto. No le sorprendió encontrarse a su madre ahí.

—Llevo media hora llamándote, Oz. —Le regañó Rechelle. El rubio, sabiendo lo estricta que era su madre con los horarios se limitó a asentir mansamente con la cabeza, aún bajo los efectos somníferos del poder de Hypnos—. ¿Qué cenas como para dormir tan profundamente?

El menor no contestó con una ironía, simplemente porque al levantarse no tenía suficiente seso como para responder las preguntas de su madre. Su madre le observó con rostro desaprobatorio.

—Tu desayuno está en la mesa, y tienes diez minutos para engullirlo. Porque estoy segura de que el club comienza a las nueve. ¿No es así? —Como por arte de magia, los ojos de Oz se abrieron profusamente, llenos de terror y prisa por llegar abajo y devorar lo que sea que se aviente en su plato. De ser posible, se comería un poco de concreto si es que eso le había servido su madre, pero aquello no podría hacerlo ella, ¿verdad? La conocía desde hace catorce años y sabía que ella no era adepta a aquél tipo de bromas. ¿Lo era? Mejor no saberlo.

Para su buena suerte, un provechoso —y nada tóxico— desayuno le esperaba en su plato. Comió con la mayor tranquilidad posible —pues, quien dice, se podría ahogar y aquello se transforma en su última comida— que podría tener teniendo solamente diez minutos para todo. El camión llegaría justamente…

— ¡Maldición! —Citó al ver el enorme vehículo color rojo situado a la entrada y decidió que su tostada podría ser terminada a mitad del camino. Después de todo, no había ni una sola cláusula que le prohibiese tener productos comedógenos y engullirlos dentro de la propiedad. ¿Lo habría?

Para su buena suerte, Al entrar en el asiento del co-piloto, fue recibido por la paternal sonrisa del tío Oscar.

— ¿De nuevo levantándote tarde, Oz? Si continúas así, es probable que termines faltando a las sesiones del grupo. ¿Recuerdas lo mucho que te gusta ir?

—Sí, sí vale. Es sólo que desde que… desde que Gilbert se fue no tengo un despertador personal. —Dijo sobándose el cabello—. Además, estaba estudiando para mi examen de mañana.

Era cierto. Gilbert, su mejor amigo se había ido para estudiar en una preparatoria que le ofrecía una mejor calidad de estudios para la maestría de la que se quería graduar.

Ahora no tenía a nadie con quien platicar, ni con quien pasar el tiempo, ni con quien compartir secretos y realizar travesuras —lanzarle a Dina y aprovecharse de su fobia a los félidos, por ejemplo— que sólo podía hacer en su presencia. Nada era lo mismo. En definitiva, nada era lo mismo.

Volviendo a sonreírle al tío Oscar, se dio cuenta de lo rápido que habían llegado. Era un edificio muy modesto, pintado con colores azul celeste y amarillo plátano. La fachada era cuadrada pero el terreno interno era impresionante en comparación a la ilusión que creaba el externo. Era divertido correr en la enorme arboleda dispuesta dentro del edificio.

En letras enormes, y manuscritas se podía leer, "Orfanato Pandora". Color negro y algo opacas, seguían atrayendo a Oz a pesar del paso de los años.

Le encantaba trabajar los fines de semana en aquél lugar. Además, los niños que había ahí eran como sus hermanos, por lo que ese sitio era predilecto para que él pudiese relajarse y jugar un poco con ellos.

Recuerda una ocasión en la que estuvo cuidando durante una semana a una pequeña, de cabellos color castaño que se llamaba Lyly (NA: Así se escribe el nombre, ambos kanjis son iguales, al menos como se veía en la Wikia). Era entusiasta y le encantaba que le visitasen. Es por eso que la mayor parte de su tiempo en aquél lugar la pasaba jugueteando con ella.

Después de llegar a la entrada, su tío le dijo que, en aquella única ocasión, su madre le recogería. Lo cual, extrañó a Oz. Usualmente su madre no le gustaba acercarse a esa clase de lugares. No por el hecho de que odiara a la cantidad enorme de chiquillos en el lugar, sino porque en aquél lugar había un par de gemelos, y aquello la llenaba de dolor, porque el hermano de Oz no pudo vivir.

