Una treceava historia para la semana de Halloween.
Disclaimer: Fairy Tail no me pertenece. Pertenece a Hiro Mashima.
Referencias De Lectura:
Diálogo.
«Pensamientos»
Narración.
+|+ El Chalet +|+
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+| Arribando |+
Llevaban cuatro horas de retraso según su plan de viaje.
Se suponía que antes de anochecer estarían en el viejo chalet que su cuñada Ultear les había prestado, en las afueras de la ciudad de Fiore, pero claro, habían pasado esa semana de Luna de Miel paseando entre las maravillas arquitectónicas de Crocus, los balnearios de aguas termales y por supuesto, mucho de su tiempo lo pasaron en la cama y entre las sabanas.
¿Y quién podía culparlos?
La hermosa mujer pelirroja que hacía de copiloto en este momento era el amor de la vida y la tentación más grande del hombre de cabello azulado que la mantenía sujeta de la mano mientras conducía con una gran sonrisa en el rostro. Desde niños habían sido amigos, de adolescentes sus sentimientos fueron mutando y aunque a los catorce, y aún sin confesarse ―o si quiera entender realmente― lo que sentían, tuvieron que separarse cuando la madre del peliazul se cansó de ser golpeada y abusada por su pareja, escapando de Rosemary de pronto y sin avisar a nadie junto con su hijo, luego, la pelirroja había dejado esa ciudad para vivir con su abuela al morir su padre. Siete años después se habían encontrado de nuevo en la universidad de Magnolia mientras entraban a su último semestre de la carrera de ciencias forenses. No había mejor profesor que Gildarts Clive y ambos decidieron especializarse con él.
El destino siempre se encarga de todo.
Apenas entró la pelirroja a la clase lo reconoció, no por su inconfundible cabello, como en el caso de él con ella, sino por el tatuaje en el rostro.
Cuando eran niños,y buscaban aislarse de los diferentes tipos de abandono en el que vivían, habían visto ese diseño en uno de los libros favoritos de la difunta madre de la mujer y la pelirroja le había contado que su mamá encontró ese libro en una de las tantas excavaciones arqueológicas a las que había ido, y que según la tradición de los Etheranos, ese diseño en específico era la representación del destino. La mujer amaba esa historia en particular por ser la favorita de su madre, se la contaba siempre en las pocas ocasiones en las que la veía, y también fue la última que le contó antes de morir.
Y ahí estaba él…
Siete años después y con ese diseño tatuado en el rostro. Cuando salieron de la clase y él la esperó, saludándola con un simple "Tanto tiempo, Scarlet" fue como si los años no hubiesen pasado, ella le preguntó por el tatuaje y él ―avergonzado y tímido― le confesó que se lo hizo cuando volvió a Rosemary y no la encontró. ―¿Por qué rojo? ―preguntó la mujer y el hombre estiró su mano, tomó un mechón de su cabello y lo besó antes de hablar― No es rojo, es escarlata…
Desde ese momento las cosas habían quedado claras para ambos.
Se amaban.
¿Desde adolescentes? ¿Desde niños? ¿Desde antes? ¿En otro vida?
No lo sabían. Pero era lo que era.
Luego de allí comenzaron a salir, se confesaron, se separaron, y volvieron a juntarse.
Lo típico entre los enamorados.
Pero finalmente, tres años después de re encontrarse por cosa del destino, se habían casado, y estaban en su penúltimo día de permiso para su Luna De Miel, por esa razón se habían devorado el uno al otro apasionadamente y sin descanso, y finalmente, justo esa mañana, retozaron tanto en la cama que no se dieron cuenta que las horas pasaban aunque para ellos estuviese paralizado el tiempo.
Y esa era la razón de su retraso.
―¿Crees que lleguemos antes de que oscurezca? ―le preguntó la mujer al hombre.
―Sí, faltan menos de dos horas para llegar, Erza. No podremos ir al lago hoy pero ya lo haremos mañana, estoy seguro de que encontraremos en que entretenernos hasta la mañana ―le sonrió travieso y ella se sonrojó.
―Jellal, ¿acaso no te cansas?
―No ¿Tú sí?
Ella se mordió el labio, no respondió y miró sonrojada hacía el frente, dónde el sol ya se ocultaba.
―¡Jajajaja! Lo sabía, tu tampoco te cansas ―ella sonrió divertida mientras el claudicante sol terminaba de ocultarse y el brillo de sus rayos se perdía en el horizonte, dejando el hermoso bosque de árboles de hoja perenne en una oscuridad natural.
De pronto, como si el sol se hubiese llevado toda la energía junto con sus cálidos rayos, el auto se detuvo.
