Capitulo I: Emociones
Hay muchas descripciones disponibles acerca de Reino Unido, especialmente de Inglaterra; ya sean buenas o malas referencias todo habitante tienen algo que decir acerca de esta enorme urbe. Habrá quienes digan que Londres puede ser algo aterradora con todo el movimiento del va y ven de todos aquellos que salen a trabajar, otros tantos dirán que es fascinante, algunos más, como James Potter, dirán que es el lugar con más secretos del mundo. Increíblemente él era testigo de estos secretos, lo había sido desde pequeño, al igual que toda su familia. Quizás era por ello que su mayor pasatiempo era estar sentado en el alfeizar de la ventana de su habitación que daba a una de las calles principales de Portsmouth, el pueblo donde vivía, le entretenía ver a los muggles siempre atareados y preocupados por el tiempo.
Eso era justamente lo que estaba haciendo, con sus piernas colgadas hacia la calle sin temor a caer y sus brazos a cada lado. Llevaba ya un buen rato y el aburrimiento comenzaba a apresarlo, y la lluvia silenciosa no era de ninguna ayuda, suspiro para sus adentros y cerro sus ojos que se ocultaban tras unos lentes de montura cuadrada.
_ ¡Alguien atrape ese sombrero!_ gritó entonces un hombre que, con su portafolios y su sombrilla trataba de darle alcance a su sombrero que el viento se trataba de robar. Otro hombre, algo canoso, de ojos avellana juguetones y facciones finas que eran atacadas por las arrugas se detuvo viendo el sombrero, en las filas de la gente que caminaba rumbo al subterráneo se armo un barullo a causa del hombre que iba en contra de la marea en busca de su sombrero, de pronto lo perdió de vista. _Con un demonio_ murmuro molesto, bufando
_ ¡Hey usted!_ la voz del señor con canas no atrajo solo la atención del otro hombre, también de James Potter que alcanzó a ver como guardaba en su túnica su varita, el otro hombre lo miro extrañado y desconfiado por la ropa que llevaba _ ¿Es este su sombrero?_ preguntó jovialmente sin importar la mirada que le dirigía el otro.
_Hem sí… gracias_ parecía desconcertado pero se acerco a tomarlo, se lo colocó y con una última inclinación de cabeza se alejo. El hombre canoso atravesó la verja y se adentro por el enorme jardín para entrar a la casa. James se bajó de un salto de su ventana y corrió escaleras abajo.
_ ¡Papá!_ lo saludó saltándole encima apenas atravesó el pórtico, tratando de derribarlo.
_Hola James_ lo saludo entre risas, tirándose en el sillón junto con su hijo
_ ¡Charlus!_ se escuchó de repente una voz enojada proveniente de la puerta a la habitación contigua.
_Hola amor_ saludó sonriendo inocentemente, se acerco a besar a su esposa, una mujer de mirada severa, su pelo, a pesar de ser canoso tenia aun algunos mechones que denotaban su antiguo cabello rubio-rojizo. Lo detuvo con una simple mirada de sus ojos azules. _ ¿Qué sucede?_ preguntó.
_ ¡Mira como manchaste la alfombra! ¿Para qué crees que tienes tu varita? ¿Para rascarte la nuca?_ le reclamaba
_Tranquila linda_ le dijo su esposo que contra los esfuerzos de su esposa le empezó a plantar besos por todo el rostro.
_No, Charlus, no_ le decía su esposa aunque no podía evitar soltar risitas.
_No te enojes Dora_ le decía su esposo al tiempo que alzaba su varita y limpiaba sus huellas de barro que había esparcido por la casa. _Así de rápido se arregla_ comento alzando la barbilla solemne.
_Pero no queda igual de limpió_ suspiró_ le tendré que pedir a Kilki que limpie, pero será mañana que hoy ya hizo mucho.
_Mamá, tengo hambre_ dijo de pronto James desde el sillón
_Ay, claro Jim, ve al comedor ya está todo listo_ le dijo su madre apresuradamente, el pequeño obedeció sonriente y salió corriendo por la sala para llegar al comedor y sentarse impaciente en la larga mesa de roble. Su padre llegó unos momentos después, sentándose frente a él.
