Disclaimer: Los personajes de Inuyasha no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi.

Notas del autor: Un UA recién terminado, no sé de donde salió todo esto pero necesitaba escribirlo después de ver una imagen, fue algo así de: Awww's lindos bebés. Aclaración: No me gustan los niños, así que fue extraño. Sé que se ven un poco más maduros para su edad e intenté mantener la personalidad de todos aunque no sé si lo logré. Las edades son así:

Sesshômaru: 4 años Rin: 1 año y 8 meses Kagome: 3 años Inuyasha: 3 años y 2 meses Kagura: 4 años Naraku: 5 años Kôga: 3 años y medio Kikyô: 3 años Sango: 2 años y 5 meses Miroku: 3 años Ayame 2 años y 4 meses.

Este sería una pequeña serie de guardería centrada en parejas diferentes en cada capítulo, iniciamos con mi favorita: SessxRin.

Sin más, que lo disfruten.

Canción recomendada: Random

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Guardián

El pequeño de cuatro años mantenía su semblante serio en el asiento trasero del lujoso audi Q7 color negro, su hermano más pequeño se encontraba a su lado sujetando fuertemente su frazada roja mientras que sus ojos dorados volaban en todas direcciones con nerviosismo. Izayoi les sonrió a los pequeños mirándolos con el espejo retrovisor.

—Ya verán que les encantará la guardería —quiso sonar alegre, pero la mirada de Sesshômaru le dijo exactamente lo que pensaba, podía ser pequeño pero su mirada era capaz de helar la sangre de cualquiera.

Estacionó el auto frente a la calle de la entrada principal intentando serenar su malestar, tal vez había sido demasiado pronto lo del divorcio de Inu no Taisho y su hijo no se lo había tomado demasiado bien, pero ella amaba a su esposo y al padre de Inuyasha.

—¿Me prometen que se portarán bien? —Izayoi volvió a sonreír al ver a su pequeño hijo asentir con fuerza demasiado hiperactivo como para siquiera pensar en lo que le pedía, Sesshômaru en cambio pulsó el botón de su portabebés con fastidio bajando del auto.

«Podría ser peor» pensó la mujer de cabello negro imitándolo para liberar a su hijo de su asiento. Tomó la pañalera de ambos acomodándola en su hombro para tener sus manos libres y poder sostener la de los niños, pero como siempre su hijastro rehuyó a su contacto.

Intentó no lucir desanimada ante el hecho, con el tiempo eso cambiaría. Su intuición le decía que el lado bondadoso de Sesshômaru se mostraría pronto.

—Buenos días —saludo con su sonrisa renovada en cuanto cruzó el umbral, una señora ya mayor contestó a su saludo con un ademan de manos mientras una chica joven se acercaba a atenderla. Bajó la pañalera para extender su mano.
—Buenos días señora Taisho, nos alegra tenerla en la guardería Shikon —sonrió la muchacha con dulzura contestando a su apretón —, mi nombre es Midoriko y seré la guardiana de sus hijos.
—Ella no es mi madre —Sesshômaru dijo con dureza importándole poco el que las dos mujeres voltearán a verlo, una completamente avergonzada y la otra con dolor.

Inuyasha frunció el ceño ante la mirada de su madre y rápidamente se puso frente a ella.

—Discúlpate —gruñó con sus puñitos apretados.
—No. —Sesshômaru se dio la vuelta tomando una larga estola peluda y blanca que sobresalía de la bolsa que estaba en el suelo.

Las mujeres volvieron a hablar pero el ambiente cordial inicial había desaparecido por un intercambio lleno de tensión.

—Vendré por ustedes a las seis —Izayoi besó la mejilla de Inuyasha provocando que sus mejillas se pintaran de carmín—, pórtate bien ¿si?
—Si mami, me porto bien —contestó empezando a caminar con Midoriko.

Llegaron frente a una puerta de colores pastel y un dibujo de un pato, la niñera sonrió abriéndola.

—Aquí están los demás, vendré en un momento después de registrarlos —le dijo al pequeño animándolo con las manos a que entrara, Sesshômaru los miró y sin decir nada se metió a buscar un lugar donde pudiera estar solo.

Los demás niños detuvieron su ajetreado juego para ver a los dos niños recién llegados, ojos de varios colores los escrutaban sin miramientos de ningún tipo, en particular los ojos femeninos.

Dos niñas que al parecer eran gemelas pues portaban la misma ropa rodearon rápidamente a Inuyasha mientras que una tercera se mantenía al margen unos pasos tras una de ellas. A su lado un chico de mirada azulada lo observaba con detenimiento.