―¿Qué sucede? ―preguntó la mujer con tranquilidad― Y sí la respuesta es "Nos quedamos sin gasolina" te juro que te pido el divorcio aquí mismo.
―Entonces jamás me oirás decir eso… ―le contestó el hombre divertido. La mujer abrió los ojos alarmada y se fijó en el panel de control del auto, respiró aliviada al ver que la aguja marcaba casi el tanque lleno, el hombre le dio un golpecito en la frente para llamar su atención― ¿De verdad creíste que cometería ese error? ―le miró falsamente indignado.
―Bueno, te pasó cuando visitamos a Juvia y a Gray hace seis meses.
―¡Hey! Eso fue culpa tuya también, ¿Quién fue la que me metió en el auto por qué estaba desesperada por llegar a tiempo al hospital para ver al pequeño hijo de ese par?
―Igual es tu deber mantener tu auto con el tanque lleno, yo lo hago con el mío.
―Asume tus culpas, Erza... No es un buen ejemplo para nuestros pequeños ahijados… ―la miró seriamente apelando a la rectitud de carácter de su esposa.
―Bien, bien… ―aceptó con un mohín infantil al ver perdido el debate― pero valió la pena, el pequeño Silver nos estaba esperando ―con un brillo de emoción miró al hombre, ella no veía la hora de tener a su propio hijo. Ambos soñaban con ello, estaban decididos a darles el amor de padres que ellos ―por distintas circunstancias― no recibieron.
―Y ver a Gray desmayado también valió la pena… ―ambos rieron mientras los sonidos del bosque daban la nota musical de la noche que acaba de cernirse sobre ellos.
El hombre se bajó del auto y abrió la tapa delantera para revisar el motor, el aceite, el carburador, y la batería. Nada. Todo estaba en orden y aún así el carro no encendía, si había algún problema no lo podía saber y menos con la tenue luz que le daba el teléfono que su esposa sostenía mientras el revisaba. ―Erza, ¿Quieres revisar tú? No encuentro nada, tal vez tú si veas algo… ―la mujer le pasó el teléfono al peliazul y comenzó la revisión pero llegó a la misma conclusión―. Nada. No veo ningún problema ¿Tal vez sean los circuitos de transmisión del motor, no?
―Es probable, pero en esta oscuridad no podemos arreglarlo ―el hombre miró el móvil y suspiró―. Ni siquiera hay señal en esta zona…
―Yo tampoco tengo señal ―respaldó la mujer al sacar el móvil del bolsillo de su pantalón― ¿Qué hacemos?
El hombre se pasó la mano por la nuca y luego miró al cielo y sonrió ―Al menos es una noche casi totalmente despejada… ¡Wow! El cielo es maravilloso lejos de la ciudad…
La pelirroja miró al cielo y sonrió encantada, las estrellas brillaban con una intensidad nada usual para ellos que vivían en la ciudad y que mayoritariamente estaban en misiones de campo viendo al suelo, recogiendo pruebas o en los laboratorios de ciencias forenses.
Esas estrellas en el nocturno cielo eran un espectáculo maravilloso y puro…
―Es precioso… ―sintió los brazos de él abrazarla por la espalda y se recostó en el pecho del hombre.
―Las estrellas, tú y ese anillo que indica que eres mía y yo soy tuyo… Nada puede ser mejor que esto… ―le susurró al oído.
―No necesitas del anillo para que sea así… ―le contestó ella entre risas por las cosquillas que le hacía en el cuello con los labios.
―Pero es efectivo para mantener a indeseables apartados de mi belleza escarlata…
―¡Jajajaja! Celoso…
―Culpable… ―con sutileza giró a la mujer en sus brazos y la besó con ternura―. Sabes, los hombres sanos siempre fantasean con hacer cosas al aire libre… ―el tono que usó le dejó claro a la mujer a qué tipo de cosas se refería.
―¿Cómo lo que hicimos al acampar en las montañas de Oak?
―Pero estábamos en una tienda de campaña, ahora no tenemos una… ―subió los labios a la oreja de ella y atrapó el lóbulo entre sus dientes mientras sus manos apretaban la fina cintura de ella.
―P-pero… ―intentando controlar su respiración habló la mujer― tenemos el auto…
―Eso ya lo hemos hecho muchas veces… ―le susurró al oído mientras metía sus dedos bajó la blusa de su hermosa esposa, la mujer no pudo responder porque se concentró en devolver el demandante beso húmedo de su esposo, sujetándolo del cuello y atrayéndolo a ella, y cuando las lenguas comenzaron una particular y placentera lucha, la mujer dio un brinquito y enredó sus piernas en la cintura del hombre mientras este pasaba uno de sus fuertes brazos bajo el trasero de ella para mantenerla en esa posición en tanto buscaba un árbol en que apoyarse para seguir con lo que se venía…
Pero justo en ese momento un trueno y una fuerte luz los trajo de vuelta a la realidad.