_ ¿Qué hay de comer Dora?_ preguntó Charlus
_Pasta, pescado con patatas y de postre, el favorito de James, pastel de calabaza_ informó transportando la comida junto con su elfina domestica al comedor.
_Excelente_ exclamo el niño, alegre, dispuesto a comenzar a devorar. Siempre había sido así, sus padres solían consentirlo mucho puesto que era su único hijo, el cual les costó mucho trabajo tener, principalmente por su avanzada edad. Todo esto había convertido a James en un chico, si bien jovial también tan mimado que podía llegar a ser algo presuntuoso y arrogante en ciertos momentos. Claro que eso no evitaba que fuera querido por la mayoría de la gente que conocía; nadie se podía resistir a su tierno gesto de niño que no rompe un plato.
_ ¡Yo quiero una rebanada grande!_ exclamó James, su madre estaba levantándose para partir el pastel.
_Ama, permítame ayudarle_ dijo entonces Kilki que venía entrando.
_No te preocupes Kilki ¿A qué venías?_ le respondió con cariño Dorea.
_Acaba de llegar una lechuza para el amo James Potter_ tardó más en terminar de informar que James de saltar la mesa y acercarse a la elfina por la carta. _Aquí tiene amo_ le dijo dándosela algo asustada ya que James solía ser algo brusco y ya era algo mayor para aguantarlo. Por su parte el niño tomó con manos algo temblorosas la carta, no cabía en sí de alegría.
_ ¡Es de Hogwarts!_ exclamó emocionado, destrozando el sobre.
_Al fin_ exclamó su padre sonriente. El niño leía a toda velocidad la carta mientras su sonrisa se ampliaba. Ese era su sueño, y al fin se cumpliría, sería parte de aquellos secretos que Inglaterra guardaba; sería parte de la comunidad mágica porque como cualquier niño de 11 años comenzaría sus estudios en la escuela.
Como todo lo que existe en esta vida, el mundo mágico no es perfecto. Hay muchas actitudes entre las que los magos y los muggles no se diferencian entre sí. La gente puede llegar a ser tan cerrada y tan dura en ambos lados que fácilmente se podrían confundir. Una clara muestra de esto era la antigua familia Black, que poseía un enorme árbol genealógico, jactándose de ser una de las familias pioneras de la magia. Tal vez fuera por esto que trataban de mantener "pura" su descendencia, cortando, a cierta manera, los frutos podridos de su árbol.
_ ¡Sirius, baja de inmediato!_ Gritaba la voz histérica de una mujer
_ ¡Ni loco lo hare, madre!_ exclamo un niño de no más de once años que entro a su habitación y cerró la puerta de golpe, furioso.
Se tiró en su cama y se puso a mirar el techo. A los pocos minutos tocaron a su puerta
_ ¡Largo!_ exclamó
_Soy yo, Regulus_ dijo una voz tímida desde el exterior
_ ¿Que quieres Reg?_ preguntó suavizando un poco su tono
_ ¿Puedo pasar?_ preguntó
_Ahora no enano, lo siento
_Mamá te busca
_Dile que se vaya al quinto infierno_ murmuró, su hermano ya no respondió. Se talló sus ojos, aun molesto y se levantó perdiendo su mirada en el espejo que se encontraba delante de su cama. Su reflejo, un niño de ojos inquietantemente grises, rasgos aristocráticos y apuestos, su cabello era negro azulado, mucho más largo de lo que su madre soportaba, lo cual causaba muchos problemas en su casa. Sonrío con satisfacción, odiaba a su familia, lo que provocaba que su mayor entretenimiento fuese fastidiarlos. Todas esas ideas sobre la pureza de la sangre mágica que inundaban la cabeza de su familia ya lo había desesperado hacía mucho. A decir verdad, tenía miedo de terminar como ellos: un montón de amargados que se casan entre primos y consideran primordial el dinero y el estatus. La única solución que había encontrado había sido contradecirles en todo, el quería ser más, él quería que se supiera que a pesar de ser un Black podía llegar a ser mucho más.
