Sirvientes

Prólogo

Ciel Phantomhive estaba frente a sus sirvientes. Nuevamente habían hecho un desastre monumental, de esos que le daban ganas de mandarlos a todos al otro mundo, y que Sebastian devorara sus almas en menos de un segundo.

Sentado en el escritorio de su despacho los observaba con esa mirada con la cual sus sirvientes querían esconderse debajo de una piedra y no salir hasta que al joven amo se le quitara el enojo. Pero allí estaban todos ellos de pie frente a Ciel. Con excepción de Tanaka, quien en una esquina bebía tranquilamente su té sin apenas ser consciente de lo que ocurría a su alrededor

- ¿Me pueden explicar que pasó esta vez? – preguntó Ciel de muy mal humor.

- ¡Es que queríamos arreglar el jardín para que el joven amo tomara allí el té!

- ¡Fue un accidente solo quería podar los rosales para que el joven amo tuviera una buena vista del lugar!

- ¡Quería preparar la comida al aire libre para que tuviera mejor disfrute!

Los tres sirvientes hablaban al mismo tiempo, apenas Ciel pudo entender lo que decían.

Al observarlos Ciel no podía creer que ellos fueran en realidad lo que eran. Parecían tres torpes sujetos cuyas educaciones dejaban mucho que desear, aun así sabía que Sebastian los había escogido por algo, y ese algo no era precisamente sus habilidades en las labores domésticas o de jardín, su verdadero trabajo era proteger la mansión. Más que a él, la mansión.

Y ahí estaban ellos, casi a punto de llorar cada uno, sintiéndose como pequeños insectos ante la presencia de su joven amo, quien no era más que un crío de 12 años, pero que con su sola presencia, y especialmente mirada los hacía temblar.

Tras él, como siempre, estaba su fiel mayordomo. Quien parecía un hermoso cuervo negro, siempre al asecho, siempre listo para borrar la existencia de cualquier cosa que estorbara a su joven amo. Si, el también les provocaba temor, pero aun así se sentían más cercanos a él que al niño que tenían por amo.

Observándolos allí, llorosos y temblorosos ante el castigo que podrían tener, escucharon la voz de Tanaka tras ellos.

- Joven amo, por favor, disculpe la torpeza de sus sirvientes, y la mía por no controlarlos como es debido – Tanaka parecía tener sus cinco sentidos en forma al hablar, y se acercaba con paso firme donde estaban los otros sirvientes. – Por favor no sea muy duro con nosotros, sus sirvientes – el anciano se inclinó un poco ante su joven amo, el último descendiente de la familia Phantomhive, tan parecido a su padre, a su abuela. Al verlo no podía evitar sentirse orgulloso de servirlo a él como cabeza de la familia que lo había acogido al llegar a Inglaterra.

Ciel lo observó con detenimiento. Hacía mucho que el anciano no se comportaba de esa manera. Fue en ese momento, al verlos allí a los cuatro de pie, que Ciel se preguntó como habrían sido sus vidas antes de que él naciera, o antes de siquiera conocerlo.

Sabía de donde Sebastian había sacado a los tres alegres tontos, e incluso algo de su pasado, nada claro, solo lo básico.

Y en cuanto a Tanaka, conocía al anciano desde que había nacido, pero nunca se había preguntado por qué tenían en su hogar un mayordomo japonés y como es que había llegado a parar allí… hasta ahora.