IMPORTANTE

Antes de que empecéis a leer esta historia, comentar que es una continuación directa del fic Caballeros de la Antigua República: Amanecer Carmesí, que ya publiqué en esta web, por lo que antes de adentraros en esta historia (riesgo de spoilers), deberíais leer su primera parte.

Y a todos aquellos que seguisteis el fic, bienvenidos a esta nueva aventura que espero sea de vuestro agrado.


Hace mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana...

STAR WARS

HEREJÍA EN LA FUERZA

La guerra ha estallado en la República.

El ejército mandaloriano ha conquistado

la mayoría de los planetas del borde exterior

y tiene bajo su control las principales rutas

comerciales de la galaxia, poniendo a la

República en una situación comprometida.

Debido a este bloqueo comercial, muchos mundos

han optado por secesionarse de la República y

someterse voluntariamente al control de Mandalore,

cuyo poder supone ya una seria amenaza para la

supervivencia de la República.

Mientras la galaxia se desmorona, en el alejado

mundo de Korriban, una Emperatriz ha reinstaurado

el antiguo Imperio Sith y declarado la guerra a

la Orden Jedi, dividida entre aquellos que

participan activamente en la guerra y los que

tratan de encontrar a Nomi Sunrider, cuyo

paradero aún se desconoce...


CAPITULO 1

¿POR QUÉ LUCHAMOS?


Órbita del planeta Togoria

La corveta ligera corelliana de clase defender salió del hiperespacio a la hora acordada y se dirigió hacia la órbita baja del planeta Togoria. Togoria, que estaba situado en los territorios del Borde Exterior, era un mundo de densos bosques, pastos y colinas, que se mantenía al margen de la República y en donde los humanos no eran muy bien recibidos. En muchas cantinas se había escuchado más de una vez que los humanos requerían de invitación para poder poner sus pies en el planeta, a no ser que se estrellaran (lo cual estaba permitido sólo una vez). Togoria no destacaba por poseer una gran fuerza militar, pero sin duda, una pequeña nave con los distintivos de la República podría verse en serios problemas. La corveta encendió su baliza de localización a medida que se ubicaba en la órbita del planeta y redujo la intensidad de los motores al mínimo. En su interior, dos caballeros jedi enviados por el Consejo Jedi, en una misión de suma importancia para la Orden.

–¿Y ahora qué?

–Esperaremos.

Kona Anquard, un mon calamari que había sido nombrado caballero jedi hacía más de 10 años volvió a comprobar el ordenador de la nave, revisando las coordenadas que les habían transmitido hacía dos días estándar. Sentado en el asiento del piloto, tecleaba con precisión y tranquilidad en el viejo monitor de la cabina de la nave. Su compañero en aquella misión se llamaba Saquesh Dowmeia, un joven quarren que había sido nombrado recientemente caballero. El Consejo Jedi les había elegido a ambos para investigar a una organización trandoshana de traficantes de esclavos que operaban en diversos planetas del Borde Exterior. Los trandoshanos no destacaban por su discreción y los jedis dieron con ellos enseguida. Tras una larga charla en una sucia cantina de Tatooine, que les llevo hacia una nula obtención de información, los dos jedis decidieron negociar con sus sables de luz, lo cual terminó arrojando importantes resultados. Los trandoshanos salvaron sus vidas gracias a su espíritu cooperativo, pero no se libraron de terminar en una prisión de la República. La información obtenida puso a los dos jedis tras una nueva pista, la enésima acerca del paradero de Nomi Sunrider.

Un antiguo pirata espacial, ahora convertido en usurero y traficante de información, conocido como Soont Corrik en los bajos fondos de Nar Shaddaa, parecía poseer una valiosa información que estaba dispuesto a vender a los jedis por una suma desorbitada de créditos que le permitiese cambiar de identidad e iniciar una nueva vida en algún planeta del Núcleo. El humano había accedido a entrevistarse con los jedis, previo pago de parte de la cantidad acordada y en un planeta neutral, que no estuviese controlado por la República ni por los mandalorianos, que se rumoreaba que habían puesto precio a la cabeza de Soont Corrik. Los dos jedis habían acudido a la cita a la hora señalada, pero no había ni rastro del humano.

–Se retrasa. –dijo Saquesh mientras agitaba con nerviosismo sus tentáculos faciales. –No me gusta.

–Solo hay un par de naves en el sistema. En la otra cara del planeta...

El mon calamari guardó silencio cuando un punto rojo apareció en el monitor y empezó a parpadear. Una pequeña nave sin identificar estaba abandonando la atmósfera del planeta y se dirigía hacia la corveta corelliana.

–Ya iba siendo hora –dijo el quarren mientras se alisaba los pliegues de su capa y comenzaba a caminar hacia la escotilla auxiliar ubicada en la popa de la nave.

–Espera. – el mon calamari le hizo un gesto con la mano a su compañero para que se detuviera. –Esto no me gusta.