En el piso inferior escuchó los murmullos de sus padres y su hermano. Cerró los ojos, dolido, aunque su orgullo fuera mayor como para aceptar esto. Lo único que le agradaba de esa casa era su hermano, lamentablemente siempre había buscado la aprobación de sus padres, lo que había provocado que fuese contagiado por los ideales Black. Sirius tenía miedo de que el pequeño Regulus terminara siendo un retrato de su padre. En el fondo sabía que eso no le importaría, que lo seguiría queriendo. Pero no podía aceptar algo así, no era fácil perder lo único que valía en tu vida que solía ser amarga.
_ ¡Sirius! ¡Mocoso insolente!_ gritó entonces la voz de un hombre _ ¿Cómo te atreves a hablarlo así a tu madre?_ su tiempo corría, Sirius lo sabía y también sabía que no había vuelta atrás.
_Lo volvería a hacer de ser necesario_ le dijo, creyéndose protegido por su puerta y con una insolencia increíble para su corta edad. Pero se equivoco, la puerta se abrió de golpe dejando ver la silueta recortada de un hombre, con un perfecto corte de casquillo corto.
_Pídele disculpas_ le dijo
_Jamás_ le respondió sin contemplaciones, firmemente
_Es hora de que aprendas_ murmuro furibundo mientras sacaba su varita _Crucio_ dijo entre dientes. Sirius sintió un millón de cuchillos clavarse en todo su cuerpo. Apretó los dientes, no se mostraría débil frente a su padre. Jamás.
_Alto, no lo hagas padre_ era la voz de Regulus, se denotaba su preocupación, si bien quería la aceptación de sus padres no podía dejar de admirar a su hermano. Eran pequeños clones, tan iguales físicamente como distintos sentimental y mentalmente.
_ ¡Largo Regulus!_ rugió su padre. No lo podía permitir, era su hermano y lo quería salvar, pero el dolor era mucho, sus músculos aun no respondían.
_Basta_ susurró con las pocas fuerzas que tenía
_ ¿Te atreves a quererme parar?_ preguntó como si fuese a explotar
_Sí_ respondió sencillamente, alzando el rostro, plantándole cara a aquel energúmeno que se hacía llamar su padre.
_Cru…_ comenzó de nuevo su padre
_Orión_ gritó entonces la madre de los hermanos Black desde las escaleras, la mujer subió, caminando como si fuese de la realeza y pudiera sujetar el mundo en una de sus manos.
_ ¿Que pasa Walburga?_ respondió de mala gana el marido, bajando la varita lo que le dio un respiro a su hijo mayor que se encontraba sosteniéndose de la cama para no caer del dolor. Por toda respuesta Walburga le extendió una carta a su esposo.
_Es de Hogwarts_ exclamó sorprendido Regulus
_Menos mal, al menos no nos salió squib_ murmuro el padre viendo la carta, la sonrisa en el rostro de Sirius no tardó en llegar. Como muchos magos desde los 7 años había tenido manifestaciones pero solo su hermano había sido testigo, algo dentro de él se negaba a mostrárselos a sus padres, por lo que pensaban que aparte de arrogante, su hijo no tenía magia. Lo mejor de aquella carta es que era su pase para al fin no estar cerca de aquella familia de pesadilla.
_Ahora Sirius, si ya terminaste de hacer tus estúpidos berrinches arréglate para la cena_ dijo su madre volteándose, hasta ese momento volvió a alzar la vista. Toda su familia ya estaba arreglada mientras él seguía con ropa cualquiera. Suspiró con desgano.
_No_ alcanzó a decir con firmeza antes de ver a su padre volver a alza su varita para repetir aquel maleficio. El pequeño lo espero, mirándolo desafiante, viendo aquel rayo rojo que se dirigía directo a él, si tan siquiera parpadear.
