Tras un largo tiempo de ausencia, vengo con una nueva historia inspirada en la serie de televisión Castle (abc). Have a good reading! ;)
PRÓLOGO
Al fin podía decir que el día se había terminado. Desafortunadamente su carrera probablemente también.
Katherine se dejó caer abatida en la cama sabiendo que una vez tumbada sería incapaz de levantarse de nuevo. Ni siquiera se veía con fuerzas de ponerse el pijama, sin embargo estaba deseando reemplazar lo que llevaba puesto por algo más cómodo.
Medio incorporada, con la espalda apoyada en varios cojines junto al cabecero, no lograba concentrarse en la lectura de su nuevo libro. No podía entender como una compañera suya – aún teniendo cero afinidad con ella – podía haberles traicionado de aquel modo. No obstante, había algo aún más importante vagando por su mente y el verdadero motivo de su falta de concentración. Probablemente la agente Hanburg tendría su cometido, pero ella se había ganado el pasaporte para seguirla de cerca y eso no entraba en sus planes y mucho menos por culpa de un sinvergüenza.
De todas las personas del sexo opuesto que había conocido hasta el momento, el de esta noche se llevaba el Razzie. Sus estúpidas preguntas y ese continuo acoso hacía su persona le habían hecho bajar la guardia, al querer poner fin a esa situación, en el peor momento de la noche.
" Beckett centró la mirada dónde se acababa de producir el disparo. Sus sentidos estaban bloqueados. Sus ojos vagaban confusos entre los asistentes de esa gala benéfica; todos pesos pesados de los negocios. Al instante reconoció al tirador escabulléndose entre los presentes.
- ¡Keller!
Su compañero se volvió hacía ella esquivando a los invitados que presos por el pánico habían empezado a abandonar la sala del Hotel Palace. Kate movió sus manos señalando por dónde había visto que se dirigía, el cual no dudo en responder saliendo hacía allí con otro agente.
Con el corazón bombeándole arrítmico se volvió hacía donde el alcalde yacía inmóvil en el suelo detrás del atril. Aquello le sacudió por dentro. No fue capaz de reaccionar, ni siquiera era consciente de que había alguien que la estaba observando. La misma persona que llevaba evaluándola desde su primer día en la comisaria doce. "
Sobrecogida por un repentino escalofrío cerró el libro dejándolo en la mesilla de noche. Decidida a dejar atrás ese día de mierda saltó de la cama apartando algunos cojines de mera decoración, apartó la ropa de la cama, entró acolchándose ella misma y cerró la luz de la lámpara deseando quedarse dormida al tiempo antes de contar hasta tres.
Era la primera vez que le ocurría algo similar. No obstante y a pesar de que muchos de sus compañeros lo veían como el error que podría haberle ocurrido a cualquiera, Katherine no dejaba de verlo como esa mancha en su expediente o escuchar "te lo dije" con voz autoritaria.
Se sentía avergonzada por ese estúpido error, sí, no obstante lo que más le dolía era la sensación de haber fallado a quien desde niña y a día de hoy seguía considerando su heroína, su Atenea particular: a su madre.
...
...
CHP I
El despertador había dejado de sonar hacia una hora. En la pantalla de su teléfono había una llamada entrante registrada de hacia exactamente treinta minutos, sin embargo, ella seguía durmiendo.
Totalmente desorientada e ingenua de la hora en la que vivía, Katherine se desperezó levantando las manos junto con un bostezo y dejando que todas sus extremidades se estiraran oyendo algún que otro "crack" de por medio. Perezosa, sin intención de levantarse todavía ni querer abrir los ojos, alargó su mano izquierda por encima de su cabeza hasta palpar el teléfono. Intentando acostumbrarse a la luz de la pantalla, lo desbloqueó convencida de esos minutos de más antes de levantarse y tener que afrontar un nuevo día. Al leer la hora el corazón le dio un vuelco. Alarmada se giró comprobando la hora que marcaba el despertador al otro lado de la cama. En ese momento no podía hacer nada más que maldecirse a sí misma mientras se enfundaba unos vaqueros, elegía una camiseta manga larga al azar, se ponía sus botines favoritos y recogía la chaqueta de cuero del salón junto con el maletín – situado en la mesa del comedor - antes de salir fugazmente de su apartamento.
Varias llamadas entrantes y un montón de mensajes era todo lo que podía confirmar mientras, apresuradamente, bajaba por las escaleras saltándose los tres últimos escalones de un salto y con la vista fija en la pantalla de su teléfono.
Podía permitirse salir a la calle sin haberse peinado, incluso maquillado, pero era incapaz de empezar el día sin su café.
"Total, ya llego tarde... " - se dijo a sí misma.