―¿U-un trueno? ―preguntó con la respiración agitada el peliazul.
―P-arece que está p-por llover…
―Estamos en primavera.
―Pues lluvia de primavera será… Tendremos que esperar hasta mañana aquí, espero que no sea una lluvia muy fuerte…
―No, tenemos una mejor opción ―el hombre miró hacia el cielo, solo habían un par de nubes grises― En auto estamos a veinte kilómetros del chalet pero a píe entre los senderos es más rápido, estamos a un kilómetro y medio de ahí, podemos ir caminando.
―¿Sabes llegar?
―Por supuesto, Erza… ¿Quién conducía? ―puso los ojos en blanco, se dirigió al auto, sacó un mapa de la guantera y lo extendió sobre el capo del oscuro vehículo― Estamos aquí… ―señaló una arboleda con un lago en medio― y tenemos que ir aquí ―apuntó a un claro con un edificio al medio― nos queda alrededor de un kilómetro en dirección nordeste y luego medio kilómetro al este…
―¿Y el nordeste queda en….? ―interrogó con la ceja alzada y él le señaló el cielo― Grand Chariot está allí, y siempre apunta al norte ―el hombre se quitó su reloj y lo colocó sobre el mapa, apuntando el doce en la dirección de la constelación― Y allá está el nordeste ―señaló con su mano a un sendero a unos diez metros delante de ellos.
―Vaya, pensar que tu fanatismo por las estrellas sería tan útil. Debió dedicarse a astrónomo, señor Fernandes…
―Lo pensé, pero al final lo veía más como una pasión que como un trabajo, señora Fernandes. ¿Pero entonces quien sería el mejor forense de Magnolia? ―añadió socarrón.
―Pues seguiría siendo yo ―contestó ella haciendo que el peliazul aguantara una carcajada mientras ella se dirigía al maletero del auto, ambos eran considerados una autoridad en el campo, ambos habían ganado numerosos premios por libros publicados, ambos tenían el puesto compartido y ambos les encantaba competir entre ellos―, será mejor que llevemos la comida y una maleta de ropa, mañana podremos arreglar el auto y llevar lo demás.
―Sí, jefa… ―y con un saludo militar se acercó al auto a abrir el maletero.
―¿Llevamos también los libros? ―preguntó ella indecisa al ver las tantas maletas que ella siempre preparaba cuando viajaban, se inclinó en el auto y sacó un bolso pequeño―. El botiquín está aquí y me parece que hay un par de linternas ¿Crees que haya electricidad allí?
―Noup… además no necesitarás entretención adicional, eso déjaselo a tu entregado esposo… ―y le dio una nalgada a la mujer mientras sacaba la maleta más pesada que contenía la comida y la ponía en el suelo.
―Eres un… ―molesta y avergonzada intentó golpearlo en el pecho pero él la tomó de la mano, la apegó a él y le dio un beso.
―Un enamorado, lo confieso… ―cuando la besó de nuevo y ella se apretó contra él oyeron otro trueno caer― Hmmp… ―suspiró con pesar el hombre al dejar los suaves labios de su esposa― parece que no tenemos tiempo…
La mujer asintió, tomó la otra maleta más pequeña, y luego su bolso de mano del asiento del copiloto, el hombre también tomó su maletín y cerró el auto con seguro ―Dudo que pase algún alma más por aquí, pero de verdad espero encontrarlo en la mañana ―la mujer le sonrió divertida y comenzaron a caminar entre los senderos, dos veces tuvieron que detenerse a revisar el mapa con ayuda del reloj y las estrellas, y cuando llegaron a un solitario sendero sin salida ya las nubes tapaban por completo el cielo.
―Jellal… ¿Estamos perdidos? ―preguntó en un suspiro la mujer
―No, no lo estamos.
―Jellal, admítelo, igual no es como que haya alguien al que preguntar direcciones y termines con tu ego masculino dañado…
―Erza, no estoy perdido…
―¡Ajaaa…! ¿En dónde estamos? ―ni se molestó en retarlo con la mirada, estaba tan oscuro que apenas veían frente a ellos, en su lugar le apuntó la cara con la linterna― Responda con la verdad…
―Ahora estoy en una sala de interrogación ―la señaló a su vez con la linterna.
