Proyectos pendientes y esta historia en la que me he sumergido. Deseo que os guste.
Shingeki no Kyojin no me pertenece.
01: Prólogo a la catástrofe.
—Jaegar, ¿podría usted, si está inspirado, traducirnos el maldito texto?— inquirió el profesor de francés, con el entrecejo fruncido, como de costumbre, y con una expresión amargada. No parecía feliz.
Eren tragó saliva. Se puso de pie, con el libro entre las manos, e improvisó. Había estado hablando con su compañero de pupitre y no había prestado atención a clase. Sabía que se lo merecía. Cuando terminó, volvió a sentarse para evitar una mayor humillación pública, y el profesor se pasó la mano por su cabello para apartárselo de la cara.
—Tsch. Bien hecho.
El alumno sonrió. La clase continuó y, cuando sonó el timbre, los estudiantes se levantaron de sus sillas y se dirigieron hacia la puerta. El profesor no puso nada de deberes. Sin embargo, Eren notó como su mirada se clavaba en su espalda mientras se alejaba.
—El profesor Rivaille da miedo...— dijo temblando Sasha Braus.— Pensé que iba a colgar a Eren.
—Menos mal que éste es nuestro último año en el instituto— añadió Connie Springer— y que ya no vamos a verle más. Si tuviera que escuchar otro de sus irónicos discursos... ¡bang!— hizo el gesto de apuntarse a sí mismo con una pistola, y disparó.
Algunos alumnos rieron. Pero a Eren Jaegar no le hizo mucha gracia. Armin y Mikasa, sus dos mejores amigos, le preguntaron por qué parecía estar tan serio.
—No es por nada— respondió, con una sonrisa.
—Seguro que se ha meado encima mientras improvisaba la traducción— se burló Connie. Sasha se rió amistosamente y Armin esbozó una sonrisa amable. Mikasa permaneció seria.
Eren decidió sonreír y negarlo.
Eren tenía un secreto muy bien guardado: sentía algo por su profesor de francés. Aún no sabía qué diablos era, y dudaba que estuviera enamorado de él o algo por el estilo, pero sentía una atracción misteriosa hacia ese hombre amargado que siempre tenía malas palabras para sus alumnos. Había investigado un poco —lo suficiente— y sabía que tenía 32 años, nunca se había casado, estaba soltero y tampoco tenía hijos. Sabía, además, que varios profesores le temían y tenían con él una simple relación cordial. El profesor Rivaille siempre tomaba té negro. Y, dejando de lado los aspectos piscológicos que tanto intrigaban a Eren, eso era todo lo que sabía de él.
...
Año nuevo. Se celebró una gran fiesta en el pueblo. Eren, junto a Mikasa y Armin, asistió a ella y se dejó ver por todos los asistentes que, como él, celebraban el inicio de un nuevo año. El primer terminio del curso no le había ido muy bien en cuanto a notas se refería. Especialmente inglés y francés. Se había esforzado especialmente en ésta última pero, a pesar de todo, los idiomas no eran su fuerte.
Así que allí estaba, triste. No sabía exactamente por qué motivo. Intuía que era por el despreciable suficiente de francés y por la misteriosa atracción que ejercía sobre él el profesor. Pero el caso es que empezó a beber.
Fue una noche muy confusa. Eren se había separado de sus compañeros y estaba vagando como un fantasma por el pasillo de los cuartos de baño de la discoteca, empujado por unos y por otros en sus idas y venidas. Entonces, cuando entró en el cuarto de baño de los chicos y devolvió todo el alcohol en el retrete, se arrepintió de haberse pasado tanto bebiendo. Claro, ¿qué otra cosa podía hacer? No se juró que no volvería a beber, porque sabía que incumpliría su propia promesa.
Así pues, decidió salir, aprovechando unos minutos de lucidez, y sentarse fuera; lejos de las luces y la gente. No supo si era o no una buena decisión. El caso es que debía de ofrecer un muy mal aspecto, porque alguien se le acercó. A Eren le pareció el tipo más atractivo que había visto en toda su vida; vestía unos tejanos negros, una camiseta azul oscuro y una corbata negra un poco suelta. Parecía que le había dejado su chaqueta a alguien que lo acompañaba.
—¿Estás bien? ¿Necesitas algo?
Eren parpadeó. Sonrió inconscientemente.
—J'ai juste besoin de votre sourire, professeur Rivaille— dijo en un perfecto acento francés. Rivaille abrió mucho los ojos, y se quedó de pie, mirándole sorprendido. Justo después bufó y cogió la chaqueta que su acompañante sujetaba.
—Id entrando, yo vendré más tarde.
Le puso la chaqueta a Eren por los hombros y lo ayudó a levantarse.
—¿Dónde vives? Te acompañaré hasta tu casa.