–El que suele tener siempre los malos augurios soy yo, Kona – respondió Saquesh mirando a través del transpariacero de la cabina. –Solo es un carguero ligero escasamente armado.

–Pero viene de Togoria. Un planeta prohibido para los humanos...

Tres luces más se encendieron en el monitor ubicado junto al timón y un sonido rítmico empezó a retumbar en la cabina, indicando la aparición de varias naves que abandonaban el planeta a gran velocidad, dirigiéndose hacia la corveta corelliana. La expresión del quarren cambió y entendió a qué se estaba refiriendo su compañero. Un humano no era bienvenido en Togoria. Allí no les gustaban los humanos, a no ser que los humanos pudiesen proporcionarles algo a cambio.

–¿Nos han vendido? –preguntó Saquesh.

–Eso me temo –respondió Kona Anquard mientras desviaba toda la energía a los motores principales y aferraba con fuerza el timón de la nave.

La corveta corelliana vibró cuando sus motores cobraron vida y se posicionó en un vector de huida mientras dos pequeñas naves togorianas se dirigían tras su estela y realizaban varios disparos que pasaron rozando el casco de la nave. La corveta era poco más grande que un carguero ligero, con una excelente maniobrabilidad y Kona Anquard era un gran piloto, por lo que sus enemigos no estaban en condiciones de causarles grandes problemas.

–¿Vamos a huir? –preguntó el quarren.

–Sí –respondió el mon calamari con tranqulidad, mientras giraba la nave para esquivar otros dos disparos.

–No creo que esas viejas naves nos pudiesen causar algún problema.

–Lo sé.

–Entonces, ¿por qué huimos?

–Porque ellos también lo saben. Tenemos que salir de aquí ahora mismo, antes de que...

Kona Anquard lo vio antes de que los sistemas de la nave lo detectaran y dieran la voz de alarma. Lo vio salir del hiperespacio, justo frente a ellos, en un vector de intercepción. Algo enorme, majestuoso, que ninguno de ellos había visto jamás, excepto por los informes que habían recorrido la holored durante el último año. Aquella nave que había logrado atravesar las defensas de Taris y que la prensa le había puesto el nombre de destructor estelar. Aquella nave estaba allí, frente a ellos, ahora.

–El Lamento de los inocentes –dijo Saquesh en voz baja desde el asiento del copiloto, al reconocer la nave que acababa de aparecer ante ellos.

–¡Voy a intentar una maniobra evasiva! –exclamó Kona mientras viraba el rumbo 180 grados –Rumbo 9 punto 45. ¡Necesito que me calcules un salto desde el sector 4b!

–¡Estoy en ello! –gritó el quarren mientras calculaba las coordenadas para el salto al hiperespacio.

La corveta corelliana de clase defender puso sus motores a máxima potencia en un rumbo paralelo a la órbita del planeta, alejándose del destructor estelar. Las naves togorianas viraron su rumbo a pesar de que no tenían ninguna oportunidad de alcanzar a una corveta cuyos motores duplicaban en potencia a los de los viejos cargueros togorianos, que habían vivido tiempos mejores. Saquesh Dowmeia agitaba nervioso sus tentáculos faciales, de los que brotaba una espuma salina, producto de la excitación, mientras calculaba los últimos dígitos necesarios para realizar un salto seguro al hiperespacio. Un agudo gorgoteo fue todo lo que necesitó escuchar Kona Anquard, para saber que su compañero había calculado con éxito las coordenadas de astrogación y comenzaba a introducirlas en el ordenador.

–¡Sector 12, ángulo de inclinación lambda!

–¡Listo! –gritó el mon calamari mientras adoptaba el nuevo rumbo.

–Saltamos al hiperespacio en 3, 2, 1...

Un destello azulado iluminó la cabina de la corveta y un fuerte sonido de estática retumbó por los pasillos de la nave mientras los sistemas electrónicos se iban desconectando uno detrás de otro hasta que finalmente los motores se apagaron y la cabina de pilotaje quedó sumida en una completa oscuridad, a excepción de un piloto rojizo que parpadeaba en uno de los mamparos laterales.

–Nos han ionizado –dijo Kona, mientras trataba de volver a encender los motores de la nave.

–¿Esas naves togorianas tienen cañones iónicos? –preguntó el quarren con rostro de incredulidad

–No, peroel Lamento de los inocentes, sí.

–Un cañón iónico con ese alcance sólo se conoce en determinados sistemas de defensa planetarios...

–Supongo que acabamos de descubrir algo más acerca de esa nave. –dijo el mon calamari, pensativo.

–Sí. La división de Inteligencia de la República estará encantada con el nuevo hallazgo.

–Si conseguimos salir de ésta.

–El ordenador de navegación está frito –dijo el quarren mientras pulsaba repetidas veces el interruptor de encendido y apagado.

