Capítulo 1º
Era tarde, el sol estaba a mitad de camino de su ocaso tras el horizonte. La brisa otoñal del mes de noviembre golpeaba las costas de la isla de Milos, agitando el mar con dureza. En el firmamento, entre luces y sombras, los astros más brillantes hacían su aparición. Pero a pesar de no haber anochecido del todo, quince luminarias resplandecían en el firmamento con intensa fuerza sobre las tierras de aquella isla en mitad del mar Egeo.
Desde una gran playa de arena blanca y de aguas cristalina, se podría percibir que tras las colinas que la aislaban del interior, una contienda se estaba produciendo en aquellos instantes. Los estruendos de una batalla sonaban por doquier.
Una intensa cosmo-energía rojiza fluía por todo el interior hasta que repentinamente se escuchó sanguinariamente una sola palabra, ¡¡¡ANTARES!. Tras aquel atroz grito, una gran onda expansiva carmesí se extendía en todas direcciones desde lo profundo de las colinas hacia todas direcciones, calmando todo fenómeno meteorológico que sucediera en esos momentos y creando tras de sí un silencio sepulcral.
De entre la vegetación que estaba a pie de la virgen playa, la sombra de un personaje se descubría adentrándose en la arena. Un joven chico de unos dieciocho años, pelo largo azul, ojos verde azulados y de definida constitución se empezaba a distinguir entre las penumbras finales de un turbulento día.
Vestido con unos viejos ropajes de entrenamiento hechos de tela negras, compuestos por unos pantalones largos y una camisa sin mangas, ambos llenos de desgarros. En sus puños llevaba dos protectores de cuero impregnados con una sangre que no era del joven. Aquel fluido caía a la arena dejando un rastro en su trayecto hacia la orilla.
A un paso lento, pero sin detenerse ni un solo instante, un aura dorada lo envolvió por un instante hasta conseguir que sus ropajes se prendieran fuego, desintegrándose por completo. Cuando sus pies alcanzaron las sosegadas aguas, estaba íntegramente desnudo. El frió ambiental de finales del otoño no parecía perturbarle; penetró mar a dentro hasta que su cintura estuviera sumergida. Seguidamente giró la cabeza ondulando su melena elegantemente para mirar hacia atrás, una multitud de contusiones se le distinguían en la cara y torso. Tras un nuevo giro siguió su camino hasta acabar completamente sumergido. El chico había desaparecido bajo las aguas, las cuales quedaron inmóviles pasados unos segundos.
Los minutos pasaban y pasaban sin que se produjera ningún suceso; la noche se había apoderado del firmamento sin que hubieras señales de vida bajo el fondo marino. Hasta que repentinamente un brillo dorado afloraba de la tenebrosa oscuridad del océano, forjándose más vigoroso a cada instante que pasaba. Las ondas acuáticas que se originaban bajo esa luminiscencia tenían su epicentro a unos cien metros de distancia de la orilla.
Una violenta explosión reventó la superficie y de ella irrumpió completamente el joven; levitando en suspensión sobre el mar, limpio pero aun magullado volvía a la playa. Su cosmo-energía le mantenía flotando hasta llegar a la orilla donde tomó tierra suavemente a la vez que el aura que lo envolvía se disipaba. En la oscuridad de la noche se volvió a meter en el interior de la isla.
A la mañana siguiente, el olor a quemado estaba por todo el campamento de entrenamiento que el santuario había instalado en la isla. Una suave brisa agitaba algunos trozos de tela de banderas y ropajes, mientras de las humildes casetas de piedra no quedaba tan siquiera una en pie. Todo había sido devastado y no había rastro de vida por ningún lado.
Del interior un templo esculpido en la pared de una montaña, salía nuevamente el joven peliazul, vestido con unos ropajes de entrenamiento, pero estos en mejores condiciones que los que llevaba la noche anterior. En la espalda cargaba con una caja dorada con el símbolo del escorpión en una de sus caras. Sin mirar a ningún lado, solamente al frente con la cabeza alta, se marchó de entre aquella destrucción, montaña arriba.
