Primer capítulo cortito, pero necesario como introducción al por qué de todo lo demás. Prometo que lo interesante está por venir. Mientras, ¡gracias por estar aquí y leer mi historia! ^^ Espero que disfrutes con ella.

Primera hora de la mañana en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Los Gryffindors y Slytherins de 6º curso, estaban ya en sus asientos del aula de encantamientos, y el pequeño profesor Flitwick estaba dando un repaso sobre los encantamientos enseñados durante la última clase. Al hacer una pregunta, automáticamente una mano se alzó para contestarla.

- Si, dígame, Señorita Granger.

Varios pupitres por detrás, Sarah Fellow, alumna de Slytherin, puso los ojos en blanco. El entusiasmo casi rayando la obsesión de Hermione Granger por contestar las preguntas en todas las clases le resultaba muy pedante.

- Vamos a reírnos un rato… ¡Silencius! – Apuntó con su varita a la chica y murmuró el hechizo silenciador, justo cuando abría la boca para contestar. Sus labios formaron una frase sin sonido alguno. Hermione frunció el ceño y se llevó una mano a la garganta. Volvió a articular unas palabras, inútilmente.

- ¿Está bien, Señorita Granger? ¿Qué le ocurre?-El profesor Flitwick se acercó a su mesa mientras ella trataba de averiguar por qué no le salía la voz. Sus amigos, sentados cada uno a su lado, la miraban preocupados y confusos.- Venga conmigo, iremos a la enfermería. Potter acompáñenos por favor.

Al salir los tres por la puerta, se extendió un murmullo progresivo entre los alumnos, a la vez que Sarah se echaba a reír, coreada por las risas de sus compañeros más cercanos.

El joven pelirrojo que se había quedado mirando la puerta del aula, se giró y les dirigió una mirada fulminante.

- ¿Qué le ha pasado a tu amiguita sabelotodo, Weasley? – dijo Sarah sonriendo burlonamente desde su sitio.

- ¿Has sido tú, verdad? – La voz de Ron Weasley estaba cargada de enfado e indignación.

- Qué listo Ronnie…-Contestó la Slytherin con sarcasmo.- ¿Y qué vas a hacer? ¿Chivarte al profe? Oooh…

El grupo de su alrededor rompió a carcajadas.

-Más quisieras… - Se levantó de la silla y fue con paso decidido hasta ella, que no se sorprendió en absoluto y soltó una risita antes de levantarse también, con total parsimonia.

- El leoncito valiente se enfada, qué miedo… - Dijo mientras caminaba mucho más calmadamente que él hacia su encuentro. Gryffindors, tan fáciles de provocar… No era difícil saber dónde tenía que tocar para hacerle saltar. Eran tan descerebrados que un enfrentamiento verbal provocaba un aburrimiento más mortal que el de las clases de Binns, por eso la Slytherin procedió a terminar con ella y que empezara lo bueno:- Muy noble por tu parte defender asía esa… Sangre Sucia.

El término que utilizó y, sobretodo el desprecio con el que tiñó sus palabras terminó provocando aún más a Ron, que dejó atrás cualquier razonamiento sensato y actuó por el más puro y rabioso impulso:

- ¡Desmaius!

- ¡Protego! – La chica reacción rápidamente pues estaba esperando esa respuesta del previsible pelirrojo, y el hechizo aturdidor rebotó y fue a parar a un montón de libros que salieron volando en todas direcciones. Entre el resto de los alumnos hubo gritos, vitoreos y abucheos por parte de una casa contra la otra.

- ¡Controla tu carácter, Weasley! – Rió Sarah, mientras esquivaba con facilidad una mesa.

- ¡Controla tú esa maldita lengua de reptil! – Respondió él mientras no le daba ni una pausa y lanzaba otro hechizo.

Así comenzaron el duelo, lanzando maldiciones sin ton ni son, esquivando los rayos de luz por los pelos y contraatacando sin pensárselo dos veces.

- Ya… Me estás cansando… ¡Expelliarmus! – De la varita de la joven salió un certero haz de luz que dio de lleno en el acalorado pelirrojo, haciéndole caer al suelo, desarmado. -Je… Ya no te pones tan chulo, ¿eh? – Se acercó unos pasos a él, con aire altivo y de superioridad, pero en un rápido movimiento que no alcanzó a preveer, Ronald recuperó la varita y utilizó el mismo hechizo contra ella, haciéndole perder el equilibrio.

- ¿Qué pasa, Fellow? ¿Has ocupado el puesto de Malfoy como reina de los idiotas? – Decía el Gryffindor mientras se levantaba y quedaba de pie frente a ella con una sonrisa triunfante y su varita apuntándole.

- Desgraciado… - Murmuró mientras lo miraba con la rabia del orgullo lastimado, buscando a tientas su varita. En cuanto su mano la atrapó, se levantó de un salto y se dispuso a reanudar su lucha sin perder un instante. Y esta vez sería la definitiva…

- ¡Levicor…!

- ¿Se puede saber, por las antiquísimas barbas de Merlín, qué es todo este escándalo?

Fue demasiado tarde. La profesora McGonagall acababa de hacer aparecer su estirada figura en el aula, pillándoles a ambos con las varitas en alto y los conjuros a medio pronunciar.

- ¡Dos alumnos de sexto curso, magos casi adultos batiéndose en duelo en medio de una clase! ¡Semejante barbaridad debería darles vergüenza! – A pesar de lo escandalizadas que sonaban sus palabras, su tono imponía muchísimo. Clavó su mirada en Weasley, no sabía cómo pero aquel muchacho, mirase donde mirase, siempre estaba metido en todos los problemas.- Se le restarán treinta puntos a cada casa, y les quiero ver a los dos después de las clases en mi despacho. Y no se atrevan a faltar.

Y así, sin dejar lugar a ninguna réplica, salió del aula. Ahora los alumnos que antes habían animado la pelea, resoplaban con fastidio y miraban acusadoramente a los dos culpables por haberles hecho perder puntos tan gratuitamente. La campana sonó y todos salieron con la prisa que sólo el fin de una clase puede provocar. Pero Sarah y Ronald se tomaron unos segundos más para dedicarse la peor mirada de desprecio. Después, cada uno recogió sus cosas con brusquedad y salieron de allí, tomando caminos opuestos.