N/A: historia inspirada por la canción "Lo que no sabes" de Malú, una gran cantante española :).
Miró el reloj de su muñeca. Ya eran las ocho de la tarde. Resopló con hastío y apoyó la cabeza en el volante. Llevaba metido en ese mismo atasco como unos 20 minutos, los coches estaban apelotonados en la calle, los guardias de tráfico intentaban controlar la situación y los conductores cada vez se mostraban más agresivos. Era viernes, última hora, el momento de la salida laboral, y la ciudad se convertía en un hervidero automovilístico, un infierno de cuatro ruedas del que parecía imposible escapar. Él había quedado, le estaban esperando y no podía llegar tarde, ya la había dejado tirada más de una vez, no podía hacerlo de nuevo. Buscó su teléfono móvil en la guantera del asiento del copiloto y tecleó la inicial de su nombre en la agenda, para agilizar la llamada. Pulsó el botón verde con el telefonito en diagonal y esperó a que la línea la encontrase. Un tono… dos tonos… tres tonos…
- ¿Sí? – Inquirió su inconfundible voz y el corazón de él se aceleró.
- Hola, preciosa. – La saludó, casi escuchó como se le escapaba una sonrisa.
- Hola… llevo un rato esperando… ¿todavía no vienes? – Preguntó un poco fastidiada. Habían quedado a las 19:30, de eso hacía ya más de media hora y él no aparecía, como de costumbre.
- No… estoy en un atasco impresionante, parece que no vaya a terminar nunca. – Reconoció muy cansado.
- ¿Es eso o…? – Comenzó a cuestionar con suspicacia.
- No, no… es un atasco de verdad… no sé cuánto voy a tardar, pero tú espérame, llegaré, te lo prometo.
- ¿Seguro? Si quieres podemos aplazarlo y…
- De ninguna manera, ya tuvimos que aplazarlo la semana pasada. Hoy nos veremos, pase lo que pase, si es necesario dejaré el coche aquí en medio e iré andando o… igual le pago a alguien para que me lleve en brazos, no… mejor busco a algún crío y le robo la bici.
- No hagas locuras… - Lo reprendió en mitad de una carcajada. – te esperaré.
- Bien… te quiero.
- Yo también.
Elevó la comisura izquierda de sus labios y estuvo a punto de mandarle un beso, pero le pareció estúpido besar al teléfono… ya la besaría a ella cuando la viese, porque seguro que la vería. Cortó la llamada y dejó el móvil en el asiento de al lado. Miró una vez más al exterior, a través de la ventanilla, y vio como un hombre de mediana edad le gritaba a uno de los policías que intentaban restablecer el orden. Suspiró, dejándose caer contra el asiento. Acabó por encender la radio para no aburrirse, le daba igual gastar la batería del coche, aquello iba para largo.
"Por fin en casa", pensó cuando aparcó el coche frente a la entrada de su hogar. Salió al exterior con el maletín en las manos, cerró el vehículo y caminó hacia la puerta de aquella reliquia familiar de dos pisos. Sacó las llaves de su bolsillo derecho e introdujo la de la puerta principal en su cerradura, girándola y liberando el sistema de cerrojos. Frunció el ceño ante aquello. Cuando estuvo dentro, escuchó la quietud del lugar.
- ¿Rachel? – Preguntó… y nadie contestó.
Sus pasos resonaron en el parqué mientras recorrió el piso inferior. Cocina, salón, aseo principal, estudio… nada. Se dirigió hacia las escaleras y examinó la segunda planta. No estaba en ninguna habitación…
Preocupado, volvió a revisar toda la casa, se paró en el pasillo de la entrada, con las manos en las caderas y el corazón inquieto. "Qué raro… son las 2 de la madrugada, ella nunca trasnocha… ¿dónde puede estar?", pensó y su mente caviló y caviló hasta llegar a una terrible conclusión: le había pasado algo. Debía haberlo imaginado antes, el coche de ella no estaba, las persianas no las había cerrado… ni siquiera había fregado los platos… ¿Estaría en el hospital? ¿Se habría caído… o le habría dado algún tipo de ataque? No… si había cogido el coche era porque se podía mover por sí sola. Con gotas de sudor helado recorriéndole la espalda marcó el número de su móvil, atinando en las teclas adecuadas de milagro. Un tono, dos tonos, tres tonos, cuatro, cinco, seis… diez... Colgó y volvió a marcar, una y otra vez, hasta que la desesperación se le encaramó a la garganta, estrangulándolo, obligándolo a buscar las llaves de su propio vehículo. Saldría a por ella, la encontraría, estuviera donde estuviese porque… Se quedó parado ante la mesita del recibidor. Encima de la superficie de madera había un sobre. "Finn", leyó su nombre y nada más que su nombre, ni remitente ni sello ni nada. Lo acercó a su rostro y percibió el perfume de su mujer. Los pulmones le respiraron con alivio, seguro que había ido a cenar con alguna amiga y le había dejado una nota para que no se preocupase, por si llegaba tarde… y él al borde del infarto, si es que… Extrajo el papel doblado que aquella carta contenía y lo extendió sobre la mesa… sí, era su bonita letra… se le pintó una sonrisa en la cara con las primeras palabras y comenzó a leer…
Amor mío:
Hola, mi amor. Soy yo quien escribe, Rachel. Seguro que ya lo habías adivinado y que te parece muy raro pero… me he dado cuenta de que, en todo el tiempo que llevamos juntos, nunca te he escrito una carta, jamás, y creo que es el momento perfecto para hacerlo.