Al llegar a lo alto de una colina, tras él tenía perspectiva aérea del campamento, el joven en un movimiento brusco con mucha ira, vuelve su mirada atrás; tenía agarrado en la mano una pulsera hecha de tiras de cuero de varios colores. Apretándola con fuerza, se la comenzó a colocar en la muñeca y seguidamente gritó a la nada: "Se que te dije que no miraría atrás, que me marcharía de aquí olvidándolo todo…, pero no conseguí, incumplí mi promesa… pero he repartido la justicia que tantos años lleva pidiendo este lugar". Tras decir esas palabras se volvió a girar y marcharse con el pensamiento de nunca jamás regresar.
Tras varios días de peregrinaje, llegó a altas horas de la madrugad, al noreste de Grecia. Donde, oculto en mitad de un sistema montañoso, se encontraba el acceso al recinto del Santuario de Atenea. Un lugar secreto para la mayoría de los mortales, donde se habían librado hecatombes batallas en tiempos pasados. El terreno era de muy difícil acceso, para llegar hasta él tenía que caminar por escabrosos caminos entre montañas y altiplanos.
El peliazul, comenzó a sentirse observado mientras caminaba entre aquellas abruptas rutas; la caja de su armadura estaba cubierta con unas sabanas para que nadie supiera lo que cargaba a la espalda. Sin temor alguno continuó aparentando que no sabía que lo asechaban, mientras empezaba a analizar la situación. Varios personajes se movían amparados en la noche, en lo alto y laderas del camino; que a pesar de estar bien adiestrados, para otras personas tal vez hubieran sido indetectables, no podían pasar desapercibidos ante los rápidos reflejos del joven.
Al notar que estaban prácticamente sobre él, ralentizó su paso, justo antes de que cinco hombres equipados con armaduras de bajísimo nivel se cruzaran en su trayecto. Dos de ellos armados con lanzas trataron de golpearlo, pero parecía que lo traspasaran como si de una imagen espectral se tratara. Todos estupefactos, se quedaron mirando aquel espectro sin saber que el autentico peliazul estaba tras ellos, burlándose de tales ingenuos que podrían morir en esos instantes sin saber quien ni como les habían golpeado.
En un solo instante dos de ellos eran proyectados a los lados, estrellándolos contra las laderas. Un tercero fue proyectado hacia lo alto con una patada doble en voltereta, ante los ojos de los dos que quedaban en pie, que no podían percibir al que los estaba machacando pues se movía a una velocidad sobrehumana. El joven agresor apareció de repente entre ellos mientras el que había sido catapultado aun no había tocado el suelo; golpeando a uno con sus dos piernas, utilizándolo de plataforma para tomar impulso, estrellándolo con los otros inconscientes, mientras sujetaba con el salto al último por los hombros y dando una voltereta sobre él, al tomar tierra lo elevó sin remedio sobre si hasta estamparlo contra el suelo, rompiéndole la mandíbula y todas sus costillas.
Todos sus asaltantes estaban al borde de la muerte, mientras el chico se encontraba entre ellos sin mostrar ninguna expresión. Nuevamente sintió que más personajes se acercaban a su posición, pero antes de enfrentarse ante ellos, en un flash colocó el arcón en el piso a un lado de dos de sus primeros salteadores inconsciente y se puso en posición combativa.
A medida que aquellos individuos se le acercaban iban falleciendo al primer toque del joven. El primero con un severo golpe en la garganta, la cual fue destrozada. Otros dos fueron inmovilizados psíquicamente; la presión de su paralización les rompió su armadura y sus huesos sonaron dantescamente al destrozarse. Un grupo de cuatro valientes estúpidos, derraparon al traspasar al que tenían que detener, estos también habían sido engañados por aquel espectro, mientras que del cielo les cayó el autentico aplastando contra el suelo al primero que alcanzara, seguidamente de sujetar por el brazo a otro y utilizarlo como arma reventándolo contra sus compañeros.
Solo quedaban tres en pie a unos metros del; estaban pensando en retirarse a pedir ayuda, pero sabían que la velocidad de aquel era muy superior a la suya. Trataron de hablar con él pero el peliazul parecía estar enloquecido. Con una gran velocidad se precipitó hacia ellos cruzando los brazos y abriéndolos repentinamente degollando a dos de los tres que cayeron abatidos en un segundo, el último fue ensartado por un solo dedo del enajenado. Sintiendo unos terribles dolores era elevado aun atravesado, los ojos azul verdoso lo miraban sin una pizca de compasión. Girando el dedo de la mano en que tenía suspendido al salteador le arrebató la vida y lo dejó caer al suelo.