Saquesh Dowmeia golpeó repetidas veces el teclado situado bajo el monitor de navegación, aún sabiendo que nada iba a hacer que el ordenador volviese a la vida. Aquel era uno de esos momentos en los que echabas en falta tener a tu lado a un droide de astrogación que pudiese sacarles de aquel atolladero. La corveta permaneció un par de minutos a la deriva, mientras en el exterior no se observaba un gran movimiento de naves ya que sus perseguidores togorianos habían recibido instrucciones de volver al planeta. Sin embargo, el destructor estelar se acercaba lentamente a ellos mientras los sistemas sobrecalentados de la nave comenzaba a enfriarse y volvía la energía a la cabina de pilotaje. Kona Anquard volvió a intentar encender los motores principales, pero tan solo obtuvo un lejano sonido ahogado como respuesta.

–Se acabó –dijo el mon calamari mientras se recostaba en su asiento con los brazos cruzados.

Una luz se encendió en uno de los paneles que tenían los jedis a sus espaldas y el mon calamari le hizo un gesto a su compañero para que encendiese los altavoces de la cabina y poder escuchar el mensaje que les estaban transmitiendo.

–Corveta clase defender, les habla el Lamento de los inocentes. Respondan, por favor. –dijo la voz de un hombre a través del altavoz.

–Aquí el Filo del Verano. –dijo Kona tras activar el sistema de comunicación. –¿Son ustedes los que nos han disparado?

–Lamentamos la brusquedad, Filo del Verano, pero la emperatriz deseaba entrevistarse con ustedes.

–¿Emperatriz? –preguntó Saquesh a su compañero, en voz baja, para evitar que les escuchasen. –Se refiere a...¿ella?

–Eso parece –respondió Kona en el mismo tono de voz, mientras apagaba el intercomunicador.

–¡Engendro de sith! –maldijo Saquesh en voz alta.

El mon calamari se mantuvo pensativo durante unos instantes y finalmente volvió a abrir el canal de las comunicaciones.

Lamento de los inocentes, desconozco el interés que pudiese tener su emperatriz en nosotros. Somos senadores de la República –mintió Kona –El canciller nos envió a Togoria para...

–No juegue con mi paciencia, Kona Anquard. Ustedes dos son caballeros jedi. Prepárense para ser abordados.


Senado Galáctico (Coruscant)

El Senado Galáctico era el lugar donde todos los senadores, representantes electos y designados de toda la República Galáctica discutían asuntos importantes y tomaban decisiones que afectaban al conjunto de sistemas estelares que conformaban la República. El Senado disponía del poder para regular el comercio, las rutas hiperespaciales de la galaxia y el control sobre el ejército de la República. El Senado era el poder legislativo y ejecutivo, reconocido como el gobierno central de la República y la pieza más importante de la política galáctica, que nacía en Coruscant.

Toda la superficie de Coruscant fue cubierta durante el paso de miles de generaciones de historia galáctica por edificios que terminaron por conformar una ciudad planetaria que había superado el billón de habitantes de toda clase de razas y estatus social. Tanto los accidentes geográficos como las masas de agua fueron desapareciendo bajo el manto de una ciudad superpoblada que apenas había dejado como vestigio de la naturaleza el artificial Mar Occidental, cuyas islas servían de reclamo turístico y retiro vacacional para los seres más pudientes de la sociedad.

Sin masas de agua disponibles para saciar su billón de habitantes, los arquitectos de Coruscant, junto con muchos otros de toda la galaxia, trabajaron juntos para construir un medioambiente autosuficiente entre los masivos rascacielos construidos por todo el planeta. Estaciones de procesamiento polares fundían el hielo y distribuían el agua a través de un complejo planetario de acueductos y tuberías. Otro problema de un mundo como Coruscant era las inimaginables cantidades de dióxido de carbono y calor energético que sus habitantes generaban cada día. Por ello, miles de depuradoras atmosféricas de dióxido de carbono fueron instaladas en las capas altas de la atmósfera para prevenir la degeneración atmosférica. El Tiempo Estándar Galáctico fue desarrollado en Coruscant y giraba en torno al sistema horario que tenía Coruscant durante una rotación completa, que duraba 24 horas, con 368 días locales por año. Coruscant orbitaba relativamente lejos de su pequeña estrella Coruscant Prime, en un rango de 207 millones hasta los 251 millones de kilómetros. Coruscant no tenía un clima adecuado para los humanos, pero éstos contrarrestaron esta deficiencia desplegando una serie de instalaciones a modo de espejos orbitales que reflejaban la luz y el calor de su estrella hacia el planeta.

