Sollozos. Gritos de espanto. Gente corriendo. Gritos de angustia y desesperación que nacen en lo más profundo de la garganta para morir en los labios de alguien que está a punto de sufrir a manos del ser más despiadado que ha pisado la tierra.
Luego nada. Un silencio sepulcral que halaría la sangre en las venas del más valiente. Y muertos. Muertos muchos de los seres por los que habría dado su propia vida.
Finalmente, el ser más atroz que pudiera imaginarse, desapareció. Llevándose con él parte de sus ilusiones, sus esperanzas y sus sueños.
Miedo. Miedo de lo que iba a suceder a partir de entonces. Del camino que iban a seguir sus vidas. Pero ella seguía allí. Y la certeza de saber que nunca se iría, aliviaba un poco el dolor y la rabia que llevaba dentro.
¿Cuánto odio puede ser capaz de almacenar un ser humano?
Silencio.
Capítulo 1: Hay que olvidar
-Harry, ¿Estás ahí?
Harry se despertó sobresaltado. Había vuelto a soñar lo mismo una vez más. Una voz femenina se dirigió a él:
-Harry, ¿Estás bien?
-Sí- dijo el aludido- supongo.
Miró a la persona que tenía enfrente. Una hermosa mujer de veintidós años con el pelo rojo hasta la cintura, sujeto con un pasador, le miraba preocupada. Su mujer, Ginny Weasley.
Recorrió si figura con la mirada, deleitándose en cada rincón de su cuerpo y deteniéndose en el vientre de ella, ahora abultado .Dentro de tres meses, ese vientre se abriría para dar paso a la vida.
-Ven, siéntate aquí, conmigo- pidió Harry.
Ginny obedeció y Harry apoyó su oído en el vientre de ella.
Desde que la segunda guerra había terminado con la muerte de Voldemort, pero también de muchos de sus seres queridos, Ginny y su futuro hijo eran lo único que daba fuerzas a Harry para continuar luchando. Continuar viviendo. Porque la mayor parte de los mortífagos seguían con vida.
No ocurrió así con Dumbledore, los señores Weasley, Ron, Hermione, Remus... cuyas muertes Harry había tenido que presenciar. La lista era interminable.
Sólo le quedaba Ginny, su querida Ginny.
-¿Vamos a la cama?-preguntó ella-es tarde.
Harry se levantó con decisión. Era realmente tarde, y además su trabajo de auror lo dejaba agotado.
Desde la muerte de Dumbledore, Harry había pasado a dirigir La Orden del Fénix. Ahora, la organización contra las artes oscuras más poderosa del mundo y entre cuyos miembros, se contaban más de mil aurores perfectamente capacitados para ejercer tal cargo.
Harry y Ginny se retiraron a dormir. En la laberíntica mansión de los Potter (que Harry había heredado y hecho restaurar) había varias habitaciones sólo para ellos dos.
Harry se reía cada vez que recordaba que al principio de que vivieran juntos, Ginny recorría la mansión armada con un mapa. Un mapa parecido al mapa del merodeador que James Potter había hecho para Lily.
Pero esa noche no iba a ser como las demás. Al amanecer, la vida tranquila que el matrimonio había llevado desde la muerte de Voldemort, se vería alterada para siempre...