Todo había quedado en calma y podía reanudar sus andares. Como si no hubiera pasado nada recogió el arcón y se lo colocó a la espalda. Dando unos pasos en la oscuridad escuchó los quejidos de alguno que aun vivía; de suave patada le dio la vuelta y lo miraba como sufría. "¿Te crees que sufres…, no sabes que es el sufrimiento" le dijo apuntando con su mano a su cuello para que dejara de padecer, pero su vista se desvió al frente al sentir una gran fuerza.
Entre aquella gruta oscura, a una gran distancia, un aura dorada se comenzaba a acercarse, llamando la atención al peliazul; se levantó ignorando al moribundo. La energía que desprendía era inmensa; súbitamente se le acercó como un meteoro mientras se escuchaba estridentemente un grito "Rayos de Plasma". Una gran ráfaga de rayos dorados apareció por todos lados de aquel estrecho pasillo destruyendo todo lo que alcanzaba. El joven solo pudo poner los brazos en cruz gritando, "Doble Espectral", aquella racha destructiva lo traspasó al igual que lo habían hecho sus atacantes, solo que esta vez no pudo contraatacar. Reapareció en el mismo sitio donde se había quedado.
El lanzador de semejante técnica, se dio a conocer, iluminándose así mismo con su aura. Se trataba de un joven moreno, de pelo castaño, que estaba equipado con una armadura de oro. Al enfrentarse de frente, el que llevaba la caja sin iluminarse a si mismo, solo con su habitual inexpresión que era lo único que se le podía percibir, sujetó las agarraderas de su cofre rompiéndola en menos de una milésima de segundo. Como si fuera un destello, se dirigió a la cara trasera de aquella arca, que estaba estática en el aire al ir a velocidad de la luz. Agarró la empuñadura tiro de ella abriéndola produciendo un flash dorado, que duró tan solo un parpadeo. Al desaparecer, estaba equipado con una armadura parecida a un escorpión.
Ahora, en igualdad de condiciones, estaban los dos con sus auras iluminándolos tanto a ellos como a todo el lugar. El moreno se vio sorprendido por aquel no identificado al comprobar que era otro de los caballeros dorados.
· Moreno: Eres uno de los Santos de Oro…. – le gritaba el moreno señalándole con el dedo. – Identifícate ahora mismo.
· Peliazul: Quien soy no es tu problema. – se acercaban mucho. – Deja de importunar, pues tengo que ver al patriarca… llegó con mucho retrazo.
· Moreno: Has eliminado a una quincena de guardias del Santuario, te espera un severo castigo. – sus miradas se cruzaban desafiantemente. – He de suponer que eres el Santo de Escorpio… pero tu nombre no lo conozco, si tienes intención de seguir por estos caminos será mejor que me lo digas.
· Peliazul: Mi nombre… hace tiempo que no lo pronuncio… prácticamente lo había olvidado… pero tiempo atrás… me llamaban Milo…. – sus pupilas se dilataron como si se introdujera en su pensamiento. – Milo… soy Milo de Escorpio.
· Moreno: ¿Estas bien? – le dijo al ver que se abstraía en si mismo, pero al no tener respuesta continuó. – Mi nombre es Aioria de Leo…, y el Patriarca ya daba por perdido que regresaras.
· Milo: Me he retrazado un tiempo…. – se comportaba de manera muy introvertido. – Pero ya estoy aquí y le presentaré mis respetos. Creo recordar que se llamaba Shion.
· Aioria: Ese era el antiguo señor, pero murió hace largo tiempo. Ahora su hermano rige el Santuario. – nuevos guardias llegaban a recoger a los muertos y los pocos heridos. – Te guiaré ante él. – se giró dándole la espalda y caminó unos pasos antes de descubrir que no le seguía. – No te retraces…. – al volverlo a mirar descubrió que no estaba ahí; había desaparecido. Miraba a todos lados buscándolo, hasta que una voz proveniente de lo alto de las colinas que cercaban la gruta le llamó la atención.
· Milo: Si no te importa llegaré por mi cuenta…. – desde aquella altura le hizo un gesto de despedida con la mano y se marchó.
· Aioria: Nos volveremos a ver muy pronto…. – al ver que el nuevo santo era un tanto indomable, lo dejó momentáneamente y se concentró en ayudar a rescatar heridos.