La ciudad estaba dividida en varios miles de cuadrantes, los cuales a su vez, estaban subdivididos en sectores. Cada sector estaba marcado con una numeración en los mapas oficiales, pero solían tener sobrenombres como la Ciudad Sah´c (sector H–46, llamado así por la prominente familia que poseía gran parte de su suelo) y los Talleres, la zona de Coruscant más grande destinada a la industria. La planificación urbana de Coruscant consistía en la designación de áreas específicas de suelo para determinados propósitos, tales como las zonas gubernamentales, senatoriales, financieras, residencial, comercial, industrial y manufactura. Estas últimas eran típicamente las zonas designadas más grandes del planeta. Los Talleres llegaron a ser la zona de producción industrial más grande de la galaxia, en donde durante siglos se construyeron naves, droides, componentes, y material de construcción, pero a medida que la construcción y manufactura se volvieron más eficientes y baratas fuera de Coruscant, los Talleres comenzaron a deteriorarse. Se ganó la reputación de centro de actividad criminal y muchos ciudadanos locales se mantuvieron lejos de allí. Una zona parecida pero más peligrosa, era el Distrito Industrial, el cual fue una vez el corazón industrial de Coruscant hasta que también perdió competitividad con respecto a otros centros de producción en otros mundos del Núcleo.

Bajo los rascacielos se ocultaban los bajos fondos de Coruscant, donde la luz solar nunca llegaba y estaban iluminados mediante luz artificial. La mayoría de los niveles inferiores solían estar ocupados por especies alienígenas, todo tipo de comercios, locales de ocio nada seguros, bandas y corporaciones del crimen. Los más bajos estaban abandonados y se convertían en refugio de mutantes y carroñeros como los caníbales cthons. Coruscant podría considerarse el corazón de la República, pero bajo su superficie, la vida podía ser igual de dura que en cualquier peligroso planeta del Borde Exterior.

Vista desde el espacio exterior, Coruscant era impresionante, llena de vida, bailando entre infinitas luces. Su cielo repleto de veloces naves, cargueros pesados y plataformas de carga sobre torres vertiginosas. Todo este espectáculo de luces centelleantes otorgó al planeta el título de Joya del Núcleo Interior. Como no podía ser de otra manera, tanta majestuosidad tuvo también su repercusión en las distintas corrientes artísticas existentes. Como centro cultural, Coruscant albergaba toda una galaxia en su interior. Sus galerías de arte eran infinitas y poblaban los distritos más ricos de la ciudad.

El Senado Galáctico, ubicado en uno de los distritos más opulentos, había sido construido hacía más de 20.000 años, en una explanada parcialmente cercada, que era conocida como la Columna de los Comunes, llamada así porque albergaba a la mayoría de las compañías de prensa y comunicación de la Holored. El edificio circular podía albergar a más de 2000 senadores y estaba dirigido por el Canciller Supremo, quien aprobaba o rechazaba las propuestas en última instancia. Aquella soleada mañana se había convocado una sesión extraordinaria como consecuencia de los últimos acontecimientos que se estaban desarrollando a lo largo y ancho de la República. La guerra contra Mandalore había ocupado los principales titulares de prensa durante el último año estándar y la situación de la República era cada vez más delicada. El Borde Exterior estaba prácticamente aislado de la República y las principales rutas comerciales de la galaxia estaban controladas por el ejército mandaloriano, que ejercía un fuerte bloqueo comercial que estaba asfixiando a los sistemas del Borde Medio, a los cuales apenas llegaban tampoco suministros provenientes del Núcleo, más preocupados por su propia subsistencia. Todo aquello se traducía en una creciente crisis interna que estaba a punto de colapsar la economía planetaria y por consecuencia la de todo el Núcleo Galáctico si el Senado no lograba atajar aquella crisis a la mayor brevedad posible. Tras tres horas de intervenciones por parte de senadores de distintos sistemas, no se perfilaba en el horizonte ni un mísero acuerdo entre los allí presentes.

Durante los últimos meses, muchos de los habitantes de la República habían dejado de confiar en la política. Los políticos, aquellos senadores que habían sido puestos al servicio del pueblo, tan solo se enzarzaban en disputas entre sistemas por conseguir una mayor gloria personal. La burocracia siempre había sido lenta, pero en aquellos tiempos, lo era aún más. Nadie quería dar un paso en falso y a pesar de que todos temían las consecuencias que iba a traer aquella guerra a la galaxia, pocos se atrevían a arriesgar los recursos de los que disponían en sus sistemas para contribuir a un bien común.

La cuarta hora de intervenciones transcurrió sin incidentes. El senador de Obroa–Skai había tratado, sin éxito, de sacar adelante una enmienda que garantizase la protección por parte del ejército de la República de la biblioteca más importante de la galaxia, situada en su planeta. Xorith Trafost del planeta Falleen amenazó con independizar a su sistema de la República si a las casas nobiliarias de su planeta no se les permitía adoptar un sistema de feudalismo que les garantizase mantener su estatus en cualquier sistema controlado por la República. La propuesta fue rechazada antes incluso de ser siquiera sometida a votación y el falleen de piel verdosa abandonó su escaño refunfuñando en su idioma natal (y sin ninguna intención de hacer que su planeta abandonase la República). Tras varias disputas de carácter comercial, la recientemente coronada reina Schalla del planeta Alderaan tomó la palabra para dirigirse a los allí presentes. Schalla, una mujer alta, esbelta y de cabellos oscuros, hizo una intervención larga, serena y directa, propia de alguien que se había criado en la política. Aparentaba algo menos de los 36 años que tenía y estaba considerada una de las mujeres más atractivas del Núcleo. Expuso los hechos y los analizó en profundidad, explicando la situación que debería afrontar la República, la necesidad de que el ejército se desplegase por todo el Borde Medio e hiciese frente al bloqueo comercial impuesto por Mandalore...