―No sabes dónde estamos…
―Estamos en un sendero, en un bosque…
―Jel… ―un fuerte viento los interrumpió y las hojas de árboles que trajo consigo les hizo dar varios pasos atrás y taparse la cara con los brazos― ¡Kyaaaaa!
―¿Kyaaa? ―pensó extrañado el peliazul. Nunca en su vida había escuchado ese grito tan adorable y tierno en su esposa «Excepto mi nombre, claro» se corrigió mentalmente― ¿Erza estás bien? ―señaló con la linterna donde antes estaba su esposa, pero ya no estaba― ¡Erza! ¿Estás bien?
―Algo así… ―escuchó la voz de la mujer lejana y se encaminó a ella― cuidado con el…
Muy tarde. Su esposo caía por la misma colina por la que se resbaló ella.
―Auch… ¡Demonios!
―¿Estás bien?
―Sí, ¿Tú?
―También, de hecho fue divertido ―rió al ver la cara de él de "Ni en joda eso fue divertido"― Y… encontré el chalet, aunque parece más una mansión…
El hombre miró donde la mujer le señalaba, una edificación antigua de piedra sólida y detalles en mármol blanco de la época victoriana, techo alto e inclinado. Desde donde estaban podían vislumbrar dos habitaciones en la parte baja y unas tres en la alta sin contar el altillo. Un pequeño jardín descuidado lo rodeaba y una fuente seca y llena de moho con una estatua de de lo que alguna vez fue una niña jugando con una muñeca terminaba de decorar el paisaje.
―No pensé que fuese un lugar así, parece caro… y creo que Ultear nos lo prestó para ahorrarse pagar la limpieza. Tu hermana no deja de sorprenderme con su capacidad de manipular a su conveniencia a la gente ¿Lo habías visto antes? ―suspiró derrotada.
―Es mi media hermana… y no, Ultear lo compró hace pocos meses―enfatizó el media y la pelirroja supo que su marido estaba un poco molesto, Ultear le encantaba jugarle ese tipo de bromas desde que la madre de él se había vuelto a casar y ellos se habían convertido en familia.
―Bueno, no está mal… Tal vez por dentro esté mejor. ¿Vamos?
No tuvo que esperar que él se decidiese, las primeras gotas de lluvia los encaminaron con premura a la entrada empedrada del chalet, subieron los cuatro escalones y se detuvieron en el corredor entechado de la entrada, con reticencia el hombre miró la puerta de caoba ―No creo que este sea el lugar…
―¿Qué?
―Caímos por el lado oeste y estoy seguro que aún nos quedaban unos trecientos metros hacia el este.
―¡Oh, vamos Jellal! Eso no lo sabías porque estabas perdido.
―No, no lo estaba…
La mujer elevó los brazos al cielo y la lluvia comenzó a caer con más fuerza ―¡Hombres! Pues bien, prueba la llave y ya está…
El peliazul sacó las llaves de su pantalón y con escepticismo metió la llave y la giró, un click indicó que era la llave de esa puerta.
―Te lo dije… ―la mujer iba a entrar pero su esposo la detuvo― ¿Qué sucede? ―observó como el arrugaba el entrecejo pero después negó con la cabeza.
―Nada… ―había sentido algo como una presencia al abrir la puerta, un sentimiento similar a cuando estaban en una escena del crimen y las piezas para resolver el delito habían sido removidas o limpiadas por el perpetrador. Sin embargo lo dejó pasar, no era momento para permitir que su lado de obseso a resolver enigmas tomase lo mejor de él, esta era su Luna de Miel y la disfrutaría con su hermosa esposa―. Así no es como la esposa debe entrar a su casa… ―se acercó a ella le quitó las maletas y las tiró adentro, luego se agachó, le puso una mano bajo los brazos y otra bajo las rodillas y la cargó al estilo princesa― Listo, bienvenida a su casa temporal, mi señora…
―¡Oh, Jellal! ―rió divertida― Has hecho esto todos los días en el hotel…
―Y planeo seguir haciéndolo…
―Ay, por Mavis… ―mientras suspiraba divertida y él cruzaba el umbral del chalet, un nuevo soplo de viento que trajo consigo gotas de la fría lluvia los golpeó, la pelirroja sintió un frío extremo cerca de su oreja, como si una exhalación hubiese sido soltada en ella, pero la suave voz que escuchó en medio de los aullidos del viento fue lo que mandó un escalofrió desde su oído hasta la punta de sus pies…
Él nunca me quiso…
La puerta tras la pelirroja se cerró, la oscuridad rodeó a la pareja y la pelirroja intentó hablar pero no pudo…
…Tampoco te querrá a ti.