Hay tantas cosas que quiero confesarte… sabes que me desenvuelvo bien hablando pero… he preferido utilizar tinta y papel para decirte todo esto, para contarte… que eres el hombre de mi vida.
Te amo como nunca pensé que amaría a nadie. No sé a ti, pero a mí me asusta. Es tanto lo que siento… a veces llego a pensar que, en algún momento, voy a acabar por reventar pero… dicen que el amor nunca está de más así que, debe de ser bueno que te quiera tanto como para no poder imaginarme la vida sin ti.
Soy una mujer afortunada, tengo un trabajo maravilloso en los escenarios de Broadway, vivo en Nueva York y… en mi casa me espera el hombre más especial que existe en este mundo… pero no suelo decirlo muy a menudo. Estoy ocupada día a día, a todas horas y me da la sensación de que… nos he descuidado un poco. Sé que el matrimonio no se reduce a compartir una cena que no tenemos tiempo de hacer y que, por desgracia, acostumbramos a comer lo más rápido posible para volver a nuestros quehaceres. Tenemos éxito, mucho, cada uno en lo nuestro pero… no en nosotros.
Finn… las cosas están cambiando…
No sé cuándo ha pasado, ni si podríamos haberlo evitado pero, nos hemos distanciado, demasiado… Creo que, sin pretenderlo, hasta tratamos de no vernos más de lo debido…
Dios, es tan difícil decirte esto, que lo tengo que escribir, sé que de mi boca no podrían salir estas palabras y, fíjate bien, apenas puedo sostener el bolígrafo y escribir correctamente, ¿lo ves?, las palabras bailan en el papel… ya no puedo controlarlas…
Hace dos semanas salí a dar un paseo. Eran las seis… tú aun estabas en la oficina y a mí me habían dado la tarde libre, no tenía que ensayar, solo descansar. Así que salí a pasear por Central Park.
Te llamé, dos veces. Sabía que trabajabas pero… por si acaso… Tenías el móvil apagado. Recuerdo que hice nuestro recorrido, ya sabes, el de todos los domingos. Incluso me paré en el puesto de helados. Iba a pedir algo, lo que siempre pido, pero… no lo hice, ni siquiera me acerqué al mostrador… me quedé junto al banco de la esquina, viendo como una pareja se abrazaba y se besaba…
Él era alto, muy alto, iba con un traje de ejecutivo… le estaba limpiando la nariz a ella, porque se había manchado con su helado… creo que, por el color que tenía, era de limón.
La chica se veía muy pequeña a su lado… llevaba un vestido blanco y tenía el pelo rubio, corto, perfecto para el verano.
Me recordaron a ti y a mí y… sonreí… hacían muy buena pareja. Empezaron a andar hacia mí. Aquel día, el parque estaba lleno, no conseguía verlos bien.
A él se le cayó algo y se agachó a recogerlo. Se pararon a unos 6 o 7 metros de mí…
Entonces los vi con claridad…
Te vi con claridad…
y a Quinn también…
No sé cómo fui capaz de hacerlo pero… me di la vuelta y regresé a casa. Subí a nuestro baño y llené la bañera de agua caliente. Me desnudé, entré en el agua y empecé a llorar.
Lloré y lloré, hasta que la bañera se desbordó y el suelo se ensució con mi dolor. Estabas allí, con otra mujer… con esa mujer… me habías engañado.
Aquella noche te oí llegar a las 3 de la madrugada. No estabas borracho, porque no olías a alcohol… olías a ella. Noté su aroma desde que entraste por la puerta de nuestro cuarto… sigue utilizando el mismo perfume que se ponía en el instituto.
Sentí como entraste en la cama, con el pijama puesto y me abrazaste por la espalda… me besaste en la nuca y, seguramente, cerraste los ojos para dormirte… al día siguiente madrugabas.
Yo no dormí, Finn. Me tragué los sollozos y mantuve a raya las ganas de vomitar al olerte más de cerca… apestabas a ella.
Cuando tu despertador sonó, te levantaste, te duchaste, desayunaste y te fuiste… ya no sé a dónde.