En una de las esquinas se encontraba una pareja de niños con ropa que simulaba ser la piel de algún lobo, la niña de ojos verdes vestía un traje blanco mientras que el del niño ojiazul era de un tono marrón. Ambos se miraron mutuamente y después a los recién llegados, se sentían demasiado territoriales de ese lado de la habitación. Tendrían que hablar sobre límites con ellos, por lo que se acercaron al más pequeño.

—Oye tú —el lobo de ojos celestes lo miró duramente—, ¿cómo te llamas?
—Inuyasha —contestó irguiéndose para no dejarse amenazar.
—¡Soy Kagome! — una de las gemelas le sonrió dulcemente provocando una reacción de posesión en el otro menor.
—Y es mi novia bestia, no te le acerques —Amenazó con un pequeño gruñido.
—Kôga, ¡yo soy tu novia! —la pequeña lobita se puso frente a él con las manos en sus caderas, como su madre había dicho que debía comportarse con él.
—Ayame, no te metas.

Ambos empezaron una discusión acalorada donde ninguno quería ceder mientras que Inuyasha se mantenía en la misma postura tensa.

—Se calmaran —el otro niño lo miró con una sonrisa, como si la pelea fuera algo normal—. Soy Miroku, mucho gusto.
—Sango. —la chica a su lado dijo rápidamente.
—Y ella es mi hermana, ¡Kikyô! —Kagome gritó con una sonrisa señalando a su gemela, quien mantenía su rostro sereno. Le dedico una mirada y después de un asentimiento se dio la vuelta —, le cuesta hablar con desconocidos— explicó la niña en tono cómplice.
—Hola a todos. —Inuyasha murmuró apretando su cobija roja, no quería sentirse inseguro pero era la primera vez que convivía con tantos niños.
—¿Él quien es?—Sango preguntó con un poco de curiosidad mirando a la pared donde Sesshômaru se encontraba planeando como fusionarse con el inmueble y dejar de escuchar todos los gritos a su alrededor.
—Mi hermano —contestó con simpleza esperando que a sus nuevos amigos no les importara el que no se les uniera como él—, odia estar aquí.
—Pero si nunca ha venido —Kagome arrugo la nariz graciosamente.
—Él sabrá sus motivos —Miroku la tranquilizó con una pequeña sonrisa, después se dirigió a los demás —¿jugamos?

Todos asintieron mientras se encaminaban a las cajas de juguetes.

—Como si los necesitara —Sesshômaru bufó por lo bajo enrollándose en su estola, era el segundo de los dos únicos regalos que conservaba de su madre y una de las cosas de real importancia para él. Ni siquiera sus dos perros Ah y Un lograban despertar gran interés, o tal vez por su gran tamaño, propia de su raza, se le imposibilitaba el que se le antojará jugar con ellos. Lo único que podía hacer era arrojarles a Jaken, un juguete horrible regalo de Izayoi.

—Nos meteremos en problemas —una voz de niña se escuchó detrás de uno de los cubos donde se encontraba el mayor de los hermanos Taisho, el ceño se frunció ante las palabras. —, ¿por qué debemos quitárselo? Llorara.
—Calla Kagura— por el tono de voz, Sesshômaru dedujo que era el niño más grande que había, el problema que la anciana con forma de momia había dicho con los otros dos adultos mientras esperaba en la recepción —, mételo ahí.

Un profundo y penetrante chillido en otra habitación cortó de golpe sus pensamientos, la puerta se abrió dejándole paso a Midoriko que sostenía a una niña llorosa en sus brazos.

—No llores pequeña, podemos buscar... —sus palabras no surgieron el efecto deseado, en su lugar las lágrimas aumentaron de cantidad mientras hipeaba sonoramente.

Los demás niños se habían detenido de sus juegos infantiles ante la súbita aparición de la niña, Midoriko los miró preocupada.

—¿Podrían cuidarla? Sólo mientras busco su peluche... —Kagome asintió solemne, como nieta de la dueña debía aprender a tender una mano.
—Ven peque Rin —canturreó extendiendo sus pequeños brazos, la niñera la depositó en el suelo mientras se apresuraba a ir en busca del dichoso peluche.

Ni bien desapareció los berridos empezaron a hacerse más y más fuertes, dejando sordos a los infantes. Uno a uno se fueron escabullendo hasta dejar sólo a Inuyasha y Kagome al tanto de la niña que no hacía más que lloriquear a todo pulmón.

—Keh, golpéala hasta que duerma—dijo él tapando sus oídos, Kagome le dedicó una mala cara.
—No puedo hacer eso —hizo un mohín cuando un nuevo sollozo resonó en el pecho de Rin—, no sé qué hacer.

De la nada una mano salió metiendo un chupón a la pequeña, quien sólo parpadeo saboreando lo que ahora mordisqueaba suavemente.