La luna llena llegaría al día siguiente, no necesitaba ver un calendario para saberlo, con solo cerrar los ojos y saber de su dolor lo reconocía. Llevaba ocho años sabiendo eso, sabiendo que no había nada que hacer.
_Remus… ¿Estas despierto?_ dijo la voz dulce de una mujer
_Si mamá_ respondió tirado en su cama. La puerta de su cuarto se abrió dejando ver a una mujer relativamente joven, de cabello negro y ojos color miel los cuales había heredado a su único hijo.
_Venga a darte tu poción_ avisó, el bulto de la cama se incorporó algo trabajoso, dejando a un lado el libro que sostenía "La divina comedia", era un niño de 11 años aproximadamente aunque bien con su mirada podría haber aparentado mucho más, sus ojos habían visto y vivido tantas cosas, que se ocultaban tras una iris entre color miel enmarcada por unas enormes ojeras, entre color dorado. Su cabello castaño también estaba desordenado, y su tez, era más pálida y enfermizo que cualquier paciente terminal.
_Gracias_ susurró mirando a su madre con un cariño infinito, ella le tendió un pequeño frasco de tonos verdosos. Remus lo tomo entre sus dedos y de un trago se lo pasó dejando un amargo sabor en su boca.
_No hay de que_ le dijo su madre acariciándole su cabello _ahora descansa
_No quiero_ murmuró
_Entonces baja un rato_ le ofreció pero su hijo negó con la cabeza
_No quiero ver a papá. Él… odio ver su cara estos días
_Rem, no te preocupes, está bien solo algo pensativo. No hay más y no tienes nada más de que preocuparte ¿De acuerdo?
_No soy tan pequeño mamá, se que él se siente culpable. Me gustaría que entendiera que esto no es su culpa
_Yo también quisiera eso, pero sabes tan bien como yo que es casi imposible_ decía su madre _Ya me voy, que deje la comida en la lumbre_ se despidió con un beso en la frente.
Remus se volvió a tirar a su cama y volteó a un costado donde había un calendario, el día siguiente estaba marcado con un enorme círculo rojo. Cada mes tenía un circulo como aquel, aunque en el fondo insistía que era precaución sabía que no tenía otro propósito que mostrarse a sí mismo que era real, que era un hombre lobo y que así sería hasta el día de su muerte. Aquellas pociones que le llevaba su madre le ayudaban a sentirse un poco mejor pero eso no evitaba sufrir espasmos y dolores terribles cada vas que se transformaba. Trató de pensar en otra cosa pero era imposible, la esencia de hombre lobo ya comenzaba a inundar su mente, cada rincón de él, buscando que la razón humana se perdiera a momentos.
Se levantó con algo de trabajo y camino lentamente, casi como un anciano, hacia la puerta de su habitación. Algo indeciso la abrió, y asomó la cabeza. Sus sentidos estaban al máximo en esos momentos, se quedo escuchando, tratando de recibir cualquier sonido que proviniera de cualquier punto de su casa. Pero nada. Se dirigió a la puerta trasera, a lo lejos escucho las voces de su padre, para variar, cuchicheando; siempre que se acercaba la luna llena cuchicheaban. En algunas ocasiones Remus los había escuchado, hablaban de buscar alguna cura para su hijo, y su padre se echaba la culpa de todo lo que sucedía.
El chico salió al patio trasero y se tumbó en el pasto, mirando las nubes pasar, siendo empujadas por el aire que no las dejaban quedarse para ver lo que se hallaba bajo ellas. Le gustaría que el aire pudiese hacer lo mismo con sus ideas. Le dolía pensar una y otra vez en todos los sacrificios que sus padres se habían visto obligados a hacer y el tener pocos recursos económicos no era de mucha ayuda. A veces deseaba poder volver en el tiempo, pensamiento que compartía con su padre, pero ambos sabían que eso era imposible. Las cosas pasan por algo, decía su madre, aunque llevaba años preguntándose por que le había pasado a él; su familia era humilde, el era un mestizo sin más ¿Qué error había hecho para merecer algo así? Una maldición de por vida que lo acompañaría hasta la tumba, un peso que le hacía flaquear a su alma más de una vez; afortunadamente no había afectado su carácter, sus padres trataron de educarlo como si nada hubiera pasado, lo colmaban de cariños y eso se podía demostrar con la dulzura y comprensión que emanaba el pequeño.