O al menos, no sobrevivió al parto.

Pidió instrucciones a Reim, el administrador del lugar, aunque la dueña legítima de la propiedad fuese la Duquesa Sheryl Rainsworth, él tenía libre albedrío sobre las actividades, finanzas y demás cosas legales sobre el terreno y lo que se realizaba en él en general.

Dejó la valija en la que tenía guardados varios juguetes y su libro favorito —No podía llegar a aquél lugar sin Holy Knight, a los niños y a él les encantaba leer un capítulo cada vez, que, en una ocasión, entre todos los niños de ahí y él escribieron una ENORME carta pidiéndole al autor que realizara la siguiente parte de la interminable saga— detrás de la barra en la que se encontraba escribiendo en un horario Reim.

—Buenos días, Oz. —Saludó Lunetes. El rubio hizo una pequeña reverencia de cabeza.

—Buenos días, Reim. —Buscó a los lados de la silla en la que usualmente se sentaba y al no encontrar cierto objeto viró sus orbes esmeraldas hacía el castaño—. De pura casualidad, ¿no me llegó un paquete el día de hoy?

El mayor negó.

—Sin embargo, Sharon te envía esta carta, ¡feliz cumpleaños! —Al tiempo que le extendía un sobre. De color rojo y encima de este, la pulcra caligrafía manuscrita de la doncella Rainsworth con él como destinatario. Lo tomó y decidió que lo leería después de jugar un poco con los niños.

—G-gracias, Reim. —Realizó otra reverencia y se dio cuenta de que faltaba algo (o alguien más específicamente alrededor de él) a lo cual, alzó extrañado una ceja—. ¿Y Lyly?

Reim abrió los ojos. Se le había olvidado aquél detalle.

—Ella… a ella la adoptaron anteayer. Se me olvidó decirte, pero el Señor Oscar dijo que estabas demasiado presionado con los exámenes finales para la preparatoria y eso. Pensé que lo mejor sería decírtelo más tarde, cuando la presión de aprobar no estuviese en tus hombros.

Oz escuchó con un rostro impertérrito las palabras del castaño, y Lunetes no supo interpretar aquello como un poco de alegría por la alegría de Lyly o como un baldazo de agua fría. Simplemente, los labios rectamente alineados no le dejaban dilucidar una opinión negativa o positiva.

En cambio, en la mente del rubio, mil ideas fluían. En gran parte, se sentía alegre por ella. Apenas y tenía unos seis o siete y finalmente tendría a un padre y a una madre. Pero, una parte egoísta, muy internada dentro de él, se sentía traicionada, primero se iba Gilbert de su lado… ¡¿Y ahora ella también?!

Reim llamó su atención chasqueando sus dedos en sus ojos esmeraldas.

—Oz. Te preguntaba si todo está en orden. —Parpadeó seguido. Aquello no le supo a una respuesta precisa a Reim y el rubio no era tan malo mintiendo. No al menos del tiempo que llevaba conociéndole.

—Ah, sí. Simplemente me imaginaba la alegría que ella de seguro siente al saber que tiene nuevos padres —mintió. Una media mentira en realidad, dado que una parte de él si pensaba aquello. Pero sus pensamientos centrales se encontraban en lo más recóndito de su cerebro. Por lo que tampoco se podía considerar una media verdad.

Ninguno de los dos, lastimosamente. Reim zanjó el asunto como resuelto y le indicó con aplomo las actividades que podría realizar aquél día, acordando que los dejaría a su cuidado también para la hora de la comida, horario que Oz también adoraba por tener a millones de niños a su lado. Siempre era bueno estar rodeado de vida en su mejor punto. Tanta inocencia te hacía el sonreír contagioso, y tanta buena vibra te hacía recordar lo mejor de ti.

