Disclaimer: Los personajes de Hetalia no son de mi pertenencia. Sólo los uso para entretenerles.


- ¿Entonces? ¿Quedamos para otra cita?

La chica le miró de pies a cabeza, contando los hechos pasados que se llevaron a cabo en la primer y única cita de la noche; El chico no era para nada desagradable, al contrario de esto, era de aspecto bastante agraciado, de buen corazón y sonrisa hermosa, sin embargo, fue su posición socioeconómica la que le hizo responder por su corazón.

- Será mejor ser amigos

Ella se fue, otorgándole un beso en la mejilla como disculpa por las molestias que él se tomó para llegar a ese momento, dejándole no con un sentimiento de tristeza, sino, de decepción.

- No funcionó, Eliza.

Al oír su nombre junto con el aviso de decepción, de los arbustos que adornaban el pasillo de la entrada del restaurante, una verde mirada se alzó. La joven húngara se levantó, sacudiéndose las hojas de la ropa y de su ondulado cabello castaño, sin poder creer que la cita, a la que creyó un éxito rotundo, fracasara.

- ¿Qué falló esta vez?

- Tal vez soy yo

Ella negó con la cabeza colocando su mano en el hombro del joven en un intento de trasmitir confianza. Era la primera vez que esto le pasaba más de tres ocasiones con la misma persona.

Antonio Fernández Carriedo, un joven español de cabello castaño que hacía juego con su piel bronceada y sus ojos verdes, buscaba novia; ¿Qué era lo que no llamaba la atención de las chicas en la agencia de conquista? ¿Su apariencia? ¿Sus gustos? ¿Su pobre trabajo como florista?

- Supongo que esto se acabó

No era de moral baja, sin embargo, en esta ocasión falló y todo su ánimo se derrumbó directo al suelo.

- No, no – Siguió la castaña buscando entre sus notas algunos pretendientes más – El día en que llegaste a la agencia, juramos conseguirte una novia. Eso haremos.

- Déjalo así – Sonrió – No estoy desesperado, sólo quería probar esto

Parte de su respuesta era mentira; Es cierto que no estaba del todo desesperado para alguien de su edad, a los veintiséis años, no tener pareja, pero a su vez, mentía diciendo que "sólo quería probar" y ocultaba realmente que acudió a esa agencia para encontrar a alguien complementario.

Por su parte, Elizabeta ya no sabía a qué ni a quién acudir. Desde que fundó la agencia de conquista en Londres, y haber logrado más de diez parejas tanto del mismo como diferente género, era la primera vez que un caso como el de Antonio, llegaba y sin solución.

A la primera postulante le tenía una explicación bastante acertada; la chica y el joven español tenían gustos más que completamente diferentes, no se atraían físicamente y ambos tenían trabajos horribles, o eso a sus puntos de vista.

La segunda fue más aceptable, sus gustos eran similares y de él a ella sólo le atraían sus ojos esmeraldas, en cambio el trabajo fue lo verdadero complicado puesto que ella esperaba un trabajo de oficina a lo que Antonio rechazó en mil décadas.

No comprendía entonces la tercera y última opción, la joven que compartía gustos iguales, físico atrayente y trabajos anhelados. Ambos amaban tocar la guitarra y cantar en algún espacio abierto que pudiera transmitirles paz, el trabajo de ella era ser una amable y dulce pediatra, cosa que Antonio soñó alguna vez estudiar, y para ella, el trabajar con las flores daba cierto aire de amabilidad y cariño.

Existía bastante compatibilidad entre ambos, ¿Por qué ella se marchó?

- Hay que admitir que fue divertido – Rió intentando levantar el ánimo de la muchacha llevando sus manos al interior de las bolsas de su gabardina – A pesar de ser un fracaso, las conocí bien.

La castaña suspiró ligeramente frustrada, intentando contagiarse al de sonrisa infinita del de enfrente.

Las puertas cerraron sus puertas mientras los comensales hacían acto de presencia fuera del establecimiento, dando aviso a la hora de marcharse directo a sus hogares o algún tipo de paseo.

Antonio no se movió hasta que la sonrisa de la húngara al fin adornase sus labios.

- ¿Te acompaño a casa? – Se ofreció mirándole con esa sonrisa una vez más

Elizabeta asintió, ensanchando una ligera sonrisa en su blanco y suave rostro, aceptando el brazo que Antonio le ofreció como apoyo.

Las calles de Londres comenzaron a vaciarse conforme la caminata de los europeos se alargaba combinando una charla amistosa a la vez que Antonio escuchaba los relatos de las ocasiones en las que Elizabeta se hizo cargo de las parejas del mismo sexo, lo mismo pasaba de los relatos que la húngara escuchaba del español como florista.

Tal vez, a lo largo de sus estadías en la nación inglesa, jamás habían cruzado palabras, ahora lo hacían y parecían llevarse bastante bien aunque más allá de intereses románticos jamás se cruzarían.

Elizabeta lo condujo hasta una zona un poco lujosa de condominios que sólo aceptaba la entrada de residentes. El hombre alto, pero a su vez regordete, le prohibió el paso en cuanto le vio llegar, sólo indicó que su caminata cesó bajo del guardia de seguridad.

- No te preocupes, Antonio – Siguió Eliza decidida – Kiku y yo no pararemos hasta encontrarte el amor verdadero

El español sólo atinó a reír y despedirse.