–Y es precisamente esa unidad perdida la que debemos intentar transmitir. –dijo la Reina Schalla, mientras permanecía en pie en la plataforma central del Senado. –La República se debe a sus ciudadanos, senadores. ¿Acaso vamos a abandonar el Borde Medio a su suerte?

Schalla hizo una pausa y se escucharon gritos de aprobación, la mayoría provenientes de los sistemas del Borde Medio, que exigían que la República tomase medidas de inmediato. Sin embargo, prácticamente la totalidad de los planetas del Núcleo se habían posicionado en contra de la petición de Alderaan de destinar más efectivos para la protección de los sistemas más alejados del Núcleo.

–¿Intenta darnos lecciones de logística en esta guerra, alteza? –intervino Crix Antilles, senador de Corellia.

El corelliano permaneció en pie, desafiante, con la mirada puesta en la reina Schalla, que relucía en su vestido dorado, de mangas cortas, corpiño y escote redondo. Con bordados de ónice alrededor de sus hombros, que descendían por el pecho hasta su cintura rodeada de perlas.

–¡La reina Schalla no tiene ningún tipo de instrucción militar! –gritó el senador de Kuat, haciendo aspavientos con sus brazos. Después, se puso en pie y se enfrentó a Schalla –¿Pretende usted dirigir el ejército de la República?

–Yo no soy militar, senador Romaha – dijo Schalla mientras se volvía hacia el escaño que ocupaba el senador de Kuat, un hombre calvo de mediana edad. –Pero me debo a la República, como entiendo que deberían hacer todos los aquí presentes. Y no pienso mirar a otro lado cuando veo cómo la República se fragmenta. Es precisamente por eso por lo que propongo el envío de tres flotas a los planetas Ord Mantell, Bandomeer y Consorcio de Hapes, que forman un triángulo con la Vía Hydiana, como pueden observar en sus datapads. Desde estos 3 puntos estratégicos podríamos desplegar una fuerza de combate importante en cuestión de horas en casi cualquier punto de esta ruta comercial.

–¿A costa de dejar desprotegido el Núcleo? –preguntó Crix Antilles.

–¿Cuánto tiempo cree que puede aguantar el Núcleo cuando sea aislado del resto de la galaxia, senador Antilles? –contraatacó Schalla. –¿Dos años estándar?

–Está argumentando sobre una hipótesis, alteza. –dijo el senador Romaha, de Kuat. –Es su primera intervención en el Senado. Creo que debería escuchar las opiniones de los aquí presentes, ya que tenemos mucha más experiencia que usted en la política.

–A los 15 años, yo ya cerraba tratos con las corporaciones más importantes de la galaxia, senador Romaha –dijo Schalla. –Como miembro de la Familia Real he convivido con diplomáticos durante toda mi vida y sé cómo funcionan las cosas.

–¿Está acusándonos de no velar por los intereses de la República? –preguntó el senador Romaha con cierta acritud.

–¡Estoy acusándoles de abandonar a todos esos planetas! –dijo Schalla aumentando notablemente su tono de voz.

–¡Eso es una falacia! –gritó alguien.

–¿Se va a permitir que una niña mimada insulte al Senado? –preguntó el senador Gallius Trahan de Balmorra

–¡No estoy insultando al Senado! –se defendió Schalla, enfadada, mientras otros senadores se ponían en pie y continuaban con la discusión.

– ¡Nó lá éscuchen! –gritó Nuume Haako, senador de Cato Neimoidia, y luego se dirigió a la reina Schalla. –Ústed ésta deshonrando la mémoria de sus padrés a quiénes yo apreciaba.

–Mi padre hubiese hecho esta misma propuesta a la cámara si siguiera con vida – le contestó Schalla.

–Úna múerte en éxtrañas circunstancias –dijo Nuume Haako, entrecerrando los ojos. –Ádemas de muy provechosa para garantizarse ústed un puesto en el Senado...

–¿Está usted insinuando algo, senador Haako? –preguntó Schalla al neimoidiano, enfadada.

–No ínsinuo nada, alteza –dijo Nuume Haako haciendo media reverencia. –Tan sólo hé dicho que ústed jamas hubiese ténido voz en el Senado si sus pádres siguiesen vivos...

–¡Mis padres fueron asesinados, senador Haako! –le gritó Schalla. –Si quiere acusarme de algo más vale que lo haga por los cauces legales porque pienso acabar con su carrera política...

–¿Han éscuchado eso?¡Me ésta amenazando! ¡Própongo una moción de cénsura para Alderaan!

