Capítulo 1.
17 de agosto de 2032. Austin, Texas.
Jane y Lisbon entraron en casa sin mucho ánimo. Habían dejado a Mandy, su hija, en el aeropuerto para volver a San Francisco, donde estudiaba criminalística, igual que su madre cuarenta años antes.
-¿Estás bien, Teresa?
-Sí, pero ya la echo de menos. Es que es la primera vez que nos separamos tanto tiempo.
-Lo sé, pero estará bien. Allí hará nuevas amigas pronto, y aunque Rigsby y Van Pelt se mudasen a Austin como nosotros, Ben y Maddie estudian allí, cuidarán de ella. Lo sabes, ¿verdad?
-Fíjate, con lo protector que eras con ella cuando era pequeña y lo tranquilo que estás ahora.
-Mandy ha demostrado ser una chica fuerte e inteligente. Además, le has enseñado bien a defenderse, estoy tranquilo. Por cierto, ¿te dejaste la ventana del baño abierta?
-¿Yo? No, la cerré antes de salir. Sal fuera, voy a echar un vistazo.
Lisbon sacó su arma. A pesar de estar a punto de cumplir los sesenta años y no realizar tanto trabajo de campo no se separaba de su Glock. Se movió por la casa igual que en el trabajo, cubriéndose a sí misma y al mismo tiempo todos los ángulos de la casa en silencio. Cuarenta años como policía le habían conferido un instinto especial para saber que algo no andaba bien. Sobre su almohada había una gerbera naranja, y de ella pendía una tarjeta de la floristería de Sacramento en la que todos los años encargaba un ramo de gerberas naranjas para la tumba de Amanda Shawn, la secretaria de Tommy Volker. Y entonces lo escuchó, era un sonido sordo y rítmico que provenía de su mesita de noche.
Jane se estaba impacientando, Lisbon ya debería haber salido, pero tampoco quería llamarla para poner sobre aviso al posible intruso. Al empezar a andar, la casa que con tanto mimo había construido para su familia voló por los aires. "Teresa" fue la única palabra que pudo pensar antes de que la oscuridad le acogiese.
22 de agosto de 2032. Austin, Texas.
El sacerdote les había dedicado una homilía muy emotiva, haciendo hincapié en el buen corazón de Teresa Lisbon-Jane y en el bien que hizo Patrick Jane a la comunidad una vez que dejó el FBI.
-Y ahora, tengo entendido que un par de amigos y familiares van a decir unas palabras. Adelante, por favor.
El primero en hablar fue Jimmy. Se aclaró la garganta y comenzó a hablar de lo que su hermana había supuesto en su vida una vez que sus padres murieron, de cómo sus hermano y él la veneraban y cómo se alegraron cuando supieron que había encontrado a un buen hombre con el que pasar el resto de su vida. Luego habló Rigsby.
-Teresa Lisbon fue mi jefa, la mejor jefa que he tenido, debo añadir, pero también fue mi amiga, una excelente compañera y una persona a la que admirar. Admiraba su fortaleza, su integridad y su sentido del deber. Se jugó su placa y su vida muchas veces por nosotros, pero sobre todo por Patrick Jane, su marido, a quien también hemos perdido. Jane llegó a nuestras vidas para ponerla patas arriba, pero acabó siendo parte de una extraña familia que ha estado unida más de treinta años. Y yo… -en ese punto la voz se le quebró- Adiós, Jane. Adiós, jefa.
A Mandy le hubiese gustado decir unas palabras, contarles a todos que adoraba a sus padres, que para ella el paraíso era verles discutir por tonterías para luego solucionarlo con un beso, verles abrazarse en mitad del pasillo porque sí o las cenas entre risas y anécdotas, pero también entre consejos e historias del pasado. Pero no podía, sentía todo el peso del mundo oprimiéndole el pecho. En su lugar subió Cho, él no era de muchas palabras, pero aquel día las encontró. Habló de sus inicios en la Brigada, de la profunda admiración y amistad que les unía y de lo mucho que iba a echar de menos a sus amigos, a los que Marshall y Lucy, sus hijos, llamaban titos.
Cuando terminó su discurso, la banda comenzó a tocar Amazing Grace, pero sin gaitas, a Teresa nunca le gustaron. Las salvas de fogueo fueron el último homenaje al matrimonio y al terminar le dieron a su hija dos banderas dobladas, porque aunque su padre era un civil que hacía tiempo que no trabajaba para el FBI, era considerado un miembro más del grupo.
Grace se acercó a Mandy y le abrazó todo lo fuerte que pudo sin llegar a hacer daño. Quería que supiera que podía contar con ellos, que todos la apoyarían, y que aquella noche la pasaría en su casa, en la habitación de Maddie, como cuando eran pequeñas.
Durante la cena apenas probó bocado, no tenía nada de hambre, y las miradas de compasión de sus tíos postizos -a los que consideraba sus tíos reales- no ayudaban mucho. Grace había puesto la televisión de fondo, había leído que en pocos minutos iban a emitir uno de los capítulos decisivos en la serie favorita de las chicas y pensó que durante cincuenta minutos dejaría de darle vueltas a la cabeza.
-Buenas tardes, soy Lindsey McMillan y este es el adelanto de las noticias de la noche -anunció la presentadora del Canal 9- El Fondo Monetario Internacional ha calificado la…
-Mamá, igual deberíamos cambiar -propuso Ben, mirando de reojo a su amiga, pero ya era tarde.
-Y hoy han sido enterrados en Austin, Texas, la agente del FBI Teresa Lisbon-Jane, y su marido, Patrick Jane, al que recordamos por haber dado caza al más prolífico de los asesinos de California, John el Rojo, en el año…
-No tengo hambre, y estoy cansada, ¿puedo irme a dormir?