Es, en pocas palabras, una de las pocas razones por las que no había llorado la partida de su mejor amigo. De igual manera, sabía que se reencontrarían por lo que aquello nunca fue ni nunca sería una despedida.

Sólo un 'Hasta luego'.

Pasándolo entre tantas caras infantes y alegres, tres o cuatro horas podían considerarse saltadas en el tiempo, y un minuto a veces representaba una eternidad.

Por lo que, después de ponerse de acuerdo con los niños en narrar el capítulo décimo-cuarto del cuento (lo cual, los niños encontraban como una especie de biblia) y, por supuesto, después de esperar el tiempo adecuado como para que los niños se calmasen, comenzó a narrar.

La manera en la que sus dedos se perdían entre las letras, la manera en la que su voz temblaba en las entonaciones adecuadas y… la forma en la que hacía sentirse a los más jóvenes dentro de la historia era mágica. Casi… milagrosa. Pocas personas lograban capturar la total atención de un pequeño e hiperactivo infante. Y a lo mucho lograban capturar su atención por… ¿quince minutos? ¿Menos?

De cualquier manera, aquello le daba tiempo a Reim de realizar otras tantas actividades. Entre las cuales, se encontraba el hecho de que tenía que ordenar las demás comidas y, saber que los que estaban a su cargo estaban despreocupados escuchando las mágicas palabras de Oz le tranquilizaba.

—"… Yo, Edwin… juro… en frente de tu cuerpo y por medio de tu espada… vengar tu muerte…" Aseguró, al tiempo que cerraba los ojos con lentitud, dejando que pesadas lágrimas bajasen por sus mejillas y rehumedecieran la sangre seca en sus ropajes. Una máscara de felicidad demostrando su eterna promesa, aunque sus ojos no dan otra cosa que pensar pero un martirio iónico… —Oz, quien no esperaba este final tan trágico para el capítulo catorce (ya que, como le había prometido a uno de los niños que cuidaba, no leía nada que le arruinase nada y, de esa forma poder narrárselo tal y como iba comprendiendo la trama, con todo su espíritu) encontró que sus ojos estaban aguados. Su boca estaba destruida en una mueca que intentaba asemejar a una sonrisa pero que, lastimosamente, se había trasformado en algo que no quería que los niños viesen.

Lastimosamente, Edward era uno de los personajes más importantes de Holy Knight, ¡¿por qué el autor se atrevía a asesinarlo?! ¡Aquello tenía que ser una broma! ¿No? De ser así, ¿por qué lloraba?

Las expresiones de los menores a su alrededor, no distaban de parecerse demasiado. La mayoría, tenía lágrimas furtivas saliendo de sus grandes ojazos, haciéndoles parecer animalillos indefensos, incrementando la congoja de Oz. Él, durante toda su vida —o, al menos, desde que conoció al libro— quiso ser como Edward, inclusive, una vez se había tomado una espada de las que su padre tenía de colección en el despacho y fingió ser él. En compañía de Gilbert.

Pero… ¿qué haría ahora que su aspiración estaba muerta? ¿Qué haría… ahora que el libro no tenía sentido para él?

Por respeto que le tenían al personaje (Actualmente asesinado por un autor cruel) no interrumpieron el momento de silencio y, mejor optaron por verse impacientes para que Oz continuara la lectura. Ya que pocos entretenimientos tenían en aquél lugar y, sólo con los enormes extractos de lectura que Oz les traía podían entretenerse, al menos durante un rato.

Media hora de silencio. ¿O debieran ser treinta minutos de ruido inexistente? ¿Y qué hay de un rato inaguantable de incomodidad? Cualquiera de ellos, podía adjuntarse para citarlo y decidir que sería el adecuado para describir la situación actual en la que, el enorme jardín se encontraba. Teniendo a niños en vez de flores para adornar alrededor del árbol y con sus respiraciones alimentando a la enorme planta. La fotosíntesis siempre hacía felices a los árboles y hacía felices a los humanos con el oxígeno recién adquirido. ¡Todos contentos! ¿No?

Después de secarse unas cuantas lágrimas, Oz decidió que el capítulo catorce terminaba en aquél último párrafo.

