Un sollozo, lentes rotos y un ojo morado, los tres esperaban; él niño con la mirada baja, la niña observaba el techo y su agresor a lo lejos.
El silencio de su compañero de asiento la ponía nerviosa, tal vez no debió intervenir, tal vez debió correr por ayuda, tal vez solo tal vez debió ignorar la escena de hace unas horas.
-¡Sucrette!- su madre llego corriendo- ¿mi niña qué ha pasado?, mira cómo has dejado tu vestido y ese ojo tardará en sanar- la pequeña observó a su mamá, se veía agitada, su traje café con leves rastros de sudor y su cabello ligeramente enmarañado eran señal de que había corrido desde su oficina hasta la escuela.
Intentó decir algo pero el sonido de la puerta al abrirse la interrumpió – Señora, pase por favor, la estábamos esperando- la maestra de aproximadamente cuarenta años guio a su madre a la dirección, donde otras mujeres esperaban.
Nuevamente se sentó junto al niño que no se movía, y observó al rufián con quien compartían clases llorando a lo lejos.
-¿Estás bien? – su voz la saco de sus pensamientos – Tu mamá dijo que tenías un ojo lastimado ¿te duele mucho?- el movió la cabeza instintivamente hacía donde estaba ella.
-Estoy bien- le sonrió – no es la primera vez que me pasa, pero a ti te ha ido peor, ¿aun te duele el estómago? – Él negó con la cabeza- que bueno – y estirando su brazo alcanzó la mano del niño – Mi nombre es Sucrette, ¿cuál es el tuyo? – el cálido tacto de ella lo hizo sonrojar, y con la voz entrecortada le respondió.
- Soy Kentin –.
Se levantó de su lugar, talló sus ojos con la palmas de sus manos y al abrirlos solo percibió la oscuridad, estiro su brazo hasta el lado contrario, tomó sus anteojos y encendió su lámpara – Despierta se nos hace tarde – su compañera se levantó, removió su cabello y se dirigió al baño, ella era hermosa, su rizado cabello había crecido desde que la conoció, su figura delgada y atlética solo era cubierta por una camisa demasiado grande para ser de ella, salió del baño sonriéndole como todas las mañanas.
Él sabía que ella lo amaba por eso le dolía no poder corresponderle de la misma forma, porque a pesar de vivir juntos y haber compartido momentos tan íntimos; desde el que alguno devolviera lo que había en su estómago por alguna enfermedad hasta haberse dejado llevar por deseos carnales, él amor que siente por Sucrette no se podía marchitar.