-Claro, cielo, descansa. Si necesitas algo, sólo tienes que pedirlo, ¿de acuerdo?
Los Rigsby se miraron con preocupación al ver el estado de la hija de sus amigos. Sabían que era cuestión de tiempo que volviera a ser esa chica alegre y fuerte que todos conocían, pero mientras ese momento llegaba no sabían cómo ayudarla, salvo darle todo el amor que podían, que no era poco.
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Después de mucho llorar, por fin se había quedado dormida, pero una pesadilla le despertó. Por suerte, cuando tenía una pesadilla no se despertaba entre gritos y pegando un bote en la cama, sino que simplemente abría los ojos para comprobar, aliviada, que todo había sido producto de su imaginación y que seguía en su cuarto. Salvo que no se encontraba en su habitación, sino en la de Maddie, sus padres no estaban al otro lado del tabique, sino a dos metros bajo tierra y su mundo se resquebrajaba por todas partes.
Miró la hora en el móvil, eran casi las dos de la madrugada y Maddie dormía profundamente en su cama. Se levantó con cuidado de no despertarla y bajó a la cocina, necesitaba agua fresca que le calmase. Antes de entrar en la cocina vio una foto de sus padres, Wayne, Grace, Cho y Wylie. Cuando Abbott se fue y Vega murió, Cho necesitaba agentes de confianza, y les convenció para unirse al FBI, y desde entonces habían seguido juntos. Suspiró con tristeza al imaginar que ya no sería así.
-¿No puedes dormir?
La voz de Ben le sobresaltó. No había encendido la luz de la cocina y no le había visto. Estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la isla de la cocina y dando buena cuenta del pastel de chocolate que Grace había hecho la noche anterior.
-¡Joder, Ben, qué susto! ¿Qué haces ahí escondido?
-¿Quieres tarta?
-No sé cómo puedes comer tanto y no engordar. Te envidio.
-Anda, siéntate conmigo y prueba esta delicia, está buenísima.
-Eres igual que tu padre -Esbozó una leve sonrisa, por primera vez en varios días. Aceptó su oferta y se sentó a su lado. Lo cierto es que tenía hambre, desde la muerte de sus padres apenas había ingerido nada, y empezaba a notar un tremendo vacío en el estómago. Recordó lo que su padre siempre le decía, que el chocolate aliviaba las penas, y que era perfecto para los primeros días de duelo. Cogió un pedacito con los dedos y dejó que el azúcar obrase su milagro en ella.
-¿Y tú por qué no puedes dormir?
-Me ha llamado Sarah esta mañana. Cuando salga de la academia quiere que me mude con ella a Nueva York.
-Bueno, es tu madre…
-Mi madre es Grace. Sarah siempre ha pasado de mí. Me pidió que estudiase en San Francisco para estar juntos, pero a la hora de la verdad apenas podía contar con ella, hasta ahora, que se jubila y sí que tiene tiempo para atenderme. Pero tengo veintidós años, y en unos meses seré policía, no necesito que venga a atenderme ahora o cuando a ella le venga bien.
-Lo sé, pero es tu madre, y un día dejará de estar, y quizá te lamentes por no haber pasado más tiempo con ella -dijo con la voz rota, recordando las veces que se había enfadado con sus padres y que en ese momento le parecían tonterías.
-Lo siento, Mandy, tú lo estás pasando fatal y aquí estoy yo, contándote un problema que ni siquiera es un problema.
-Dos cosas te voy a decir, Benjamin Rigsby. La primera es que no quiero que me tratéis con compasión o condescendencia, lo odio. Y la segunda es que eres mi mejor amigo, y lo sabes, siempre voy a estar dispuesta a escucharte y a apoyarte.
Los dos jóvenes terminaron de comer el trozo de tarta que el chico había saqueado de la nevera entre pros y contras de vivir en Nueva York. Cuando terminaron, se levantó y le tendió la mano a su invitada para ayudarle a levantarse.
-¿Vamos a dar una vuelta?
-¿A dónde?
-Al bosque que hay detrás de casa. Necesito que me dé el aire y estirar las piernas.
El bosque al que se refería Ben no era muy frondoso, pero acogedor. Lo conocía al dedillo. Ahí había acampado con su padre, había recogido gran parte de material para sus trabajos de ciencias y había pasado los mejores momentos de su infancia y adolescencia.
Tras un rato caminando se recostaron sobre un tronco que había sido derribado por un rayo algunos años antes y permanecieron en silencio, disfrutando de la inmensidad de la Vía Láctea. Mandy había aprendido a diferenciar los astros gracias a su padre y una de sus actividades favoritas era tumbarse con él en el jardín y ver las estrellas mientras charlaban. Un escalofrío le hizo estremecerse.
-¿Tienes frío?
-Estoy bien.
Ben sonrió, divertido. Le hacía gracia la voz de pito que se le ponía a su amiga cuando mentía, lo sabía desde que eran unos críos. Se detuvo a observarla más detenidamente, ya no era esa cría con trenzas que jugaba en la habitación de su hermana, sino que era una chica ya adulta -aunque aún no le permitiesen beber alcohol- que había heredado las facciones de su madre, incluyendo sus enormes ojos aguamarina y el cabello rubio, casi castaño, de su padre, confiriéndole una belleza propia de la mismísima Helena de Troya.
-Mentirosa. -Quiso darle su sudadera, pero él también había venido en manga corta, así que abrió los brazos para que se acurrucase a su lado.- Anda, ven aquí, enana.
-No me llames enana.
-Eres treinta centímetros más baja que yo, y te saco cuatro años, desde mi punto de vista eres una enana.
-Idiota.
Por primera vez desde la muerte de sus padres, Mandy sonrió abiertamente, arrebujada entre los brazos de Ben.