—Eso ha sido todo por hoy. —Intentaba no demostrarse afectado, pero la sangre acumulada en la zona derredor de su pupila le delataba de lo contrario—. ¿Quieren realizar algo más?

Silencio, al menos hasta que uno de los niños de hasta el fondo, alzó, muy tímidamente, la mano.

— ¿Qué quieres decir, Phillipe? —Preguntó Oz sonriéndole animadamente para que se diese el coraje para hablar.

— ¿Qué opinan de… leer otro libro? —A Oz le sorprendieron las palabras del pequeño castaño. Si bien, era cierto que había varios libros ahí en el edificio, a ninguno le apetecía escuchar otras palabras que no describiesen las aventuras de Edwin y su sirviente fiel Edward. Aunque… ahora que el peque lo mencionaba, quitarse de la cabeza por un momento aquel escenario (sin censura, puesto que el detalle de cada movimiento y centímetro fue narrado por el autor) asintió con la cabeza. En pos de animar a los pequeños.

—Tienes razón, Phillipe. Además, ya les he leído los otros dieciséis libros, no creo que sea necesario escuchar aburridamente el décimo-séptimo, ¿o sí? —Los pequeños, más animados, asintieron con la cabeza.

Lo que para Oz pudo haber sido media hora después, el cielo comenzaba tomar tonalidades de color morado y anaranjado. Como él nunca había tenido en su posesión un teléfono no pensó que ver la hora periódicamente en el día fuese una prioridad. Aun así, le sorprendió encontrarse con el llamado de Reim diciéndole que Rechelle ya se encontraba en la entrada.

Eso lo sabía, la había visto hablar con él. Pero, unos minutos después, los niños llamaron su atención y, por consecuente, tuvo que prestarles sus ojos. Asintió con displicencia y tomó el tomo abandonado de Holy Knight, para después agarrar su mochila detrás de recepción, darle las gracias a Lunetes e irse.

No fue muy difícil encontrar el auto de su madre. A pesar de que ella casi no lo utilizaba y menos salía de casa, había una especie de halo que cubría todo que estuviese cerca de ella. Una especie de magia…

Abrió la puerta del co-piloto y se sentó en el lugar.

—Hola madre. —Saludó. Ella respondió con un asentimiento de cabeza.

—Hola Oz. —Al mismo tiempo, arrancó el auto. El rubio se pasó el cinturón de seguridad y no comentó nada más. De la misma forma, su madre no preguntó nada de su día, no es que no le interesasen los niños del lugar, sino que siempre que Oz regresaba a casa después de visitar el orfanato nada de su expresión demostraba querer hablar. Había algo extraño en la actitud de su madre que le decía que había hablado algo con el castaño cuando él no estaba y notaba el aura dentro del carro extraña. Observó interesado a su madre, al ver que ella no decía nada y sólo se concentraba en el camino decidió no preguntarle nada.

Al llegar a la casa, se bajó del auto y su madre le pidió se adelantase. Asintió con la cabeza y se metió en la casa. Cuando su primogénito estuvo dentro, abrió la puerta detrás del co-piloto.

—Ya hemos llegado querida. —Dijo al tiempo que le ofrecía la mano. La niña, un poco asustada le observó con ojos grandes y llenos de miedo—. No me tengas miedo, querida. Estas a salvo.

Palabras claves para ganarse la confianza de una persona. Reticente a medias, alargó su mano, temblorosa, tímida e ingenua. No sabía qué podría hacerle, pero al sentir el fuerte y seguro agarre que la mujer tenía de su brazo sintió un poco menos miedo. Pero no por eso dejó de estar alerta.

—Me hubiese gustado presentarte en el auto. Pero siempre hay algo en su forma de actuar después de regresar de ahí que prefiero hacerlo ahora, ya que se encuentra más tranquilo, ¿vale?

En los ojos grises de la menor, hubo un pequeño brillo de emoción. Con timidez, asintió, casi nada que se movió su cabeza. Pero fue suficiente como para hacerle a entender la afirmativa a la pregunta de Rechelle.