En cuanto el castaño desapareció del campo visual de la chica, ésta sacó su móvil a gran velocidad y tecleó un número mientras retomaba el camino.

- Kiku, cambio de planes – Sonrió para sí entrando a la sala de su hogar – Otra cita fracasó, así que es momento de sacar las hojas especiales.

Antonio sacó la llave de la cerradura que pertenecía a su departamento soltando un sonoro y fuerte suspiro frustrado. Siempre veía el lado positivo de las cosas, y ahora lo tenía después de formularse unas cuantas excusas mientras veía a su compañero de cuarto acercársele.

- Si consiguiera novia, estarías muy solo, ¿No es así?

El felino se le acercó con esa seriedad característica de él, sin embargo, emitiendo un tierno ronroneo que hizo su ánimo subirle.

El compañero de habitación de Antonio no era más que un pequeño felino de raza Scottish Fold, abandonado en la calle en una fuerte tormenta. ¿Qué hacía un gato de raza en las calles? Él se lo preguntó varias veces, sin embargo, no le caería mal una compañía y su felino no era más que un cachorro en su encuentro. Ambos se llevaron mal al principio, pero después de unos muebles rasguñados, al igual que un rostro, cientos de finos pelos en la ropa como en el sofá y cama, y un recibimiento a sus llegadas, se consideraron buenos amigos y parte de una familia.

Antonio no quiso saber más, simplemente se arrojó a los brazos de su cama y esperó con dificultad y esperanza, el nuevo amanecer.

Sabía que su hermano se estaría riendo de él en esos momentos; Viviendo sólo en un departamento, con un gato levemente huraño y un trabajo que le daba para vivir al día.

Las fuertes gotas de agua que chocaban en su ventana le hicieron despertar de forma brusca e hicieron al felino removerse. Ya era más de media noche y definitivamente, no comenzaría bien el día.

Ese día, Londres se mantuvo nublado y de vez en cuando, una llovizna se hacía presente para detenerse y desaparecer rápidamente, no era nada diferente como a otros días. No parecía un país alegre y progresivo como se mantenía en mente, sólo era un día oscuro y deprimente… ¿Y por qué tenía esos pensamientos?

Se supone que podía tomar el transporte público y acudir a su trabajo con una sonrisa en el rostro para contagiar a los clientes y transeúntes, ¿Por qué decidió caminar bajo la ligera lluvia y llegar con un rostro demacrado? Simple, la noche de insomnio fue eterna.

- ¡Oh, Antonio! ¿Qué te ha pasado, Chéri?

Alzó el rostro intentando sonreír, cosa que no logró y sólo mostró sus ojos ojerosos y cansancio.

Francis se sorprendió de gran y triste faceta, recordando las veces que vio a su amigo en ese estado sin poder recordar alguna; Bonnefoy, a pesar de ser un simple repartidor, era la razón de por qué el negocio era famoso en sus pedidos a domicilio; Poseía una galantería digna de admirar además de combinarla con ese cabello rubio ondulado hasta los hombros y su marcado acento francés.

- Estoy bien – Respondió con simpleza buscando su material – Sólo… Tuve una mala noche

- Todos la hemos tenido – Gruñó uno de los demás empleados arrojándole su delantal de plástico – Recupérate y trabaja, maldición

- ¡Hermano, no le regañes!

Lovino y Feliciano, dueños de la floristería en una de las zonas transitadas de la nación, no lucían como hermanos sólo por su idéntico físico, diferenciando un par de cosas como el tono de cabello. Uno solía tener una sonrisa tierna y carismática fácil de contagiar, trataba a las flores con cuidado y amor además de atraer a los clientes con esa aura tan tranquila; En cambio a Lovino, que no le disgustaba su trabajo ya que solía tener el mismo respeto por las flores, siempre mostraba un rostro molesto y fuera de lugar.

Antonio también aportaba esa aura de calidez que junto a la de Feliciano, lograban una perfecta armonía.

- ¿No quieres el día libre? – Preguntó Feliciano en un tono tranquilo sumándole una sonrisa – Lovino, Francis y yo podemos arreglárnosla bien

- Gracias, Feli… Así estoy bien – Rechazó – Un poco de trabajo no me hará daño. Necesito distraerme

- Ve~ Como quieras

Le bastó con sonreír para que las nubes comenzaran a dispersarse por el cielo abriéndose para los rayos del sol que hicieron a las flores levantarse animadas. Su sonrisa era como una bendición.

Así fue como la gente comenzó a llegar. Algunos curiosos que se acercaban a Lovino y luego se arrepentían, Francis comenzó a llevar los pedidos no sin antes ensayar sus palabras, Feliciano arreglaba unos cuantos ramos como muestra mientras Antonio le sonreía y ayudaba a aquellos despistados y olvidadizos.

El timbre le trajo a la realidad, reconociendo el número de la húngara como mensaje.

"Ya que no hemos tenido suerte con las chicas, los chicos te esperan".

Creyó que todo había acabado, se dio cuenta que no y tal vez, su vida aburrida al fin cambiaría.


Esta vez he venido con un fic SpUk/UkSp más o menos largo de Universo Alterno. La idea la tengo desde hace unas semanas y al fin la pude plasmar. Espero que haya sido de su agrado, si va por buen camino, actualizaré seguido. Es algo así como el homenaje a mi historia del Mesero y Violinista.
Sin más que decir…

¡Hasta el próximo!