–¡Lo secundo! –gritaron senadores de varios sistemas

La reina Schalla sintió cómo una mano cálida le agarraba su muñeca derecha y una sensación de paz y serenidad llegaba hasta su acelerado corazón con el objetivo de tranquilizarlo. La figura que había estado en un segundo plano, oculta en las sombras durante todo su discurso había avanzado hasta situarse junto a ella, mientras voces acusatorias se lanzaban por todo el Senado, con la mayoría de los senadores puestos en pie, en sus escaños.

–Alteza... –le susurró al oído

–No te metas en esto, Mot –le contestó ella.

–Schalla, no vas a ganar esta batalla. –dijo Mot Kinto, caballero jedi y protector durante tantos años de la princesa Schalla, convertida ahora en reina.

Cuando Schalla se giro para mirar a la cara al nautolano, sus ojos estaban llenos de lágrimas por el recuerdo de sus padres, asesinados hacía apenas un par de meses. Pero Schalla siempre había sido una mujer fuerte y ahora que se había convertido en la reina de Alderaan tendría que ser más fuerte aún. No iba a permitirse derramar una sola lágrima delante de aquellos burócratas, delante de aquel sistema que ya no albergaba duda alguna de cuán corrompido estaba. Cuando la intensidad de las voces comenzó a resonar en las paredes de la cámara y la discusión dejó de ser inteligible un nuevo escaño se iluminó con una potente luz y el canciller supremo, que hasta ese instante había estado expectante, hizo una señal para que todos guardaran silencio y tomó la palabra.

–Senadores, cálmense, por favor –dijo el canciller supremo con voz pausada y cuando en la cámara se hizo el silencio se volvió hacia la reina Schalla. –La República no va a abandonar a los planetas del Borde Medio, alteza. Antes de iniciarse esta sesión extraordinaria, los senadores de Cato Neimoidia y Balmorra me han presentado un proyecto que ha sido aprobado por mi gabinete de asesores.

–¿Qué proyecto? –preguntó Schalla, pero su intercomunicador había sido desconectado y nadie podía escucharla.

–Garantizaremos el comercio en toda la República... –el canciller supremo hizo una pausa y esbozó una leve sonrisa. –... mediante la creación de una Federación de Comercio, capaz de regular las transacciones que se realicen por toda la galaxia.

La cámara del Senado se llenó de vítores cuando se escuchó la propuesta del canciller supremo y prácticamente la totalidad de los senadores empezaron a aplaudir hasta derivar en una ovación cerrada.

–¿Quieren privatizar el comercio? –preguntó Schalla a su compañero.

–Es una jugada arriesgada. –dijo Mot Kinto. –Concentrar todas las transacciones comerciales de la República bajo un solo organismo...

–Esa Federación de Comercio podría alcanzar más poder que el propio Senado –añadió Schalla.

–Eso pienso yo también.

–Mot... –dijo Schalla en apenas un susurro. –Sácame de aquí.


Cathar

El Tridente dorado, una fragata de clase praetorian salió del hiperespacio escoltada por un escuadrón de diez cazas de la República que se distribuyeron en formación a su alrededor y se dirigieron hacia la esfera de tonalidades crema que había ante ellos y que era conocida como el planeta Cathar.

Cathar era un planeta ubicado en el sector Quelii, en los territorios del Borde Exterior, formado por sabanas, tierras altas y escarpadas montañas que proporcionaban al planeta un clima templado pero algo seco. Sus habitantes nativos, llamados cathar como el planeta, eran unos humanoides bípedos y felinos, con el cuerpo cubierto de vello y que medían alrededor de 1,70m de altura. Conocidos en la galaxia por su lealtad, pasión y temperamento, los cathar eran considerados grandes guerreros y sus hembras eran bien apreciadas como esclavas. Sin poseer grandes avances tecnológicos ni infraestructuras destacables, los cathar vivían en ciudades construidas sobre árboles gigantes, organizados en clanes gobernados por los Ancianos. A pesar de ser un planeta sin recursos de interés, su cercana ubicación a la Vía Hydiana hacía de este planeta un lugar estratégico para afianzar el control de la ruta comercial, lo cual hizo que Cathar se convirtiera en uno de los objetivos de Mandalore, que no había tardado en lanzar una ofensiva para hacerse con el control del planeta.

–Sector 7 despejado

–Recibido, Rojo 3 –contestó Vulk Bey´lya, mientras hacía virar el Tridente Dorado hacia el vector calculado por el ordenador de navegación. –Iniciando aproximación.

Los cazas alteraron su formación y dejaron que la fragata se pusiese en vanguardia mientras éstos se desplegaban a sus flancos. Tres cazas abandonaron la formación y adoptaron un rumbo elíptico hacia el sector del planeta en el que se esperaba que apareciesen naves de la flota mandaloriana que estaba situada en la órbita de la otra cara del planeta Cathar.

–¿Algún contacto?

–Negativo, Jefe Oro. –contestó Rojo 7, un piloto sullustano.

–Dos minutos –dijo el bothan mientras aumentaba la velocidad del Tridente dorado.