Entre sus pensamientos se quedo dormido, le haría falta después. Le hacía falta ahora. No se dio cuenta de cómo pasó el tiempo hasta que su madre lo despertó ya entrada la noche.
_Remus… levántate. Entra o te vas a enfermar_ El pequeño se talló los ojos y se incorporó pesadamente
_No me pasa nada
_Prefiero no arriesgarme_ comentó su madre _Ya es hora de cenar._ se adentro a la casa en dirección a la cocina, en la mesa ya estaba sentado su padre, a pesar de estar oculto tras un numero del periódico vespertino. Remus estaba acostumbrado a que su padre rehuyera de su mirada, quizás era eso lo que más le dolía de su condición. No poder recibir el trato de su padre como cualquier otro chico. Siempre que lograba una mirada el arrepentimiento la oscurecía. Se sentó frente a él y miro el plato que su madre lo coloco en la mesa, la comida sin duda se veía exquisita, un trozo de carne un poco crudo (así lo prefería en esa época) y puré de patata. Estaba seguro que inclusive, si la basura fuera cocinada por su madre, sabría exquisita.
_Remus, llegó una lechuza que te puede interesar_ dijo su padre que no había bajado el periódico en toda la cena, le acerco un sobre por encima de la mesa y con una sonrisa triste se levantó de la mesa. Remus dudaba que algo lo pudiese alegrar, pero su padre tenía razón. El sello de Hogwarts coronaba la carta.
_Me aceptó_ susurró sin caber en sí de la sorpresa _Dumbledore me aceptor a pesar de mi problema_ repitió con un hilo de voz
_Te dije que no te desilusionaras_ le dijo su madre dándole un beso en la frente.
La cena anual de los Black era legendaria para todas las familias de sangre pura, de hecho era un honor estar invitada a esta. La familia Lodge era una de las que desde tiempos inmemorables era invitada aunque los últimos 2 años habían faltado por razones que nunca quisieron dar. Pero este año si irían, más que nada por la insistencia de su hija menor, Evadne, que para sorpresa de todos fue la primera que estuvo lista cercana a la hora por primera vez desde que su madre no la preparaba. Una vez que la mayor de las hermanas estuvo lista, la familia salió al patio para desaparecer en conjunto ya que sus hijas aun eran menores de edad.
En cuanto entraron a la honorable casa de los Black, y tras los típicos saludos, Evadne salió disparada en busca del Sirius. No le costó mucho encontrarlo, no por nada eran amigos desde que tenían memoria. Ella era la única que conocía las verdades que trataba de ocultar tras su rostro decidido, que fingía a veces indiferencia. Estaba sentado en las escaleras, viendo ir y venir a la gente, perdiendo su vista por instantes en las charolas que, pasaban con los elfos, o bien, pasaban flotando. La chica se acerco a su amigo en silenció, estaba segura de que algo había pasado, de seguro había peleado con sus padres. Lo miro tratando de descifrar que era lo que pasaba por su mente.
Sirius, por su parte, estaba desde el inicio de la cena en silencio, ocultando su furia e impotencia por como su padre lo podía lastimar así sin más y el no se podía defender. Estaba en el limbo, más en su mundo que en el real, cuando sintió una presencia cercana. La ignoro. Sabía que muchos hipócritas se acercarían a felicitarlo por su carta a Hogwarts y otras desquiciadas tratarían de que se casaran con sus hijas. Pero aquella persona no se iba, así que decidió alza la vista y no pudo evitar sonreír, era una pequeña niña de alrededor de 11 años, su rostro era blanco pero sus mejillas rosadas como un par manzanas, sus ojos cafés claros eran hermosamente decorados por una gran mata de pestañas rizadas y su cabello era castaño achocolatado que caía en caireles que estaban, extrañamente, bien arreglados. Sería fácil confundirla con una pequeña muñeca aunque claro que la expresión de su mirada nunca podría ser si quiera imitada.