—Calla —Sesshômaru ordenó con el ceño fruncido, Rin lo miró con sus ojos marrones llenos de curiosidad. Extendió sus pequeños bracitos para que la alzara pero el menor la ignoro—. Ni lo pienses.

Un nuevo sollozo se escuchó y el chupón se cayó de su pequeña boca, todos miraron acusadora mente al mayor como si este realmente tuviera la culpa de que la niña llorara la primera vez.

Los ojos dorados se volvieron para observarla detenidamente encontrándose con que la niña gateaba el espacio que los separaban, los entrecerró en advertencia pero el pequeño ser era ajeno a semejantes actos, por lo que como segundo intento levantó sus manos para que la alzara.

—No. —Sesshômaru gruñó de mala manera notando que el labio inferior de la pequeña empezaba a temblar—, no me gusta que llores.

Se acercó derrotado hasta la bebé cargándola con dificultad, ella gorgoreo feliz alcanzando sus mejillas mientras sonreía. Inuyasha observaba todo con profundo asombro, su hermano jamás hacia tales cosas, en el mejor de los casos les decía a las niñas que eran demasiado feas para siquiera pensar en él.

Esto era algo nuevo y perturbador de ver.

—¿Qué tanto me ven? —bufó el mayor empezando a caminar hasta donde había dejado su estola, se sentó con la niña aún en brazos. —Ya puedes soltarme.

Rin no hizo algún movimiento que le indicará que lo dejaría, así que se limitó a dejarse hacer cerrando los ojos. La suave risa que emitió la bebé en sus brazos hizo que la curiosidad de Sesshômaru despertara, abriendo sólo un poco sus párpados. La infante lo miraba como si fuera la cosa más espectacular del mundo.

—¿Qué? —Preguntó con su semblante frío, Rin gorgoreo al escuchar su voz—. No te entiendo, hace minutos llorabas a todo pulmón.

El puchero que le dedicó lo tentó a sonreír levemente, pero logró contener dicho impulso: Sesshômaru no sonreía. Algo hizo clic en su cerebro provocando que volviera a verla.

—Naraku y Kagura se llevaron algo tuyo —afirmó solemne, Rin ante la mención de los niños se estremeció un poco sin dejar de posar sus penetrantes e inocentes ojos en él—espera aquí.

Se levantó sin esperar respuesta dando la vuelta al mueble que los escondía de la vista de los demás. Escrutó minuciosamente buscando algún lugar donde se pudiera esconder un objeto, por el tamaño de la niña debía ser pequeño.

Se dirigió a donde el librero y la pared chocaban y metió su mano, al instante sintió el tacto del peluche. Con una ligera sonrisa de suficiencia retiró su extremidad con el premio, era un peluche de un perro blanco o que en su mejor momento fue blanco. Ahora estaba cubierto de tanto polvo que era de un color marrón.

Sesshomaru frunció levemente los labios, no podía dárselo a Rin así. Su madre le decía que las cosas sucias no eran buenas para los bebés. Regresó sus pasos pero no se mostró ante la bebé, sólo movió ligeramente la cabeza para lograr verla. Rin se encontraba recostada en el suelo donde la había dejado, pero se aferraba a su estola mientras un pequeño ronquido salía de entre sus labios.

Al verla así asintió para sí mismo empezando a ir hacia la puerta, la abrió buscando a la niñera con los ojos. Debía estar en la sala contigua donde dejaban a los bebés, ahora que lo pensaba Rin no debía de tener ni los dos años.

Cuando Midoriko lo vio sostener el peluche en lo alto le sonrió genuinamente.

—Gracias, lo pondré a lavar —dijo con voz dulce tomando el objeto entre sus manos —. Rin...
—La cuidare. —Fue lo único que contestó regresando a la sala de dos a tres años.

Sesshômaru evitó mirar a su medio hermano con una profunda cara de incredulidad pintada en sus facciones, a decir verdad todo mundo estaba pendiente de sus movimientos incluida la gemela más sería.

—Oye tú —la voz de quien respondía al nombre de Naraku lo llamó con furia mientras se acercaba a él, Sesshômaru lo miró con indiferencia. Ese niño podía ser más grande en edad, pero él lo superaba por unos centímetros—, métete en tus propios asuntos. La huérfana no es tu problema.
—¡Volviste a quitarle su peluche!—Kagome gritó con furia apretando sus puños en señal de pelea, Inuyasha la puso detrás en pose protectora—, y Rin no tiene la culpa.
—Nunca debes hacer llorar a una mujer —gruñó el menor de los Taisho.
—Apártate de mi camino —Sesshômaru ordeno con frialdad, sus ojos dorados estaban fijos en Naraku con la advertencia explícita de dolor sino se movía en unos cuantos segundos.