–¡Contacto en el sector 3a! –gritó alguien en la radio.

–¿Cuántos? –preguntó con calma Jefe Oro, un humano de corellia.

–¡Múltiples contactos! –repitió la misma voz, que pertenecía a Rojo 5. –¡Se aproximan a gran velocidad!

Todos los pilotos orientaron sus sensores hacia el sector indicado, por el que se aproximaban una veintena de naves ligeras pertenecientes al ejército mandaloriano y que poseían una gran potencia de fuego capaz de desintegrar a un caza de un solo disparo.

–Los veo –dijo Jefe Oro. –Escudos a máxima potencia. Alas en posición de ataque.

Los cazas de la República extendieron sus alas y adoptaron una formación de combate mientras las naves mandalorianas abrían fuego contra ellos. Los disparos eran aún lejanos y ninguno de ellos alcanzó su blanco. Sin embargo, en pocos segundos las naves enemigas estarían sobre ellos y la balanza no iba a decantarse del lado de la República. Vulk Bey´lya forzó al máximo los motores de su nave. A lo largo de su carrera como piloto espacial, el bothan había estado envuelto en numerosos combates y conocía de sobra la potencia de fuego de las naves mandalorianas, ante las cuales ellos no serían rival. Si conseguían entrar en la atmósfera del planeta antes de ser interceptados, tendrían una oportunidad de salir de allí con vida. Tal vez.

–¡Están sobre nosotros! –grito de pronto Rojo 4, un joven twi´lek.

Una explosión detonó a estribor de la fragata, que se iluminó brevemente en un tono azulado cuando un fragmento de duracero impactó contra los escudos de la parte dorsal de su proa.

–Hemos perdido un caza –dijo Vulk Bey´lya a su copiloto, un joven humano de Kuat. –¡Jefe oro, salgan de aquí!

–¡No conseguirá llegar a la atmósfera sin nosotros! –respondió Jefe Oro, mientras un disparo desintegraba a Rojo 6.

–No me subestime, Jefe Oro –contestó el bothan. –Cuantas más naves les sigan a ustedes, menos nos seguirán a nosotros.

–De acuerdo –dijo Jefe Oro, que había entendido lo que pretendía hacer el bothan. –¡Formación en cuña!¡Ahora!

Todos los cazas republicanos supervivientes giraron en formación y se alejaron de la fragata que estaban escoltando. La inesperada maniobra hizo que las naves mandalorianas dudasen durante unos instantes y finalmente se dividiesen en dos grupos, lo cual hizo que el Tridente dorado ganase unos segundos que podrían ser muy valiosos.

–¡Agarraos ahí atrás! –gritó Vulk Bey´lya por el comunicador interno de la nave, para a continuación internarse en la atmósfera del planeta.


Un escalofrío recorrió el cuerpo de Vyn Omas mientras aferraba con más fuerza su petate, algo que dejó de hacer inmediatamente, antes de que cualquiera de los veinte soldados de la República que estaban sentados a su alrededor en la bodega de carga del Tridente dorado pudiera captar su nerviosismo. A fin de cuentas, Vyn Omas era el oficial de mayor rango entre los allí presentes y estaba obligado a transmitir tranquilidad incluso en los momentos más adversos. A pesar de ser tan solo un muchacho de 25 años, Vyn Omas, un humano alto, delgado y de cabellos castaños, se había graduado con grandes honores en la academia militar de Coruscant, su planeta natal. Unido al hecho de que la familia Omas pertenecía a la alta nobleza de Coruscant, había garantizado que el muchacho obtuviese prematuramente el rango de capitán. Mediante la influencia de su padre había conseguido un despacho en la oficina de inteligencia de la República, con un buen sueldo y alejado de por vida de todo tipo de conflicto que pudiese surgir en la galaxia. Sin embargo, Vyn Omas no había nacido para pasar sus días sentado en un despacho, inmerso en la burocracia que él tanto odiaba y tras varios meses en su nuevo puesto, solicitó que se le trasladase al frente, lo cual hizo que se ganara la enemistad de su familia, que prefería tenerlo en un influyente puesto del gobierno en vez de en un alejado planeta en guerra. Pero Vyn Omas, a pesar de que no tenía dotes para ser un buen soldado y ni siquiera tenía buena puntería con un rifle bláster, sí que creía en la República y en la libertad. Creía en esos valores y esos valores no se defendían desde un cómodo asiento de cuero en Coruscant. Vyn Omas no tenía miedo a la muerte y estaba dispuesto a morir por la República en pos de la libertad. Aún así, aquella era su primera misión de campo. Nunca había estado en un campo de batalla y sentía cómo sus músculos estaban excesivamente tensos. LLevaba días en aquella nave cuyo destino era Cathar, acompañado de un pequeño destacamento compuesto principalmente por jóvenes reclutas y en el que apenas había media docena de soldados veteranos que mereciesen la pena.