_Hola Neny_ saludó sonriendo sinceramente
_Hola Siru_ respondió sonriente
_ ¿Por qué no te sientas?_ le pregunto señalando con su cabeza el escalón donde estaba
_Porque me es imposible moverme con este cochino vestido_ se quejó señalando su atuendo. Era un vestido color crema con falda alzada al igual que sus mangas, decorados con holanes que en ciertos puntos parecían flores. Sirius no pudo evitar reír.
_Pagaría por verte así de nuevo_ bromeó
_Tendrás que esperar un año, pero sería mejor verte a ti así_ le respondió enseñándole la lengua
_ ¡Qué asco! No te lavaste la lengua_ exclamó
_Claro que si lo hice_ respondió mientras la sacaba y hacia hasta lo imposible para vérsela. Sirius prorrumpió en carcajadas
_Eres demasiado inocente, enana_ Evadne le dio un coscorrón lo cual le causo mas risa a su amigo
_Mira lo que me llegó la semana pasada_ exclamó de pronto, del bolso que llevaba cruzado saco un sobre roto, era la carta de Hogwarts
_A mi me llegó hoy_ comentó el otro apenas lo vio
_ ¡Iremos a Hogwarts Siru!_ le sonrió angelicalmente, y dando leves saltitos lo que le daba un aspecto cómico _Ojala estemos en la misma casa
_Mientras no quieras estar en Slytherin, no habrá problema
_Sigues con eso_ bufó rodando los ojos
_Sí_ respondió sencillamente, su expresión que ya estaba sonriente, se ensombreció. Evadne entonces entendió que debía cambiar de tema y así lo hizo, pasando divertidos el resto de aquella reunión.
_ ¡Peter! Ya es tarde, despierta_ gritó una voz desde el piso inferior, un chico pequeño de ojos acuosos se estiró en su cama. _Baja a desayunar_ El chico se levantó con desgane viendo su habitación. Era un cuarto pequeño y algo desvencijado. Suspiro y abrió su armario, un enorme mueble antiguo que ya estaba desgastado, tomo el primer conjunto de ropa que encontró y se cambió rápidamente. Su estómago lo apremiaba. Corrió escaleras abajo y entró la cocina donde una mujer rubia ceniza lo esperaba, sirviendo sus platos.
Su padre no vivía con ellos, de hecho Peter no lo recordaba. Su madre trataba de nunca hablar de él pero era imposible quitarle la curiosidad de un hijo de conocer a su padre; por lo cual siempre trataba de evadir sus preguntas con cortantes monosílabos. Ella trataba de ocultar el desengaño que había vivido con aquel hombre, el cual solo la había usado para entretenerse un tiempo; sin esperar ningún compromiso. La mañana siguiente de avisarle que estaba embarazada desapareció con todas sus pertenencias, dejando su olor en su cama, sus cabellos tardaron en salir se la almohada donde se refugiaban tan afanosamente. Tardó mucho tiempo en dejar de llorar, pero siempre que lo hacía miraba su abultado vientre y lo maldecía, por culpa de este ahora se encontraba sola, encarando al mundo sin donde ocultarse y el ser bruja en esos días no le importaba.
Al nacer Peter lo había cuidado con lo estrictamente necesario, era una pesadilla para ella toparse con el rostro de aquel hombre del que se había enamorado cada vez que el llanto la levantaba en la noche. No supo cómo fue que sucedió pero comenzó a consentir demasiado a Peter por lo cual, pronto comenzó a engordar, era miedoso y a veces torpe por que siempre había estado tras la falda de su madre.