La mayor, abrió la puerta —que Oz había cerrado inconscientemente— e hizo su voz más audible para el rubio, quien, ya sospechaba, se encontraba encerrado en su habitación.

— ¡Oz! ¿Podrías venir un momento? —Escuchó los pasos de su hijo acercarse a la sala y antes de que el otro se acercase a la sala, le hizo una seña a la niña para que se sentase en el lugar que más le apeteciese. Se acercó al pasillo y atacó a Oz—. Me gustaría presentártela.

Los ojos de Oz de inmediato se agrandaron de sorpresa. En la sala, había una muñeca de cabellos color grises y piel albina. Su vestido era vaporoso y de color azul cielo, ¡no espera! ¡Respiraba! ¿Las muñecas respiraban? La observó curioso durante un par de segundos, después, miró inquisitivamente a su madre, curioso más que nada. Demandando respuestas.

—Su nombre es Echo —dijo Rechelle ante la pregunta muda de Oz—, estuve hablando con Reim hace rato y ambos llegamos al acuerdo de que ella pasaría una temporada viviendo con nosotros. ¿Qué opinas?

Oz arqueó una ceja, volteó a ver a la niña de porcelana, esperando su respuesta. La albina, levantó apenas la cabeza y realizó una reverencia con la cabeza.

—Mi nombre es Echo, gusto en conocerle. —Volvió a perder la vista en ningún lugar.

— ¿Ella estaba en el orfanato? —¿Cómo no pudo verla? Se supone que conocía a todos los niños del orfanato y que si llegaba uno nuevo Lunetes le avisaba de eso. Al parecer aquello no era una sensación placentera, descubrió pronto. Su madre, después de recuperarse de la contraria expectativa, asintió con la cabeza gentilmente.

—Así es, hace poco… un hombre tomó la vida de sus padres. —Intentó hacerlo lo menos doloroso posible, observó detrás de ella y una parte interna de ella se retorció al ver que no había sacado ninguna reacción—. ¿Crees que podrías llevarte bien con ella? Ha estado un poco triste y necesita un amigo.

El rubio volvió a observar a la albina, un enigma en su mirada. Después de unos minutos, asintió con la cabeza.

— ¡Excelente! ¿Y crees poder compartir tu cama con ella por esta noche? Todavía no hemos comprado nada para tenerla aquí. Hace rato llamé a tu padre y él también está de acuerdo en tenerla, dijo que mañana iríamos a comprarle ropa y una cama para ella sola. ¿Estás de acuerdo?

Oz volvió a asentir. Se acercó a la de cabellos plateados y le extendió una mano. La niña alzó la cabeza con sorpresa.

— ¿Sería mucha molestia si me acompañaras? Te mostraré en dónde dormirás el día de hoy.

Pasaron al menos dos minutos antes de que ella tomase su mano y de forma tímida, se levantase de su lugar.

Oz la guió por el pasillo hasta llegar a su habitación y, ahí buscó entre sus cajones algo con lo que pudiese dormir ella. Lo más adecuado sería pedirle ropa a Ada, pero dudaba mucho que ella tuviese la misma talla de ropa que ella. Por lo que buscó uno de sus pijamas, un de color blanco y que era parecido a un vestido.

—Toma, no tengo ropa femenina que digamos, pero esto es lo que más se asemeja. —Echo examinó la prenda antes de tomarla entre sus manos. La dejó en el buró y comenzó a quitarse la ropa—. ¡Espera! ¿Qué haces?

—Me quito la ropa para ponerme el pijama —respondió la otra, como si fuese demasiado obvio. Las mejillas de Oz estaban demasiado rojas que decir que era un mero rubor no podía justificar su nerviosismo.

— ¡Pero hazlo en el baño! ¡Se supone que eres una dama y yo no! —Acotó escandalizado. La niña le observó durante un par de minutos, después continuó desvistiéndose. Oz se volteó para no ver cosas que no debería.

Convivir con ella sería más difícil de lo que pensó…