- ¿Lo de siempre? - preguntó el chico al verla acercarse apresuradamente al mostrado
- Si, gracias. - asintió dejando el dinero al lado de la caja registradora. - Quédate con el cambio.
No pasó ni medio minuto cuando el chico que la había atendido dijo su nombre al mismo tiempo que su compañero llamaba a otra persona. Kate recogió el vaso para llevar y salió decidida hasta la boca de metro más cercana para llegar a comisaria lo antes posible.
En el momento que cruzaba el paso de peatones, a menos de cuatro pasos de la cafetería, un hombre de unos treinta y dos años, pelo castaño y con buena presencia, salía de la misma con intención de detener a quien acababa de llevarse el café equivocado.
- ¡Disculpe!
A pesar de su acelerado andar, consiguió alcanzarla.
- Perdone, - dijo jadeando. Apartando su mano del codo de ella – se ha llevado mi café por equivocación. Éste es el su...
El hombre dejó de hablar al ver su reacción.
- ¡Genial! - soltó con desprecio al reconocerle – Ahora mi día ya sólo puede ir al fracaso...
- Lo siento, ¿nos conocemos? - dudo él.
Kate sonrió irónica.
- Mira, no tengo tiempo que perder y menos con ese tipo de juegos, - dijo intercambiado sus vasos - Llego tarde...
- ¡Espera! - la siguió – Entiendo que no quieras hablar conmigo, supongo que me lo merezco. ¿Nos conocimos anoche? De ser así lo explicaría todo. - Kate se detuvo girándose hacía él con cara de pocos amigos - Vale, lo tomare como un sí. - continuó él – La verdad es que no recuerdo mucho, o casi nada, de lo que hice anoche así que sí, tuvo que ser ayer, de lo contrario me acordaría... - comentó aún aturdido por la resaca – ¿Crees que es cosa del destino?
- ¿Te estás quedando conmigo? ¿Sabes? Me da igual, ya he oído suficiente – le respondió dando media vuelta y encaminándose de nuevo hacia la boca del metro.
- Lo siento...
Kate se detuvo. Retrocediendo sin saber qué iba a salir de su boca.
- Quizá tú creas que el destino tiene algo que ver con esto, pero para mí todo esto no hace más que acentuar el que va a ser el peor día de mi vida. Así que hazme un favor y a partir de ahora evítame cada vez que me veas, sea dónde sea que casualmente podamos volver a coincidir, por qué toparme contigo no me trae más que problemas.
A diferencia de él, patidifuso en medio de la calle con su mirada fija en la dirección por dónde acababa de alejarse esa chica, a su alrededor el ritmo era el mismo frenético al de una mañana en la ciudad de Nueva York.
Aquella era la situación más embarazosa, incómoda y surrealista que había tenido hasta el momento. No obstante, en breve estaría en el juzgado firmando el divorcio con su mujer, con quien estaba deseando deshacer cualquier vínculo para siempre y eso estaba, sin duda, por encima de cualquier curioso y extraño contratiempo.
...
Katherine afrontó el último tramo hasta el edificio dónde se encontraba la comisaria 12 intentando recomponerse con cada una de sus bocanadas de aire.
Al entrar se dirigió directamente a los ascensores sintiendo como si el corazón le fuese a salir por la boca.
- ¿Se puede saber dónde estabas? ¡Llevo horas intentando localizarte!
Martin, uno de sus compañeros más fieles, la arrastró al interior del ascensor esperando que se cerrasen las puertas para encerrarse dentro.
- Lo sé. Lo siento. - intentó excusarse.
- Anda, toma.
De su espalda sacó una bolsa con el uniforme de Kate. Agradecida se lanzó a su cuello al ver que aún existían hombres tan caballerosos como él - lástima que ya estuviera pillado -.
- Bueno, ya vale... - insistió risueño.
- Perdona. - sonrió, apartándose algunos mechones de la cara.
- ¡Date prisa!
Martin se giró dándole intimidad mientras ella se deshacía de su propia ropa – no había tiempo para ponerse pudorosa -.
- Apuesto por tu careto que te has quedado dormida. Y no te culpo. Yo en tu situación ni me hubiese levantado... - insinuó - Hines lleva preguntando por ti toda la mañana y no parece de muy buen humor.
- ¡Estoy jodida! - manifestó apoyándose en una de las paredes del ascensor mientras se colocaba los botines.
- No mucho más que Melanie...
- ¡Por favor, alégrame el día y dime que la han echado! - le rogó terminando de abrocharse la camisa y colocándola por dentro de los pantalones - Ya puedes girarte.
- ¡Muy guapa! - acentuó, entregándole la chaqueta – Respecto a Mel, sí, está fuera. Y en cuanto al sargento, no te preocupes, le he dicho que seguramente estarías en el escenario del crimen del que acababan de informarme cuando me lo pidió.