Con la armadura puesta avanzaba por lo alto, sin siquiera ver el Santuario. Resultaba muy extraño que no pudieran encontrarlo, pues era de gigantescas proporciones. Caminando entre aquel desértico y desolador sistema montañoso comenzaba a preguntarse si estaba en la dirección indicada. Después de mirar a la izquierda y la derecha rastreando todo el oscuro paisaje, se detuvo en seco ante lo que parecía ser una ilusión. Estaba justo delante de una barrera óptica que solo algunos pocos podrían percibir. El espejismo daba continuidad a las montañas, pero realmente no sabía que pudiera encontrarse tras él.
Con una mano comenzó a tocar la barrera ondulando el entorno con sus movimientos. Introduciendo su mano en forma de puñal atravesó la engañosa salvaguardia; su brazo desaparecía a medida que lo ahondaba. Terminó por pasar completamente al otro lado deleitando de una gran revelación, el Santuario de Atenea.
Un gigantesco recinto que ascendía por la ladera de una montaña. Miles de antorchas lo iluminaban por todos lados, creando un ambiente acogedor. El lugar estaba cortejado de cientos de zonas verdes, césped, arboledas, riachuelos, cascadas y lagos, que lo convertían en un hermoso lugar. En la base se encontraba una zona de casas que parecía ser un lugar de entrenamiento para aspirantes a caballeros. A medida que su visión ascendía por la ladera de la enorme montaña las edificaciones se iban reduciendo en numero y distanciándose las unas de las otras, hasta encontrar la culminación, que era el Templo Principal de la diosa en lo más alto.
De un salto se dejó caer al vacío hasta recaer en la zona más baja sin hacer ni el más mínimo ruido al tocar el piso. Arrodillado por la recepción, se incorporó y prosiguió por la zona de las casas de los principiantes. Los guardias que patrullaban esa área, al encontrarse con aquel joven que tenía una armadura dorada se quedaron impactados pero seguidamente se arrodillaron ante el. Milo sin decirles nada los pasó de largo y llegó a los primeros escalones de una de las múltiples escaleras que circulaban los templos.
Por el trayecto de ascenso, se iba encontrando con más guardias que ni le decían palabra. Solo le hacían un saludo cordial y dejaban que hiciera lo que le plazca. Entendía que los Santos dorados tenían completa libertad para hacer lo que quisieran.
Definitivamente llegó a lo alto encontrándose con el templo principal. En su entrada se hallaban dos soldados a ambos lados de una gran puerta dorada; al verlo le abrieron los portones como si supieran de antemano que estaba de camino. Una vez dentro un sirviente le esperaba con unos ropajes en sus manos.
· Sirviente: Bienvenido… Milo de Escorpio…. – le hacía una reverencia. – El caballero Aioria nos ha avisado de tu llegada y el gran Patriarca te recibirá en unos minutos. – le entregaba los ropajes blancos.
· Milo: ¿Qué es esto? – los recogía entre sus manos.
· Sirviente: Son la vestimenta oficial de los caballeros de Atenea, no podéis ir vestido como os plazca, ahora formáis parte de la elite del Santuario. – le guiaba por los pasillos hasta encontrarse en una sala donde habían ocho arcones dorados, colocados en nichos en un gran muro. – Con usted ya son nueve los caballeros que se encuentran en este recinto. – le señalaba al octavo hueco. – Debéis colocar vuestra caja en este lugar antes de ver al gran señor.
· Milo: Si es el protocolo…. – su aura brillaba intensamente, la armadura se desprendió de su cuerpo adoptando la forma zodiacal antes de ser confinada en la caja y se encajar a la perfección en su hueco. – Pero… ¿también tengo que ponerme esto? – extendía la ropa que constaba de un pantalón y una blusa muy suelta de manga larga, de color blanco hechas ambas con material de primera clase. Como cinturón una gran banda dorada que lo identificaba como perteneciente a ese rango, una hombrera de oro que tenía que colocársela en el hombro izquierdo. Para finalizar una capa blanca que se sujetaba por un cordón dorado.
· Sirviente: Solo seréis recibido si os ponéis las túnicas oficiales. – le dejaba solo en aquella sala para que se cambiara. – Cuando estéis listo salid fuera y os llevaré a ver al gran Patriarca.