Yo me quedé en la cama, sin poder moverme, sin saber qué hacer, pensar… o sentir.
Quise preguntarte por ello ese mismo día pero, durante la cena, no pude mirarte a la cara ni un segundo. Creo que tú no te diste cuenta. Me besaste en la frente y te acostaste, porque decías que estabas muy cansado. Yo volví a mantenerme despierta…
Así han sido estas dos semanas para mí.
Cada día.
Los chicos de la obra no entienden porque tardo veinte minutos en maquillarme, no sé cómo explicarles que tengo que taparme las ojeras por ser incapaz de dormir con mi marido.
¿Habías notado algo de todo esto?
Si es que no… no pasa nada, no importa… está bien.
He intentado ignorarlo, olvidarlo y esas cosas pero… no puedo, y como no puedo seguir estando contigo en la misma casa y no ver a Quinn entre tus brazos, he decidido marcharme.
Me voy, Finn.
De hecho, cuando leas esto, ya no estaré por allí.
Siento haber sido una cobarde y haber tenido que escribirte una carta en vez de decírtelo a la cara. Entiéndeme… es difícil, muy difícil. Darte cuenta de que… 5 años de matrimonio solo han sido una farsa, que te han estado utilizando, engañando… No creo que nadie pueda digerir eso fácilmente.
Se me acaba el papel y tengo que terminar, pero… no sé cómo voy a hacerlo. Tal vez esté bien decirte adiós y ya está… tal vez…
Te quiero.
Las últimas palabras apenas se podían leer, solo eran borrones en mitad de todo ese despliegue de emociones y verdades. Finn se quedó estático, con la carta en la mano y los ojos inundados. Lo sabía. Rachel lo sabía. Y se iba. Lo dejaba. Se marchaba…
Subió rápidamente las escaleras y entró en su cuarto. Abrió el armario de ella y lo vio completamente vacío. Miró en sus cajones. Nada. Buscó su maleta y no la encontró.
Era cierto. Rachel lo había abandonado.
Se sentó en la cama, con la mirada perdida y las palabras de su mujer entre sus manos, arrugadas.
¿Cómo había sido tan descuidado? Aquel sitio era de ellos dos, de Rachel y de él. Se lo había querido enseñar a Quinn para ver si sentía lo mismo con ella que con la morena… el sentimiento ni siquiera se acercaba.
Se tumbó sobre el colchón y giró la cara hacia el lugar donde ella solía dormir. Cogió su almohada y cerró los ojos mientras la sostenía contra su rostro. Seguía oliendo a ella… lo haría durante unos días, seguro. Se tapó con las sábanas y rodó sobre sí mismo para acabar en la fracción de cama que se había amoldado al cuerpo de su mujer… era tan pequeña.
Lloró sin remedio y se maldijo por haberla perdido… "para siempre", sí, su mente lo sabía y su corazón también, por eso le dolía cada latido.
Aquella tarde había vuelto a quedar con Quinn. Llevaban unos cuantos meses de encuentros furtivos y la rubia estaba encantada… él tampoco se quejaba, la excitación del riesgo de ser descubierto y el poder tener a una mujer a su disposición para cuando la suya estuviese ocupada le sentaban bastante bien… se sentía poderoso… y egoísta.
Habían hablado, cenado y hecho el amor, como cada vez que se veían. Luego ella insistió en ver una película con él y no pudo irse hasta las dos de la madrugada…
Puede que si se hubiese ido antes de la casa de la rubia hubiese podido detener a Rachel.
Puede que si el atasco no se hubiese disuelto 10 minutos después de haber asegurado que acudiría a su cita clandestina hubiese podido detener a Rachel.
Puede que si Quinn no lo hubiese llamado aquella primera tarde, tras 7 años sin verse, hubiese podido detener a Rachel.
Pero salió muy tarde de aquella casa que no era suya, el atasco acabó sin problemas y no dudó en quedar con su amor de instituto cuando se le presentó la ocasión.
Se lo había buscado él solo, no le quedaba más remedio que reconocerlo y… empezar a aceptarlo. Empezar a aceptar que no volvería a ver sus ojos marrones al despertarse, ni a probar sus desayunos caseros de los sábados… tampoco volvería a escucharla reír, ni a tenerla entre sus brazos… ni a pasear los domingos por Central Park…
Todo eso se le había terminado. Su matrimonio se había terminado.
No iba a pegar ojo, lo sabía… lo que no sabía y se preguntaba seriamente, era donde estaría Rachel y sí, en algún momento, se le ocurriría echarlo de menos. Por si acaso, encendería el móvil… ya no tenía que temer que su mujer cogiese la llamada por error y se encontrase con la voz de Quinn al otro lado… nunca tendría que volver a temer eso.