- ¿!Lo hiciste?!- le miró con expectación.
- Me debes una. - le sonrió.
- Más bien dos...
- ¡Tomo nota! - dijo antes de apretar el botón para que el ascensor volviese a funcionar.
- ¿Puedes llevar esto a mi taquilla? Será mejor que me presente por voluntad propia antes de que vuelva a preguntar por mí...
- Y van tres... - dijo risueño, aceptando - Buena suerte.
…
Saber que su superior, Edward Hines, llevaba buscándola toda la mañana podía superarlo a pesar de las repercusiones que aquello suponía. Sin embargo, presentarse en su despacho y escuchar "Por cierto, el comisario quiere verla" después de un amable "Me alegra que haya decidido aparecer al fin Beckett." había sido totalmente inesperado.
Desde la muerte de su madre, la única persona que había estado en ese edificio, recorriendo el camino hasta el que fue el despacho de la Comisaria Johanna Beckett durante varios años, había sido su padre días después del funeral para recoger algunos efectos personales.
Cuánto más cerca estaba más dudas tenía de ser capaz de andar por esos pasillos sin verse obligada a salir corriendo. Beckett respiró profundamente antes de enfrentarse a los recuerdos que le transmitía aquel sitio.
- Hola, Aby. - saludó a quien conocía de hacía años, por verla trabajar codo con codo al lado de su madre.
- ¡Kate! - exclamó alegre - Sé que no va con los protocolos pero...
La mujer de alrededor de unos treinta salió de detrás de su mesa para rodear sus brazos entorno a Kate con gran entusiasmo.
- Me alegra un montón verte. ¿Todo bien?
- Sí, bien... – intento sonar convincente – Me han dicho que quiere verme, ¿no es así?
- ¡Espera! Le diré que estás aquí.
Katherine adoraba a esa mujer. El día que supo de la marcha de Clark, quien en su día y durante un tiempo ocupó la mesa en la que estaba apoyada, se alegró infinitamente. Nunca le había caído bien. Es más, de pequeña siempre le había comparado con Frollo, el villano de la película el Jorobado de Notrê Dame.
- La agente Beckett está aquí, señor – informó.
- ¡Hazla pasar!
La detective y secretaria del comisario la miró invitándola a entrar. Con un nudo en la garganta, Katherine entró con paso firme.
- Gracias Aby. - dijo ella, antes de que cerrase la puerta.
Las miradas entre ambos le hicieron darse cuenta que aquello había estado fuera de lugar.
- Lo siento, señor. Viejas costumbres. - se disculpó cabizbaja.
- Gracias por venir. ¡Siéntate, por favor! - le ordenó
Beckett se quitó la gorra peinándose el flequillo con los dedos, tomando asiento a su vez en uno de los dos sillones clásicos de piel color marrón claro, situados delante de la mesa - del mismo estilo clásico - que presidia aquel despacho.
- ¿Tiene idea de por qué la he citado?
- Por el accidente ocurrido anoche, señor. - aceptó a su pesar.
- Así es...
Las siguientes palabras que salieron por parte del comisario no tardaron en ser mero murmullo para sus oídos; a veces preguntas que respondía de forma mecánica. Su concentración se había visto enfocada en otra dirección.
Su cuerpo se estremeció al darse cuenta que seguía siendo capaz de recordar con todo detalle dónde y cómo estaban colocados los diplomas, condecoraciones, figuras decorativas, marcos de fotografías, medallas, etc. que su madre tenía en la estantería del fondo del mismo modo que ahora lo tenía su sucesor.
- Tres meses... - repitió intuitivamente.
- Por un momento pensé que no me estaba escuchando. Me alegra saber que estaba equivocado.
- En realidad... - comenzó a hablar cabizbaja juntando sus manos alrededor de la gorra - le pido disculpas por...
Katherine dejó de hablar en el instante que notó la mano del director en su hombro.
- ¿Un café?
- No, gracias... - dijo aturdida.
- Realmente aprecio que hayas venido a verme. - dijo usando un trato más cercano, alejándose hacia la cafetera que había al otro extremo de su despacho. - Sé que no debe resultar fácil estar aquí ahora mismo.
El comisario respetó el silencio que se había creado entre ambos.
- ¿Crees que ella lo aprobaría? - volvió a intervenir intentando crear un ambiente en el que pudiese relajarse.
- Ella siempre decía que en éste despacho no había tiempo ni para tomarse un descanso, ni para asuntos personales. - recordó.
- Excepciones a parte. - comentó dando un breve sorbo de su taza de camino a su asiento.
- Lo siento, creo que no... - intentó argumentar totalmente desorientada.