Un chillido se escuchó en la habitación congelando a los presentes, Sesshômaru miró una última vez a Naraku para después correr a ver a la niña quien lloraba aferrada a la estola del mayor mientras una niña de coleta intentaba quitársela.

—Kagura —Sesshômaru adivinó, la niña ante la mención de su nombre dejó caer lo que sostenía logrando que Rin cayera al piso empezando a llorar más fuerte —, vete.

No esperó alguna orden más, simplemente salió corriendo. Ese niño de verdad daba miedo. El ojidorado se acercó a la pelinegra quien se abrazó a él aún sosteniendo su estola entre sus bracitos.

—Ya, cosa. —Ella guardo silencio ante su voz dejando de sollozar al instante, ignorando el tono al llamarla cosa.— Ellos se fueron, estas bien.
—Ya-ko —susurró la pequeña Rin mirándolo—¡Yako! —chilló alegre abrazando una de las piernas del niño.
—Sesshômaru, así me llamo.— Contestó con una ligera sonrisa despeinando los cabellos negros. Tan ajeno se encontraba a su alrededor que no notó al montón de infantes tras la niñera, que lo miraba con sus ojos llenos de asombro. Rin gorgoreo alegre estirando sus brazos, cuando él la cargo sus manitas fueron a parar a las mejillas infantiles.

—Yako —llamó palpando la mejilla de Sesshômaru, él suspiro dándose la vuelta. Tomó la estola colocándola en su hombro derecho y estiró la mano para tomar el perro de peluche de Rin.

Sin esperar más salió por la puerta en dirección de la sala donde Rin debía estar, buscó con la mirada el lugar más cómodo que encontró para después recargarse en la pared, la bebé se acurruco contra su pequeño pecho y ahí se durmió profundamente. Al igual que él.

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—¿Se divirtieron? —Izayoi preguntó con una sonrisa desde una de las sillas en recepción. Inuyasha asintió con una sonrisa dispuesto a relatarle todas las aventuras que había tenido con sus nuevos amigos cuando un llanto se escuchó en el pasillo.

Sesshômaru venía caminando por el pasillo con una Rin gateando tras él, Midoriko se disculpó con la mirada tratando de detener a la menor, pero las gruesas lágrimas no tardaron en salir de los pequeños ojos marrones mientras estiraba los brazos para aferrarse a él. El mayor de los Taisho suspiró muy consciente de que su madrastra observaba cada uno de sus movimientos.

—Yako —llamó la niña con movimientos más angustiantes. Los ojos dorados la observaron llorosa entre los brazos de su captora, congeló su semblante al verla.
—Calla. —ordenó, Izayoi que hasta ese momento se había quedado muda de asombro frunció el ceño ante la frialdad que mantenía su hijastro con la infante, estaba por reprenderlo cuando este extendió los brazos para cargarla—. Regreso en un momento.

Sin esperar respuesta volvió a la habitación de Rin acomodándola en la cuna. Los ojos marrones de ella lo observaban aún acostada.

—Quiero que te quedes aquí y no salgas—gruñó entre dientes, vio como empezaría a lagrimear de nuevo por lo que tomó el biberón de la cómoda. Lo metió a la boca de Rin mientras volvía a hablar—, mañana vendré de nuevo y estaré contigo.

Rin rió graciosamente estirando sus manos, pero Sesshômaru volvió a colocarlas a sus costados.

—Quieta —dijo con el ceño levemente fruncido. Se quitó el collar que adornaba su cuello, era un regalo de su madre: un dije de una luna creciente de color azul. Miró el objeto detenidamente unos minutos y se lo colocó a Rin en el cuello—. Cuando tengas miedo, recuerda que eres más fuerte de lo que crees.

Depositó un beso en la frente de la niña, ni él mismo podía explicarse su proceder para con ella. Lo único que tenía claro era que no estaría sola, ahora lo tenía a él.

—Vámonos— dijo cuando regreso minutos después de asegurarse de que Rin dormía profundamente. Ni Inuyasha ni Izayoi comentaron algo, pero Sesshômaru podía notar la sonrisa orgullosa que intentaba ocultar por miedo a enfadarlo. Él al verla pudo encontrarle cierto parecido a la niña que había dejado atrás y en un acto involuntario tomó su mano al momento de cruzar para llegar a su auto.

Izayoi intentó controlar las lágrimas, era la primera vez que el niño le permitía cualquier acercamiento. Y sospechando la causa de ello, decidió que había llegado el momento de que los chicos tuvieran una hermanita.

Sólo necesitaba aclarar ese punto con su esposo, porque la candidata había llegado como un pequeño ángel de ojos marrones.

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M.J.