Pasados unos minutos el joven salió al pasillo exterior donde le esperaba aquel asistente, vestido con aquellas togas. A continuación fue conducido hasta una sala redonda en el que un balcón semicircular interior daba a otro que estaba al frente con un trono; un enorme foso los separaba. En aquel balcón se encontraba un personaje moreno que había tenido el placer de conocer esa misma noche, vestido prácticamente igual a él pero con la hombrera en la parte derecha.
· Aioria: Has tardado en llegar hasta aquí. – estaba de pie mirando al frente.
· Milo: Tu si que no has tardado nada en llegar a contar lo que ha sucedido... – se colocaba a su lado los dos mirando al frente. – ¿Vienes de abogado inculpador?
· Aioria: Has eliminado a trece guardias, el mandamás tiene que ser informado.
· Milo: Y tu serás el perrito faldero que le lleve tales noticias…. – aquellas palabras hicieron que los dos se pusieran en guardia. - ¿Quieres pelear? – de repente las puertas del balcón del frente se abrieron dejando entrar a un personaje con un caso rojo y una mascara que le cubría la cara, estaba vestido con una larga túnica blanca.
· Patriarca: ¡No permitiré un combate en terreno sagrado! – reprimía sus ganas de luchar. – Aioria ¿se puede saber que haces aquí, tú no estabas invitado a este encuentro.
· Aioria: Pero señor este personaje a matado sin piedad a varios guardias que trataban de identificarlo. – la petición de que se fuera le había dejado indignado.
· Milo: Yo no he atacado a nadie… me han atacado a mi y me he defendido. – con su habitual inexpresión ni se dignaba a mirar al moreno, solo dirigía su mirada al señor. – Ellos se lo buscaron….
· Patriarca: Aioria vete de la sala…. – con esas palabra cortó el intento de replica del león, que se marchó irritado. – Me han dicho que tu nombre es Milo… ya daba por perdido que el caballero de Escorpio retornara al Santuario… ¿Por qué has tardado tanto en regresar?
· Milo: Surgieron una serie de complicaciones…. Me retuvieron en la isla de Milos un tiempo extra. – volvía a perderse en sus interior. – Pero he vuelto y he traído conmigo la armadura de oro. Era lo que se me exigía.
· Patriarca: Milos… había perdido el contacto con esa isla. Pero me ha llegado noticia de lo ocurrido ahí y me ha regocijado enormemente la repartición de violencia gratuita que provocaste. – el peliazul se quedó sorprendido ante la alegría de su señor. – Serás bien recibido entre nuestra orden, mi buen caballero.
· Milo: Señor… - iba a defender su reputación pero prefirió olvidar el tema. – Patriarca dígame, ¿Cómo murió su hermano?
· Patriarca: No es tema de tu incumbencia. – le dejó fuera de juego y cambió de tema. – Por desgracia tu largo retrazo requiere de una demostración de que estas preparado para ocupar tu puesto en la octava casa del Zodiaco. – en su mano tenía una carpeta con el símbolo de una rueda zodiacal en su cara. – Generalmente los Santos de Oro tiene la opción de aceptar o rechazar las misiones, pero este no es tu caso. Para reconocerte como tal tendrás que cumplir correctamente las instrucciones que aquí se relatan. – colocándola en la barandilla la hizo desaparecer y reaparecer cerca del chico.
· Milo: Señor. – la recogía del suelo, y la mantenía cerrada. – ¿Podré conocer a la diosa Atenea cuando vuelva de la misión?
· Patriarca: Nadie excepto yo tiene tal privilegio. – se volteaba para marcharse. – Por cierto en esta misión no estarás solo…. – una sombra apareció detrás de recién llegado, apoyado en la puerta solo se podría ver el pelo corto azul y la banda dorada a su cintura. – Quiero saber cual de los dos es mejor ejecutor. – se marchó definitivamente dejándolos solos a ambos.
· Milo: ¿Es que aquí no duerme nadie? – estaba sorprendido que tanta gente estuviera despierta a esas horas. Seguidamente abrió la carpeta y leyó un poco en que consistía su misión. - ¿No hablará en serio…? – estaba boquiabierto por la misión a realizar.
· ¿¿¿: El siempre habla en serio... – el personaje de dio a la luz y se trataba de otro de los santos dorados de pelo corto azul, una mirada sádica y desprendía una sensación que llevaba la muerte muy conectada con su espíritu. – Es hora de repartir un poco de… "justicia" al modo Mascara Mortal.
Continuará….