Comenzó a comer engullendo rápidamente, si algo lo hacía feliz era comer, comer y comer. Cuándo lo hacía no pensaba en otra cosa, su mundo se centraba en el plato en el que introducía su tenedor. Su madre salió de la habitación en dirección al jardín pero eso tampoco le importó, la comida desaparecía poco a poco pero entonces un agudo grito lo interrumpió, soltó el tenedor de golpe y salió corriendo. Era su madre.
La encontró parada, tiesa como de piedra parada junto a la verja, sosteniendo una carta, alcanzó a ver una lechuza que se alejaba volando.
_ ¿Que pasó mamá?_ Por fin la señora volteo, unas lagrimas de alegría recorrían sus mejillas
_Pete… Hogwarts_ dijo simplemente. Peter lo entendió corrió a tomar el sobre de manos de su madre, lo abrió con desespero. Y ahí estaba ese momento sería marcado para siempre en su vida, a partir de que entrara a la escuela ya no tendría la falda de su madre como escudo ¿Qué haría después? Pero eso ahora no importaba. Iría a Hogwarts, su sueño se había vuelto realidad, el mundo parecía sonreírle.
En un patio de juegos casi totalmente desierto, donde una única y gran chimenea era lo que se distinguía en el lejano horizonte, dos niñas se columpiaba hacia delante y atrás, y un niño delgadísimo las observaba desde detrás de unos arbustos. Su cabello era largo, negro y grasiento, y su ropa era tan desastrosa que parecía apropósito: jeans demasiado cortos, un abrigo lamentable y demasiado largo que podía haber pertenecido a un adulto y una extraña blusa que parecía un delantal. Había codicia sin disfrazar en su delgado rostro, mientras observaba a la más joven de las hermanas columpiarse más y más alto que su hermana.
_ ¡Lily, no hagas eso!_ gritó la mayor una chica rubia de ojos aburridamente azules. Pero la chica se había soltado del columpio en el punto más alto de este, y voló, literalmente, por lo aires lanzándose hacia el cielo con una gran carcajada. En vez de estrellarse con el asfalto del patio, se elevó como una trapecista en el aire, manteniéndose arriba durante bastante tiempo y aterrizando suavemente. _ ¡Mamá te dijo que no lo hicieras!_ La mayor dejó de columpiarse hundiendo sus sandalias en la tierra, provocando un crujido, y luego se puso de pie, con las manos en la cintura. _ ¡Mamá dijo que no tenías permiso para hacerlo, Lily!
_Pero estoy bien_ dijo Lily, que poseía una llamativa cabellera roja como el fuego y sus ojos esmeralda reían junto con ella_ Tuney, mira esto. Mira lo que puedo hacer._ Petunia miró alrededor. El patio estaba vacío, a excepción de ellas mismas y, a pesar de que ellas no sabían, de aquel chico. Lily cogió una flor que se había caído del arbusto detrás del cual Snape se escondía. Petunia avanzó, evidentemente dividida entre la curiosidad y la desaprobación. Lily esperó a que Petunia estuviese lo suficientemente cera como para ver bien, y luego abrió la palma de su mano. La flor se sentó ahí, abriendo y cerrando sus pétalos, como si fuera una ostra extraña y bizarra, con muchos labios.
_ ¡Detenlo!_ chilló Petunia, pero sus ojos habían seguido el vuelo de la flor hacia el suelo, y los mantuvo fijos en el lugar. _ ¿Como lo haces?_ añadió con una voz que indicaba cuanto quería saber.
_Es obvio ¿no?_ El chico ya no podía contenerse, y saltó de detrás de los arbustos. Petunia gritó y retrocedió corriendo hacia los columpios, pero Lily, aunque claramente asustada, permaneció donde estaba. El chico pareció lamentar haber aparecido. Una capa de rubor se poso en en sus pálidas mejillas mientras miraba a Lily.
_ ¿Qué es obvio?_ preguntó esta. El joven parecía nervioso y exaltado. Mirando a Petunia, que se asomaba por detrás de los columpios, bajó la voz y dijo:
_Yo sé lo que eres
_ ¿Que quieres decir?
_Eres… eres una bruja_ susurró. La niña se mostró ofendida.
