Le había prometido algo a Sammy y pensaba cumplirlo. Le había prometido que siempre iba a estar ahí para él, sin importar qué.

Siempre iba a poder contar conmigo. Como la primera vez que tuve que salvarlo de unos bravucones en el jardín de infantes.

Era la primera vez que papá permitía que Sammy se alejara de su vista. Nunca había confiado en las guarderías, pero Sam estaba creciendo y tenía que ir al jardín. Al final decidió que estaría bien.

Pero los niños eran crueles. Se burlaban de él por no tener mamá. Lo hacían de lado en los juegos y siempre lo trataban mal.

Un día papá me pidió que vaya a buscar a Sam, porque él tenía que hacer un trabajo.

Cuando llegue unos niños lo estaban empujando. Sin dudarlo, entre corriendo y me plante delante de ellos. Aunque el niño, líder del grupo, era mas chico que yo, parecía un luchador de zumo por su tamaño. Le dije que lo dejara en paz, que si se quería meter con él primero debía vencerme.

Esa noche cuando papá regreso a casa, me encontró con un ojo morado, pero sonriendo de felicidad, por la satisfacción que sentía al haber hecho mi trabajo y protegido a mi pequeño hermano.