La fragata llevaba sacudiéndose demasiados minutos y algo había golpeado varias veces el duracero del casco de la nave. A tenor de los movimientos que sufrían, la nave llevaba ya algún tiempo en la atmósfera del planeta y el estómago de Vyn Omas estaba a punto de rebelarse cuando la fragata comenzó a estabilizarse y el sonido de los motores disminuyó en intensidad. Sintió cómo tomaban tierra e inmediatamente después una luz verde iluminaba la bodega, indicando que la fragata había aterrizado y que era seguro abrir la compuerta exterior. Vyn Omas se puso en pie con dificultad, aún algo mareado, y se echó su petate al hombro. Entonces se dio cuenta de que todos le estaban mirando.

–¿Señor? –dijo alguien a su espalda.

Vyn Omas se volvió lentamente hacia su alférez, un twi´lek de gran musculatura, que sujetaba entre sus manos un enorme bláster de repetición.

–Esperamos sus órdenes, señor –dijo el twi´lek.

–Las órdenes...sí, claro –se apresuró a decir Vyn Omas. –Despliegue a sus hombres, alférez.

La compuerta de la bodega de carga del Tridente dorado comenzó a abrirse lentamente y los soldados de la República, armados con rifles bláster y uniformes inmaculados descendieron de la fragata para internarse en la lluviosa noche de Cathar. Vyn Omas comenzó a caminar tras ellos y nada más abandonar el Tridente dorado fue interceptado por un rodiano envuelto en una capa para protegerse de la lluvia.

–¿Son ustedes los refuerzos? –le preguntó el rodiano en básico, mientras miraba a su alrededor tratando de distinguir algo en la noche –¿Cuántas naves son?

–Somos solo nosotros –respondió Vyn Omas

–¿Está de broma? –preguntó sorprendido el rodiano.

–¿Es éste el destacamento trueno?

–Lo que queda de él –respondió el rodiano. –¿Se puede saber quién demonios es usted?

Vyn Omas metió su mano en el bolsillo de su chaqueta y extrajo un datapad que le entregó al rodiano, que leyó con detenimiento las órdenes que aparecían en la pantalla, sin poder ocultar su rostro de asombro. Después, le devolvió el datapad a Vyn Omas y realizó un saludo militar. La noche se iluminó brevemente por una explosión a algo menos de 1 kilómetro de distancia de allí y un instante después, otro proyectil detonó en las inmediaciones haciendo que el suelo temblara levemente.

–Bienvenido a Cathar, capitán Omas.

–LLéveme de inmediato al puesto de mando.

–Sí, señor.

El rodiano guió a Vyn Omas por un sendero embarrado que atravesaba parte de la zona de aterrizaje que estaba situada junto al campamento, compuesto por casi un centenar de tiendas de lona entre las que se podía observar contenedores de suministros, vehículos de transporte terrestre y speeders. La mayoría de los soldados de aquel campamento de la República se encontraban durmiendo en sus tiendas o guareciéndose de la lluvia, por lo que apenas se cruzaron con poco más de una docena de soldados que estaban realizando su turno de guardia.

–Dígame una cosa, capitán –dijo el rodiano. –¿Qué ha hecho para que le destinen aquí?

–Pedí mi traslado voluntariamente –respondió Vyn Omas.

–¿En serio? ja, ja, ja. Al teniente le va a encantar.

Zigzaguearon durante varios minutos entre las tiendas, bajo una intensa lluvia que les manchaba los pantalones de salpicaduras de barro y hacía que el petate de tela que llevaba Vyn pesase cada vez más.

–Tenía entendido que el clima de este planeta era más seco.

–Será la estación de lluvias, señor –dijo el rodiano y después señaló una tienda de lona cuadrangular cuya entrada estaba flanqueada por dos guardias armados con rifles. –Es ahí.

El rodiano hizo un gesto a los guardias y ambos entraron al interior de la tienda, una estancia sencilla, sin adornos, con una mesa de metal llena de mapas de láminas de plastifino en su parte central. Encorvado sobre la mesa, un hombre de pelo oscuro, bien afeitado y de rostro serio levanto su vista y les miró con detenimiento.

–Teniente –saludó el rodiano.

–¿Han llegado los malditos refuerzos, Hihdo?

–No exactamente, teniente –respondió el rodiano. –Tan solo una veintena de nuevos reclutas.

–Fantástico –masculló el teniente. –¿Cómo se supone que vamos a ganar esta guerra?

–Teniente... hay algo más. –dijo Hihdo mientras hacía un gesto con la cabeza en dirección al humano que estaba junto a él.

Vyn Omas volvió a sacar su datapad y se lo entregó al teniente, que lo leyó varias veces sin alterar lo más mínimo la expresión de su rostro.

–Capitán Omas –dijo el teniente finalmente. –¿De qué va todo esto?

–Órdenes de Coruscant –dijo Vyn Omas. –A partir de ahora yo asumo el mando, teniente...

–Drayson –respondió el hombre tras un breve silencio, mirando con frialdad al muchacho –Pero mis hombres me llaman Razor... señor.