_ ¡Eso no es algo muy agradable para decírselo a alguien!_ Se dio la vuelta, con la nariz hacia arriba, y se alejó hacia su hermana.
_ ¡No!_ dijo el niño. Ahora estaba completamente colorado. Aleteó detrás de las chicas, pareciéndose grotescamente a un murciélago.
Las hermanas lo examinaron con una mirada desaprobatoria, y se colgaron de las poleas de uno de los columpios, como si ese fuera un lugar seguro.
_Lo eres_ le dijo el pequeño a Lily _Eres una bruja, te he estado observando desde hace tiempo. Pero no tiene nada de malo, mi madre también lo es, y yo soy un mago._ La risa de Petunia era como agua fría.
_ ¡Un mago!_ exclamó, recuperando el coraje ahora que ya había superado el susto de la aparición repentina. _ ¡Yo sé quién eres! ¡Eres ese tal Snape! Vives al terminas Spinner End, cerca del río._ Le dijo a Lily, y era evidente por su tono de voz que consideraba la dirección muy poco recomendable _ ¿Por qué nos has estado espiando?
_ ¡No he estado espiando!_ dijo Snape, acalorado, incomodo y con el cabello sucio bajo la luz del sol_ No te espiaría ti de todas formas _ añadió con desprecio _eres una muggle._ Aunque claramente Petunia no entendía la palabra intuía lo que era por el tono.
_ ¡Ven, Lily, vámonos!_ dijo fríamente. Lily obedeció a su hermana de inmediato, mirando a Snape mientras se iba. Él no dejó de mirarlas en su camino hacia el portón de la plaza, tenía una amarga decepción, había estado planeando este momento desde hacía mucho tiempo y había salido completamente mal…
Petunia llevaba a jalones a su hermana hasta su casa, en cuanto abrió la puerta comenzó a bramar a todo pulmón: _ ¡Mamá, Lily lo volvió a hacer! ¡Papá Lily lo volvió a hacer!_
_Tuney, por favor_ suplicaba con la mirada Lily
_ ¿Que hizo Petunia?_ preguntó entonces una voz masculina, la pequeña pelirroja suspiro derrotada
_Sus rarezas_ exclamó Petunia
_Lily ¿Qué te habíamos dicho?_ dijo entonces, en tono de reprimenda, la voz de una mujer
_ ¡No fue mi culpa!_ mintió tratando de excusarse
_ ¡Claro que sí! Atrajiste al estúpido de Snape
_No se habría enterado si no hubieras empezado a gritar como loca, Petunia _ Una batalla campal estaba a punto de empezar entre ambas hermanas, las palabras acidas podían salir fácilmente de ambas.
_ ¿Hablaron con un desconocido?_ su madre las paró, hablando de lo que en realidad tenía menos importancia.
_Fue culpa de Lilian_ acusó Petunia. Lily la fulmino con la mirada y se fue a encerrar a su cuarto. Pasó tiempo antes de que Petunia subiese a su habitación, que se encontraba al lado de la de Lily.
_Sabes que todo eso es mentira Lilian, no tienes porque emocionarte, solo tú eres anormal. De seguro ese Snape se quería burlar_ declaro con chillona voz. Lily decidió no responderle y ocultó su rostro en su almohada para llorar.
A la mañana siguiente Lily no tenía ánimos de levantarse, normalmente cuando hacia esa clase de cosas, bueno, su hermana solía molestarla al menos por dos días.
_Niñas bajen a desayunar_ llamó su madre. La pequeña pelirroja se levantó y se vistió para salir, bajo corriendo esperando que su hermana se tardara y pudiese desayunar sola. Era típico de Petunia tardarse en arreglarse. Gracias a ello medio desayuno lo pudo pasar tranquila, en cuanto escucho los pasos de Petunia, se atragantó pero no lo suficientemente rápido.
_Por favor no me vayas a bañar en jugo, anormal_ la saludó recalcando la última palabra, no recibió respuesta.
_Mamá voy a salir_ avisó Lily y sin esperar respuesta salió corriendo.