- Johanna amaba su trabajo. Al igual que la mayoría de esta sociedad, trabajaba para vivir aunque en según qué circunstancias pareciese justo lo contrario. No obstante, en el momento de su nombramiento como Comisaria supo cómo iba a cambiar su vida y cómo podía afectar a su familia. De ahí que te estuviese escondiendo en la sala de conferencias los días que no tenías extra escolares. - hizo una breve pausa y prosiguió - Sé que la odiaste por tenerte encerrada aquí en vez de dejarte vía libre. Pero todos tenemos miedos, y tu madre no era una excepción a pesar de su apariencia. La idea de perderse tu adolescencia, no estar a tu lado para tus dudas, miedos y decisiones importantes la perseguía constantemente. Amaba su trabajo, pero por encima de todo era madre.
- Tiene razón. La odié – aceptó recordándolo – Y todo ese odio ahora es agradecimiento. Lo que empezó siendo una obligación, acabo en una rutina y una necesidad. Después de varias semanas ya no fui capaz de concentrarme si no estaba rodeada por éstas paredes y el ambiente frenético, que a veces se vivía, de fondo... - sonrió melancólica.
- Katherine, soy consciente que quizá no me pertenecía a mí darte ésta charla, en ningún momento he querido ocupar un lugar que no me pertenece. Sin embargo, son muchos años trabajando con tu madre, no sólo desde las altas esferas. A todo esto... - se irguió, retomando su compostura - Dime. ¿Crees apropiada tu suspensión?
- En primer lugar, le agradezco sus palabras sobre mi madre. Meses atrás probablemente no lo hubiera permitido, pero ahora agradezco escuchar la opinión que tenían los demás de ella, incluso las malas. Ella le tenía mucha estima y sé que le admiraba como persona, de lo contrario no habría dejado por escrito su voto hacía usted en cuanto a su sucesor. Y en segundo lugar, y respecto a mi suspensión... - Kate se tomo unos minutos apoyándose al respaldo del sillón buscando la respuesta a su pregunta - Anoche al acostarme no podía dejar de pensar en qué sería de mi si lo ocurrido suponía entregar mi placa... - dijo con la voz rota.
El Comisario se levantó, abandonando su puesto, para sentarse en la butaca vacía que había junto a ella.
- Debo admitir que al principio me pareció excesivo. Todos cometemos errores. Todos – remarcó -. Pero después de hablarlo con el jefe de departamento y demás, decidí que tres meses era lo correcto. - confesó – Esto no es un castigo, Kate. Consideralo una excedencia, una oportunidad para pensar en tu carrera y disfrutar de tiempo libre. Te lo debes.
- Mi madre no habría sido tan amable...
- Estoy seguro que esté dónde esté compartirá mi decisión. Y lo más importante: estará muy orgullosa de ti. Recuerda que todos cometemos errores. Todos. – volvió a remarcar.
Beckett asintió.
- ¿Puedo hacerle una pregunta, señor?
- ¿Sobre el alcalde? - ella asintió - Se recuperará. Es un pez gordo. - bromeó.
Lo había intentado desde que había entrado en ese despacho, cuando se reconoció junto a sus padres, el jefe de departamento y Abigail en la fotografía enmarcada – colocada verticalmente debajo de otra en blanco y negro – situada en la pared de su izquierda; era del día de su graduación. Aquello hizo remover recuerdos que creía sellados.
- Le están esperando en sala de conferencias, señor.
El comisario asintió con una rápida mirada hacia Abigail.
- Tómate tu tiempo. - dijo a Beckett, rozando su antebrazo - Cualquier cosa ya sabes a quien llamar.
Katherine se levantó para despedirse con el saludo reglamentario.
- Gracias, Señor. - pronunció con dificultad.
La seguridad de saber y ver que estaba sola le permitió relajarse y derramar las lágrimas que no se había atrevido a llorar delante de su superior, a pesar de no ser un desconocido.
Sintiéndose más firme consigo misma, se levantó paseando lentamente como si estuviera reconociendo la escena de un crimen – algún día lo haría -, recordando los buenos momentos, hasta situarse a un lado de la silla dónde recordaba a su madre haber pasado largas horas trabajando. Por un instante tuvo el deseo de sentarse en ella, pero las voces en la sala contigua la hicieron desistir.
Con un hormigueo en el estómago a sabiendas de estar – probablemente - a punto de cometer una ilegalidad, Beckett se sentó en ella con cautela. Acomodada, desenfundó el arma de su funda dejándola encima de la mesa y cerró los ojos, abriéndolos en cuanto se sintió preparada para dar el siguiente paso. Con la placa entre sus manos y sin apartar la vista de ella, con la garantía de que muy pronto volvería a colgar de su cinturón, Kate alargó la mano para dejarla al lado de su pistola.
"Noventa y tres días". - pensó - "Sólo noventa y tres."
