Disclaimer: nada del Potterverso me pertenece
Prólogo
Caminó por el largo pasillo, el cual se encontraba totalmente a oscuras. La noche sin estrellas se colaba por las ventanas. Apropiado para lo que esa noche iba a acontecer. El pasillo del tercer piso siempre había tenido una cualidad especial en Hogwarts, pues parecía ideal para guardar aquellos objetos que nadie más quería que fuesen encontrados.
Por fin, el director llegó a su destino, pero antes de entrar, alguien más había aparecido.
―Severus, al fin te encuentro.
Severus Snape se dio la vuelta para ver a la persona que acababa de llamarle.
―Amycus, ¿ocurre algo?
―Esperaba que me dijeses dónde está el registro de de inscritos de la escuela. Ya sabes, esa pluma mágica que va apuntando los nombres de los futuros alumnos. De todos.
―Conozco muy bien la manera en que son inscritos los alumnos de esta escuela, Amycus. ¿Por qué quieres saber dónde está?
―Yo no. Nuestro señor. Quiere evitar la inscripción de los hijos de muggles.
Severus dio unos breves pasos, evitando mirar a Amycus.
―¿Por qué? Podemos esperar a que lleguen a la escuela para poder detenerlos y juzgarlos por robar la magia. Qué ironía, ¿no crees, Amycus? Decenas de niños ilusionados, que acaban de descubrir que son magos y brujas, cargados de nuevos y extraños materiales, encontrándose con que nunca aprenderán magia, que no volverán a ver a sus familias…
―Aunque no lo parezca, el Señor Tenebroso tiene misericordia. O quizás le parece una manera más rápida de acabar con el problema. Piénsalo, decenas de niños que no saben que son magos y brujas y que nunca lo sabrán. Permanecerán con sus familias y seres queridos sin saber la verdad… y sin que al final padezcan el aciago destino que les esperaría si supiesen la verdad. Y ahora, Severus, ¿dónde está el registro?
Snape fijó esta vez su mirada en Amycus, con intensidad.
―Resulta que yo soy el director de esta escuela, Amycus. Y quizás no lo sepas, pero sólo los directores de Hogwarts pueden acceder al registro, en un intento por evitar cualquier posibilidad de modificación o destrucción del sagrado pergamino donde se inscriben los nombres. Pero comprendo los deseos de nuestro señor y yo mismo destruiré el pergamino. Tienes mi palabra.
―¿Cómo puedo fiarme de ti, Severus? En fin… Pasaste muchos años con Dumbledore.
―Te recuerdo de que entre todos los mortífagos que estamos en Hogwarts, tú, yo y Alecto… En quien más confía Él es en mí, Amycus ―el mortífago Amycus Carrow se mantuvo callado, hasta que se dio la vuelta y se marchó. Severus tomó aire y caminó hasta la puerta que era su destino antes de que Amycus le interrumpiese. Entró en ella y subió una pequeña y estrecha escalera de caracol, hasta llegar a una pequeña estancia.
A pesar de que era noche cerrada, de que estaba muy oscuro en el pasillo del tercer piso, la pequeña habitación en la que se encontraba parecía tener luz propia, aunque a Severus le era imposible encontrar la fuente de dicha luz.
Caminó hasta el centro, donde había un pequeño pedestal de piedra. Sobre él descansaba un largo pergamino que caía hasta el suelo. El pergamino se quemaba mágicamente en su final, eliminando a aquellos alumnos que ya habían terminado la escuela, aunque ahora no lo hacía. Sería a final de curso cuando eliminase los nombres de los alumnos de séptimo. Pero en el inicio del pergamino, una pluma de águila apuntaba, de vez en cuando, a los futuros alumnos de la escuela. Pasaba sólo alguna vez, cuando un futuro mago o bruja llegaba al mundo.
Poco sabía Severus sobre este curioso y milenario sistema de inscripción de la escuela, el cual Rowena Ravenclaw, una de las fundadoras de la escuela, creó en su día, a partir de una pluma encantada de su águila, su mascota personal, cuando surgió la pregunta de cómo saber cuántos magos y brujas llegaban al mundo cada año y cómo encontrarlos y traerlos a la escuela, del mismo modo que surgió la cuestión de cómo seleccionar a cada estudiante, hasta que a Godric Gryffindor se le ocurrió la idea de crear el Sombrero Seleccionador. Pequeñas historias de la historia del colegio que pocos recordaban ya.
Desde el inicio hasta el final del pergamino, el cual aparecía quemado, había una larga lista de nombres inscritos, de futuros alumnos. Una lista de once años de antigüedad que, de caer en malas manos, haría que a esos futuros alumnos les fuese imposible venir a Hogwarts. O algo peor, que fuesen encontrados. Aunque la pluma de Ravenclaw no hacía distinción entre hijos de magos e hijos de muggles.
Severus sacó su varita y la agitó. El pergamino se alzó en el aire y se enrolló sólo, volando hasta la mano del director. La pluma de águila cayó en el pedestal, pero Severus no la tocó. Desconocía en qué grado Ravenclaw la había hechizado, pero supuso que, de volver a dejar el pergamino en su sitio, esta volvería a apuntar nombres. Y suponía que, de llevarse la pluma, esta seguiría apuntando nombres y, por tanto, se enviarían las cartas a todos los futuros alumnos.
Tras echar un último vistazo a la estancia, Severus se guardó el pergamino en un bolsillo interior de su túnica y se marchó por donde había venido. Una vez comprobado que no había ningún Carrow en el pasillo, Severus caminó con dirección a los terrenos de la escuela. Hogwarts, por una vez en la vida, no resultaba lugar seguro para ocultar tan preciado objeto como el pergamino, por lo que lo mejor era buscar otro sitio, uno donde nadie creería que pudiese ocultarse algo.
Meditó un momento lo que estaba haciendo. El mal que trataba de evitar era mil veces necesario a lo que estaba sacrificando, los futuros magos y brujas que naciesen de aquí en adelante, hasta que el pergamino fuese redescubierto, no serían apuntados hasta que pluma y pergamino se reencontrasen de nuevo. Hasta entonces, sólo hasta entonces, el futuro de la escuela era incierto.