Pero él ya se había quedado dormido, y Rivaille se vio en un conflicto: no podía dejarle ahí, no sabía dónde vivía y tampoco había visto a ninguno de sus otros alumnos rondando por allí. Así que, mientras avanzaba paso a paso, a cada cual más inseguro que el otro, decidió llevarle a su casa.
...
Despertó la primera mañana del año en una habitación que no le resultaba para nada familiar. Era, además, terriblemente impersonal. Asustado, levantó la sábana que cubría la cama; estaba vestido.
Eren se levantó. Le dolía un montón la cabeza y, lo que era peor: no recordaba nada de la noche anterior. Sabía que había estado dando vueltas cerca de los baños, y que había vomitado, pero nada más. ¿Y si estaba en casa de Jean? Joder, lo último que deseaba era que ese engreído le dijera que no se lo había follado por piedad.
Miró a su alrededor una vez más. Esa no parecía la casa de Jean. ¿Debía sentirse agradecido, o asustado de estar en casa de un desconocido?
Decidió salir de la habitación. Había un amplio salón, igual de impersonal que la habitación, y en el fondo una mancha de color oscuro que se asemejaba a una persona. Eren enfocó la vista. Se le cayó el mundo al suelo.
—P-profesor Rivaille...
El nombrado dejó la taza humeante en la encimera y le dirigió una mirada de evidente mal humor.
—No le digas a nadie sobre ésto, o podríamos tener problemas— amenazó.
Eren abrió mucho los ojos. ¿Él y el profesor Rivaille...? Antes de que pudiera decir nada, el mayor leyó el poema en su cara.
—No, no pasó nada, imbécil. Estabas tirado, borracho como sólo un gran idiota lo estaría, y te dormiste antes de que pudieras decirme dónde coño vivías. Escúchame bien— Rivaille se acercó. Eren tragó saliva, y su corazón latía a mil por hora—; si no fuera porque soy tu profesor ahora mismo seguirías tirado en la calle. Y ahora largo.
Eren agradeció, nervioso como estaba, el gesto de su profesor, y después salió de su casa. Temblaba. Decidió bajar por las escaleras, porque esperar el ascensor le producía aún más nervios, y cuando salió del edificio tardó un poco en orientarse.
A lo largo del día, fue recordando fragmentos de la noche anterior: recordó haber vomitado, los golpes de la gente cuando pasaba, recordaba haberse sentado en la calle, cansado, y la visión del hombre más atractivo que jamás había visto. Recordó con espanto que se trataba de su profesor. Y, entonces, una frase vino a su mente: «Je ai juste besoin de votre sourire, professeur Rivaille».
—Sólo necesito su sonrisa, profesor Rivaille...
Eren palideció. Le dijo esa frase tan atrevida a su profesor.
Le daba miedo el nuevo año.
...
Fue una mañana de mediados de febrero. El profesor Rivaille parecía terriblemente triste y Eren, que no dejaba de fijarse en él, decidió tener un detalle.
Compró en la máquina un té negro, lo cubrió para que no perdiera el calor y, cuando nadie miraba, lo dejó en la mesa del profesor. Eren se marchó, pues no quería ser descubierto, y desde la ventana del pasillo comprobó que aquel gesto había alegrado ligeramente a Rivaille.
Y algo en el interior de Eren empezó a impacientarse. Su corazón iba a explotar. Sintió que le faltaba el aire; sintió algo muy fuerte.
No volvió a hacerlo. Temió que lo que sentía por él fuera a terminar con su cordura. Pero Eren sabía que no iba a olvidarle.
...
Le había temido al nuevo año, pero estaba en junio y no había sucedido nada. Las clases de francés habían resultado incómodas, como de costumbre y como se lo esperaba, y sus notas mejoraron con un gran esfuerzo.
Y ahora, no sin cierta tristeza, estaba sentado delante de una puesta de sol en una bella isla para celebrar, con sus compañeros de clase, el fin del instituto.
Eren recordaba la última vez que vio al profesor Rivaille. Le pareció ver un poco de tristeza en sus ojos, a pesar de todo. Y eso le dolía: ahora que él no estaba, no habría nadie que se fijara en la infelicidad del profesor de francés, ni nadie que le dedicara un alegre «Buenos días, profesor» que, a pesar del detalle, Rivaille ignoraría magistralmente.
En ningún momento, pero, le había recordado la vergonzosa frase que le había dicho la noche de fin de año. Tampoco había sonreído.
—¿En qué piensas, Eren?— le preguntó Armin, su mejor amigo, cuando se quedaron solos. Todos los demás ya habían regresado al hotel para cenar.
—El profesor Rivaille está roto.
—¿Qué?
—Nada.
Y Eren se marchó a la universidad, junto a Armin, Mikasa, Sasha, Connie, Jean y todos los de su generación. Y en el instituto quedó olvidada la historia de algo que pudo ser pero no fue. Al menos, quedó olvidada durante cinco años.
Continuará...
